– Metí los pies, está fría -le dijo.
El padre la tomó en brazos, fue con ella hasta la orilla del mar y sin ningún aviso la tiró dentro del agua. Ella se asustó, pero después se divirtió con la broma.
– ¿Cómo está el agua? -preguntó el padre. -Está buena -respondió.
– Entonces, de aquí en adelante, cuando quieras saber alguna cosa, zambúllete en ella.
Había olvidado esta lección con mucha rapidez. A pesar de tener solamente 21 años, ya se había interesado por muchas cosas y desistido con la misma rapidez con la que se entusiasmaba por ellas. No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino.
Escoger un camino significaba abandonar otros. Tenía una vida entera para vivir, y siempre pensaba que quizá se arrepintiera, en el futuro, de las cosas que quería hacer ahora.
"Tengo miedo de comprometerme", pensó. Quería recorrer todos los caminos posibles, e iba a acabar no recorriendo ninguno.
Ni siquiera en lo más importante de su vida, el amor, había conseguido ir hasta el final; después de la primera decepción, nunca más se entregó por completo. Temía el sufrimiento, la pérdida, la inevitable separación. Claro, estas cosas estaban siempre presentes en el camino del amor y la única manera de evitarlas era renunciando a recorrerlo. Para no sufrir, era preciso también no amar.
Como si, para no ver las cosas malas de la vida, terminase necesitando agujerearse los ojos.
"Es muy complicado vivir."
Había que correr riesgos, seguir ciertos caminos y abandonar otros. Se acordó de Wicca hablando de las personas que siguen los caminos tan solo para probar que no sirven para ellas. Pero esto no era lo peor. Lo peor era escoger y pasarse el resto de la vida pensando si se escogió bien. Ninguna persona era capaz de escoger sin miedo.
No obstante, ésta era la ley de la vida. Ésta era la Noche Oscura, y nadie podía huir de la Noche Oscura, aunque jamás tomase una decisión, aunque no tuviese valor para cambiar nada; porque esto en sí ya era una decisión, un cambio. Y sin los tesoros escondidos en la Noche Oscura.
Lorens podía tener razón. Al final se reirían de los miedos que tuvieron al comienzo. Tal como ella se rió de las serpientes y escorpiones que colocó en el bosque. En su desesperación no se había acordado de que el santo patrono de Irlanda, San Patricio, había expulsado a todas las serpientes del país.
– ¡Qué suerte que existes, Lorens! -dijo bajito, por miedo a que él la oyese.
Volvió a meterse en la cama y el sueño vino rápido. Antes, no obstante, recordó otra historia más con su padre. Era domingo y estaba la familia reunida comiendo en casa de su abuela. Ella ya debía tener unos catorce años y estaba quejándose de que no conseguía hacer determinado trabajo para la escuela porque todo lo que empezaba a hacer terminaba mal.
– Quizás estos fracasos te estén enseñando algo -dijo su padre. Pero Brida insistía en que no; que ella había entrado por un camino equivocado, y ahora no había más remedio.
El padre la tomó de la mano y fueron hasta la sala donde la abuela acostumbraba ver la televisión. Había allí un gran reloj de pie, antiguo, que estaba parado desde hacía muchos años por falta de piezas.
– No existe nada completamente errado en el mundo, hija mía -dijo el padre, mirando el reloj-. Hasta un reloj parado consigue estar acertado dos veces al día.
Caminó algún tiempo por la montaña, hasta encontrar al Mago. Estaba sentado en una roca, muy cerca de la cima, contemplando el valle y las montañas que quedaban al Oeste. El lugar tenía una vista bellísima y Brida recordó que los espíritus preferían estos lugares.
– ¿Puede ser que Dios sea únicamente el Dios de la Belleza? -dijo, mientras se aproximaba-. ¿Y cómo quedan las personas y los lugares feos de este mundo?
El Mago no respondió. Brida se quedó desconcertada. -Quizá no se acuerde de mí. Estuve aquí hace dos meses. Pasé una noche entera, sola, en el bosque. Y me prometí a mí misma que volvería sólo cuando descubriese mi camino. Conocí a una mujer llamada Wicca. El Mago pestañeó, y sabía que la chica no había percibido nada. Pero se rió de la gran ironía del destino.
– Wicca me dijo que yo soy una bruja -continuó la chica.
– ¿No confías en ella?
Fue la primera pregunta que el Mago hizo desde que ella se había acercado. Brida se alegró porque eso demostraba que la estaba escuchando, pues hasta aquel momento no estaba segura.
– Confío -respondió-. Y confío en la Tradición de la Luna. Pero sé que la Tradición del Sol me ayudó, cuando me obligó a comprender la Noche Oscura. Por eso estoy aquí de nuevo.
– Entonces siéntate y contempla la puesta de sol -dijo el Mago.
– No me voy a quedar otra vez sola en el bosque -respondió ella-. La última vez que estuve…
El Mago la interrumpió:
– No digas eso. Dios está en las palabras. Wicca había dicho lo mismo.
– ¿Qué es lo que he dicho mal?
– Si dices que fue la "última" puede transformarse realmente en la última. En verdad, lo que quisiste decir fue "la vez más reciente que estuve…"
Brida se quedó preocupada. Iba a tener que controlar mucho las palabras, de ahora en adelante. Resolvió sentarse y quedarse quieta, haciendo lo que el Mago le había dicho: contemplando la puesta de sol.
