Agradece a Dios por esto; por los pajaritos, por el viento y por los espíritus que pueblan este lugar. Mantén siempre el puente entre lo visible y lo invisible.
La voz de Wicca la relajaba cada vez más. Había un respeto casi religioso hacia el momento.
– El otro día te hablé de uno de los mayores secretos de la magia: la Otra Parte. Toda la vida del hombre sobre la faz de la Tierra se resume en esto: buscar su Otra parte. No importa si finge correr detrás de la sabiduría, del dinero o del poder. Cualquier cosa que él consiga va a estar incompleta si, al mismo tiempo, no consiguió encontrar a su Otra Parte. Con excepción de algunas pocas criaturas que descienden de los ángeles, y que necesitan la soledad para su encuentro con Dios, el resto de la Humanidad sólo conseguirá la unión con Dios si en algún momento, en algún instante de su vida, consiguió comulgar con su Otra Parte.
Brida notó una extraña energía en el aire. Por unos momentos sus ojos se llenaron de agua, sin que pudiese explicar por qué.
– En la Noche de los Tiempos, cuando fuimos separados, una de las partes quedó encargada de mantener el conocimiento: el hombre. Él pasó a comprender la Agricultura, la Naturaleza y los movimientos de los astros en el cielo. El conocimiento siempre fue el poder que mantuvo al Universo en su lugar, y a las estrellas girando en sus órbitas. Ésta fue la gloria del hombre: mantener el conocimiento. Y esto hizo que la raza entera sobreviviese. A nosotras, las mujeres -prosiguió-, nos fue entregado algo mucho más sutil, mucho más frágil, pero sin lo cual todo el conocimiento no tiene ningún sentido: la transformación. Los hombres dejaban el suelo fértil, nosotras sembrábamos, y este suelo se transformaba en árboles y plantas.
El suelo necesita a la simiente, y la simiente necesita al suelo. Uno sólo tiene sentido con el otro. Lo mismo pasa con los seres humanos. Cuando el conocimiento masculino se une con la transformación femenina, está creada la gran unión mágica, que se llama Sabiduría. Sabiduría es conocer y transformar.
Brida comenzó a sentir un viento más fuerte y percibió que la voz de Wicca hacía que ella entrase de nuevo en trance. Los espíritus del bosque parecían vivos y atentos.
– Acuéstate -dijo Wicca.
Brida se reclinó hacia atrás y extendió las piernas. Encima de ella brillaba un profundo cielo azul, sin nubes.
Ve en busca de tu Don. No puedo ir contigo hoy, pero ve sin miedo. Cuanto más entiendas de ti misma, más entenderás del mundo.
Y más próxima estarás de tu Otra Parte.
Wicca se inclinó y miró a la joven que estaba frente a ella. "Igual a quien fui un día -pensó, con cariño-. En busca de un sentido para todo, y capaz de mirar al mundo como las mujeres antiguas, que eran fuertes y confiadas, y no se incomodaban por reinar en sus comunidades."
En aquella época, entretanto, Dios era mujer. Wicca se inclinó sobre el cuerpo de Brida y le desató el cinturón. Después, bajó un poco la cremallera del pantalón tejano. Los músculos de Brida se pusieron tensos.
– No te preocupes -dijo Wicca, con cariño. Levantó un poco la camiseta de la chica, de manera que su ombligo quedase expuesto. Entonces sacó del bolsillo de su manto un cristal de cuarzo y lo colocó sobre él.
– Ahora quiero que cierres los ojos -dijo con suavidad-. Quiero que imagines el mismo color del cielo, sólo que con los ojos cerrados.
Retiró del manto una pequeña amatista y la colocó entre los ojos cerrados de Brida.
Ve siguiendo exactamente lo que yo te diga a partir de ahora. No te preocupes por nada más.
Estás en medio del Universo. Puedes ver las estrellas a tu alrededor y algunos planetas más brillantes. Siente este paisaje como algo que te envuelve completamente, y no como una tela. Siente el placer al contemplar este Universo; nada más puede preocuparte. Estás concentrada tan solo en tu placer. Sin culpa.
Brida vio el Universo estrellado y percibió que era capaz de entrar en él, al mismo tiempo que escuchaba la voz de Wicca. Ésta le pidió que viese, en medio del Universo, una gigantesca catedral. Brida vio una catedral gótica, con piedras oscuras, y que parecía formar parte del Universo a su alrededor, por más absurdo que aquello pudiera parecer.
– Camina hasta la catedral. Sube las escaleras. Entra. Brida hizo lo que Wicca le mandaba. Subió las escaleras de la catedral, sintiendo los pies descalzos pisando en el mosaico frío. En determinado momento tuvo la impresión de estar acompañada, y la voz de Wicca parecía salir de una persona detrás de ella. "Estoy imaginando cosas", pensó Brida, y de repente se acordó de que era preciso creer en el puente entre lo visible y lo invisible. No podía tener miedo de decepcionarse, ni de fracasar.
Brida estaba ahora delante de la puerta de la catedral. Era una puerta gigantesca, trabajada en metal, con dibujos de vidas de santos. Completamente distinta a la que había visto en su viaje con el tarot.
– Abre la puerta. Entra.
Brida sintió el metal frío en sus manos. A pesar del tamaño la puerta se abrió sin ningún esfuerzo. Entró en una inmensa iglesia.
– Repara en todo lo que estás viendo -dijo Wicca. Brida notó que a pesar de estar oscuro afuera, entraba mucha luz por los inmensos vitrales de la catedral. Podía distinguir los bancos, los altares laterales, las columnatas adornadas y algunas velas encendidas. Todo, no obstante, parecía un poco abandonado; los bancos estaban cubiertos de polvo.
