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Más tarde, cuando esta noche fuese apenas un recuerdo, ninguna de aquellas personas comentaría lo que vio. No había ninguna prohibición al respecto, pero quien estaba allí sentía la presencia de una fuerza poderosa, una fuerza misteriosa y sagrada, intensa e implacable, que ningún ser humano osaría desafiar.

– ¡Girad! -dijo la única mujer vestida con un traje negro que llegaba hasta sus pies. Todas las otras, desnudas, danzaban, daban palmas y ahora giraban sobre sí mismas.

Un hombre colocó al lado de Wicca una pila de vestidos. Tres de ellos serían utilizados por primera vez, dos de los cuales presentaban grandes semejanzas de estilo. Eran personas con el mismo Don, el Don se materializaba en la manera de soñar la ropa.

Ya no necesitaba dar palmas, las personas continuaban actuando como si ella aún dirigiese el ritmo.

Se arrodilló, colocó los dos pulgares sobre su cabeza y comenzó a trabajar el Poder.

El Poder de la Tradición de la Luna, la Sabiduría del Tiempo, estaba allí. Era un poder peligrosísimo, que las hechiceras sólo conseguían invocar una vez que se convertían en Maestras. Wicca sabía cómo manejarlo, pero, aun así, pidió protección a su Maestro.

En aquel poder habitaba la Sabiduría del Tiempo. Allí estaba la Serpiente, sabia y dominadora. Sólo la Virgen, manteniendo a la serpiente bajo su talón, podía subyugarla. Así, Wicca rezó también a la Virgen María, pidiéndole la pureza de alma, la firmeza de la mano y la protección de su manto para que pudiese bajar aquel Poder hasta las mujeres que estaban frente a ella, sin que éste sedujese o dominase a ninguna de ellas.

Con el rostro dirigido hacia el cielo, la voz firme y segura, recitó las palabras del apóstol San Pablo:

Si alguien destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá.

Pues el templo de Dios es santo, y este templo sois vos. Nadie se ilusione: si alguno, entre vosotros, juzga ser sabio a los ojos de este mundo, vuélvase loco para ser sabio pues la sabiduría de este mundo es locura ante Dios.

En efecto, está escrito: "El atrapa a los sabios en su propia astucia ".

Por consiguiente, que nadie busque en los hombres motivos de orgullo pues todo pertenece a vos.

Con algunos movimientos de mano, Wicca disminuyó el ritmo de las palmadas. Los botellones sonaron más lentamente y las mujeres comenzaron a girar a velocidad cada vez menor. Wicca mantenía al Poder bajo control y toda la orquesta tenía que funcionar bien, desde la más estridente trompa hasta el violín más suave. Para ello, necesitaba la ayuda del Poder, sin, no obstante, entregarse a él.

Palmeó y emitió los sonidos necesarios. Lentamente las personas pararon de tocar y de bailar. Las hechiceras se aproximaron a Wicca y tomaron sus vestidos, sólo tres mujeres permanecieron desnudas. En aquel momento, se completaba una hora y veintiocho minutos de sonido continuo, y el estado de conciencia de todos los presentes estaba alterado, sin que ninguno de ellos, excepto las tres mujeres desnudas, hubiese perdido la noción de dónde estaban y de lo que estaban haciendo.

Las tres mujeres desnudas, sin embargo, se encontraban completamente en trance. Wicca extendió su daga ritual hacia adelante y dirigió toda la energía concentrada hacia ellas.

Sus Dones se presentarían en pocos instantes. Ésta era la forma de servir al mundo, después de atravesar largos y tortuosos caminos, llegar hasta allí. El mundo las había probado de todas las maneras posibles; eran dignas de lo que habían conquistado. En la vida diaria continuarían con sus debilidades, con sus resentimientos, con sus pequeñas bondades y pequeñas crueldades. Continuarían con la agonía y el éxtasis, como todo el mundo que participa en un mundo todavía en transformación. Pero en su debido momento aprenderían que cada ser humano tiene, dentro de sí, algo mucho más importante que él mismo: su Don. Pues en las manos de cada persona Dios colocó un Don, el instrumento que Él usaba para manifestarse al mundo y ayudar a la Humanidad. Dios había escogido al propio ser humano como Su brazo en la Tierra.

Algunos entendían su Don por la Tradición del Sol, otros por la Tradición de la Luna. Pero todos terminaban aprendiendo, aunque tuvieran que pasar algunas encarnaciones intentándolo.

Wicca se situó ante una gran piedra, colocada allí por sacerdotes celtas. Las hechiceras, con sus ropas negras, formaron un semicírculo a su alrededor.

