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Él decía que no, que él era un maestro, y todo lo que estaba haciendo era dar a cada uno los medios propios para adquirir Sabiduría. Pero ellas necesitaban mucho más: necesitaban un guía. No entendían la Noche Oscura, no entendían que cualquier guía en la Noche Oscura iluminaría, con su linterna, apenas aquello que él mismo quisiese ver. Y si, por casualidad, esta linterna se apagase, las personas estarían perdidas, por no conocer el camino de regreso.

Pero necesitan un guía. Y, para ser un buen Maestro, también tenía que aceptar las necesidades de los otros. Entonces pasó a rellenar sus enseñanzas con cosas innecesarias, más fascinantes, de modo que todos fuesen capaces de aceptar y de aprender. El método dio resultado. Las personas aprendían la Tradición del Sol y cuando finalmente llegaban a entender que muchas cosas que el Mago había mandado hacer eran absolutamente inútiles, se reían de sí mismas. Y el Mago quedaba contento, porque finalmente había conseguido aprender a enseñar.

Brida era una persona diferente. Su oración había tocado hondo el alma del Mago. Ella conseguía entender que ningún ser humano que pisó este planeta fue o es diferente a los otros. Pocas personas eran capaces de decir en voz alta que los grandes Maestros del pasado tuvieron las mismas cualidades y los mismos defectos que todos los hombres, y esto no disminuyó ni siquiera un poco su capacidad de buscar a Dios. Juzgarse peor que los otros era uno de los más violentos actos de orgullo que él conocía, porque era usar la manera más destructiva de ser diferente.

Cuando llegaron al bar, el Mago pidió dos medidas de whisky.

– Mira a las personas -dijo Brida-. Deben venir aquí todas las noches. Deben hacer siempre lo mismo.

El Mago ya no estaba tan convencido de que Brida realmente se juzgase igual que los otros.

– Estás demasiado preocupada por las personas -respondió-. Ellas son un espejo de ti misma.

– Lo sé. Había descubierto lo que era capaz de ponerme alegre o triste. Y, de repente, entendí que era preciso cambiar esos conceptos. Pero es difícil.

– ¿Qué te hizo cambiar de idea?

– El Amor. Conozco a un hombre que me completa. Hace tres días, él me mostró que su mundo también está lleno de misterios. Entonces no estoy sola.

El Mago se quedó impasible. Pero se acordó de las bendiciones de Dios que astillan los vitrales.

– ¿Tú lo amas?

– Descubrí que puedo amarlo aún más. Si este camino no me enseña nada nuevo a partir de ahora, por lo menos habré aprendido algo importante: es preciso correr riesgos.

Él había preparado una gran noche, mientras descendían la montaña. Quería mostrar cuánto la necesitaba, mostrar que era un hombre como todos los demás, cansado de tanta soledad. Pero todo lo que ella quería eran respuestas a sus preguntas.

– Existe algo extraño en el aire -dijo la joven. El ambiente parecía haber cambiado.

– Son los Mensajeros -respondió el Mago-. Los demonios artificiales, aquellos que no forman parte del brazo izquierdo de Dios, aquellos que no nos conducen a la luz.

Sus ojos estaban brillando. Realmente algo había cambiado y él hablaba de demonios.

– Dios creó a la legión de Su Brazo Izquierdo para perfeccionarnos, para que sepamos qué hacer con nuestra misión -continuó él-. Pero dejó a cargo del hombre el poder de concentrar las fuerzas de las tinieblas y crear sus propios demonios.

Eso era lo que él estaba haciendo ahora. -También podemos concentrar las fuerzas del bien -dijo la joven, un poco asustada.

– No podemos.

Era conveniente que ella preguntase algo, tenía que distraerse. No quería crear un demonio. En la Tradición del Sol, eran llamados Mensajeros, y podían hacer mucho bien, o mucho mal; sólo a los grandes Maestros estaba permitido invocarlos. Él era un gran Maestro, pero no quería hacer eso ahora, porque la fuerza del Mensajero era peligrosa, principalmente cuando estaba mezclada con las decepciones del amor.

Brida estaba desorientada con la respuesta. El Mago actuaba de una manera extraña.

– No podemos concentrar el Bien -continuó él, haciendo un inmenso esfuerzo para prestar atención a sus propias palabras-. La Fuerza del Bien siempre se esparce, como la Luz. Cuando tú emanas las vibraciones del Bien, beneficias a toda la Humanidad. Pero cuando concentras las fuerzas del Mensajero, estás beneficiando -o perjudicando- solamente a ti misma.

Sus ojos estaban brillando. Llamó al dueño del bar y pagó la cuenta.

Vamos a mi casa -dijo-. Voy a preparar un té y me dirás cuáles son las preguntas importantes de tu vida.

Brida vaciló. Él era un hombre atrayente. Ella también era una mujer atrayente. Tenía miedo de que aquella noche pudiera estropear su aprendizaje.

"Tengo que correr riesgos", se repitió a sí misma.

La casa del Mago estaba un poco alejada del pueblo. Brida notó que, a pesar de ser bastante diferente de la casa de Wicca, era confortable y bien decorada. Sin embargo, no había ningún libro a la vista: predominaba el espacio vacío, con pocos muebles.

Fueron a la cocina a preparar el té y volvieron a la sala.

– ¿Qué has venido a hacer hoy aquí? -preguntó el Mago.

– Me prometí a mí misma que volvería el día en que ya supiese algo.

