Литмир - Электронная Библиотека
A
A

"Soy una hechicera", se dijo a sí misma, luchando contra un impulso cada vez mayor de entrar. Su Tradición ahora era diferente y, aun cuando fuese el mismo Dios, si ella cruzase aquellas puertas estaría profanando un lugar y siendo profanada por él.

Encendió un cigarrillo y contempló el horizonte, procurando no pensar más en ello. Intentó pensar en su madre. Tuvo ganas de volver corriendo a la casa, echarse a su cuello y contarle que dentro de dos días iba a ser iniciada en los Grandes Misterios de las hechiceras. Que había hecho viajes en el tiempo, que conocía la fuerza del sexo, que era capaz de saber lo que había en el escaparate de una tienda usando apenas las técnicas de la Tradición de la Luna. Necesitaba cariño y comprensión, porque también ella sabía historias que no podía contar a nadie.

El órgano paró de tocar y Brida volvió a oír las voces de la ciudad, el canto de los pájaros, el viento que golpeaba en las ramas y anunciaba la llegada de la primavera. Detrás de la iglesia una puerta se abrió y se cerró, alguien había salido. Por un momento, se vio de nuevo en un domingo cualquiera de su infancia, de pie donde estaba ahora, irritada porque la misa era larga y el domingo era el único día en que podía correr por los campos.

"Tengo que entrar." Tal vez su madre entendiese lo que estaba sintiendo; pero, en aquel momento, ella estaba lejos. Lo que tenía delante de sí era una iglesia vacía. Jamás había preguntado a Wicca cuál era era el papel del cristianismo en todo lo que estaba pasando. Tenía la impresión de que, si cruzase aquella puerta, estaría traicionando a las hermanas quemadas en la hoguera.

"No obstante, yo también fui quemada en la hoguera", se dijo para sí. Se acordó de la oración que Wicca hizo el día en que se conmemoraba el martirio de las brujas. Y en esta oración ella citó a Jesús y a la Virgen María. El amor estaba por encima de todo, y el amor no tenía odios, tan solo equívocos. Quizá, en alguna época, los hombres hubiesen decidido ser los representantes de Dios y cometieron sus errores.

Pero Dios nada tenía que ver con esto.

No había nadie allí cuando finalmente entró. Algunas velas encendidas mostraban que, aquella mañana, una persona se había preocupado en renovar su alianza con una fuerza que apenas presentía y, de esta forma, había cruzado el puente entre lo visible y lo invisible. Se arrepintió de lo que había pensado antes: también allí nada estaba explicado y las personas tenían que hacer su apuesta, sumergirse en la Noche Oscura de la Fe. Delante de ella, con los brazos abiertos en la cruz, estaba aquel Dios que parecía demasiado sencillo.

No podía ayudarla. Estaba sola en sus decisiones y nadie podría ayudarla. Tenía que aprender a correr riesgos. No poseía las mismas facilidades que el crucificado que tenía frente a ella, quien conocía su misión porque era hijo de Dios. Nunca se equivocó. No conoció el amor entre los hombres, sólo el amor por su Padre. Todo lo que tenía que hacer era mostrar su sabiduría y enseñar de nuevo a la Humanidad el camino de los cielos.

Pero, ¿sería sólo eso? Se acordó de la clase de catecismo de un domingo, cuando el padre estaba más inspirado que de costumbre.

Aquel día, estaban estudiando el episodio en que Jesús rezaba a Dios, sudando sangre y pidiendo que el cáliz que tenía que beber fuese apartado.

"Pero, si él ya sabía que era hijo de Dios, ¿por qué pidió esto?", había preguntado al padre.

"Porque él lo sabía tan solo con el corazón. Si hubiese tenido absoluta certeza, su misión no habría tenido sentido, porque no se habría transformado completamente en hombre. Ser hombre es tener dudas y, aun así, continuar su camino."

Miró otra vez a la imagen y por primera vez en toda su vida se sintió más próxima a ella; tal vez allí estuviese un hombre solo y con miedo, enfrentando a la muerte y preguntando: "Padre, Padre, ¿por qué me has abandonado?" Si dijo esto, es porque ni él tenía seguridad de sus pasos. Había hecho una apuesta, buceado en la Noche Oscura como todos los hombres, sabiendo que sólo encontraría la respuesta al final de toda su jornada. También él tuvo que pasar por la angustia de tomar decisiones en su vida, de abandonar a su padre, a su madre y a su pequeña ciudad para ir en busca de los secretos de los hombres, de los misterios de la Ley.

Si él había pasado por todo esto también había conocido el amor, aunque los Evangelios jamás hablasen de este tema, el amor entre personas era mucho más dificil de entender que el amor por un Ser Supremo. Pero ahora ella se acordaba que, cuando resucitó, la primera persona ante quien se apareció fue una mujer, que lo había acompañado hasta el final.

La imagen silenciosa parecía estar de acuerdo con ella. Había probado el vino, el pan, las fiestas, las personas y las bellezas del mundo. Era imposible que no hubiera conocido el amor de una mujer, y a causa de esto había sudado sangre en el Huerto de los Olivos, ya que era muy difícil dejar la tierra y entregarse por el amor de todos los hombres, después de conocer el amor de una única criatura.

Había probado todo lo que el mundo puede ofrecer y aun así continuó su caminata, sabiendo que la Noche oscura puede acabar en una cruz, o en una hoguera.

