– TU NOMBRE ES Henry Dorsett Case. -Recitó el año y lugar de nacimiento, el Número único de Identificación EMBA, y una retahíla de nombres que él fue reconociendo gradualmente como distintos alias del pasado.
– ¿Hace tiempo que están aquí? -Vio el contenido de su maleta dispuesto sobre la cama, la ropa por lavar ordenada por tipos. El shuriken estaba solo, entre tejanos y ropa interior, sobre la espuma templada color arena.
– ¿Dónde está Kolodny? -Los dos hombres, sentados junto al sofá, cruzaban los brazos sobre los pechos bronceados; unas idénticas cadenas de oro les colgaban de los cuellos. Case los miró y vio que su juventud era falsa: tenían ciertas arrugas en los nudillos, algo que os cirujanos eran incapaces de borrar.
– ¿Quién es Kolodny?
– Es el nombre que aparece en el registro. ¿Dónde está ella?
– No lo sé -dijo Case, acercándose al bar para servirse un vaso de agua mineral-. Se marchó.
– ¿Adónde fuiste esta noche, Case? -La chica tomó la pistola y la apoyó en el muslo, sin apuntar realmente hacia él.
– Por la Jules Verne; fui a un par de bares y me coloqué. ¿Y tú? -Sentía las rodillas frágiles. El agua mineral estaba caliente y sin gas.
– Creo que no entiendes lo que pasa -dijo el hombre que estaba a la izquierda, sacando una caja de Gitanes del bolsillo de su camisa blanca de red-. Estás liquidado, señor Case. Se te acusa de conspiración para ampliar una inteligencia artificial. -Sacó un encendedor Dunhill de oro y lo acunó en la palma de la mano.- El hombre al que llamas Armitage ya está bajo custodia.
– ¿Corto?
Los Ojos del hombre se agrandaron. -Sí. ¿Cómo sabes el nombre? -Del encendedor surgió un milímetro de llama.
– Lo he olvidado -dijo Case.
– Ya lo recordarás -dijo la chica.
Sus nombres, o seudónimos, eran Michele, Roland y Pierre. Pierre, concluyó Case, sería el policía malo; Roland se pondría del lado de Case, le haría pequeños favores -le consiguió un paquete de Yeheyuan cuando Case rechazó un Gitanes- y en general haría de contrapunto a la fría hostilidad de Pierre. Michele sería el Ángel del juicio, ajustando de vez en cuando el rumbo del interrogatorio. Uno de ellos, o todos, estaba seguro, tenía un transmisor de audio, y muy posiblemente un sensor de simestim: todo cuanto dijese o hiciera podría ser utilizado como evidencia. Evidencia, se preguntó, en medio de la estridente resaca, ¿de qué?
Sabiendo que él no entendía francés, hablaban entre sí con desenfado. O así lo parecía. De hecho, entendía bastante: nombres como Pauley, Armitage, Senso/Red, Panteras Modernos, que emergían como icebergs de un agitado mar de francés parisino. Pero era perfectamente posible que aquellos nombres hubiesen sido incluidos a propósito. Siempre se referían a Molly como Kolodny.
– Dices que te contrataron para que activases un pro grama, Case -dijo Roland, hablando bajo, pretendiendo dar una impresión de sensatez, y que ignoras la naturaleza del objetivo. ¿No es esto extraño? Una vez penetradas las defensas, ¿cómo llevarías a cabo la operación requerida? Porque se requiere una operación de algún tipo, ¿no? -Se inclinó hacia adelante, los codos apoyados en las rodillas artificialmente bronceadas, las palmas extendidas para recibir la explicación de Case. Pierre iba y venía por la habitación; ora estaba en la ventana, ora frente a la puerta. Michele era el transmisor, resolvió Case: no le quitaba los ojos de encima.
– ¿Puedo vestirme? -preguntó. Pierre había insistido en que se desnudara para revisarle las costuras de los teja. nos. Ahora estaba sentado, desnudo, en un taburete de mimbre, uno de los pies obscenamente blanco.
Roland preguntó a Pierre algo en francés. Pierre, de nuevo en la ventana, miraba con un par de pequeños binoculares. -Non -dijo, distraído, y Roland se encogió de hombros y miró a Case alzando las cejas. Case decidió que era un buen momento para sonreír. Roland le devolvió la sonrisa.
El truco más viejo de los polis, pensó Case. -Mira -dijo -, me siento mal. Me enrollé con una droga terrible en un bar, ¿sabes? Quiero acostarme. Ya me tenéis. Decís que tenéis a Armitage. Pues preguntadle a él entonces. Yo no soy más que un empleado.
Roland asintió. -¿Y Kolodny?
– Ella estaba con Armitage cuando él me contrató. Puro músculo, una navajera. Es lo que yo sé, que no es mucho.
– Sabes que el verdadero nombre de Armitage es Corto -dijo Pierre, los ojos aún ocultos por los bordes de plástico blando de los binoculares. ¿Cómo lo sabes, amigo?
– Supongo que alguna vez lo mencionó -dijo Case, lamentando el desliz-. Todos tenemos un par de nombres. ¿Tú te llamas Pierre?
– Sabemos que fuiste reparado en Chiba -dijo Michele-, y tal vez ése haya sido el primer error de Wintermute. -Case la miró a los ojos, tratando de no mostrar ninguna reacción. El nombre no había sido mencionado antes. – El proceso que se te aplicó tuvo como resultado que el propietario de la clínica solicitase siete patentes básicas. ¿Sabes que significa eso?
– No.
