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Cero horas… Chicago… El tren en agujas… Cero horas… Chicago… El tren en agujas… La llamada fue tan urgente… Apenas tuvo tiempo de despedirse de Aurelia… Pero ya volverá… Por ella y por el señor Gray… Nueva Orleáns, desde aquella noche, no fue para él la ciudad de los muertos nadando, sino la de los millonarios, ninguno menos de mil millones de dólares, que canturrean «¡dichoso aquel que tiene su casa a flote, su casa a flote»…

Cero horas… Chicago… El tren en agujas… Cero horas… Chicago… El tren en agujas… La llamada fue de urgencia, de toda urgencia. Pero qué pesadez, decir a su hija al despedirse: ¡Ojalá que las pirámides te sean leves!… Ray Salcedo… El nombre ya es tan conocido en las centrales telefónicas del mundo -Nueva York, Londres, París, Berlín- que ahora ya no cuesta hacerles entender que no es Rey, sino Ray… ¿El Rey de qué? -preguntan. Del acero, del petróleo, del caucho… Ray, Ray,

Ray Salcedo, arqueólogo… No, pero no estuvo mal haberle dicho: Aurelia, si Ray Salcedo no aparece, y es varón, se llamará Geo Maker Júnior… Suena bien, ¿no?… A mí me suena como si fuera a ser otra vez yo con ilusiones juveniles, como si ese nombre hoy seco, gastado, duro como la fibra de la madera vieja fuera a cubrir de nuevo un mundo de frescura y de ilusiones juveniles…

Cero horas… Chicago… Cero horas… Chicago… El tren en agujas… El tren en agujas… Ssssstoooop… Sssssoooop… Secretarios, guardaespaldas con ametralladoras livianas… Adiós anonimato… Fotógrafos… Periodistas… Corresponsales… Sí, caben algunas cuñas con la noticia de la llegada… Declaraciones… Ninguna… Hará declaraciones hoy mismo… Sí, hay que reservar la primera página hasta las 5 de la tarde… Puede ser antes o más tarde… Hay que reservar espacio en las ediciones nocturnas… Los corresponsales… Todos en el hotel… Reservar líneas telegráficas… Reservar líneas telefónicas… Líneas cablegráficas desocupadas esta tarde…

Sostuvo con los ojos castaños la mirada del presidente de la Compañía. Extrañó no ver al senador por Massachusetts. La sangre le circulaba aceleradamente, como colegial que entra en la sala de examen, y estaba en el despacho que pronto sería su oficina. En un milésimo de segundo pensó en las reformas que debía introducir en el decorado, muebles, disposición de archivos y demás. La mirada fija y un poco inquisitiva del presidente, Maker Thompson la atribuyó a que acaso estaba enterado que pronto debía sustituirlo, después de la próxima junta de accionistas, por mayoría absoluta.

– ¿Quién es Richard Wotton? -le preguntó.

Tan a quemacuerpo fue la pregunta que Maker Thompson estuvo a punto de llevarse el pulgar al tirante, jugar con el elástico sobre su camisa de seda, y contestarle: «Era, porque yo lo maté.»

– Richard Wotton hace muchísimos años que murió. Era el visitante que iba conmigo en la vagoneta que volcó en la «Vuelta del Mico».

– Pero después de muerto, viajó…

– Sí, viajó encajonado en el vapor «Turrealba».

– Eso cree usted, Maker…

– ¿Cómo eso creo yo? ¡Es así! Yo conduje a Richard Wotton, después de extraerlo con gran dificultad del barranco donde se fracturó la base del cráneo, según diagnóstico de los médicos, y al fallecer lo conduje ya muerto hasta la nave…

– Pues revivió, Maker Thompson…

Geo Maker movió la cabeza parpadeando, como si quisiera significar que aquello, dicho con tanto aplomo por el presidente de la Compañía, podía ser posible, siempre que el dinero en su inmenso poder taumatúrgico hubiera podido resucitarlo al llegar a los Estados Unidos.

– ¿Revivió?

– No lo dude, Maker Thompson, y no revivió en el «Turrealba», sino en el «Sizaloa», difunto que presentó al Departamento de Estado un informe completo, categórico, documentado hasta con gráficos, donde se establece en forma incuestionable todos los atropellos, vejaciones, sobornos, crímenes y… ¡qué sé yo!… que la «Tropical Platanera» ha cometido por allá…

– ¿Richard Wotton no era el honorable visitante? -preguntó una vez más, sin creer lo que oía, Geo Maker.

– ¡Qué iba a ser!… El honorable visitante era un chiflado accionista de la Compañía que le dio por conocer las plantaciones.

– Pero allá estaba recogiendo las quejas…

– Oiría los informes porque, como Jinger Kind, era chiflado…

Maker Thompson juntó las manos, entrecruzando los dedos, y por un momento las agitó sin pronunciar palabra.

