Литмир - Электронная Библиотека
A
A

5 de enero

Vamos en dirección noreste, por una buena carretera, hasta Cananea, luego en dirección sur, por una carretera de terracería, hasta Bacanuchi, y luego hasta 16 de Septiembre y luego hasta Arizpe. Ya no acompaño a Belano y Lima a hacer sus preguntas. Me quedo en el coche junto con Lupe o nos vamos a tomar una cerveza. En Arizpe la carretera vuelve a mejorar y bajamos hasta Banámichi y Huépac. De Huépac volvemos a subir a Banámichi, esta vez sin detenernos y otra vez a Arizpe, de donde salimos en dirección este, por una senda infernal, hasta Los Hoyos, y desde Los Hoyos, por una carretera notablemente mejor, hasta Nacozari de García.

En la salida de Nacozari un patrullero nos para y nos pide los papeles del coche. ¿Es usted de Nacozari, agente?, le pregunta Lupe. El patrullero la mira y dice que no, que cómo se le ocurre, es de Hermosillo. Belano y Lima se ríen. Se bajan a estirar las piernas. Luego se baja Lupe y cruza unas palabras al oído con Arturo. El otro patrullero también se baja de su carro y se acerca a parlamentar con su compañero, ocupado en descifrar los papeles del coche de Quim y el permiso de conducir de Lima. Los dos patrulleros miran a Lupe, que se interna unos metros fuera de la carretera, por un paisaje rocoso y amarillo en donde de tanto en tanto sobresalen manchas más oscuras, plantas minúsculas y de un color marrón verde lila que encoge el estómago. Un marrón, un verde y un lila expuestos permanentemente a un eclipse.

¿Y ustedes de dónde son?, dice el segundo patrullero. Del DF escucho que responde Belano. ¿Mexiquillos?, dice el patrullero. Más o menos, dice Belano con una sonrisa que me asusta. ¿Quién es este pendejo?, pienso, pero no pienso en el policía sino en Belano y también en Lima, que se apoya en el capó y mira un punto en el horizonte, entre las nubes y los quebrachos.

Después el policía nos devuelve los papeles y Lima y Belano le preguntan por el camino más corto para llegar a Santa Teresa. El segundo patrullero vuelve a su coche y saca un mapa. Cuando nos vamos los patrulleros nos dicen adiós con las manos levantadas. El camino pavimentado pronto vuelve a convertirse en camino de terracería. No hay coches, sólo de vez en cuando una camioneta cargada con sacos o con hombres. Pasamos por pueblos llamados Aribabi, Huachinera, Bacerac y Bavispe antes de darnos cuenta de que nos hemos perdido. Poco antes de que anochezca aparece de repente un pueblo, a lo lejos, que tal vez sea Villaviciosa y tal vez no, pero ya no tenemos ánimo para buscar el camino de acceso. Por primera vez veo a Belano y a Lima nerviosos. Lupe es inmune al influjo del pueblo. En lo que a mí respecta no sé qué pensar, puede que sienta cosas extrañas, puede que sólo tenga ganas de dormir, incluso puede que esté soñando. Después volvemos a internarnos por un camino en pésimo estado y que parece interminable. Belano y Lima me piden que les haga preguntas difíciles. Supongo que se refieren a preguntas de métrica, retórica y estilística. Les hago una y luego me duermo. Lupe también está dormida. En lo que tardo en quedarme dormido escucho a Belano y Lima hablar. Hablan del DF, hablan de Laura Damián y de Laura Jáuregui, hablan de un poeta al que nunca hasta ahora había oído mencionar, y se ríen, parece simpático ese poeta, parece una buena persona, hablan de gente que saca revistas y que por lo que dicen colijo que es gente ingenua o sencilla o puramente desesperada. Me gusta escucharlos hablar. Belano habla más que Lima, pero los dos se ríen bastante. También hablan del Impala de Quim. A veces, cuando los baches del camino son numerosos, el coche da unos saltos que a Belano no le parecen normales. A Lima lo que no le parece normal es el ruido que hace el motor. Antes de quedarme profundamente dormido me doy cuenta de que ninguno de los dos sabe nada de automóviles. Cuando despierto estamos en Santa Teresa. Belano y Lima están fumando y el Impala circula por las calles del centro de la ciudad.

