Historia general de la naturaleza Su vida no es inútil, empieza debajo de los corredores. Nunca había hecho nada parecido a vivir, y no sabe. La muchacha no vuelve la vista atrás. Esto es el futuro, piensa ella. La tarde pierde la paciencia y, mientras dura el viaje, la tristeza aprovecha la oportunidad. Desea retirarse viva, atrapar esa pureza, soltar su carcajada, y volver a ganar altura con los brazos. La vida es su coraza. Apenas más humana que un palacio de mármol, la muchacha siega el maíz del tiempo con un impulso de cristal. El argumento del designio
– Hay secretos enraizados en cada ángulo de mi boca-. Una bruma de oro ha recubierto la tierra yerma, ensimismada. Sé que la oscuridad también comete errores que aguardan a su tiempo tras la puesta del Sol. Soy la extranjera. Poco a poco me acostumbro al color, a los niños que sueñan con sus ojos enormes clavados en el rumbo de esa estrella irreal que nunca explica cómo buscar sustento para el corazón. La ausencia de prueba no es prueba de ausencia Nacen los vientos desde el cielo y me señalan el camino. ¿En qué lugar de estas aguas profundas encontrará reposo mi mirada? Cuando haya muerto, ¿podré yo amar?, ¿y a quién? Voy caminando por el valle de las mil lunas, donde el crepúsculo ha metido al cielo de cabeza en los arroyos. Con ellos va, ¡hay tanto cielo a la deriva que se va! Camino junto a los brotes, me apresuro en burdeles que frecuentan los ángeles. Soy una nube baja: no rozaré jamás las cumbres. Ah, si vieras cómo tiemblo, sola junto a las azaleas del patio, haciendo sortijas con la luz de los astros. Hollar un trozo del dulce paraíso donde nada ha cambiado, tampoco la belleza de los bosques demándalo, ni siquiera las nieves de los muchos inviernos ya pasados. Estambres de antiguo fuego estelar, cúmulos, supernovas, gloriosos resplandores del pasado: aunque muera por mí la vida, aunque me atrapen sus perfumes, mi gozo nunca será más dulce, pues todo cuanto puede ser definido bien es esta luz tan pura, hendida allí donde comienza la niebla de mi desengaño. La perfección siempre es estéril Por las rosas perdidas que tejen en las ramas su encanto solitario sin saber qué es la vida. Por la luz que se olvida y es acaso un afán de descifrar caminos del tiempo que transcurre en extraño silencio, a solas con él mismo. Como una flor, despierto cada vez que la tarde reposa sus colores sobre el mundo. ¿Cómo será la eternidad que ahora gana tiempo? ¿Cómo serán los años que no quedan? La vida se entreabre, sólo a mí me presagia con las rosas perdidas que tejen en las ramas su encanto solitario sin saber qué es la vida. (Distancia: 44 años-luz. Dos soles) Salí a mirar el cielo. Mi hijita dormía. – Duerme, mi niña, que no te destape el viento, ni la lluvia, ni el aullido de los lobos del bosque. Duerme, mi vida, duerme-. Le esparcía la tarde sus estremecimientos a la luz solitaria. Se deshacían las nubes sin piedad y sin miedo. Ah, pobre enebro que tiene el corazón desnudo y no sabe cuál ha de ser su parte del cielo. Ah, ¿qué será de mí?, ¿adonde irán mis sueños?, ¿y quién recogerá lo que quede de ellos cuando la nieve borre mi rastro, o el aire que desprenden las alas de los pájaros, cuando nadie, mi niña, vigile ya el vaivén de tu cuna, ni cuente los ruidos de tu cuerpo? Diciembre es de marfil nevado De nuevo el mismo cielo, pero en otro diciembre, cielo desnudo y algo oscurecido, tan solo, a simple vista. Una lumbre ha nacido de la Espada de Orion. Leve espuma de un periplo sin retorno, indicio de frialdad y firmamento. Fue en un campo de Escocia. Solía, a medianoche, tumbarme boca arriba sobre la hierba e ir midiendo los ángulos de las estrellas con cuentas que ensartaba en hilo de coser. El Cinturón de Andrómeda bajo el arco del cielo fue una cinta con la que hice dos lazos: astronomía y música. Tiempo abajo. Por entre eternidades cuyo horizonte humea como fuego Georg Heym Guardo dentro de mí el resplandor del cosmos, su azul de madrugada y su horizonte, y acaso pueda detener la noche, hacer una amapola con sus brumas. O abrir un agujero en el centro del cielo para guardar el frío que nace de la tierra. Acaso pueda lograr que el firmamento descanse en la yema de mi dedo anular. Todas las tardes de Junio se mueren anocheciendo en el azur. Unas horas después llega la pobre madrugada, confusa entre los rayos de Luna que la corriente arrastra. Alba que bordea los ríos y escancia las nubes, que arrecia el verdor de los paisajes, acrisoladas gotas de sol, no, de ceniza: la radiación perfecta de mi cuerpo que tiembla al despertar. (El sueño de Kepler) Naves celestes adaptadas a los vientos del cielo, navegando por el firmamento llenas de exploradores que no temerán… Johannes Kepler Volaré siempre hacia el Sur, mientras el viento asciende como un himno hacia las nubes. No haré caso a los pájaros, hay lugar en sus ojos para la perdición. Sus espectros encienden las estrellas. Espigas de coral en el umbral remoto de la Tierra, alfileres sucios que la nieve abandona a la penumbra de los tilos. Lo que sobra de la inmensidad del espacio. Alas y dientes. |