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La madre mojó una magdalena en la taza de té y comió con delicadeza. Sus ojos corrieron en busca de un tiempo casi perdido.

– Sí. Los amé.

Brida se detuvo y la miró espantada.

La madre sonrió. Y la invitó a continuar el paseo. -Tu padre fue mi primer y más grande amor -dijo, cuando salieron del restaurante-. Soy feliz a su lado. Tuve todo lo que soñé cuando era mucho más joven que tú. En aquella época, tanto mis amigas como yo creíamos que el único motivo de la vida era el amor. Quien no consiguiese encontrar a alguien, no podría decir que había realizado sus sueños.

Vuelve al tema, mamá -Brida estaba impaciente. -Tenía sueños muy diferentes. Soñaba, por ejemplo, en hacer lo mismo que tú has hecho: ir a vivir a una ciudad grande, conocer el mundo que existía más allá de los límites de mi aldea. La única forma de conseguir que mis padres aceptasen mi decisión, era diciendo que necesitaba estudiar fuera, realizar algún curso que no existiese en las cercanías.

Pasé muchas noches despierta, pensando en la conversación que mantendría con ellos. Planeaba cada frase que diría, lo que ellos contestarían, y cómo debía argumentar nuevamente.

Su madre jamás le había hablado de aquella manera. Brida escuchaba con cariño, y sintió algún arrepentimiento. Podrían haber disfrutado otros momentos como éste, pero cada una estaba presa en su mundo y en sus valores.

– Dos días antes de mi conversación con ellos, conocí a tu padre. Miré sus ojos y tenían un brillo especial, como si yo hubiese encontrado a la persona que más deseaba encontrar en la vida.

– Conozco esto, mamá.

– Después que conocí a tu padre, entendí también que mi búsqueda estaba terminada. Ya no necesitaba una explicación para el mundo, ni me sentía frustrada por vivir aquí, entre las mismas personas, y haciendo las mismas cosas. Cada día pasó a ser diferente, a causa del inmenso amor que uno sentía por el otro.

Nos hicimos novios y nos casamos. Nunca le hablé de mis sueños de vivir en una ciudad grande, de conocer otros lugares y otras personas. Porque, de repente, el mundo entero cabía en mi aldea. El amor explicaba mi vida.

– Hablaste de otra persona, mamá.

– Quiero mostrarte una cosa -fue todo lo que dijo.

Caminaron hasta el comienzo de una escalinata que llevaba a la única iglesia católica del lugar, y que ya había sido construida y destruida durante varias guerras religiosas. Brida acostumbraba ir a misa allí todos los domingos, y subir aquellos escalones -cuando era niña- era un verdadero suplicio. Al principio de cada pasamanos había una estatua de un santo -San Pablo a la izquierda, y el apóstol Santiago a la derecha-, ya bastante destruida por el tiempo y por los turistas. El suelo estaba cubierto de hojas secas como si, en aquel lugar, en vez de la primavera, estuviese llegando el otoño.

La iglesia estaba situada en lo alto de la colina y era imposible verla desde donde estaban, debido a los árboles. Su madre se sentó en el primer escalón e invitó a Brida a hacer lo mismo.

– Fue aquí -dijo la madre-. Un día, por algún motivo que ya no consigo recordar, decidí rezar durante toda la tarde. Necesitaba estar sola, reflexionar sobre mi vida, y pensé que, tal vez, la iglesia sería un buen lugar para ello.

Sin embargo, cuando llegué aquí, encontré a un hombre. Estaba sentado ahí donde estás tú, con dos maletas a su lado, y parecía perdido, buscando algo desesperadamente en un libro abierto que tenía en sus manos. Pensé que tal vez sería un turista en busca de hotel, y decidí acercarme. Yo misma inicié la conversación. Al principio se quedó un poco extrañado, pero en seguida se sintió a gusto.

Me dijo que no estaba perdido. Era un arqueólogo, y se dirigía con su automóvil hacia el Norte -donde había encontrado algunas ruinas- cuando se le paró el motor. Un mecánico ya estaba en camino y había aprovechado la espera para conocer la iglesia. Me hizo algunas preguntas sobre el pueblo, las aldeas cercanas, los monumentos históricos.

De repente, todos los problemas que tenía aquella tarde desaparecieron como por milagro. Me sentía útil y empecé a contarle lo que sabía, sintiendo que, de repente, todos los años que había vivido en esta región empezaban a tener un sentido. Tenía frente a mí a un hombre que estudiaba personas y pueblos, que era capaz de guardar para siempre, para todas las generaciones futuras, lo que yo había escuchado o descubierto cuando era niña. Aquel hombre que estaba en la escalinata me hizo entender lo importante que yo era para el mundo y para la historia de mi país. Me sentí necesaria, y ésta es una de las mejores sensaciones que un ser humano puede tener.

Cuando acabé de hablarle de la iglesia, continuamos conversando sobre otras cosas. Le conté el orgullo que sentía por mi ciudad, y él me"respondió con la frase de un escritor, cuyo nombre no recuerdo, diciendo que "es su aldea la que le da el poder universal".

– León Tolstoi -dijo Brida.

Pero su madre estaba viajando en el tiempo, como ella también había hecho un día. Sólo que no necesitaba catedrales en el espacio, bibliotecas subterráneas ni libros empolvados; bastaba el recuerdo de una tarde de primavera y un hombre con maletas en una escalinata.