Miró a las tres mujeres desnudas. Tenían los ojos brillantes.

Venid aquí.

Las mujeres se aproximaron hasta el centro del semicírculo. Wicca entonces les pidió que se acostaran con la frente tocando el suelo y los brazos abiertos en forma de cruz.

El Mago vio a Brida tumbándose en el suelo. Intentó fijarse solamente en su aura, pero era un hombre, y un hombre mira el cuerpo de una mujer.

No quería recordar. No quería saber si estaba sufriendo o no. Tenía conciencia de apenas una cosa, que la misión de su Otra Parte ante él estaba cumplida.

"Lástima haber estado tan poco con ella." Pero no podía pensar así. En algún lugar del Tiempo compartieron el mismo cuerpo, sufrieron los mismos dolores y fueron felices con las mismas alegrías. Estuvieron juntos en la misma persona, quién sabe si caminando por un bosque semejante a éste, mirando una noche donde las mismas estrellas brillaban en el cielo. Se rió de su Maestro, que le había hecho pasar tanto tiempo en el bosque, solamente para que pudiera entender su encuentro con la Otra Parte.

Así era la Tradición del Sol, obligando a cada uno a aprender aquello que precisaba y no sólo aquello que quería. Su corazón de hombre iba a llorar mucho tiempo, pero su corazón de Mago exultaba de alegría y agradecía al bosque.

Wicca miró a las tres mujeres echadas a sus pies y dio gracias a Dios por poder continuar el mismo trabajo por tantas vidas; la Tradición de la Luna era inagotable. El claro del bosque había sido consagrado por sacerdotes celtas en un tiempo ya olvidado, y de sus rituales había sobrado poca cosa como, por ejemplo, la piedra que estaba ahora a sus espaldas. Era una piedra inmensa, imposible de ser transportada por manos humanas, pero los Antiguos sabían cómo moverla a través de la magia. Construyeron pirámides, observatorios celestes, ciudades en montañas de América del Sur, utilizando apenas las fuerzas que la Tradición de la Luna conocía. Tal conocimiento ya no era necesario al hombre y fue apagado en el Tiempo para que no se volviese destructor. Aun así, a Wicca le hubiera gustado saber, sólo por curiosidad, cómo habían hecho aquello.

Algunos espíritus celtas estaban presentes y ella los saludó. Eran Maestros, que no se reencarnaban más y que formaban parte del gobierno secreto de la Tierra; sin ellos, sin la fuerza de su sabiduría, el planeta ya estaría desgobernado hace mucho tiempo. Los Maestros celtas flotaban en el aire, encima de los árboles que quedaban a la izquierda del claro, con el cuerpo astral envuelto en una intensa luz blanca. A través de los siglos ellos iban allí todos los Equinoccios, para saber si la Tradición aún se mantenía. Sí, decía Wicca, con cierto orgullo, los Equinoccios continuaban siendo celebrados incluso después de que toda la cultura celta fuera borrada de la historia oficial del mundo. Porque nadie consigue apagar la Tradición de la Luna, excepto la Mano de Dios.

Permaneció algún tiempo prestando atención a los sacerdotes. ¿Qué pensarían ellos de los hombres de hoy? ¿Sentirían nostalgia del tiempo en que frecuentaban aquel lugar, cuando el contacto con Dios parecía más simple y más directo? Wicca creía que no y su instinto lo confirmaba. Eran los sentimientos humanos los que construían el jardín de Dios y para esto era necesario que vi- viesen mucho, en muchas épocas, en muchas costumbres diferentes. Al igual que el resto del Universo, también el hombre seguía su camino de evolución, y cada día estaba mejor que el día anterior; aun cuando olvidara las lecciones de la víspera, aun cuando no aprovechase aquello que aprendió, aunque protestase, diciendo que la vida era injusta.

Porque el Reino de los Cielos es semejante a luna semilla que un hombre planta en el campo; él se duerme y se despierta, de día y de noche, y la simiente crece sin que él sepa cómo. Estas lecciones quedaban grabadas en el Alma del Mundo y beneficiaban a toda la Humanidad. Lo importante era que continuasen existiendo personas como las que estaban allí aquella noche, personas que no tenían miedo de la Noche Oscura del Alma, como decía el viejo y sabio san Juan de la Cruz. Cada paso, cada acto de fe, rescataba de nuevo a toda la raza humana. Mientras hubiese personas que supiesen que toda la sabiduría del hombre era locura ante Dios, el mundo continuaría su camino de luz.

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