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Aguantó con los ojos bajos hasta que notó que había más luz. Entonces se atrevió a levantarlos y vio el escaparate despejado. Se puso en pie y se acercó a controlar de nuevo lo que había expuesto en él. Vio en la acera la botella de cerveza hecha añicos. Pero allí seguían, a salvo, a la espera de compradores bibliófilos y distinguidos, Salmagundi , trescientas cincuenta libras, y Oliver Twist , trescientas, y La Chute dedicada, seiscientas, y Jacob's Room , dos mil, y Un epigrama de lealtad , quinientas, y Watt , cincuenta mil. Respiró aliviado y cogió entre sus brazos el texto mecanografiado de Watt . Lo había mecanografiado el propio Beckett, que nunca se fió de otras manos. Quizá debía retirarlo, cincuenta mil libras. Lo llevó hasta su mesa para meditarlo, y allí se permitió, durante un instante, un pensamiento absurdo. Si el Epigrama de lealtad hubiera tenido la firma de Gawsworth, su precio se habría doblado. Mil libras, pensó.

Lawson levantó la vista, pero el escaparate seguía despejado.

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