Nos alojamos en un hotel, el Hotel Juárez, en la calle Juárez, Lupe en una habitación y nosotros tres en otra. La única ventana de nuestra habitación da a un callejón. En el extremo del callejón que da a la calle Juárez se juntan sombras que parlamentan en voz baja, aunque de tanto en tanto alguien profiere un insulto o se pone a gritar sin que venga a cuento, e incluso, tras un periodo de observación prolongado, una de las sombras es capaz de levantar un brazo y señalar la ventana del Hotel Juárez, desde donde yo observo. En el otro extremo se acumula la basura, y la oscuridad es, si cabe, mayor, aunque entre los edificios destaca uno, levemente más iluminado, la fachada trasera del Hotel Santa Elena, con una puerta diminuta que nadie usa, salvo un empleado de la cocina que sale en una ocasión con un cubo de basura y que al volver se detiene junto a la puerta y estira el cuello para contemplar el tráfico de la calle Juárez.

6 de enero

Belano y Lima han estado toda la mañana en el Registro Municipal, en la oficina del censo, en algunas iglesias, en la Biblioteca de Santa Teresa, en los archivos de la universidad y del único periódico, El Centinela de Santa Teresa. Nos juntamos para comer en la plaza principal, junto a una curiosa estatua que conmemora el triunfo de los lugareños sobre los franceses. Por la tarde, Belano y Lima reanudan sus investigaciones, han quedado citados, dicen, por el número uno de la Facultad de Filosofía y Letras, un pendejo llamado Horacio Guerra que es, sorpresa, el doble exacto, pero en pequeñito, de Octavio Paz, incluso en el nombre, fíjate bien, García Madero, dijo Belano, ¿el poeta Horacio vivió en época de Octavio Augusto César? Le dije que no lo sabía. Déjame pensar, le dije. Pero ellos no tenían tiempo de nada y se pusieron a hablar de otras cosas y cuando se fueron yo volví a quedarme solo con Lupe, y pensé en invitarla al cine, pero como los que llevaban el dinero eran ellos y a mí se me olvidó pedirles no pude invitar a Lupe al cine, como era mi propósito, y nos tuvimos que conformar con caminar por Santa Teresa y mirar los escaparates de las tiendas del centro y luego volver al hotel y ponernos a ver la televisión en una sala junto a la recepción. Allí encontramos a dos viejitas que después de mirarnos un rato nos preguntaron si éramos marido y mujer. Lupe dijo que sí. Yo no tuve más remedio que seguirle la corriente. Aunque durante todo el rato estuve pensando en lo que me había preguntado Belano o Lima, si Horacio vivió en época de Octavio, y a mí me parecía que sí, en principio yo hubiera dicho que sí, pero también me latía que Horacio no era muy partidario de Octavio que digamos, y Lupe hablaba con las viejitas, unas viejitas muy chismosas, la verdad, y yo no sé por qué seguía pensando en Octavio y en Horacio y escuchando con la oreja izquierda la telenovela que daban en la tele y con la oreja derecha la cháchara de Lupe y las viejitas, y de pronto mi memoria hizo plopf, como una pared blanda que se derrumba, y vi a Horacio luchando contra Octavio u Octaviano y a favor de Bruto y de Casio, que habían asesinado a César y querían reinstaurar la República, carajo, ni que hubiera tomado LSD, vi a Horacio en Filipos, con veinticuatro años, sólo un poco mayor de lo que eran Belano y Lima, sólo siete años mayor que yo, y el cabrón de Horacio, que miraba la lejanía se daba la vuelta, sin avisar, ¡y me miraba a mí! Hola, García Madero, decía en latín, aunque yo entendía de puta madre el latín, soy Horacio, nacido en Venusia el 66 a.C, hijo de un liberto, el padre más cariñoso que nadie podría desear, enrolado como tribuno con las huestes de Bruto, dispuesto a marchar a la batalla, la batalla de Filipos, que perderemos, pero en la que mi destino me impele a luchar, la batalla de Filipos, en donde se juega la suerte de los hombres, y entonces una de las viejitas me tocó el brazo y me preguntó qué era lo que me había traído a la ciudad de Santa Teresa, y vi los ojos sonrientes de Lupe y los ojos de la otra vieja que miraban a Lupe y a mí y echaban chispas y contesté que estábamos de viaje de novios, de luna de miel, señora, dije, y luego me levanté y le dije a Lupe que me siguiera y nos fuimos a su habitación en donde nos dedicamos a coger como locos o como si nos fuéramos a morir mañana, hasta que se hizo de noche y oímos las voces de Lima y Belano que habían vuelto a su habitación y hablaban, hablaban, hablaban.

