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Todo esto, no obstante, llegaría a su debido tiempo. Tenía todo el tiempo del mundo, ahora que había reencontrado su destino, tenía a alguien para ayudarla. La Eternidad era suya.

Todas las personas aparecían con colores extraños a su alrededor y Brida quedó un poco desorientada. Prefería el mundo como era antes.

Las hechiceras terminaron de cantar.

– La iniciación de la Luna está hecha y consumada -dijo Wicca-. El mundo ahora es el campo y vosotras cuidaréis de que la cosecha sea fértil.

– Tengo una sensación extraña -dijo una de las Iniciadas-. No consigo ver bien.

Vosotras estáis viendo el campo de energía que rodea a las personas, el aura, como nosotras la llamamos. Éste es el primer paso en el mundo de los Grandes Misterios. Esta sensación pasará dentro de poco y más tarde ya os enseñaré cómo despertarla de nuevo.

Con un gesto rápido y ágil, tiró su daga ritual al suelo. La daga se clavó en la tierra, el extremo aún balanceándose por la fuerza del impacto.

– La ceremonia ha terminado -dijo.

Brida se dirigió hacia Lorens. Los ojos de él brillaban y ella sentía todo su orgullo y su amor. Podían crecer juntos, crear juntos una nueva forma de vida, descubrir todo el Universo que se ofrecía ante ellos, esperando a personas con un poco de valentía.

Pero había otro hombre. Mientras conversaba con el Maestro, había hecho su elección. Porque este otro hombre sabría cómo tomar su mano en momentos difíciles y conducirla con experiencia y amor a través de la Noche Oscura de la Fe. Aprendería a amarlo y su amor sería tan grande como su respeto hacia él. Ambos caminaban por la misma senda del conocimiento, gracias a él había llegado hasta allí. Con él terminaría por aprender, un día, la Tradición del Sol.

Ahora sabía que era una bruja. Había aprendido durante muchos siglos el arte de la hechicería y estaba de vuelta en su lugar. La sabiduría era, a partir de esta noche, lo más importante de su vida.

– Podemos irnos -le dijo a Lorens, en cuanto se acercó. Él miraba con admiración a la mujer vestida de negro que tenía delante; Brida, no obstante, sabía que el Mago la estaba viendo vestida de azul.

Extendió la mochila con sus otras ropas.

Ve tú delante, a ver si encuentras a alguien que nos lleve. Tengo que hablar con una persona.

Lorens tomó la mochila. Pero tan solo dio algunos pasos en dirección al camino que cruzaba el bosque. El ritual había terminado y estaban otra vez en el mundo de los hombres, con sus amores, sus celos y sus guerras de conquista.

El miedo también había vuelto. Brida estaba rara. -No sé si existe Dios -dijo a los árboles que lo rodeaban-. Y no puedo pensar en eso ahora, porque también enfrento el misterio.

Sintió que hablaba de una manera diferente, con una seguridad extraña, que nunca había creído poseer. Pero, en aquel momento, creyó que los árboles lo estaban escuchando.

"Quizá las personas de aquí no me entiendan, quizá desprecien mis esfuerzos, pero sé que tengo tanto valor como ellas porque busco a Dios sin creer en Él."

"Si Él existe, El es el Dios de los Valientes."

Lorens notó que sus manos temblaban un poco. La noche había pasado sin que pudiese comprender nada. Percibía que había entrado en un trance y esto era todo. Pero el temblor de sus manos no era debido a esta inmersión en la Noche Oscura, a la que Brida acostumbraba referirse.

Miró hacia el cielo, aún repleto de nubes bajas. Dios era el Dios de los Valientes. Y sabría entenderlo, porque son valientes aquellos que toman decisiones con miedo. Que son atormentados por el demonio a cada paso del camino, que se angustian con todo lo que hacen, preguntando si están equivocados o no.

Y aun así, actúan. Actúan porque también creen en milagros como las hechiceras que bailaban, aquella noche, en torno a la hoguera.

Dios podía estar intentando volver a él a través de aquella mujer, que ahora se alejaba en dirección a otro hombre. Si ella se fuese, tal vez El se alejaría para siempre. Ella era su oportunidad, porque sabía que la mejor manera de sumergirse en Dios era por medio del amor. No quería perder la oportunidad de recuperarlo.

Respiró hondo, sintiendo el aire puro y frío del bosque y se hizo a sí mismo una promesa sagrada.

Dios era el Dios de los valientes.

Brida caminó en dirección al Mago. Los dos se encontraron cerca de la hoguera. Las palabras eran difíciles. Fue ella quien rompió el silencio.

– Llevamos el mismo camino. Él asintió con la cabeza. -Entonces vamos a seguirlo juntos. -Pero tú no me amas -dijo el Mago.

– Sí te amo. Aún no conozco mi amor por ti, pero te amo. Tú eres mi Otra Parte.

La mirada del Mago, sin embargo, estaba distante. Se acordaba de la Tradición del Sol y una de las más importantes lecciones de la Tradición del Sol era el Amor. El Amor era el único puente entre lo invisible y lo visible que todas las personas conocían. Era el único lenguaje eficiente para traducir las lecciones que el Universo enseñaba todos los días a los seres humanos. -No me voy -dijo ella-. Me quedo contigo. -Tu enamorado te está esperando -respondió el Mago-. Yo bendeciré vuestro amor.

