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– Esa vez no te habrán dado permiso en el hospital, pero todas las otras veces que no viajaste fue por Berto, por el capricho del señor Berto.

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– Por los líos para llenar los papeles de la sucesión de Jáu-regui.

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– Y se murió, y a mí si me preguntan cosas de él no sabría contestar nada, nada más que me llenó de cuernos y yo cada vez que me daba cuenta de esas tramoyas… daba gracias al cielo. ¿Qué podía saber yo de los datos que me pedía el abogado?

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– Pedir todo por carta a mi cuñada, que entendía todo al revés ¿cómo no me iba a dar cuenta de la cajera? ¿desde cuándo una hora todas las noches para hacer la caja? Yo lo mismo cenaba con mi chico y después le recalentaba la cena a él, aunque pusiera cara de perro, que la comida estaba medio pasada.

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– No, vos te morirías.

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– Con el malhumor que le tenés que.aguantar. Yo lo mismo no dejaba de arreglarme, me sacaba el trapo de la cabeza y el delantal y si era a la tarde me iba a tomar un mate a tu casa, vestida regia, impecable: te veo levantarte de la siesta toda ilusionada con los ojos hinchados de dormir.

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– ¡La noticia de que Berto te dejaba ir a La Plata ese invierno!

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– Empezaba a temblar yo antes que vos, créeme.

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– De esa forma no hay modo de pelearse, yo no me le podía callar a Jáuregui, yo siempre contestaba.

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– ¿En el hospital ganabas más que en la farmacia?

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– Me preguntaban todo porque sabían que yo les buscaba la vuelta, a ésas sin frente o a las de cara larga, para que el turbante las favoreciera.

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– ¿Cuántos cumpliste? -¿Qué te regaló? -¿Por qué?

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– No, al negocio venían pocos, nada más que Ramos, el representante de las telas, qué encanto de hombre. Y el peón que le cargaba las telas, un urso que me hacía acordar de Jáuregui.

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– Porque no hablaba.

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– Mita, qué ilusión me hice con Ramos…

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– Un poco joven para mí, pero tan fino, tan educado, unos modales… que ni una niña. ¡Y sabía de todo!, de modas sabía más que todas las del negocio y nos traía él las últimas novedades.

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– Enseguida. Me contaba de las cosas que veía en el teatro Colón, unas danzas clásicas divinas.

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– No fui por tonta, quería estrenar un traje de terciopelo negro que después no me lo hice. Me decía que yo le resultaba tan interesante, quería que le contase todo.

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– De Jáuregui y todo, todo, con detalles.

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– Desde la primera noche. Y de las costumbres de Jáuregui. Se ve que me quería excitar, porque otro día me pidió que se lo repitiera todo de nuevo… ahí yo creí que iba a aprovechar para proponerme algo, y ya me empezaba a dar asco… pera no, no sé qué le habrá pasado. Yo nunca había hablado con un hombre de esas cosas.

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– Yo, un día en la tienda. Le agarré la mano. Y al Colón hubiese ido lo mismo sin el vestido de terciopelo, hubiese ido sencilla.

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– No la movió, pero no me apretó la mía. A mí el peón me hacía acordar a Jáuregui, la dueña se dio cuenta y para hacerse la graciosa una mañana que el urso estaba entrando unas piezas de tela empezó a contar que a mí me gustaba Ramos.

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– Pero era un hombre con el que se podía hablar.

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– Se me partían las piernas de cansancio.

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– A media tarde. Las chicas del taller hacen un mate cocido, y cuando podía me lo iba a tomar, las chicas se lo toman ni bien hecho porque plantan la costura cuando quieren, pero yo si estaba adelante con dientas tenía que aguantarme. Al principio a las chicas del taller les contaba mis cosas, pero después no. Las piernas se te parten de estar parada, a eso de las seis: qué larga se hace la tarde, con esa taza en la mano, sentada en un banquito del taller, además de como cansa la espalda coser las chicas no tenían más que el banquito sin respaldo, yo que había tenido mi casa… ¿vos crees que la dueña no podía comprar otras sillas? y en invierno a esa hora es noche cerrada. En verano vaya y pase, porque salís de día y te parece que todavía hay tiempo para hacer algo de bueno, pero en invierno a la hora del mate ya es noche cerrada y a la salida con el frío y sin plata para gastar ¿dónde vas a ir? Al principio les contaba mis cosas a las chicas del taller, pero de tonta que era.

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– Las más jóvenes, y encima sin educación, que se creen divinas y a las más grandes nos ven como cualquier cosa. Pero yo he hecho mucho méritos en la vida, y ni bien cuento algo de mi vida la gente para la oreja.

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– Me oigo y me parece que estoy contando una película, Mita, no todos tienen al hijo como lo tengo yo, que no le falta nada.

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– Que estaba en Jardín de Infantes, si sabían que estaba en el bachillerato me daban por lo menos cuarenta años.

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– Nadie sabía que el negocio de Jáuregui había sido bazar, porque entonces se creen que yo despachaba detrás del mostrador; nunca trabajé yo hasta que entré en esa casa de modas.

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– Que tenía estancia, que después se murió mi marido y los abogados me comieron todo.