– ¿Y ya sabes?

– Un poco. Sé que el camino es simple, y por eso más difícil de lo que había pensado. Pero simplificaré mi alma. Ésta es la primera pregunta: ¿Por qué pierdes el tiempo conmigo?

"Porque tú eres mi Otra Parte", pensó el Mago. -Porque también necesito a alguien con quien conversar -respondió él.

– ¿Qué piensas del camino que elegí, el de la Tradición de la Luna?

El Mago tenía que decir la verdad. Aun prefiriendo que la verdad fuese otra.

– Era tu camino. Wicca tiene toda la razón. Tú eres una hechicera. Vas a aprender en la memoria del Tiempo las lecciones que Dios enseñó.

Y se quedó pensando por qué la vida era así, por qué había encontrado una Otra Parte cuya única manera posible de aprender era a través de la Tradición de la Luna.

– Tengo sólo una pregunta más -dijo Brida. Se estaba haciendo tarde, dentro de poco ya no habría autobús-. Necesito saber la respuesta, y sé que Wicca no me la enseñará. Lo sé porque ella es una mujer igual que yo, será siempre mi Maestra pero, en lo relativo a este asunto, será siempre una mujer: quiero saber cómo encontrar a mi Otra Parte.

"Está frente a ti", pensó el Mago.

Pero no respondió. Fue hasta un rincón de la sala y apagó las luces. Dejó encendida apenas una escultura de acrílico, en la que Brida no había reparado cuando entró; dentro contenía agua y burbujas que subían y bajaban, llenando el ambiente con rayos rojos y azules.

– Ya nos hemos encontrado dos veces -dijo el Mago, con los ojos fijos en la escultura-. Sólo tengo permiso de enseñar a través de la Tradición del Sol. La Tradición del Sol despierta en las criaturas la sabiduría ancestral que poseen.

– ¿Cómo puedo descubrir a mi Otra Parte por la Tradición del Sol?

– Ésta es la gran búsqueda de las personas sobre la faz de la Tierra -el Mago repitió, sin querer, las mismas palabras que Wicca. Quizás hubiesen aprendido con el mismo Maestro, pensó Brida-. Y la Tradición del Sol colocó en el mundo, para que todas las personas la viesen, la señal de su Otra Parte: el brillo en los ojos.

– Ya he visto muchos ojos brillar-dijo Brida-. Hoy mismo, en el bar, vi tus ojos brillar. Esta es la forma en que todas las personas buscan.

"Ya olvidó su oración -pensó el Mago. Estaba otra vez creyendo que era diferente de los otros-. Es incapaz de reconocer lo que Dios le muestra tan generosamente."

– No entiendo los ojos -insistió ella-. Quiero saber cómo las personas descubren su Otra Parte por la Tradición de la Luna.

El Mago se giró hacia Brida. Sus ojos estaban fríos y sin expresión.

– Estás triste por mí, lo sé -continuó ella-. Triste porque aún no consigo aprender a través de las cosas simples. Lo que tú no entiendes es que las personas sufren, se buscan y se matan por amor, sin saber que están cumpliendo la misión divina de encontrar su Otra Parte. Olvidaste, porque eres un sabio y no te acuerdas de las personas comunes, que traigo milenios de desilusión conmigo, y ya no consigo aprender ciertas cosas a través de la simplicidad de la vida.

El Mago permaneció impasible.

– Un punto -dijo él-. Un punto brillante encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Es así en la Tradición de la Luna.

– Es hora de irme -dijo ella. Y deseó que le pidiera que se quedara. Le gustaba estar allí. El había respondido a su pregunta.

El Mago, no obstante, se levantó y la acompañó hasta la puerta.

Voy a aprender todo lo que tú sabes -dijo ella-. Voy a descubrir cómo se ve ese punto.

El Mago esperó a que Brida desapareciese de la carretera. Había un autobús de regreso a Dublín en la próxima media hora, y no tenía por qué preocuparse. Después, fue hasta el jardín y ejecutó el ritual de todas las noches; estaba acostumbrado a hacer aquello, pero a veces necesitaba mucho esfuerzo para alcanzar la concentración necesaria. Hoy estaba particularmente dispersivo.

Cuando acabó el ritual, se sentó en el umbral de la puerta y se quedó mirando al cielo. Pensó en Brida. Podía verla en el autobús, con el punto luminoso en el hombro izquierdo, que sólo él era capaz de reconocer, porque ella era su Otra Parte. Pensó cuán ansiosa debía estar por concluir una búsqueda que había empezado el día de su nacimiento. Pensó en cómo estaba fría y distante desde que llegaron a su casa, y cómo aquello era una buena señal. Significaba que estaba confusa con sus propios sentimientos; se estaba defendiendo de lo que no podía comprender.

Pensó también, con cierto temor, que estaba enamorada.

– No existen personas que no consigan encontrar su Otra Parte, Brida -dijo el Mago, en voz alta, a las plantas de su jardín. Pero en el fondo se dio cuenta de que también él, a pesar de conocer desde hacía tantos años la Tradición, necesitaba aún reforzar su fe, y estaba hablando para sí mismo.

"Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos cruzamos con ella y la reconocemos -continuó-. Si yo no fuese un Mago, y no viese el punto en tu hombro izquierdo, tardaría un poco más en aceptarte. Pero tú lucharías por mí, y un día yo percibiría el brillo en tus ojos.

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