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– Cómo se aprenden cosas -dijo Félix con voz amodorrada pero con un relojito interno cada vez más acelerado-. No sabía que el País de las Maravillas tenía su capital en Jerusalén.

– Presto mis servicios profesionales -dijo con voz de terciopelo Trevor.

– ¿Al mejor postor?

Trevor extendió los brazos con un gesto expansivo, raro en él, como si quisiera abarcar este despacho, el edificio, la ciudad de Houston entera.

– No hay misterio. En esta ocasión y en este lugar, represento intereses árabes.

– Pero Bernstein le envió el anillo.

– No recrimine a su antiguo profesor. Me ha conocido como agente israelita y me hizo destinatario del anillo con toda buena fe. No sabe que practico las virtudes de la simultaneidad de alianzas. ¿Podría usted distinguir a Tweedledum de Tweedledee?

– Bastaría aplastar a uno para que el otro se quebrara como Humpty Dumpty.

– Sólo que en esta ocasión los hombres del rey se encargarían de juntar los pedazos y reconstituirme. Le soy demasiado valioso a ambas partes. No intente romper el huevo, Maldonado, o será usted el que termine como omelette. Recuerde que, si yo lo quisiera, usted no saldría vivo de aquí -dijo Trevor moviéndose como un gato sobre la gruesa alfombra del despacho.

– Usted no me puede matar -dijo Félix.

– Córcholis. ¿Será usted inmortal, mi querida liebre?

– No. Ya estoy muerto y enterrado. Visite un día el Panteón Jardín en México y lo confirmará.

– ¿Se da cuenta de que me propone la situación ideal para matarlo sin dejar trazas? Nadie buscará a un muerto que ya está muerto.

– Y nadie encontrará, si yo muero, el anillo de Bernstein.

– ¿Cree usted? -dijo el inglés con una cara más inocente que la de una heroína de Dickens-. Basta reconstruir peldaño por peldaño la escalera que con tanta imprudencia ustéd ha derrumbado. Los actores son perfectamente sustituibles Sobre todo los muertos.

Félix no podía controlar su sangre acelerada, enemiga invisible del rostro rígido. Agradeció las cicatrices que facilitaban el trabajo inmóvil de la máscara. No había tocado a Trevor. Ahora el inglés le palmeó cariñosamente la mano y Félix reconoció la piel sin sudor de los saurios.

– Vamos, no tema. Acepte el juego que le propongo. Llamémoslo, en honor de la santa patrona de su país, la Operación Guadalupe. Bonito nombre árabe, Guadalupe. Quiere decir río de lobos.

No le costó a Trevor, sin proponérselo, adquirir una fisonomía vulpina.

– Pero no vamos a hablar de filología, sino de guiones probables. Y acaso brutales. Mezcle los elementos a su antojo, mi querido Maldonado. El pretexto perfectamente calculado de la guerra del Yom Kippur y sus efectos igualmente calculados: el alza acelerada de los precios de petróleo; Europa y Japón puestos de rodillas y de una vez por todas sin pretensiones de independencia; la obtención de créditos del Congreso para el oleoducto de Alaska gracias al pánico petrolero y la multiplicación por millones de las ganancias de las Cinco Hermanas. Admírese: sólo en 1974, los beneficios de la Exxon aumentaron en un 23,6 % contra 1,76 % en los diez años anteriores; y los de la Standard Oil en un 30,92 % contra 0,55 % en la década anterior.

Dejó de palmear la mano de Félix y caminó de vuelta hacia la ventana.

– Mire afuera y vea dónde están los petrodólares. Jugamos a Israel contra los árabes y a los árabes contra Israel. Houston es la capital árabe de los Estados Unidos y Nueva York la capital judía; los petrodólares entran por aquí y salen por allá. ¿Sabe alguien para quién trabaja? Pero no nos salgamos del juego. Todos los guiones son posibles. Incluso -o sobre todo-una nueva guerra. De acuerdo con las circunstancias, podemos cerrar la válvula de Nueva York y asfixiar a Israel o cerrar la válvula de Houston y congelar los fondos árabes. Sígame en nuestro juego, por favor. Imagine a Israel aislado y lanzándose a una guerra de desesperación. Imagine a los árabes dejando de vender petróleo a Occidente. Escoja usted su guión, Maldonado; ¿quiénes intervendrían primero, los soviéticos o los americanos?

– Habla de la confrontación como si fuera algo saludable

– Lo es. La coexistencia actual nació de la confrontación en Cuba. Las situaciones al borde de la guerra son el shock necesario para prolongar la paz armada quince o veinte años más. El tiempo de una generación. El verdadero peligro es la podredumbre de la paz por ausencia de crisis periódicas que la revitalicen. Entramos entonces al reino del azar, la modorra y el accidente. Una crisis bien preparada es manejable, como lo demostró Kissinger a partir de la guerra de octubre. En cambio, el accidente por simple presión material de armas acumuladas que se van volviendo obsoletas es algo incontrolable.

– Es usted un humanista pervertido, Trevor. Y sus guiones ilusorios son sólo los que se fabrican diariamente en las redacciones de los periódicos.

– Pero también en los consejos de las potencias nucleares. Lo importante es tomar en cuenta todas las eventualidades. Ninguna debe ser excluida. Incluyendo, mi querido amigo, la presencia cercana del petróleo mexicano. En más de un guión, aparece como la única solución a mano.

