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Poco después volvieron a San Francisco. Aquélla fue una buena época para Paul. Hizo un par de exposiciones, vendió algunos cuadros y su relación con Anne se estabilizó aún más de lo que ya estaba. A finales de año viajaron los dos a Great Falls y pasaron las navidades en casa de los padres de Anne. A Paul no le gustaron los padres de Anne, pero con Susan hizo buenas migas. Una noche Anne se despertó y no halló a Paul en la cama. Salió a buscarlo y oyó voces en la cocina. Al bajar encontró a Paul y Susan hablando de Fred. Paul escuchaba y hacía preguntas y Susan contaba una y otra vez, pero desde diferentes perspectivas, el último día que había pasado con Fred, dando vueltas en coche por los peores barrios de Great Falls. Anne recuerda que la conversación que mantenían su hermana y su novio le pareció extremadamente artificial, como si estuvieran dando vueltas alrededor del argumento de una película y no de algo que había sucedido en la vida real.

Al año siguiente Anne abandonó la universidad y se dedicó a ser la compañera de Paul a tiempo completo. Le compraba las telas, los bastidores, la pintura, preparaba la comida y la cena, lavaba la ropa, barría y fregaba los suelos, lavaba los platos, hacía todo lo que podía para que la vida de Paul fuera lo más similar a un remanso de paz y de creación. Su vida de pareja no era satisfactoria. Sexualmente Paul cada día estaba peor. En la cama Anne ya no sentía nada y llegó a pensar que tal vez fuera lesbiana. Por esa época conocieron a Linda y a Marc. Linda, como Rubén en Mazatlán, se ganaba la vida vendiendo droga y a veces escribía cuentos infantiles que ninguna editorial aceptaba publicar. Marc era poeta o al menos eso era lo que decía Linda. Por entonces, salvo raras excepciones, Marc se pasaba el día encerrado en su casa escuchando la radio o viendo la televisión. Por las mañanas salía a comprar tres o cuatro periódicos y a veces iba a la universidad, en donde se encontraba con antiguos compañeros o asistía a clases de renombrados poetas que recalaban en Berkeley por uno o dos cursos. Pero el resto del tiempo, recuerda Anne, se lo pasaba encerrado en su casa o en su habitación si Linda tenía visitas, escuchando la radio y mirando la tele y esperando el estallido de la Tercera Guerra Mundial.

La carrera de Paul, contra lo esperado por Anne, de repente se estancó. Todo ocurrió demasiado rápido. Primero perdió la beca, después los galeristas del área de la bahía de San Francisco dejaron de interesarse por sus cuadros, finalmente dejó de pintar y comenzó a estudiar literatura. Por las tardes, Paul y Anne iban a casa de Linda y Marc y se pasaban muchas horas hablando de la guerra de Vietnam y de viajes. Aunque Paul y Marc nunca llegaron a ser muy amigos, eran capaces de estar juntos durante horas leyéndose mutuamente poemas (Paul, recuerda Anne, comenzó por esas fechas a escribir versos deudores de William Carlos Williams y de Kenneth Rexroth, a quien en una ocasión escucharon en un recital en Palo Alto) y bebiendo. La amistad de Anne y Linda, por el contrario, creció de forma imperceptible pero segura, aunque no parecía estar cimentada en nada. A Anne le gustaba la seguridad de Linda, su independencia, su desprecio por ciertas normas establecidas, su respeto por otras, su manera ecléctica de vivir.

Cuando Linda se quedó embarazada su relación con Marc terminó abruptamente. Linda se fue a vivir a un piso en la calle Donaldson y trabajó hasta pocos días o tal vez hasta pocas horas (Anne no lo recuerda) antes del parto. Marc se quedó en el antiguo piso y su reclusión se hizo aún más severa. Al principio Paul siguió visitando a Marc, pero al poco tiempo se dio cuenta de que no tenían nada que decirse y dejó de hacerlo. Anne, por el contrario, estrechó su amistad con Linda y a veces incluso se quedaba a dormir en su piso, generalmente los fines de semana, cuando Linda debía dedicar más tiempo a atender a sus clientes y no podía estar todo lo que quisiera con el niño.

