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– Brida -dijo.

Su Otra Parte se giró.

– Se fue a dar una vuelta por ahí -respondió gentilmente.

Durante un momento que pareció eterno, miró al hombre que tenía delante de él.

– Usted debe ser el Mago de quien Brida me habla tanto -dijo Lorens-. Siéntese con nosotros. Ella llegará en seguida.

Pero Brida ya había llegado. Estaba delante de ambos, con ojos asustados y la respiración entrecortada. Desde el otro lado de la hoguera, el Mago presintió una mirada. Conocía aquella mirada, una mirada que no podía ver los puntos luminosos, ya que sólo las Otras Partes se identifican entre sí. Pero era una mirada antigua y profunda, una mirada que conocía la Tradición de la Luna y el corazón de mujeres y hombres.

El Mago giró y se enfrentó a Wicca. Ella sonrió desde el otro lado de la hoguera; en una fracción de segundo, había comprendido todo.

Los ojos de Brida también estaban fijos en el Mago. Brillaban de contento. Él había llegado.

– Quiero que conozcas a Lorens -dijo-. La fiesta empezó a ser divertida de repente, no necesitaba más explicaciones.

El Mago aún estaba en un estado alterado de conciencia. Vio el aura de Brida cambiando rápidamente de color, yendo hacia el tono que Wicca había elegido.

La chica estaba alegre, contenta porque él había llegado, y cualquier cosa que dijera o hiciese podía estropear su Iniciación aquella noche. Tenía que dominarse a cualquier precio.

– Mucho gusto -le dijo a Lorens-. ¿Qué tal si me ofrece un vaso de vino?

Lorens sonrió y extendió la damajuana. -Bienvenido al grupo -dijo-. Le gustará la fiesta.

Al otro lado de la hoguera, Wicca desvió los ojos y respiró aliviada, Brida no había percibido nada. Era una buena discípula, no le gustaría alejarse de la Iniciación aquella noche simplemente por no haber conseguido dar el paso más sencillo de todos: participar de la alegría de los otros.

"Él cuidará de sí mismo." El Mago tenía años de trabajo y disciplina a sus espaldas. Sabría dominar un sentimiento, por lo menos el tiempo suficiente como para colocar otro sentimiento en su lugar. Lo respetaba por su trabajo y obstinación y sentía cierto recelo de su inmenso poder.

Conversó con algunos invitados más, pero no consiguió alejar la sorpresa por lo que acababa de presenciar. Entonces, aquél era el motivo, el motivo por el que había prestado tanta atención a aquella chica que, al fin y al cabo, era una hechicera igual a todas las otras que habían pasado varias encarnaciones aprendiendo la Tradición de la Luna.

Brida era su Otra Parte.

"Mi instinto femenino está funcionando mal." Había imaginado todo, menos lo más obvio. Se consoló pensando que el resultado de su curiosidad había sido positivo: era el camino escogido por Dios para que reencontrase a su discípula.

El Mago vio a un conocido a lo lejos y se disculpó del grupo para ir a hablar con él. Brida estaba eufórica, le gustaba tenerlo a su lado, pero pensó que era mejor dejarlo ir. Su instinto femenino le decía que no era aconsejable que él y Lorens se quedasen mucho tiempo juntos, podían hacerse amigos, y cuando dos hombres están enamorados de la misma mujer, es preferible que se odien a que se hagan amigos. Porque, en este caso, terminaría perdiendo a ambos.

Miró a las personas alrededor de la hoguera y deseó bailar también. Invitó a Lorens, él vaciló un segundo, pero acabó aceptando. Las personas giraban y daban palmas, bebían vino y golpeaban con llaves y ramas los botellones vacíos. Siempre que pasaba delante del Mago, él sonreía y levantaba un brindis. Ella estaba en uno de sus mejores días.

Wicca entró en la rueda. Todos estaban relajados y contentos. Los invitados, antes preocupados con lo que irían a contar, asustados con lo que podían ver, ahora se integraban definitivamente al Espíritu de aquella noche. La primavera había llegado, era preciso celebrar, llenar el alma de fe en los días de sol, olvidar lo más rápidamente posible las tardes grises y las noches de soledad dentro de casa.

El sonido de las palmas crecía y ahora Wicca dirigía el ritmo. Era sincopado, constante, todos con los ojos fijos en la hoguera. Nadie sentía ya frío, parecía que el verano ya estaba allí. Las personas en torno de la hoguera empezaron a sacarse los suéteres.

– ¡Vamos a cantar! -dijo Wicca. Repitió algunas veces una música simple, compuesta de sólo dos estrofas; al poco tiempo estaban todos cantando con ella. Pocas personas sabían que se trataba de un mantra de hechiceras, donde lo importante era el sonido de las palabras y no su significado. Era un sonido de unión con los Dones y aquellos que tenían la visión mágica -como el Mago y otros Maestros presentes- podían ver las fibras luminosas de varias personas uniéndose.

Lorens se cansó de bailar y fue a ayudar a los "músicos" con sus damajuanas. Otros fueron apartándose de la hoguera, algunos porque estaban cansados, otros porque Wicca les pedía que ayudaran a marcar el ritmo. Sin que nadie -excepto los Iniciados- se diese cuenta de lo que estaba sucediendo, la fiesta comenzaba a penetrar en territorio sagrado. En poco tiempo quedaron en torno a la fogata solamente las mujeres de la Tradición de la Luna y las hechiceras que iban a ser iniciadas.