– ¿Sin consultar a México?

– Hay colaboracionistas en su país, igual que en Checoslovaquia. Algunos están ya en el poder. No sería difícil instalar a una junta de Quislings en el Palacio Nacional de México, sobre todo en situación de emergencia internacional y en un país sin procesos políticos abiertos. Las cábalas políticas mexicanas son como las amebas: se fusionan, desprenden, subdividen y vuelven a fusionar en la oscuridad palaciega, sin que el pueblo se percate.

– A veces los mexicanos despertamos.

– Pancho Villa no hubiera resistido una lluvia de napalm.

– Pero Juárez sí, igual que Ho Chi Minh.

– Guárdese sus discursos patrióticos, Maldonado. México no puede sentarse eternamente sobre la reserva petrolera más formidable del hemisferio, un verdadero lago de oro negro que va del golfo de California al mar Caribe. Sólo queremos que se beneficie de ella. Por las buenas, de preferencia. Todo esto puede hacerse normalmente, sin tocar la sacrosanta nacionalización del presidente Cárdenas. Se puede desnacionalizar guardando las apariencias, pardiez.

– A la Virgen de Guadalupe no le va a caer en gracia que usen su nombre para este saínete -bromeó Félix.

– No sean tercos, Maldonado. Lo que se juega es mucho más grande que su pobre país corrupto, ahogado por la miseria, el desempleo, la inflación y la ineptitud. Vuelva a mirar hacia afuera. Se lo exijo. Esto fue de ustedes. No les sirvió de nada. Mire en lo que se ha convertido sin ustedes.

– Ya van dos veces que escucho la misma canción. Me empieza a fastidiar.

– Entiéndame claro y repítaselo a sus jefes. Los planes de contingencia del Occidente requieren información precisa sobre la extensión, naturaleza y ubicación de las reservas de petróleo mexicanas. Es indispensable preverlo todo.

– ¿Esa es la información que mandaba Bernstein desde Coatzalcoalcos?

Quizá Trevor no iba a responder. En todo caso, no tuvo tiempo de hacerlo. Dolly entró con su carita de gata alterada como si una jauría de bulldogs se le hubieran aparecido en el tejado.

– Oh God, Mr. Mann, a terrible thing, Mr. Mann, a horrible accident, look out the window.49

49. Oh, Mr. Mann, una cosa terrible, Mr. Mann, un horrible accidente, asómese por la ventana…

Félix no tuvo tiempo de consultar las miradas que se cruzaron Trevor/Mann y Rossetti; Dolly abrió la ventana y el aire acondicionado salió huyendo como las palabras momentáneamente congeladas del agente doble; los tres hombres y la mujer lloriqueante se asomaron al aire pegajoso de Houston y Dolly indicó hacia abajo con un dedo de uña medio despintada.

Un enjambre de moscas humanas se reunía en la calle alrededor del cuerpo postrado como un títere de yeso roto. Varios autos de la policía estaban estacionados con sirenas ululantes y una ambulancia se abría paso en la esquina de la Avenida San Jacinto.

Trevor/Mann cerró velozmente la ventana y le dijo a Dolly con acento nasal de medioeste americano:

– Call the copper, stupid. l'm holding tbe dago for the premeditated murder of his wife.5o

50. Diles a los policías que suban, estúpida. Estoy deteniendo al italiano por el asesinato premeditado de su esposa.

Mauricio Rossetti abrió la boca pero no pudo emitir sonido alguno. Además, Trevor/Mann le apuntaba directamente al pecho con una automática. Era un gesto innecesario. Rossetti se derrumbó de nuevo sobre el sofá llorando como un niño. Trevor/Mann ni siquiera lo miró. Pero no soltó la pistola. Se veía fea en la mano de piel de lagartija.

– Consuélate, Rossetti. Las autoridades mexicanas pedirán tu extradición y les será concedida. En México no hay pena de muerte y la ley es comprensivamente benigna con los uxoricidas. Y no hablarás, Rossetti, porque prefieres pasar por asesino que por traidor. Medita esto mientras gozas de los lujos de la cárcel de Lecumberri. Y piensa también que te libraste de una temible arpía.

Apuntó hacia Félix Maldonado.

– Puede usted retirarse, señor Maldonado. No me guarde rencor. Después de todo, este round lo ganó usted. El anillo está en su poder. Le repito: no le servirá de nada. Váyase tranquilo y piense que Rossetti sustrajo toda la información poco a poco, parcialmente de las oficinas del Director General, parcialmente de Minatitlán y otros centros de operación de Pemex y se la entregó en bruto a Bernstein. Fue su maestro quien la ordenó y convirtió en mensajes cibernéticos coherentes. -No se preocupe; Rossetti prefiere cargar con la muerta de su domicilio conyugal que con los muertos de sus indiscreciones políticas. En cambio, la infortunada señora Angélica, reunida con sus homónimos, ya no podrá soltar la lengua, como solía hacerlo.

– Y yo, ¿no teme que yo hable? -dijo Félix con la sangre vencida.

Trevor/Mann rió y dijo con su acento británico recuperado:

– By gad, sir, don't push your luck too far.51 Precisamente, lo que deseo es que hable, que lo cuente todo, que transmita nuestras advertencias a quienes emplean sus servicios. Permita que le demuestre mi buena fe. ¿Quiere averiguar quién mató a Sara Klein?

51. Pardiez, caballero, no abuse de su buena suerte.

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