Un año después de su primer viaje a México, Paul y Anne volvieron a Mazatlán. Esta vez el viaje fue diferente. Paul quiso alquilar la casita de la playa, pero ésta estaba ocupada y se tuvieron que conformar con una especie de bungalow a unas tres manzanas de distancia. Nada más llegar a Mazatlán Anne enfermó. Tuvo diarrea y fiebre y durante tres días fue incapaz de levantarse de la cama. El primer día Paul se quedó en casa cuidándola, pero luego desaparecía durante horas y una noche no vino a dormir. Quien sí la visitó fue Rubén. Anne se dio cuenta de que noche tras noche Paul se iba con Rubén y al principio odió al mexicano. Pero la tercera noche, cuando ya se sentía un poco mejor, Rubén apareció por el bungalow a las dos de la mañana a interesarse por su salud. Estuvieron hablando hasta las cinco de la mañana y después hicieron el amor. Anne aún se sentía débil y por un momento tuvo la impresión de que Paul los estaba observando desde la puerta entornada o desde una ventana, pero luego se olvidó de todo, dice, ante la dulzura de Rubén y ante la duración del acto.

Cuando Paul apareció al día siguiente Anne le contó lo que había sucedido. Paul dijo mierda pero no añadió más comentarios. Durante uno o dos días intentó escribir en un cuaderno de tapas negras que nunca permitió que Anne leyera, pero al poco desistió y se dedicó a dormir en la playa y a beber. Algunas noches salía con Rubén como si nada hubiera pasado, otras noches se quedaba en casa y en dos ocasiones intentaron hacer el amor pero el resultado dejó mucho que desear. Con Rubén volvió a acostarse. Una vez, de noche, en la playa y otra vez en la habitación, mientras Paul dormía en el sofá de la sala. Al cabo de los días Anne notó que Rubén se ponía celoso de Paul. Pero esto sucedía sólo cuando estaban los tres juntos o cuando Anne y Rubén estaban solos, nunca cuando Rubén y Paul salían por las noches a visitar los bares de Mazatlán. Entonces, recuerda Anne, parecían hermanos.

Cuando llegó el día de partir Anne decidió quedarse en México. Paul lo entendió y no dijo nada. La despedida fue triste. Rubén y ella ayudaron a Paul a preparar las maletas y a meterlas en el coche y luego le dieron unos regalos, Anne un viejo libro de fotos y Rubén una botella de tequila. Paul no tenía regalos para ellos pero le dio a Anne la mitad del dinero que le quedaba. Después, cuando estuvieron solos, se encerraron en el bungalow y estuvieron haciendo el amor durante tres días seguidos. Poco después a Anne se le acabó el dinero y Rubén volvió a dedicarse a vender droga a la puerta de The Frog. Anne dejó el bungalow y se fue a vivir a la casa de Rubén, en un barrio de la ciudad desde el que no se veía el mar. La casa pertenecía a la abuela de Rubén, que vivía allí con su hijo mayor, un pescador soltero de unos cuarenta años, y con su nieto. Las cosas rápidamente se torcieron. A la abuela de Rubén no le gustaba que Anne anduviera por la casa semidesnuda. Una tarde, mientras estaba en el baño, el tío de Rubén entró y le propuso acostarse con él. Le ofreció dinero. Anne, por supuesto, rechazó la oferta, pero no con suficiente fuerza (no quería ofenderlo, recuerda) y al día siguiente el tío de Rubén volvió a ofrecerle dinero por sus favores.

