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– ¡Mami! ¡Socorro! -graznaba el pollito.

– Lo que más me gusta de los pájaros son las alas. Este las tiene pequeñas, pero los muslos se le ven carnuditos -apuntó el otro.

Zorbas saltó. En el aire sacó las diez uñas de sus patas delanteras y, al caer en medio de los dos tunantes, les aplastó la cabeza contra el suelo.

Trataron de levantarse, pero cuando quisieron hacerlo cada uno de ellos tenía una oreja traspasada por un arañazo.

– ¡Mami! ¡Me querían comer! -graznó el pollito.

– ¿Comernos a su hijo? No, señora. De ninguna manera -maulló uno con la cabeza pegada al suelo.

– Somos vegetarianos, señora. Vegetarianos estrictos -aseguró el otro.

– No soy una "señora", idiotas -maulló Zorbas jalándoles las orejas para que pudieran verlo.

Al reconocerlo, a los dos facinerosos se les erizó el pelo.

– Tiene un hijo muy bonito, amigo. Será un gran gato -aseguró el primero.

– Eso se ve de lejos. Es un gatito muy guapo -afirmó el otro.

– No es un gato. Es un pollo de gaviota, estúpidos -aclaró Zorbas.

– Es lo que siempre le digo a mi compadre: hay que tener hijos gaviotas. ¿Verdad, compadre? -declaró el primero.

Zorbas decidió terminar con aquella farsa, pero aquellos dos cretinos se llevarían un recuerdo de sus garras. Con un enérgico movimiento recogió las patas delanteras y sus garras partieron una oreja de cada uno de esos cobardes. Maullando de dolor escaparon a la carrera.

– ¡Tengo una mami muy valiente! -graznó el pollito.

Zorbas comprendió que el balcón no era un lugar seguro, pero tampoco podía meterlo en el piso porque el pollito lo ensuciaría todo y acabaría siendo descubierto por el amigo de la familia. Tenía que buscarle un refugio seguro.

– Ven, vamos a dar un paseo -maulló Zorbas antes de tomarlo delicadamente entre los dientes.

4 El peligro no descansa

Reunidos en el bazar de Harry, los gatos decidieron que el pollito no podía seguir en el piso de Zorbas. Eran muchos los riesgos que corría, y el mayor de todos no era la amenazante presencia de los dos gatos facinerosos, sino el amigo de la familia.

– Los humanos son, por desgracia, imprevisibles. Muchas veces con las mejores intenciones causan los peores daños -sentenció Colonello.

– Así es. Pensemos por ejemplo en Harry, que es un buen hombre, todo corazón, pero que, como siente un gran cariño por el chimpancé y sabe que le gusta la cerveza, venga, a pasarle botellas cada vez que el mono tiene sed. El pobre Matías es un alcohólico, ha perdido la vergüenza y cada vez que se embriaga le da por entonar unas canciones terribles. ¡Terribles! -maulló Sabelotodo.

– ¿Y qué decir del daño que hacen intencionadamente? Pensad en la pobre gaviota que murió por culpa de la maldita manía de envenenar el mar con su basura -agregó Secretario.

Tras una corta deliberación acordaron que Zorbas y el pollito vivirían en el bazar hasta que éste aprendiera a volar. Zorbas iría hasta su piso todas las mañanas para que el humano no se alarmara, y luego volvería a cuidarlo.

– No estaría mal que el pajarito tuviera un nombre -sugirió Secretario.

– Es exactamente lo que iba a proponer yo. Me temo que el quitarme los maullidos de la boca es superior a sus fuerzas -se quejó Colonello.

– Estoy de acuerdo. Debe tener un nombre, pero antes hay que saber si es macho o hembra -maulló Zorbas.

No bien había terminado de maullar y ya Sabelotodo había botado del estante un tomo de la enciclopedia: el volumen veinte, correspondiente a la letra "S", y pasaba páginas buscando la palabra "sexo".

Por desgracia la enciclopedia no decía nada acerca de cómo reconocer el sexo de un polluelo de gaviota.

– Hay que reconocer que tu enciclopedia no nos ha servido de mucho -se quejó Zorbas.

– ¡No admito dudas sobre la eficacia de mi enciclopedia! Todo el saber está en esos libros -respondió ofendido Sabelotodo.

– Gaviota. Ave marina. ¡Barlovento! El único que puede decirnos si es macho o hembra es Barlovento -aseguró Secretario.

– Es exactamente lo que iba a maullar yo. ¡Le prohíbo seguir quitándome los maullidos de la boca! -rezongó Colonello.

Mientras los gatos maullaban, el pollito daba un paseo entre docenas de aves disecadas. Había mirlos, papagayos, tucanes, pavos reales, águilas, halcones, que él miraba atemorizado. De pronto, un animal de ojos rojos y que no estaba disecado le cerró el paso.

– ¡Mami! ¡Auxilio! -graznó desesperado. El primero en llegar junto a él fue Zorbas, y lo hizo a tiempo, pues en ese preciso momento una rata alargaba las patas delanteras hacia el cuello del pollito.

Al ver a Zorbas, la rata huyó hasta una grieta abierta en un muro.

– ¡Me quería comer! -graznó el pollito pegándose a Zorbas.

– No pensamos en este peligro. Creo que habrá que maullar seriamente con las ratas -indicó Zorbas.

– De acuerdo. Pero no les hagas muchas concesiones a esas desvergonzadas -aconsejó Colonello.

Zorbas se acercó hasta la grieta. Su interior estaba muy oscuro, pero logró ver los ojos rojos de la rata.

– Quiero ver a tu jefe -maulló Zorbas con decisión.

– Yo soy el jefe de las ratas -escuchó que le respondían desde la oscuridad.