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– También a ellas se les va a acabar la juventud. Y yo después me tomaba el mate callada. «Están bien en esos bancos, no las defienda» me dice un día la dueña, «que son unas chusmas, a usted la llaman la estanciera y se matan de risa». No todas las madres pueden mandar al hijo a un buen colegio, con un sueldo de vendedora.

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– El sueldo íntegro al colegio. Total yo en la pensión pagaba poco y lo sacaba del Banco.

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– No, Mita, las penas se acabaron, por suerte ahora en Hollywood Cosméticos es distinto, con la libertad que tengo.

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– Un hombre fino, que hable bien, y si ella cae, que la haga sentir como una dama, y que la reciba como se debe.

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– Una robe de chambre de seda, en una pieza perfumada, o algo así.

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– Tendrás razón que es muy inteligente, no tenía nada y se está haciendo de una posición. En casa éramos muchos pero a él que no lo hicieran estudiar fue una pena, teniendo un hermano grande que ganaba plata a montones, bien que lo podría haber hecho estudiar.

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– Sí, pero vos estudiaste y él no. Yo me quise morir cuando vi lo lejos que estaba Estados Unidos de Inglaterra, yo creía que Londres era la parte más chic, pero más cerca.

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– Si le digo blanco él ya está pensando en que es negro, desconfiado como él solo, piensa que tiro la chancleta en las giras, y ahora que está ganando bien ¿por qué está tan nervioso?…

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– Desarmaban el motor del auto y lo volvían a armar. Mi nene no manejaba porque no alcanzaba a los pedales, pero Jáurequi ya le había enseñado a manejar.

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– Con el único que se entendía Jáuregui.

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– Jáuregui le enseñó a desarmar el motor y lo armaban y desarmaban.

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– Cuando sea grande no va a tener auto.

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– ¿Cómo voy a hacer para comprárselo? Si Jáuregui viviera se lo prestaría. Armaban y desarmaban el motor ellos dos pero lo mismo tenían que llevarlo al taller.

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– Los chicos son así, la hermana de Jáuregui al nene le traía siempre juguetes pero nunca se encariñó cpn ella el nene, pero con el padre y el muchacho del taller de al lado se volvía loco. Y el muchacho del taller le dejaba tocar todo, la caja de las herramientas, como vos le dejás al Toto las revistas, y los carreteles de hilo, pero se me ponía a la miseria de grasa de autos.

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– Claro que no tiene tiempo de nada, siempre en su escritorio, enfrascado en sus negocios, charlando con los empleados ¿vos no crees que están todo, el día hablando de mujeres? ¿de qué otra cosa te crees que hablan si no de eso?

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– Viajando por toda la república, aunque eso sí, es un poco solo, estar siempre viajando, una mujer sola.

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– El momento en que una querría charlar un poco. En Mendoza a esa hora cae el frío, por más sol que haya habido durante el día, el clima de montaña.

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– Se anda regio con un saquito cualquiera, porque además de que una se está moviendo con su trabajo, hay un sol fuerte que te da ese calorcito. Pero al atardecer hay que abrigarse muchísimo y no se ve un alma por la calle.

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– Por suerte el nene en Buenos Aires tiene calefacción central en el internado, que es lo primero que tiene que tener un colegio de categoría, por las horas que pasa quieto haciendo sus deberes: ahí no tengo que estar yo gritándole, aprenden lo que es disciplina.

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– Siempre en los mejores hoteles. Por orden de Hollywood Cosméticos.

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– Son de hilo bordadas. El piso encerado que te refleja. A veces hablo sola, se creerán que estoy loca, a veces te hablo a vos, cualquier cosa: «Sentí Mita qué perfume tiene esta cera» o te pregunto «¿te gustan las sábanas almidonadas?»

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– Te invitan a ese copetín y ya estoy harta de las mismas tretas.

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– Casarme no. Tendría que conocer muy bien a ese hombre, muy inteligente, del tipo de Ramos, que me enseñe, y de danzas clásicas, porque no quiero morirme ignorante. Que sepa de todo.

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– Casi me voy. Cuando me vino a abrir el Toto ya estaba cansada de tocarte el timbre, y ni bien golpeé en el vidrio se me aparece el Toto blanco del susto, y pensé «¡estará muy enfermo alguien, Dios mío!» pero nada, viene a decirme en puntas de pie que Berto estaba durmiendo la siesta, que no hiciera ruido.

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– ¿Y si viene un telegrama cuando el timbre está desconectado?

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– ¿Le. tiene terror? Y me quedé con él hasta que te levantaste, él estaba calladito a armar casitas porque los juguetes que tiene el Toto no los tiene otro chico en Vallejos, y yo en Buenos Aires he visto el precio de esos juguetes.

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– Carísimos. No sé si Berto te dirá lo que le cuestan. -Jáuregui no me decía nada de nada. -En Tucumán, en la última gira.

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– Tremendo, de esos hombres raros, muy ocupados, de pocas palabras, atacadísimo de dolores de cabeza, de ese tipo de hombre que le gusta estar en silencio al lado tuyo con las manos agarradas.

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– No, conoce a todo lo mejor de Tucumán, de la mesa de la confitería se levantaba mil veces a llamar por teléfono o a saludar a alguno que pasaba por la vereda.

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