– Sin embargo, nada se ha perdido… -siguió el presidente de la Compañía -, salvo lo de la anexión; en la anexión ni pensar… Pero debemos proceder sobre la marcha, si no queremos que, como la anexión, se nos esfume el negocio. Hay que ir allá y lograr de las autoridades declaraciones enfáticas del beneficio económico que para ese país significa nuestra presencia, por ser la empresa que paga salarios más altos y emplea más braceros… Hay que comprar jefes de Estado, diputados, magistrados, alcaldes… Todo ser con mando, influencia, poder, debe loar nuestra gestión agrícola, comercial, económica social a tambor batiente… Y para ello mucho dinero a los periódicos, a los periodistas, a los corresponsales, obsequios a las casas de pobres, asilos de ancianos, casas de beneficencia, y a los templos… ¿Qué religión tienen allí?…

– Católicos…

– Bueno, aunque da asco ayudar a los cochinos católicos, hay que llenarles sus alcancías. Y en la prensa, poco texto, ¿eh?, poco texto y muchas fotografías: nuestros cultivos, nuestros hospitales, nuestros transportes, nuestras escuelas…

– No hay…

– Pues debemos fundarlas inmediatamente. Sobre la marcha. Tres, cuatro, cinco, diez escuelas. Las que sean necesarias. Lo indispensable es que se vean maestros y alumnos en fotografías… Y agencias de noticias mundiales…

– Operan varias…

– Algunas son subsidiarias nuestras y las manejamos, están a nuestro servicio. Lo que urge es una movilización completa para anular la acción del Secretario de Estado, que está por acabar con su trabajo de quince años de una plumada.

– ¿Quién era, cómo se llamaba el honorable visitante? -repitió la pregunta Maker Thompson, que no oía nada.

– Se llamaba Charles Peifer…

– Pero ése no era su verdadero nombre. Charles Peifer se puso, pero se llamaba Richard Wotton.

– Charles Peifer se llamaba y era Charles Peifer; tres niños y una viuda hermosa heredaron sus acciones, y piensan votar por usted, Maker Thompson, en la próxima reunión de accionistas; le han vivido eternamente agradecidos.

– ¡Qué equivocación tan tremenda!… -se repetía Maker Thompson.

– Richard Wotton, no sé si usted lo conoció, andaba por allí como arqueólogo. El documento en que nos acusa es algo pasmoso, pero vamos a sepultarlo bajo la avalancha ensordecedora del clamor que se alzará de todos los pueblos del Caribe reclamando nuestra presencia y saludándonos como mensajeros de la civilización y del progreso, heraldos de bienestar y riqueza. Hablaba usted del peligro amarillo, pues ahora es la oportunidad de ponerlo de manifiesto… nidos de espías japoneses…, hilos de conspiradores al servicio del Mikado…, mapas…, papeles…, claves…, submarinos en las aguas del Pacífico bordeando las costas de Centroamérica… Y el peligro del embotellamiento de nuestra flota al destruirse el Canal de Panamá, débil como una caja de fósforos por eso de las exclusas…

– ¿Richard Wotton -volvió a preguntar Maker Thompson, como hablando en el vacío-, Richard Wotton era el arqueólogo?

– De esa treta se valió para penetrar en las plantaciones, en nuestros secretos, pues indudablemente tuvo acceso a muchos archivos.

El presidente de la «Tropical Platanera, S. A.» vio a Maker Thompson levantarse y salir, sin hacer sonar los pasos.

¿Cómo hacer volver de la muerte a Charles Peifer?

Menos mal que está enterrado aquí, vestido de explorador, en un féretro de doble fondo, con cristal para verle la cara, los ojos cerrados, como lo encontraron en el fondo del barranco de la «Vuelta del Mico». Si lo entierran en el trópico desaparece por completo, no queda ni el cadáver. Allá los muertos se van y no vuelven. La muerte no es eterna, sino pasajera…

Irremediable… Una viuda y niños que ya deben ser jóvenes, dispuestos a votar por él en la próxima junta de accionistas… No se presentará como candidato…

Los voceadores gritaban esa noche por las calles de Chicago: ¡Noticia sensacional!… ¡Noticia sensacional!… Geo Maker Thompson, el Papa Verde, se retira a la vida privada, no acepta la presidencia de la Compañía…

Irremediable…

No podía hacer regresar a Peifer de la muerte… Tampoco podía regresar de la vida al ser que crecía en las entrañas de Aurelia, hijo de Richard Wotton…

Mil millones de dólares… Mil quinientos millones de dólares… Mil ochocientos millones de dólares… Dos mil millones de dólares… Irremediable… Irremediable…

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