XV Cuaderno de pensamientos de Herminia, 1948
«Mary Todd de Lincoln fue una de las mujeres más admiradas y envidiadas de América, hecho natural ya que pocas mujeres como ella, encontraron campo tan favorable al desarrollo de la personalidad. Mientras fue sólo Mary Todd se desenvolvió en círculos intelectuales de la entonces incipiente cultura americana, en los que se la conocía por su inteligencia así como por su carácter impetuoso, podía ser profunda en la reflexión y repentinamente apasionada en las decisiones. Después de un noviazgo borrascoso con Abraham Lincoln pasó a ser Primera Dama de los Estados Unidos, dando evidencia de su vitalidad y raro poder intuitivo, por lo cual se le atribuyeron injustamente actos de brujería. Pero era amada como mujer y respetada como esposa del presidente, se puede decir que para ella el mundo tenía siempre todas las luces encendidas, como en días de fiesta. Fue precisamente durante una celebración, una función de teatro, que el Presidente Lincoln, sentado al lado de su esposa en un palco, fue asesinado por un tiro de revólver. Mary Todd de Lincoln vio apagarse todas las luces aquella noche, y algunos años después una junta de médicos la declaraba víctima de insania total y por consiguiente la desposeía del uso de sus bienes.»
Esta breve referencia periodística me apena y al mismo tiempo me hace reflexionar. No sé en este momento si es mejor ver todas las luces encendidas aunque sea por poco tiempo, y con el peligro de pasar a la oscuridad de un momento para el otro, o como en mi caso -caso tedioso y vulgar de la solteronía- ver apenas una luz débil aUá por la primera juventud, que se va apagando poco a poco. Tengo treinta y cinco años y ya estoy arrumbada en un rincón. Creo que a los cuarenta perderé el poco de esperanza que me queda y eso será la oscuridad total.
En un artículo de la edición dominical de La Prensa el pensador dinamarqués Gustav Hansen, cuya obra tengo que confesar que ignoro, pero que ya ha escrito para la misma sección de rotograbado, como decía, Gustav Hansen, habla de la inmensidad de lo material en contraposición a la insignificancia de lo espiritual.
Tal aserción provenía de las impresiones que había tenido en una visita a los alaoríes, raza indígena de la Polinesia. Allí había sido acompañado hasta una de las viviendas reliquias de la tribu, en la que estaba intacto el trozo de pan cortado por el patriarca momentos antes de abandonar la casa a causa del terremoto que asoló a la población y sepultó la nombrada casa, hasta que un mismo alaorí la descubriera siglos después. Dice Hansen que había detalles conservados con una frescura impresionante: el doblez de una especie de mantel, las formas humanas impresas en almohadones, manchas en ios mismos almohadones, etc. Aquí Hansen apunta que se vio tentado, en un momento en que el guardián no lo vigilaba, a dejar la propia huella de su paso por ese lugar, e hincó los dientes en una repisa de madera y clavó la uña del pulgar derecho en una mesa, en la que describió un torpe círculo. Y pensó en las impresiones tan profundas que le habían causado esas ruinas y el vibrar de su espíritu, ¿pero qué más?, esas emociones pasarían, y aunque las recordara mientras viviera, después de muerto pasaría su ser a fundirse en un orden divino desconocido, mientras que esos garabatos y ese mordisco impresos en algo material permanecerían indelebles por siglos y siglos.
Bien, me molestó mucho esa digresión, no porque no sea verdadera, lo es, pero ahora que hace unos días que leí el artículo, se me han ocurrido cosas que si bien no me permiten rebatir a Hansen por lo menos me hacen ver que en no todos los casos tiene razón. Este año se cumplen 17 años que recibí la Medalla de Oro del Conservatorio, después de tocar el preludio de «Tannhauser» en la versión arreglada para piano. Si yo los hubiera escuchado a todos, y les hubiese creído los elogios y las predicciones, me habría llevado la desilusión más dura.
Pero hubo una razón que no me permitió ilusionarme, no es que yo me dejé vencer antes de luchar, porque ya el médico había dicho que con mi asma había que dejar Buenos Aires. De asma en realidad no se muere nadie, pero puede atacar al corazón si no se toman cuidados, y del corazón se puede morir cualquier concectista. Como compensación el aire seco de la pampa vallejense hace vivir hasta los noventa a las profesoras de piano, aunque sufran de asma.
Pero no me había dado cuenta de que el aire seco me había secado tanto el cerebro; Toto se asombra de que no me gusten los compositores modernos. Él hace muy mal en reírse de los románticos, una petulancia propia de sus pocos años, y descarta de plano a un Chopin, un Brahms, un Liszt. Tiene rabia de haberse quedado en Vallejos, con todos los exámenes para preparar por su cuenta en vez de ir pupilo otro año más.
Claro que es posible que hace tanto que no escucho música nueva que los discos que trajo me chocan. Vallejos tiene la culpa, -porque ni siquiera la radio se puede escuchar, fuera de las estaciones tangueras que pueden pagarse antenas fuertes para que el pueblo se eduque escuchando cómo el compadrito le dio una puñalada a la negra de al lado.