– Significa que el operador de una clínica negra de Chiba City controla tres de los principales consorcios de investigación médica. Esto invierte el orden normal de las cosas, ¿entiendes? Llamó la atención. -Cruzó los brazos sobre sus pequeños y elevados pechos y se reclinó en el almohadón estampado. Case se preguntó qué edad tendría. La gente decía que la edad se ve en los ojos, pero él nunca había logrado comprobarlo. Julie Deane tenía los Ojos de un apático chico de diez años tras el cuarzo rosado de sus lentes. Nada, excepto los nudillos, decía que Michele fuese mayor.- Te seguirnos los pasos hasta el Ensanche, te perdimos de nuevo, y te volvimos a encontrar cuando salías para Estambul. Volvimos atrás, seguimos tu pista por el reticulado, descubrimos que habías instigado un motín en Senso/Red. Senso/Red estaba bien dispuesta a cooperar: hicieron un inventario para nosotros. Descubrieron que la estructura de personalidad ROM de McCoy Pauley había desaparecido.
– En Estambul -dijo Roland, casi pidiendo disculpas-, fue muy fácil. La mujer había eliminado el contacto de Armitage con la policía secreta.
– Entonces vinisteis a Freeside -dijo Pierre, metiéndose los binoculares en el bolsillo del pantalón corto-. Quedamos encantados.
– Era una buena oportunidad para bronceamos, ¿no? -Ya sabes lo que queremos decir -dijo Michele-. Si lo que pretendes es fingir que no lo sabes, sólo te estás complicando las cosas. Todavía queda el asunto de la extradición. Regresarás con nosotros, Case, igual que Armitage. Pero ¿adónde iremos todos, exactamente? ¿A Suiza, donde no serás más que un peón en el juicio de una inteligencia artificial? ¿O al EMBA, donde pueden culparte no sólo por robo e invasión de datos, sino también por un daño público que costó catorce vidas inocentes? La decisión es tuya.
Case sacó un Yeheyuan; Pierre se lo encendió con el Dunhill de oro. -¿Te protegería Armitage? -La pregunta fue puntuada por el golpe seco de las brillantes mandíbulas del encendedor.
Case levantó la mirada hacia Pierre, a través del dolor y la amargura de la betafenetilamina. -¿Cuántos años tienes, jefe?
– Los suficientes para saber que estás jodido, quemado, que esto ha terminado, y que ya no nos sirves.
– Una cosa -interrumpió Case. Dio una pipada y lanzó el humo hacia el agente del Registro Turing-. ¿Tenéis jurisdicción real aquí? Quiero decir, ¿el equipo de seguridad de Freeside no tendría que estar en esta fiesta? Al fin y al cabo es su terreno, ¿verdad? – Vio cómo los ojos oscuros se endurecían en el delgado rostro de niño y se preparó para el golpe, pero Pierre sólo se encogió de hombros.
– No tiene importancia -dijo Roland-. Tú vendrás con nosotros. Nos sentimos como en casa en situaciones de ambigüedad legal. Los tratados bajo los cuales opera el Registro nos permiten márgenes muy flexibles. Y nosotros creamos flexibilidad, en las situaciones en que se requiera. -La máscara de afabilidad había desaparecido de golpe: los ojos de Roland eran tan duros como los de Pierre.
– Eres más que tonto -dijo Michele, poniéndose de pie, empuñando la pistola-. No te preocupa tu especie. Durante miles de años los hombres han soñado hacer un pacto con el demonio. Sólo ahora es posible. ¿Y con qué te pagarían? ¿Cuál seria tu precio por ayudar a que esa cosa se liberara y creciese? -Había en su voz juvenil un cansancio, producto de la experiencia, que ninguna chica de diecinueve años podría haber tenido.- Ahora te vas a vestir. Vendrás con nosotros. Regresarás con nosotros a Ginebra, junto al que tú llamas Armitage, para testificar en el juicio de esa inteligencia. En caso contrario, te matamos. Ahora. -Alzó la pistola, una Walther negra y pulida con silenciador incorporado.
– Ya -me estoy vistiendo -dijo Case, tambaleándose hasta la cama. Aún tenía las piernas dormidas, torpes. Forcejeó con una camiseta limpia.
– Tenemos una nave esperando. Borraremos la estructura de Pauley con un arma de pulsaciones.
– Los de la Senso /Red se van a morir de gusto -dijo Case, pensando: Y todas las pruebas en el Hosaka.
– Ya se han metido en problemas, por haber tenido esa cosa.
Case se puso la camiseta. Vio el shuriken en la cama, metal inanimado, su estrella. Buscó la rabia. Ya había desaparecido. Era hora de renunciar, dejarse llevar por la corriente… Pensó en los saquitos de toxina. -Aquí viene la carne -musitó.
En el ascensor que subía a la pradera, pensó en Molly. Tal vez ya estuviera en Straylight. Cazando a Riviera. Cazada, quizás, por Hideo, quien era muy probablemente el ninja-clono de la historia del finlandés, que había llegado para recuperar la cabeza parlante.
Apoyó la frente en el plástico negro y mate de un panel que hacía las veces de muro y cerró los ojos. Las piernas lo sostenían apenas: eran de madera, vieja, agrietada y pesada por la lluvia.
Estaban sirviendo la comida bajo los árboles, bajo las brillantes sombrillas. Roland y Michele volvieron a interpretar su papel, charlando animadamente en francés. Pierre los seguía de cerca. Michele mantenía el cañón de la pistola junto a las costillas de Case, escondiendo el arma con una chaquetilla blanca que llevaba enrollada en el brazo.
Cuando atravesaba el prado, serpenteando entre las mesas y los árboles, Case se preguntó si ella le dispararía en caso de que él se desplomara en aquel momento. En los bordes de su campo visual había una reverberación de pieles negras. Alzó la vista hacia la tórrida cinta blanca de la armadura Lado-Acheson y vio una mariposa gigante que revoloteaba con gracia bajo el cielo grabado.