7 de enero

Cosas en claro: Cesárea Tinajero estuvo aquí. No encontramos rastros suyos ni en el Registro, ni en la universidad, ni en los archivos parroquiales, ni en la Biblioteca, que atesora, no sé por qué, los archivos del viejo hospital de Santa Teresa convertido ahora en el Hospital General Sepúlveda, un héroe de la Revolución. Sin embargo, en el Centinela de Santa Teresa le permitieron a Belano y a Lima espulgar la hemeroteca correspondiente del periódico y en las noticias del año de 1928 se menciona, el 6 de junio, a un torero de nombre Pepe Avellaneda, que lidió en la plaza de Santa Teresa a dos toros bravos de la ganadería de don José Forcat con notable éxito (dos orejas) y de quien se hace una semblanza y entrevista en el número correspondiente al 11 de junio de 1928, en donde, entre otras cosas, se dice que el tal Pepe Avellaneda viaja en compañía de una mujer llamada Cesárea Tinaja (sic), la cual es oriunda de la Ciudad de México. No hay fotos que ilustren la noticia, pero el periodista local dice de ella que «es alta, atractiva y discreta», lo que francamente no sé qué querrá decir, salvo que lo diga para acentuar la asimetría entre la mujer que acompaña al torero y éste, a quien describe, un poco chocarreramente, como hombre bajito, de no más de metro cincuenta de estatura, muy delgado, con el cráneo grande y abollado, descripción que a Belano y a Lima les recuerda la figura de un torero de Hemingway (autor al que desgraciadamente aún no he leído), el típico torero de Hemingway sin suerte y valiente y más bien triste, más bien mortalmente triste, dicen, aunque yo no me atrevería a decir tanto con tan poco en donde sostenerme, y además una cosa es Cesárea Tinajero y otra cosa es Cesárea Tinaja, algo que mis amigos pasan por alto achacándolo a una errata, a una mala transcripción o una mala audición por parte del periodista e incluso a un error intencionado por parte de Cesárea Tinajero, decir mal su apellido, una broma, una forma humilde de tapar una pista humilde.

El resto de la noticia es intrascendente, Pepe Avellaneda habla de los toros: dice cosas incomprensibles o incongruentes, pero lo dice en voz tan baja que nunca suena a pedante. Una última pista, el Centinela de Santa Teresa del 10 de julio, anuncia la partida del torero (y presumiblemente de su acompañante) rumbo a Sonoyta en cuya plaza compartirá cartel con Jesús Ortiz Pacheco, torero regiomontano. Así que Cesárea y Avellaneda estuvieron en Santa Teresa más o menos durante un mes, evidentemente sin hacer nada, de turismo, recorriendo los alrededores o encerrados en su hotel. En cualquier caso, según Lima y Belano, ya tenemos a alguien que conoció a Cesárea Tinajero, que la conoció bien, y que verosímilmente aún vive en Sonora, aunque con los toreros nunca se sabe. A mi argumento de que el tal Avellaneda posiblemente esté muerto, manifestaron que entonces nos quedarían sus familiares y amigos. Así que ahora buscamos a Cesárea y al torero. De Horacio Guerra contaron anécdotas disparatadas. Se reafirman en que se trata del doble de Octavio Paz. De hecho, dicen, aunque con el poco tiempo que lo han tratado no sé cómo pueden saber tanto de él, sus acólitos de este rincón perdido del estado de Sonora son la réplica exacta de los acólitos de Paz. Como si en la provincia olvidada unos poetas y ensayistas y profesores igualmente olvidados reprodujeran los gestos que los medios de comunicación difunden de sus ídolos.

112
{"b":"87881","o":1}