Sin saber lo que estaba a punto de desencadenar, le contó a Rubén todo lo que había sucedido. Esa noche Rubén cogió un cuchillo de la cocina e intentó matar a su tío. Los gritos, recuerda Anne, eran como para levantar a todo el vecindario, pero sorprendentemente nadie pareció advertirlos. Por suerte el tío de Rubén era más fuerte y más experimentado en peleas y no tardó en desarmarlo. Pero Rubén aún quería pelear y le arrojó un jarrón a la cabeza. El tío esquivó el jarrón justo en el momento en que la abuela salía de su habitación, vestida con un camisón de un rojo vivísimo, algo que Anne hasta entonces nunca había visto, con tan mala suerte que el jarrón fue a estrellarse contra su pecho. Entonces el tío le dio una paliza a Rubén y luego llevó a su madre al hospital. Cuando volvieron, la abuela y el tío entraron sin llamar en la habitación donde dormían Anne y Rubén y les dieron un par de horas para que se marcharan. Rubén tenía el cuerpo lleno de magulladuras y casi no se podía mover, pero el temor a su tío era tan grande que en menos de dos horas tenían todo dentro del coche.

Rubén tenía familia en Guadalajara y hacia allí se fueron. En Guadalajara sólo pudieron estar cuatro días. El primer día durmieron en casa de una hermana de Rubén, una casa llena de niños, pequeña, ruidosa y con un calor sofocante. Compartieron la habitación con tres pequeños y al día siguiente Anne decidió marcharse a una pensión. No tenían dinero, pero a Rubén aún le quedaba algo de marihuana y unas pastillas de ácido que decidió vender en Guadalajara. El primer intento fue decepcionante. Rubén no conocía bien Guadalajara y no sabía a qué sitios dirigirse para colocar su mercadería y volvió a la pensión cansado y sin nada de dinero. Esa noche hablaron hasta muy tarde y en un momento de frustración Rubén le preguntó qué harían si no conseguían dinero para pagar la pensión y para la gasolina del coche. Anne dijo (evidentemente en broma) que ella podía prostituirse. Rubén no captó la broma y la abofeteó. Era la primera vez que un hombre le pegaba. Antes robo un banco, dijo el mexicano y se le echó encima. Aquél fue uno de los polvos más extraños de su vida, recuerda Anne. Las paredes de la pensión parecían estar hechas de carne. Carne cruda y carne a la plancha, indistintamente. Y mientras la follaban miraba las paredes y veía cosas que se movían, que corrían por aquella superficie irregular, como en una película de terror de John Carpenter, aunque yo no recuerdo ninguna película de Carpenter con aquellas peculiaridades.

Al día siguiente Rubén vendió la droga que le quedaba y se marcharon a México D. F. Vivieron en la casa de la madre de Rubén, en una colonia cerca de La Villa, más o menos en la misma zona en la que yo vivía. Si entonces te hubiera visto, me habría enamorado de ti, le dije a Anne mucho después. Quién sabe, contestó Anne. Y añadió: si entonces yo hubiera sido un adolescente no me habría enamorado de mí.

Por un tiempo, unos dos o tres meses, Anne creyó que estaba enamorada de Rubén y que se quedaría a vivir en México para siempre. Pero un día llamó por teléfono a sus padres, les pidió dinero para un billete de avión, le dijo adiós a Rubén y regresó a San Francisco. Hasta que consiguió un trabajo de camarera vivió en el piso de Linda. Cuando Anne volvía de trabajar, a veces Linda estaba aún despierta y se quedaban conversando hasta muy tarde. Algunas noches hablaron de Paul y de Marc. Paul vivía solo y había vuelto a pintar aunque mucho menos que antes y no tenía la más mínima esperanza de exponer sus cuadros. Según Linda lo que les pasaba a los cuadros de Paul es que eran muy malos. Marc seguía encerrado en su casa, escuchando la radio y viendo todos los informativos de la tele y ya casi no le quedaban amigos. Algunos años después, recuerda Anne, Marc publicó un libro de poesía que tuvo cierto éxito entre los estudiantes de Berkeley y dio recitales y participó en algunas conferencias. Parecía el momento idóneo para que conociera a una chica y volviera a vivir con alguien, pero cuando pasó el ruido inicial Marc volvió a encerrarse en su casa y de él nunca más se supo nada.

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