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– Loco por mí, decía. Decía que nunca había visto una silueta como la mía.

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– Una madriguera en las afueras de la ciudad. Me lo pedía de rodillas, yo ni loca hubiese ido.

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– ¿Quedaría mal de rojo?

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– Encaprichado con que te compraras la tela verde turquesa ¡ni lo dejaba hablar al vendedor de la tienda!

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– Mejor que no, porque te entusiasmaba para que compraras cualquier cosa ¡marrón oscuro! sabés cómo son los vendedores.

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– Desde la cocina con mis panqueques ya se oía que se acercaba la tormenta: «mami, cómprate el verde turquesa que es el más lindo, mami» y Berto que no y no ¡qué hombre más nervioso!

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– ¡Y éste seguía! «papi: mami se tiene que comprar esa tela» y Berto que explotó.

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– Te aseguro que no fue culpa mía, era buen candidato y se me escapó: pero al final resultó una porquería. En Tucumán tiene mala fama.

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– No, porque con otra se había portado mal.

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– No, una mujer regia, muy interesante, mucho mejor que él.

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– Por tener una debilidad, y al tercer día que lo conoció… le aflojó.

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– Exacto, un chalecito muy lindo por las afueras, y la convidó con un cognac y no había dicho dos palabras que ya le echó las manos encima, ni se puso robe de chambre ni nada.

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– No sé, da otra sensación de respeto. En una vidriera vi unas de una tela de brocato hermosas… Y me decía ella que a la media hora él se despertó de ese sueño que les viene, ya se levantó que se quería ir, que tenía que hacer, de mal humor.

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– ¡Porque le vinieron ganas de quedarse! de dormir ahí toda la noche y no volver al hotel (viajaba como yo), que quería ver con tranquilidad las cortinas, con un trabajo muy lindo de las indias del norte, y el quillango chileno, y estar ahí como en su casa, ella misma me lo contó.

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– Con todos los detalles, pero él no la dejó. Y ella le insistió y él se puso seco que al final tuvo que confesarle que el chalet no era de él, de un amigo.

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– Porque por la calle no la saludó más. Pero Mita, a Jauregui yo no se lo hubiese permitido, que pegase un puñetazo en la mesa e hiciera llorar al chico porque insistía que te comprases esa tela que es la última moda, que siempre tenés que estar con esos vestidos de vieja porque perdóname, pero es ropa demasiado seria. Y antigua.

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– Un chico se asusta con esos gritos, y el puñetazo y el plato roto.

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– No digo que te pongas un vestido rojo fuego o el famoso verde turquesa, porque no es para tu tipo, pero lo mismo si yo hubiese estado en la mesa me ponía a defender al Toto, que él lo único que quería era ver a la madre bien vestida, como una artista.

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– Yo no tendría que ser tonta por la calle.

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– Porque así después hablando puede uno llegar a entenderse, y los dos pueden gustarse. A veces hay que ser viva y hacerles ver que una aceptaría.

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– Y no hay que volver al hotel tan temprano.

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– No te vayas a creer que yo fui tan tonta alguna vez.

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– ¿Pensaste que sí? Confesalo.

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– Ya después pierden el interés y no quieren hablar: porque te hayan visto sin ropa creen que ya saben todo de vos, ya no vales nada, ni que fueras un vestido pasado de moda.

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– Exacto: con las manos vacías y más sola que nunca.

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– Sí, y subir después sola a tu pieza del hotel y no hablar con nadie.

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– Yo a Jauregui le contestaba siempre, y cuando se metía con el nene y no tenía razón yo era capaz de arrancarle los ojos, por más que fuera el padre. Pero Jauregui se lo tenía conquistado al nene.

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– Pero en las giras siempre hay que hacer, no te creas.

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– De llevar la ropa en las valijas se te amina muchísimo. Siempre al volver al hotel hay algo que arreglar, o planchar, y por lo menos estás tranquila.

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– En los hoteles una de las cosas que me encantan es probarme toúa mi ropa y estudiarme en el espejo.

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– Para las combinaciones de, vestidos con pañuelos y zapatos y carteras. Primero los conjuntos de mañana, con un pañuelo en la cabeza, y después los de tarde con el pelo recogido con una cinta o suelto. Y me paso las horas con los cambios, es divertidísimo, lástima que no me pueda fotografiar. Y así paso el rato.

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– No, me hago subir un café con leche completo, yo no ceno, que es bueno para la silueta y el bolsillo. Y cuando tengo ganas de verme bien, me pruebo la ropa de noche, con peinado alto, como el que sacaba Mecha Ortiz en la obra Mujeres, cuando al final va a encontrarse con ese hombre que ella quiere tanto.

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– No me acuerdo.

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– ¿Era el marido? Divina estaba, con una silueta delgada, un traje negro ajustado y la expresión de mujer enamorada, contenta de ir a verlo, que hace mucho que no lo ve: un hombre fino, inteligente, delicado. Y no hay como estar bien vestida, una parece otra. Porque una será lo que será, tendrá el busto caído, o tendrá barriga, que yo no tengo nada, la cuestión es que con un vestido bien cortado que tape los defectos una mujer queda regia, y ya no es una mujer cualquiera.

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– No, no es eso lo principal, yo no estoy de acuerdo con vos.

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Mita, perdóname. ¡Que sea interesante! no hay que dejar de ponerse sombra en los ojos.

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– No, pero atrae más, parece que oculta un pasado ¿De dónde sacan el coraje esas mujeres, para hacer esa vida? Las ladronas de joyas, o las espías. Hasta las mismas contrabandistas. Pero hacen otra vida. Más interesante. Porque eso es lo principal que la gente te vea pasar y diga «qué interesante es esa mujer… quién sabe quién es…»

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