Brida lo miró sin entender.

– Nadie puede poseer una salida de sol como aquella que vimos una tarde -continuó-. Así como nadie puede poseer una tarde con lluvia golpeando las ventanas, o la serenidad que un niño durmiendo derrama alrededor, o el momento mágico de las olas rompiendo en las rocas. Nadie puede poseer lo más bello que existe en la Tierra, pero podemos conocer y amar. A través de estos momentos, Dios se muestra a los hombres.

No somos dueños del sol, ni de la tarde, ni de las olas, ni siquiera de la visión de Dios, porque no podemos poseernos a nosotros mismos.

El Mago extendió la mano hacia Brida y le entregó una flor.

– Cuando nos conocimos, y parece que yo siempre te conocí, porque no consigo recordar cómo era el mundo antes, te mostré la Noche Oscura. Quería ver cómo enfrentabas tus propios límites. Ya sabía que estaba delante de mi Otra Parte, y esta Otra Parte iba a enseñarme todo lo que yo necesitaba aprender, éste fue el motivo por el que Dios dividió al hombre y a la mujer.

Brida tocaba la flor. Era la primera flor que veía en muchos meses. La primavera había llegado.

– Las personas dan flores de regalo porque en las flores está el verdadero sentido del Amor. Quien intente poseer una flor, verá marchitarse su belleza. Pero quien se limite a mirar una flor en un campo, permanecerá para siempre con ella. Porque ella combina con la tarde, con la puesta de sol, con el olor de tierra mojada y con las nubes en el horizonte.

Brida miraba la flor. El Mago volvió a tomarla y la devolvió al bosque.

Los ojos de Brida se llenaron de lágrimas. Estaba orgullosa de su Otra Parte.

– El bosque me enseñó esto: que tú nunca serás mía y por eso te tendré para siempre. Tú fuiste la esperanza de mis días de soledad, la angustia de mis momentos de duda, la certeza de mis instantes de fe.

"Porque sabía que mi Otra Parte iba a llegar un día, me dediqué a aprender la Tradición del Sol. Sólo por tener la certeza de tu existencia, es por lo que continué existiendo."

Brida no conseguía reprimir las lágrimas. -Entonces tú llegaste y entendí todo esto. Llegaste para liberarme de la esclavitud que yo mismo me había creado, para decirme que estaba libre, que podía volver al mundo y a las cosas del mundo. Yo entendí todo lo que necesitaba saber y te amo más que a todas las mujeres que conocí en mi vida, más de lo que amé a la mujer que me desvió, sin querer, hacia el bosque. Me acordaré siempre de que el amor es la libertad. Ésta fue la lección que tardé tantos años en aprender.

Esta fue la lección que me exilió, y que ahora me libera.

Las llamas crepitaban en la hoguera y los pocos invitados que quedaban comenzaban a despedirse. Pero Brida no escuchaba nada de lo que estaba pasando. -¡Brida! -oyó una voz distante.

– El te está mirando, muchacha -dijo el Mago. Era la frase de una vieja película que había visto. Se sentía alegre, porque había girado otra página importante de la Tradición del Sol. Sintió la presencia de su Maestro, él había escogido también esta noche para su nueva Iniciación.

– Me acordaré toda la vida de ti y tú de mí. Así como nos acordaremos del atardecer, de las ventanas con lluvia, de las cosas que tendremos siempre porque no podemos poseerlas.

– ¡Brida! volvió a llamar Lorens.

Ve en paz -dijo el Mago- y seca esas lágrimas. O di que se deben a las cenizas de la hoguera.

No me olvides nunca.

Sabía que no necesitaba decir aquello. Pero, de todas formas, lo dijo.

Wicca reparó en que tres personas habían olvidado sus botellones vacíos. Tenía que telefonearles y pedir que vinieran a buscarlos.

– Dentro de poco se apagará el fuego -dijo.

Él continuó en silencio. Aún había llamas en la hoguera y tenía los ojos fijos en ellas.

– No me arrepiento de haber estado un día enamorada de ti -continuó Wicca.

– Ni yo -respondió el Mago.

Ella tuvo unas ganas tremendas de hablar sobre la muchacha. Pero permaneció callada. Los ojos del hombre que tenía a su lado inspiraban respeto y sabiduría.

– Qué lástima que yo no sea tu Otra Parte -ella retomó el tema-. Habríamos sido una gran pareja. Pero el Mago no escuchaba lo que Wicca estaba diciendo. Había un mundo inmenso delante de él y muchas cosas por hacer. Era necesario ayudar a construir el jardín de Dios, era necesario enseñar a las personas a aprender por sí mismas. Iba a encontrar a otras mujeres, enamorarse y vivir intensamente esta encarnación. Aquella noche completaba una etapa en su existencia y una nueva Noche Oscura se extendía ante él. Pero iba a ser una fase más divertida, más alegre y más cercana a todo aquello que había soñado. Lo sabía gracias a las flores, a los bosques, a las chicas que llegan un día dirigidas por la mano de Dios, sin saber que están allí para conseguir que se cumpla el destino. Lo sabía gracias a la Tradición de la Luna y a la Tradición del Sol.

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