– Si tú eres el jefe, entonces ustedes valen menos que las cucarachas. Avisa a tu jefe -insistió Zorbas. Zorbas escuchó que la rata se alejaba. Sus garras hacían chirriar una tubería por la que se deslizaba. Pasados unos minutos vio reaparecer sus ojos rojos en la penumbra.

– El jefe te recibirá. En el sótano de las caracolas, detrás del arcón pirata, hay una entrada -chilló la rata.

Zorbas bajó hasta el sótano indicado. Buscó tras el arcón y vio que en el muro había un agujero por el que podía pasar. Apartó las telarañas y se introdujo en el mundo de las ratas. Olía a humedad y a inmundicia.

– Sigue las cañerías de desagüe -chilló una rata que no pudo ver.

Obedeció. A medida que avanzaba arrastrando el cuerpo sentía que su piel se impregnaba de polvo y de basura.

Se adentró en las tinieblas hasta que llegó a una cámara de alcantarillado apenas iluminada por un débil haz de luz diurna. Zorbas supuso que estaba debajo de la calle y que el haz de luz se colaba por la tapa de la alcantarilla. El lugar apestaba, pero era lo suficientemente alto como para levantarse sobre las cuatro patas. Por el centro corría un canal de aguas inmundas. Entonces vio al jefe de las ratas, un gran roedor de piel oscura, con el cuerpo lleno de cicatrices, que se entretenía repasando los anillos del rabo con una garra.

– Vaya, vaya. Miren quién nos visita. El gato gordo -chilló el jefe de las ratas.

– ¡Gordo! ¡Gordo! -gritaron a coro docenas de ratas de las que Zorbas sólo veía los ojos rojos.

– Quiero que dejen en paz al pollito -maulló enérgico.

– Así que los gatos tienen un pollito. Lo sabía. Se cuentan muchas cosas en las cloacas. Se dice que es un pollito sabroso. Muy sabroso. ¡Je, je, je! -chilló el jefe de las ratas.

– ¡Muy sabroso! ¡Je, je, je! -corearon las demás ratas.

– Ese pollito está bajo la protección de los gatos -maulló Zorbas.

– ¿Se lo comerán cuando crezca? ¿Sin invitarnos? ¡Egoístas! -acusó la rata.

– ¡Egoístas! ¡Egoístas! -repitieron las otras ratas.

– Como bien sabes, he liquidado a más ratas que pelos tengo en el cuerpo. Si algo le pasa al pollito tienen las horas contadas -advirtió Zorbas con serenidad.

– Oye, bola de sebo, ¿has pensado en cómo salir de aquí? Contigo podemos hacer un buen puré de gato -amenazó la rata.

– ¡Puré de gato! ¡Puré de gato! -repitieron las otras ratas.

Entonces Zorbas saltó sobre el jefe de las ratas. Cayó sobre su lomo, aprisionándole la cabeza con las garras. -Estás a punto de perder los ojos. Es posible que tus secuaces hagan de mí un puré de gato, pero tú no lo vas a ver. ¿Dejan en paz al pollito? -amenazó Zorbas.

– Qué malos modales tienes. Esta bien. Ni puré de gato ni puré de pollito. Todo se puede negociar en las cloacas -aceptó la rata.

– Entonces negociemos. ¿Qué pides a cambio de respetar la vida del pollito? -preguntó Zorbas.

– Paso libre por el patio. Colonello ordenó que nos cortaran el camino al mercado. Paso libre por el patio -chilló la rata.

– De acuerdo. Podrán pasar por el patio, pero de noche, cuando los humanos no las vean. Los gatos debemos cuidar nuestro Prestigio -señaló Zorbas soltándole la cabeza.

Salió de la cloaca retrocediendo, sin perder de vista ni al jefe de las ratas ni a los ojos rojos que por docenas lo miraban con odio.

5 ¿Pollito o pollita?

Pasaron tres días hasta que pudieron ver a Barlovento, que era un gato de mar, un auténtico gato de mar.

Barlovento era la mascota del Hannes II, una poderosa draga encargada de mantener siempre limpio y libre de escollos el fondo del Elba. Los tripulantes del Hannes II apreciaban a Barlovento, un gato color miel con los ojos azules al que tenían por un compañero más en las duras faenas de limpiar el fondo del río.

En los días de tormenta lo cubrían con un chubasquero de hule amarillo hecho a su medida, similar a los impermeables que usaban ellos, y Barlovento se paseaba por cubierta con el gesto fruncido de los marinos que desafían al mal tiempo.

El Hannes II también había limpiado los puertos de Rotterdam, Amberes y Copenhague, y Barlovento solía maullar entretenidas historias acerca de esos viajes. Sí. Era un auténtico gato de mar.

– ¡Ahoi! -maulló Barlovento al entrar en el bazar.

El chimpancé pestañeó perplejo al ver avanzar al gato, que a cada paso balanceaba el cuerpo de izquierda a derecha, ignorando la importancia de su dignidad de boletero del establecimiento.

– Si no sabes decir buenos días, por lo menos paga la entrada, saco de pulgas -gruñó Matías.

– ¡Tonto a estribor! ¡Por los colmillos de la barracuda! ¿Me has llamado saco de pulgas? Para que lo sepas, este pellejo ha sido picado por todos los insectos de todos los puertos. Algún día te maullaré de cierta garrapata que se me encaramó en el lomo y era tan pesada que no pude con ella. ¡Por las barbas de la ballena! Y te maullaré de los piojos de la isla Cacatúa, que necesitan chupar la sangre de siete hombres para quedar satisfechos a la hora del aperitivo. ¡Por las aletas del tiburón! Leva anclas, macaco, ¡y no me cortes la brisa! -ordenó Barlovento y siguió caminando sin esperar la respuesta del chimpancé.

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