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HUVARAVIX. (Invisible.) Ralabal te ha servido el remedio que cura el dolor y pone el corazón de fiesta. Sólo cuando uno está contento cae bien la flecha de la muerte. El que muere alegre, no muere. Yo, si tuviera que morir, le pediría a Ralabal de su guacal de festines.

CHINCHIBIRÍN. Pero vamos, acucuác, quiero ganarte la partida ahora que estás en el guacal de los festines…

GUACAMAYO. (Carcajada tras carcajada.) Cuác, cuíc, cuác, cuíc, cuíc, cuác, cuác, acuacuíc, acucuác, cuicuacuác!

CHINCHIBIRÍN. Sí te gano la partida, mi flecha te dará muerte y antes de que te enfríes por completo, te tomaré como un penacho de plumas de colores para sacudir el polvo de tus palabras engañadoras de los ríos y los lagos que ya no se ven datos como antes.

HUVARAVIX. (Invisible.) Soy todo oídos. Cada una de las hojas de estos árboles es una oreja mía. No perderé una sola palabra.

RALABAL. Ya sabíamos que el Maestra de los Cantos de Vigilia tiene las orejas verdes. Es el pastor de las orejas verdes.

CHINCHIBIRÍN. Dices, acucuác, que el Sol llega hasta el ojo del colibrí blanco y de allí regresa a su punto de partida. Si eso fuera cierto, cómo explicas que mis ojos lo ven caer, no en el lugar donde salió, sino en el sitio más opuesto.

GUACAMAYO. Lo digo y lo sostengo. El Sol sólo llega al ojo del colibrí blanco y de allí regresa. El otro medio arco, el de la tarde, es sólo una ficción en su carrera luminosa (afirmativo, y ronco), es sólo una ficción, acucuác…

HUVARAVIX. (Invisible.) Voy a buscar a la Abuela de los Remiendos, ella traerá hilo y aguja para coser en mis oídos lo que oigo.

RALABAL. Callemos nosotros, ellos que hablen…

CHINCHIBIRÍN, (Con voz tajante.) ¡Lo que se ve se ve y no es una ficción! Yo veo ocultarse el Sol, después de trazar el arco en el Palacio de los Tres Colores, no por donde aparece, y lo que se ve se ve…

GUACAMAYO. ¡Juguemos con las palabras!

CHINCHIBIRÍN. ¡No!

GUACAMAYO. ¿Acuite? Ralabal debía darte del guacal de los festines. El ojo del colibrí blanco es el diente de maíz del Sol.

CHINCHIBIRÍN. Y vas a decir que le duele… que por eso se regresa… que porque le duele un diente no sigue sobre el arco en el camino de la tarde, sino vuelve por el camino de la mañana, baja por donde ha subido.

GUACAMAYO. La tarde es una ficción…

CHINCHIBIRÍN. Ya te veo acorralado. Si el Sol vuelve a su punto de partida, acucuác, quién es el que celebra sus bodas en la noche. La noche se hizo para la mujer. Los senos de las mujeres son como los nidos de los pájaros. A quién le cambian las vestiduras de la tarde por traje y tónica de tiniebla y las sortijas de rubíes por sortijas de piedra de tinieblas. Son tus palabras. Te he dado el juego de palabras para vencerte con tus armas. Y la doncella que es su esposa hasta la aurora…

GUACAMAYO. Se han ido nuestros padrinos. Huvaravix no se oye que esté.

RALABAL. Yo no me he ido, pero no estoy aquí…

GUACAMAYO. Oye, Chinchibirín, la explicación, y guárdala como si la Abuela de los Remiendos hubiera traído la espina y su saliva en forma de hilo de cabello, para pegar estos remiendos a tus creencias.

CHINCHIBIRÍN. ¡Oigo, quiero oírte, eres el Gran Saliva de Espejo Engañador!

GUACAMAYO. (Solemne.) Sale el Sol, llega al ojo del colibrí blanco en la mitad del cielo y de allí regresa, reflejándose en la otra mitad del cielo que es un gran espejo, y por eso me llaman a mí Gran Saliva de Espejo Engañador. Somos los Salivas los que creamos el mundo y si la noche se hizo para la mujer, es sólo una ficción. El Sol no llega a la noche, en persona. Llega su imagen en el espejo. La mujer no recibe más que la ficción de las cosas, Cuculcán no yace con la doncella escogida para su esposa; es su imagen reflejada en el espejo lo que la esposa ama.

CHINCHIBIRÍN. ¡Siempre has de jugar con las palabras! La piedra de mi honda servirá para hacer pedazos ese espejo y que sea Cuculcán, el señor, el Gran Señor, mi Gran Señor, quien ame a la que, por fin, no sea sólo esposa suya hasta la aurora.

GUACAMAYO. (Sorprendido.) ¡Chinchibirín, acuác, Chinchibirín, mátame, pero no uses las hondas, en tu arco está la flecha!

CHINCHIBIRÍN. (Apuntando.) ¡La flecha roja!

GUACAMAYO. ¡No, la flecha que recogiste en el Lugar de la Abundancia!

CHINCHIBIRÍN. (Sorprendido en su secreta.) ¿La flecha amarilla?

GUACAMAYO. ¡Cuác, cuando la recogiste no era flecha!

CHINCHIBIRÍN. Era Flor Amarilla… Yaí…

GUACAMAYO. ¡Flor Amarilla está ofrecida a Cuculcán! ¡Será su esposa hasta la aurora!