Hablamos durante algún tiempo. Yo tenía la tarde entera para quedarme con él, pero en cualquier momento podía llegar el mecánico. Decidí aprovechar al máximo cada segundo. Le pregunté acerca de su mundo, las excavaciones, el desafío de vivir buscando el pasado en el presente. Él me habló de guerreros, de sabios y de piratas que habitaron nuestras tierras.

Cuando me di cuenta, el sol estaba casi en el horizonte y nunca, en toda mi vida, una tarde había pasado tan rápidamente.

Entendí que él estaba sintiendo lo mismo. Continuamente me hacía preguntas para mantener la conversación y no darme tiempo de que dijera que tenía que

me. Hablaba sin parar, contaba todo lo que vivió hasta aquel día, y quería saber lo mismo de mí. Noté que sus ojos me deseaban, aun teniendo yo, en aquella época, el doble de tu edad.

Era primavera, había un agradable olor de algo nuevo en el aire y me sentí nuevamente joven. Aquí, en los alrededores, existe una flor que sólo aparece en el otoño; pues bien, aquella tarde me sentí como esa flor. Como si, de repente, en el otoño de mi vida, cuando yo pensaba que había vivido todo lo que podía vivir, surgiese aquel hombre en la escalinata solamente para mostrarme que ningún sentimiento -como el amor, por ejemplo- envejece junto con el cuerpo. Los sentimientos forman parte de un mundo que yo no conozco, pero es un mundo donde no existe tiempo, ni espacio, ni fronteras.

Permaneció algún tiempo en silencio. Sus ojos continuaban distantes, en aquella primavera.

– Allí estaba yo, como una adolescente de 38 años, sintiéndome de nuevo deseada. Él no quería que me fuese. Hasta que llegó un momento en que dejó de hablar. Miró en el fondo de mis ojos y sonrió. Como si hubiese entendido con su corazón lo que yo estaba pensando y quisiera decirme que sí, que era verdad, que yo era muy importante para él. Nos quedamos algún tiempo callados y después nos despedimos. El mecánico no había llegado.

Durante muchos días pensé si aquel hombre había existido de verdad, o si era un ángel que Dios había enviado para mostrarme las lecciones secretas de la vida. Al final, concluí que era realmente un hombre. Un hombre que me había amado, aunque fuera sólo por una tarde, y que en esa tarde me entregó todo lo que había guardado durante toda su vida, sus luchas, sus éxtasis, sus dificultades y sus sueños. También yo me entregué por completo aquella tarde; fui su companera, esposa, oyente, amante. En unas horas, pude sentir el amor de toda una vida.

La madre miró a la hija. Le habría gustado que hubiese entendido todo. Pero, en el fondo, creía que Brida vivía en un mundo donde este tipo de amor ya no tenía lugar.

– Jamás dejé de amar a tu padre, ni siquiera un solo día -concluyó-. Él siempre estuvo a mi lado, me dio lo mejor que tenía, y yo quiero estar junto a él hasta el fin de mis días. Pero el corazón es un misterio, y yo jamás voy a entender lo que pasó. Lo que sé es que aquel encuentro me dio más confianza en mí misma, mostrándome que aún era capaz de amar y ser amada, y enseñándome algo que nunca voy a olvidar: cuando encuentres una cosa importante en la vida, no quiere decir que tengas que renunciar a todas las otras.

A veces todavía me acuerdo de él. Me gustaría saber dónde está, si descubrió lo que buscaba aquella tarde, si está vivo, o si Dios se encargó de cuidar su alma. Sé que no volverá nunca y sólo así pude amarlo con tanta fuerza y con tanta seguridad. Porque no podría jamás perderlo; él se había entregado por completo aquella tarde.

Su madre se levantó.

– Creo que tenemos que ir a casa a terminar tu vestido -dijo.

– Me quedaré un poco más aquí -respondió Brida. Se aproximó a su hija y la besó con todo cariño.

– Gracias por escucharme. Es la primera vez que cuento esta historia. Siempre tuve miedo de morir con ella y apagarla para siempre de la faz de la Tierra. Ahora tú la guardarás para mí.

Brida subió las escalinatas y se paró delante de la iglesia. El edificio, pequeño y redondo, era el gran orgullo de la región; fue uno de los primeros lugares sagrados del cristianismo en aquellas tierras y cada año estudiosos y turistas venían a visitarlo. Nada quedaba de la construcción original del siglo v, excepto algunas partes del suelo; cada destrucción, no obstante, dejaba alguna parte intacta, y de esta forma el visitante podía ver la historia de varios estilos arquitectónicos en una misma construcción.

Allá dentro, un órgano tocaba y Brida permaneció algún tiempo escuchando la música. En aquella iglesia estaban las cosas bien explicadas, el universo en el lugar exacto donde debía estar, y quien entrase por sus puertas no necesitaba preocuparse de nada más. Allí no existían fuerzas misteriosas que estaban por encima de las personas, noches oscuras donde era necesario creer sin comprender. Ya no se hablaba de hogueras y las religiones de todo el mundo convivían como si fuesen aliadas, uniendo otra vez el hombre a su Dios. Su país aún era una excepción en esta convivencia pacífica; al Norte, las personas se mataban en nombre de la fe. Pero esto debía acabar en algunos años; Dios estaba casi explicado. El era un padre generoso, todos estaban salvados.

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