– Camina hacia tu lado izquierdo. En algún lugar encontrarás otra puerta. Sólo que, esta vez, muy pequeña.
Brida caminó por la catedral. Sus pies descalzos pisaban el polvo del suelo, provocando una sensación desagradable. En algún lugar, una voz amiga la guiaba. Sabía que era Wicca, pero sabía también que ya no tenía control sobre su imaginación. Estaba consciente y, no obstante, no conseguía desobedecer lo que ella le estaba pidiendo.
Encontró la puerta.
– Entra. Existe una escalera de caracol que baja. Brida tuvo que agacharse para entrar. La escalera de caracol tenía antorchas sujetas a la pared, que iluminaban los escalones. El suelo estaba limpio; alguien había estado allí antes, para encender las antorchas. -Estás yendo al encuentro de tus vidas pasadas. En el sótano de esta catedral existe una biblioteca. Vamos hasta allá. Estoy esperando al final de la escalera de caracol.
Brida descendió durante un tiempo que no supo determinar. La bajada la dejó un poco mareada. En cuanto llegó abajo encontró a Wicca, con su manto. Ahora se hacía más fácil, estaba más protegida. Estaba dentro de su trance.
Wicca abrió otra puerta, que estaba al final de la escalera.
– Ahora voy a dejarte aquí sola. Me quedaré afuera, esperando. Escoge un libro y él te mostrará lo que necesitas saber.
Brida ni se dio cuenta de que Wicca se quedaba atrás: contemplaba los volúmenes llenos de polvo. "Tengo que venir más aquí, dejar esto limpio." El pasado estaba sucio y abandonado y ella sentía mucha pena por no haber leído antes todos aquellos libros. Quizá consiguiera traer de vuelta a su vida algunas lecciones importantes que ya había olvidado.
Miró los volúmenes que estaban en el estante. "Cuánto viví ya", pensó. Debía ser muy antigua; precisaba ser más sabia. Le gustaría leer todo de nuevo, pero no tenía mucho tiempo, y necesitaba confiar en su intuición. Podía volver cuando quisiera, ahora que había aprendido el camino.
Se quedó algún tiempo sin saber qué decisión tomar. De repente, sin pensarlo mucho, escogió un volumen y lo retiró. No era un volumen muy grueso y Brida se sentó en el suelo de la sala.
Se puso el libro en el regazo, pero tenía miedo. Tenía miedo de abrirlo y de que no pasara nada. Tenía miedo de no conseguir leer lo que estaba escrito.
"Tengo que correr riesgos. No tengo que tener miedo de la derrota", pensó, al mismo tiempo que abría el volumen. De repente, al mirar las páginas, se sintió mal. Estaba de nuevo mareada.
"Me voy a desmayar", consiguió reflexionar, antes de que todo se oscureciese por completo.
Se despertó con el agua goteando en su rostro. Había tenido un sueño muy extraño, y no sabía lo que aquello significaba; eran catedrales sueltas en el aire y bibliotecas llenas de libros. Ella nunca había entrado en una biblioteca.
– Loni, ¿estás bien?
No, no lo estaba. No conseguía sentir su pie derecho, y sabía que aquello era una mala señal. Tampoco tenía ganas de conversar, porque no quería olvidar el sueño. -Loni, despierta.
Debía haber sido la fiebre, haciéndola delirar. Los delirios parecían muy vivos. Quería que parasen de llamarla, porque el sueño estaba desapareciendo, sin que ella consiguiera entenderlo.
El cielo estaba nublado y las nubes bajas casi tocaban la torre más alta del castillo. Se quedó mirando las nubes. Suerte que no conseguía ver las estrellas; los sacerdotes decían que ni siquiera las estrellas eran completamente buenas.
La lluvia paró poco después de que ella hubiera abierto los ojos. Loni estaba alegre por la lluvia, esto significaba que la cisterna del castillo debía estar llena de agua. Bajó lentamente los ojos de las nubes y vio de nuevo la torre, las hogueras en el patio y la multitud que andaba de un lado para otro, desorientada. -Talbo -dijo ella, en voz baja.
Él la abrazó. Ella sintió el frío de su armadura, el olor de hollín en sus cabellos.
– ¿Cuánto tiempo pasó? ¿En qué día estamos? -Estuviste tres días sin despertar -dijo Talbo.
Ella lo miró y sintió pena: estaba más delgado, el rostro sucio, la piel sin vida. Pero nada de esto tenía importancia: ella lo amaba.
– Tengo sed, Talbo.
– No hay agua. Los franceses descubrieron el camino secreto.
Escuchó de nuevo las Voces dentro de su cabeza. Durante mucho tiempo había odiado aquellas Voces. Su marido era un guerrero, un mercenario que luchaba la mayor parte del año, y ella tenía miedo de que las Voces le contasen que él había muerto en una batalla. Había descubierto una manera de evitar que las Voces hablasen con ella: bastaba concentrar su pensamiento en un árbol antiguo que había cerca de su aldea. Las Voces siempre paraban de hablar cuando ella hacía aquello. Pero ahora estaba demasiado débil y las Voces habían vuelto.
"Tú vas a morir -dijeron las Voces-. Pero él se salvará."
– Ha llovido, Talbo -insistió ella-. Necesito agua. -Fueron apenas unas gotas. No llegó para nada. Loni miró otra vez las nubes. Habían estado allí toda la semana, y todo lo que habían hecho era alejar el sol, dejar el invierno más frío y el castillo más sombrío. Tal vez los católicos franceses tuvieran razón. Tal vez Dios estuviese del lado de ellos.