Contemplar la puesta de sol la ponía nerviosa. Aún faltaba casi una hora para el crepúsculo, y Brida tenía mucho que conversar, mucho que decir y preguntar. Siempre que se veía parada, contemplando alguna cosa, tenía la sensación de estar desperdiciando un tiempo precioso en su vida, dejando de hacer cosas y de encontrar personas; podía siempre aprovechar su tiempo de manera mucho mejor, pues todavía había mucho que aprender. Sin embargo, a medida que el sol se aproximaba al horizonte y que las nubes se iban llenando de rayos dorados y de color rosa, Brida tenía la sensación de que toda su lucha en la vida era para un día poderse sentar y contemplar una puesta de sol igual a aquella.
– ¿Sabes rezar? -preguntó el Mago en cierto momento. Claro que Brida sabía. Cualquier persona en el mundo sabía rezar.
– Pues entonces, en cuanto el sol toque en el horizonte, haz una plegaria. En la Tradición del Sol, es a través de las plegarias como las personas comulgan con Dios. La plegaria, cuando se hace con palabras del alma, es mucho más poderosa que todos los rituales.
– No sé rezar, porque mi alma está en silencio -respondió Brida.
El Mago rió.
– Sólo los grandes iluminados tienen el alma en silencio.
– Entonces, ¿por qué no sé rezar con el alma? -Porque te falta humildad para escucharla y saber lo que desea. Tú tienes vergüenza de escuchar los pedidos de tu alma. Y tienes miedo de llevar esos pedidos hasta Dios, porque piensas que él no tiene tiempo para preocuparse por esto.
Estaba frente a una puesta de sol y al lado de un sabio. No obstante, siempre que en su vida acontecían momentos como éste, se quedaba con la impresión de que no merecía nada de aquello.
– Me encuentro indigna, sí. Creo que la búsqueda espiritual fue hecha para personas mejores que yo. -Esas personas, si es que existen, no necesitan buscar nada. Ellas ya son la propia manifestación del espíritu. La búsqueda fue hecha para gente como nosotros. "Como nosotros", había dicho. Y, sin embargo, estaba muchos pasos por delante de ella.
– Dios está en las alturas, tanto en la Tradición del Sol como en la Tradición de la Luna-dijo Brida, entendiendo que la Tradición era la misma, y diferente sólo la manera de enseñar-. Entonces, enséñame a rezar, por favor.
El Mago se volvió directamente hacia el sol y cerró los ojos.
– Somos seres humanos y desconocemos nuestra grandeza, Señor. Danos la humildad de pedir lo que necesitamos, Señor, porque ningún deseo es vano y ningún pedido es fútil. Cada cual sabe con qué alimentar su alma; dadnos el valor de contemplar nuestros deseos como venidos de la fuente de Tu Eterna Sabiduría. Sólo aceptando nuestros deseos es como podemos tener una idea de quiénes somos, Señor. Amén.
Después el Mago dijo: -Ahora es tu turno.
– Señor, haz que entienda que todo lo que me sucede de bueno en la vida es porque lo merezco. Haz que entienda que lo que me mueve a buscar Tu verdad es la misma fuerza que movió a los santos, y que las dudas que yo tengo son las mismas dudas que los santos tuvieron, y que las debilidades que siento son las mismas debilidades que los santos sintieron. Haz que yo sea lo suficientemente humilde como para aceptar que no soy diferente de los otros, Señor. Amén.
Se quedaron en silencio, mirando la puesta de sol, hasta que el último rayo de aquel día abandonó las nubes. Sus almas rezaban, pedían cosas y daban gracias por estar juntas.
Vamos hasta el bar de la aldea -dijo el Mago. Brida se volvió a poner los zapatos y comenzaron a bajar. Una vez más se acordó del día en que había ido a la montaña a buscarlo. Se prometió a sí misma que sólo volvería a contar esta historia una vez más en su vida; no necesitaba continuar convenciéndose a sí misma.
El Mago miró a la chica bajando delante de él, procurando mostrarse familiar con el suelo húmedo y con las piedras, y tropezando a cada instante. Su corazón se alegró un poco, pero pronto volvió a ponerse en guardia.
A veces, ciertas bendiciones de Dios entran astillando todos los vitrales.
Era agradable que Brida estuviese a su lado, pensó el Mago, mientras descendían la montaña. También él era un hombre igual a todos los hombres, con las mismas flaquezas, las mismas virtudes, y aún hoy, no estaba acostumbrado al papel de Maestro. Al principio, cuando `personas venidas de varios lugares de Irlanda llegaban a aquel bosque en busca de sus enseñanzas, él hablaba de la Tradición del Sol y pedía a las personas que comprendiesen lo que estaba a su alrededor. Allí, Dios había guardado Su sabiduría y todos eran capaces de comprenderla a través de unas pocas prácticas, nada más. La manera de enseñar según la Tradición del Sol había sido ya descrita hace dos mil años por el Apóstol: "Y en medio de vos estuve como un débil y tímido, lleno de gran temor, mi palabra y mi prédica no consistieron en discursos llenos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de la fuerza divina, para que vuestra fe no se fundase en sabiduría humana, sino en la fuerza de Dios".
No obstante, las personas parecían incapaces de entender lo que explicaba sobre la Tradición del Sol, y se quedaban decepcionadas porque era un hombre como todos los demás.