Incluso los discípulos de Wicca habían dejado de bailar; existía otro ritual, otra fecha para la Iniciación de los hombres. En aquel momento, lo que rodaba en el plano astral directamente encima de la hoguera era la energía femenina, la energía de la transformación. Así había sido desde los tiempos remotos.

Brida empezó a sentir mucho calor. No podía ser el vino, porque había bebido poco. Seguramente serían las llamas de la hoguera. Tuvo unas ganas inmensas de sacarse la blusa, pero le daba vergüenza, una vergüenza que iba perdiendo el sentido a medida que cantaba aquella música simple, daba palmas y bailaba alrededor del fuego. Sus ojos ahora estaban fijos en la llama y el mundo parecía cada vez menos importante, una sensación muy parecida a la que sintió cuando las cartas del tarot se revelaron por primera vez.

"Estoy entrando en un trance -pensaba-. Bueno, ¿y qué?; la fiesta está animada."

"Qué música tan extraña", se decía Lorens a sí mismo mientras mantenía el ritmo en el botellón. Su oído, entrenado para escuchar al propio cuerpo, estaba percibiendo que el ritmo de las palmas y el son de las palabras vibraban exactamente en el centro del pecho, como cuando oía los tambores más graves en un concierto de música clásica. Lo curioso es que el ritmo parecía también estar definiendo los latidos de su corazón.

A medida que Wicca iba acelerando, su corazón también se iba acelerando. Aquello debía estarle pasando a todo el mundo.

"Estoy recibiendo más sangre en el cerebro", explicaba su pensamiento científico. Pero estaba en un ritual de brujas y no era hora de pensar en esto; podía hablar con Brida después.

– ¡Estoy en una fiesta y sólo quiero divertirme! -dijo en voz alta. Alguien a su lado concordó con él y las palmas de Wicca aumentaron el ritmo un poco más.

"Soy libre. Siento orgullo de mi cuerpo, porque es la manifestación de Dios en el mundo visible." El calor de la hoguera estaba insoportable. El mundo parecía distante y ella no quería preocuparse más por cosas superficiales. Estaba viva, la sangre corriendo por sus venas, completamente entregada a su búsqueda. Danzar en torno de aquella hoguera no era nuevo para ella, porque aquellas palmas, aquella música, aquel ritmo despertaban de nuevo recuerdos adormecidos, de épocas en las que era Maestra de la Sabiduría del Tiempo. No estaba sola, porque aquella fiesta era un reencuentro, un reencuentro consigo misma y con la Tradición que había cargado a través de muchas vidas. Sintió un profundo respeto por sí misma.

Estaba otra vez en un cuerpo, y era un bello cuerpo, que luchó durante millones de años para sobrevivir en un mundo hostil. Habitó el mar, se arrastró hacia la tierra, se subió a los árboles, caminó con los cuatro miembros y ahora pisaba, orgullosamente, con los dos pies en la tierra. Aquel cuerpo merecía respeto por su lucha durante tanto tiempo. No existían cuerpos bellos o cuerpos feos, porque todos habían hecho la misma trayectoria, todos eran la parte visible del alma que los habitaba.

Sentía orgullo, un profundo orgullo de su cuerpo. Se sacó la blusa.

No llevaba sostén, pero eso no importaba. Sentía orgullo de su cuerpo y nadie podía reprobarla a causa de ello; aunque tuviese setenta años, continuaría teniendo orgullo de su cuerpo, ya que era a través de él como el alma podía realizar sus obras.

Las otras mujeres en torno de la hoguera hacían lo mismo; esto tampoco importaba.

Se desabrochó el cinturón y quedó completamente desnuda. En este momento tuvo una de las más completas sensaciones de libertad de toda su vida. Porque no estaba haciendo esto por ninguna razón. Lo hacía porque la desnudez era la única manera de mostrar lo libre que estaba su alma en aquel momento. No importaba que otras personas estuviesen presentes, vestidas y mirando, todo lo que quería es que ellas sintiesen por sus cuerpos lo que ella estaba sintiendo ahora por el suyo. Podía bailar libremente y nada más impedía sus movimientos. Cada átomo de su cuerpo estaba tocando el aire, y el aire era generoso, traía desde muy lejos secretos y perfumes, para que la tocasen de la cabeza a los pies.

Los hombres y los invitados que golpeaban los botellones notaron que las mujeres en torno a la hoguera estaban desnudas. Daban palmadas, se tomaban de las manos y ora cantaban en un tono suave, ora en un tono frenético. Nadie sabía quién estaba dictando aquel ritmo, si eran los botellones, si eran las palmadas, si era la música. Todos parecían conscientes de lo que estaba sucediendo, pero si alguien se hubiera atrevido a intentar salir del ritmo en aquel momento, no lo habría logrado. Uno de los mayores problemas de la Maestra, a aquella altura del ritual, era no dejar que las personas percibieran que estaban en trance. Tenían que tener la impresión de controlarse a sí mismas, aun cuando no se controlasen. Wicca no estaba violentando la única Ley que la Tradición castigaba con excepcional severidad: interferir en la voluntad de los otros.

Porque todos los que estaban allí sabían que estaban en un Sabbat de hechiceras, y para las hechiceras, la vida es comunión con el Universo.

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