– Todos nosotros estamos en el mundo para correr los riesgos de la Noche Oscura, Señor. Tengo miedo de la muerte, pero no quiero perder la vida. Tengo miedo del amor, porque tiene que ver con cosas que están más allá de nuestra comprensión; su luz es inmensa, pero su sombra me asusta.

Se dio cuenta de que estaba rezando sin saber. El Dios simple la miraba; parecía entender sus palabras, y tomarlas en serio.

Por algún tiempo se quedó esperando una respuesta de Él, pero no oyó ningún sonido, ni percibió ninguna señal. La respuesta estaba allí, frente a ella, aquel hombre clavado en una cruz. Él había cumplido su parte y mostró al mundo que si cada cual cumpliese la suya, nadie más necesitaría sufrir. Porque ya había sufrido por todos los hombres que tuvieron el valor de luchar por sus sueños.

Brida lloró un poco, sin saber por qué estaba llorando.

El día amaneció nublado, pero no iba a llover. Lorens vivía desde hacía muchos años en aquella ciudad, ya entendía sus nubes. Se levantó y fue hasta la cocina a preparar un café.

Brida entró antes de que el agua hirviese. -Fuiste a dormir muy tarde ayer -dijo él. Ella no respondió.

– Hoy es el día -continuó-. Sé lo importante que es. Me gustaría mucho estar a tu lado.

– Es una fiesta -respondió Brida. -¿Qué quieres decir con esto?

– Es una fiesta. Desde que nos conocemos, siempre fuimos juntos a las fiestas. Estás invitado.

El Mago fue a ver si la lluvia del día anterior había perjudicado sus bromelias. Estaban perfectas. Se rió de sí mismo; al final, las fuerzas de la Naturaleza a veces conseguían entenderse.

Pensó en Wicca. Ella no iba a ver los puntos luminosos, porque sólo las Otras Partes pueden verlos entre sí; pero iba a notar la energía de los haces de luz circulando entre él y su discípula. Las hechiceras eran, antes que nada, mujeres.

La Tradición de la Luna llamaba a aquello "Visión del Amor" y, aun cuando esto pudiese suceder entre personas que estuviesen simplemente enamoradas -sin ninguna relación con la Otra Parte-, calculó que esa visión le iba a dar rabia. Rabia femenina, rabia de madrastra de Blancanieves, que no admitía a nadie más bella.

Wicca, no obstante, era una Maestra, y pronto iba a percibir lo absurdo de su pensamiento. Pero a esta altura su aura ya habría cambiado de color.

Entonces se aproximaría a ella, le besaría el rostro y le diría que estaba celosa. Ella diría que no. El le preguntaría por qué había sentido rabia.

Ella respondería que era una mujer y no necesitaba dar explicaciones de sus sentimientos. El le daría otro beso, porque estaría diciendo la verdad. Y le diría que tuvo mucha nostalgia de ella durante el tiempo que estuvieron separados y que aún la admiraba más que a cualquier otra mujer en el mundo, excepto Brida, porque Brida era su Otra Parte.

Wicca se quedaría contenta. Porque era sabia. "Estoy viejo. Me paso el tiempo imaginando conversaciones."

Pero no era debido a la edad, los hombres enamorados siempre se comportan así, reflexionó.

Wicca se puso contenta porque la lluvia había parado y las nubes se disiparían antes del anochecer. La Naturaleza tenía que estar de acuerdo con las obras del ser humano.

Todas las medidas estaban tomadas, cada persona había cumplido su papel, no faltaba nada.

Fue hasta el altar e invocó a su Maestro. Le pidió que estuviese presente aquella noche; tres nuevas hechiceras serían iniciadas en los Grandes Misterios y la responsabilidad sobre sus hombros era enorme.

Después, fue a la cocina a preparar el café. Hizo jugo de naranja, tostadas y comió algunas galletas dietéticas. Continuaba aún cuidando su apariencia, sabía lo bonita que era. No precisaba abdicar de su belleza apenas para probar que también era inteligente y capaz.

Mientras revolvía distraída el café, se acordó de un día como éste, muchos años atrás, cuando su Maestro selló su destino con los Grandes Misterios. Por unos instantes, intentó imaginar quién era entonces, cuáles eran sus sueños, qué esperaba de la vida.

"Estoy vieja. Me paso el tiempo recordando el pasado", dijo en voz alta. Acabó el café rápidamente e inició sus preparativos. Aún tenía algo que hacer.

Sabía, sin embargo, que no se estaba volviendo vieja. En su mundo no existía el Tiempo.

Brida se sorprendió por el gran número de automóviles estacionados al lado de la carretera. Las nubes pesadas de la mañana habían sido sustituidas por un cielo claro, donde la puesta de sol mostraba sus últimos rayos; a pesar del frío, aquel era el primer día de primavera.

Ella invocó la protección de los espíritus del bosque y después miró a Lorens. El repitió las mismas palabras, un poco avergonzado, pero contento de estar allí. Para que continuasen unidos, era necesario que cada uno pisase, de vez en cuando, la realidad del otro. También entre los dos había un puente entre lo visible y lo invisible. La magia estaba presente en todos los actos.

Caminaron rápidamente por el bosque y pronto entraron en el claro. Brida esperaba algo parecido; hombres y mujeres de todas las edades, y probablemente con las profesiones más diversas, estaban reunidos en grupos, conversando entre sí, procurando aparentar que todo aquello pareciera la cosa más natural del mundo. No obstante, estaban tan perplejos como ellos. -¿Son todos estos? -Lorens no esperaba aquello.

29
{"b":"87735","o":1}