Sin querer me he ido por las ramas. Quería solamente señalar uno de los días antes de mi examen final, luchando con los trémolos de «Tannhäuser» que no salían limpios, y los acordes en octavas y novenas que realmente son para manos de hombre, y pese a la tos que me había venido a hacerle compañía en la agitación de pecho acostumbrada, yo seguía encorvada sobre el piano, y de repente al toser me cayó saliva con sangre sobre las teclas y la pollera. No alcancé a llevarme el pañuelo a la boca y escupí sin querer. Como susto fue suficiente, ya me sentía tuberculosa encima de todo lo demás. En realidad se trataba de una falsa alarma, un derrame debido a una irritación laríngea, los pulmones no tenían nada que ver, pero en ese momento me decidí por dentro a dejar Buenos Aires.
Ahora bien, a las manchas de sangre en las teclas las limpié enseguida, y a las manchas de la pollera las refregamos bien en la batea y también desaparecieron. Pero en mi recuerdo están intactas, me basta pensar en aquel momento para ver de nuevo la saliva veteada de sangre. Materialmente la mancha tuvo una existencia corta, mientras que en mi espíritu sigue viva como entonces. Claro que yo, como profesora de piano, a los noventa me voy a morir lo mismo y ahí terminaré con mis trémolos y mi mancha, pero señor Hansen, permítame presentarle este pequeño triunfo de lo espiritual.
Nada de lo que he leído sobre los sueños me satisface plenamente. Todas las suposiciones de los espiritistas y astrólogos baratos son completamente inatendibles y las interpretaciones de Sigmund Freud, por lo poco que me ha llegado de él, me suenan un poco acomodaticias, cataloga todo de modo de confirmar sus teorías. Modestamente se me ocurre que todo es mucho más complicado de lo que ellos pretenden, aunque algún significado debe haber en el soñar.
Hacía tiempo que no soñaba tan fuertemente como anoche. Me veía en mi cama en una noche de calor y me estaba por aplastar una locomotora, pero que me caía del techo, y caía despacio como si no tuviera peso, se me iba acercando infinitamente despacio, como a veces se ve una hoja caer lentamente de un árbol, y meciéndose en el aire, pero de más está decir que al tocarme me iba a aplastar. Y esa visión se repetía y repetía, me despertaba y al dormirme volvía a soñar lo mismo. Hasta que me di cuenta de que estaba durmiendo del lado del corazón y cambié de posición, poniendo fin así a la pesadilla. Gracias a Dios pude volver a dormirme porque no tenía el pecho muy congestionado.
Me gustaría consultar a un médico, tuve la ocurrencia de que al dormir del lado izquierdo, oprimiendo el corazón, la sangre corre con dificultad y al lograr salir del corazón se abre paso de a chorros, y al irrigar la corteza cerebral lo hace con tanta potencia, no sé si me explico, que alcanza a las zonas más escondidas, esas especies de surcos o circunvoluciones ennegrecidas. Ahí pienso yo que están como arrinconadas en un sótano todas las reminiscencias malas que la gente logra olvidar por un tiempo.
Ahora bien, me gustaría interpretar mi sueño, pero durante todo el día he pensado y pensado sin resultado, aun durante las lecciones de la mañana y de la tarde. Después del último alumno me sentí abrumada y pensé en que me haría bien un baño, y me decidí a calentar dos ollas de agua y después encender un poco el brasero para calentar el aire, pues si se toma frío a la noche se cierra el pecho y prefiero cualquier pesadilla a no poder dormir. Es terrible no tener un cuarto de baño, bañarse en una tina de madera es una tortura.
Al final me decidí por lavarme la cabeza e higienizarme un poco en general pero sin meterme en la tina y sin esperar más de una hora hasta que se calentaran las dos ollas. Me miré al espejo antes de lavarme la cabeza y no podía creer lo sucio que tenía el pelo. Me he vuelto abandonada, tenía el pelo untado de la propia grasitud del cuero cabelludo y realmente me dio asco. Si no me miro al espejo no me doy cuenta de lo sucia que ando. Todo se debe en realidad a la falta de comodidad. Es muy difícil vivir en una pieza y no tener más que un excusado al fondo del patio y una canilla de agua fría, al aire libre, sobre todo ahora en invierno. Mamá no lo siente tanto porque está tan viejita y ya a esa edad se transpira menos y se aceptan las cosas de otro modo. Esta es la suerte que me trajo el amor a la música. Hubo una frase que papá dijo tal vez una sola vez pero que a mí me volvió a la mente infinidad de veces cuando estudiaba en el Conservatorio: «La vida de Schubert tiene un significado sublime.» No creo que papá me engañara cínicamente, él estaría convencido de lo que decía. En cambio para mí Schubert fue un músico excelso pero que murió sin tener el menor reconocimiento, después de pasar sus pocos años de vida en buhardillas heladas y lavando las tinas que quedan con una capa grasosa gris de suciedad después de un baño. Schubert sí murió tuberculoso, y quién sabe si no habrá empezado por tomar un frío al bañarse. Yo creo que el sueño de la locomotora tiene un significado, con alguna relación a dormir del lado izquierdo. Ayer todo el día fue malo, en parte probablemente por la noticia del compromiso de Paquita. Yo nó soy envidiosa en general, pero saber que esa chica de diecisiete años, pero que para mí es una criatura, ya está construyendo su vida, con un muchacho que parece excelente persona, me dejó mal. Toto me dijo que al principio pensó que el muchacho sería casado, como la mayoría de los empleados del Banco que llegan trasladados a Vallejos, pero ahora que vino la futura suegra a conocer a Paquita, quedó todo aclarado. No digo que no le esperen en la vida disgustos, etc, pero es tan distinto teniendo un compañero, y que tiene buen empleo, además Paquita se recibe de maestra el año que viene, y puede emplearse también.