CHINCHIBIRÍN. (Aprieta los dientes, retrocede paso a paso, con una mano en la cara y la otra suelta a su propio peso y colgando de ella, de ella, de sus dedos, como algo inútil, el arco y la flecha roja.) ¡YAÍ, flecha amarilla… fle… cha… mi… flecha mía… YAÍ… YAÍ!…

GUACAMAYO. ¡Tú, el arquero! ¡Tú, el arquero! ¡Yaí, la flecha! ¡Yaí, la flecha! Y yo, el arcoiris… cuác cuác cuác cuác… ¡El destino del Sol está jugado!

Primera Cortina Negra

Cortina negra, color de la noche, magia del color negro de la noche. Cuculcán va desvistiéndose. Deja caer la máscara, el carcaj, las calzas y los atavíos rojos. Parecen a sus pies manchas de sangre, salpicaduras de crepúsculo. Manos de mujeres que se agitan con movimiento de llamas, al compás de lejanas melodías de cañas y ocarinas de barro, le visten de negro en medio de una danza de reverencias ligeras. Otras que entran de rodillas, se levantan a pintarle la cara con puntos y líneas, la cara, el pecho, los brazos, las piernas, hasta dejarlo como un bucul tatuado. Y otras de cabellos sueltos, con estrellas en la noche de sus cabelleras, le atavían con brazaletes, sartales y aretes de piedra de tiniebla, calzas de piel oscura y plumajes negros ceñidos a su frente. Cesa la música. Las de los vestidos, las de los atavíos, las de los tatuajes se retiran danzando y pasándose unas a otras las ropas rojas y los rojos objetos que Cuculcán dejó a sus pies. Al desaparecer aquéllas, Cuculcán se tiende junto a la cortina de la noche sobre un lecho de penumbras apaciguadas.

CUCULCÁN. (Con la voz nasal y entre dientes habla dormido.) La sombra, hierba de la noche, fresco vegetal sin espinas. Juegan las tortugas de obsidiana en forma de corazón. Han jugado tanto que algunas ya no saben cómo se juega ni a qué juegan…

TORTUGA BARBADA. ¿Cómo se juega, hermanas?

TORTUGAS. ¿Cómo, cómo se juega, si estamos jugando? Esa pregunta es de Bárbara Barbada y por eso no juega. Pero nosotras, hermanas, estamos jugando, chapoteamos el agua, chocamos nuestras conchas…

TORTUGA CON FLECOS. Hermana, ¿has olvidado la mecánica de nuestros juegos?…

TORTUGAS. ¡A… já, Bárbara Barbada!

TORTUGA CON FLECOS…Y por eso preguntas cómo se juega..

TORTUGA BARBADA. ¿Y a qué estamos jugando?… ¿Cuál es el sentido de nuestros juegos nocturnos? ¡No sé cómo podéis vivir sin más actividad que jugar de noche y dormir de día!

TORTUGA CON FLECOS. LO sabes, pero lo has olvidado…

TORTUGAS. ¡A… já, já, Bárbara Barbada!

TORTUGA BARBADA. ¡En la otra orilla no hay olas!

TORTUGA CON FLECOS, ¡A… já, já, Bárbara Barbada!

TORTUGAS. ¡A… já, já!…

TORTUGA CON FLECOS. Jugar es la única actividad noble de una tortuga. Pesa sobre nosotras…

TORTUGAS. ¡A… já, já!…

TORTUGA CON FLECOS. Escuchen, no, escuchen… La rebelión de la tortuga es gastar energías en algo más alegre que cargar la concha, lo de todos los días, lo de todas las horas, la concha, encima de una, cargándola una…

TORTUGA BARBADA. Lo has dicho, hermana con flecos, Tortuga con Flecos y burbujas de agua sonora en los flecos. ¡Juguemos!

TORTUGAS. ¡A… já, Bárbara Barbada, ahora dices juguemos, pero cuando entraste preguntabas, impertinentemente, cómo se juega!…

Vuelve la música de cañas y ocarinas cortada por gritos de fiesta. Grupos de ancianas vestidas de. negro, descalzas, con los cabellos plateados pespuntan pasitos para acercarse a Cuculcán y ofrecerle en tablas de madera negra: atoles endulzados con miel, atoles ácidos, tamales negros humeantes, carnes sazonadas con sal gruesa y chile y vino de jocote. Otras más ancianas traen braseros de barro vidriado con pequeños fuegos palpitantes para quemar las ofrendas de póm. Una de ellas le acerca a los labios una caña con tabaco. Estas nanas se pierden en el agua sin fondo de las edades. Nubes blancas del póm y nubes del humo del tabaco que fuma el poderoso Cuculcán. De un lado y otro aparecen, la música toma empuje, jóvenes indias de cinco en cinco llevando como barandales movibles sobre sus pies, en la danza de las cercas, escaleritas de caña simulando cercas adornadas con hojas de siempreviva, flores amarillas, y cuerpos de muertos pajaritos de color rojo. Avanzan y retroceden, siguiendo el compás melodioso de la música que picotea a sus pies, al ir acercándose al lecho de Cuculcán. De pronto, lo dejan rodeado de sus cercos floridos y echan a correr en desbandada.

Oscuridad completa. La música de flautas y ocarinas baja de tono, desaparece. Se oye en el vacío que va dejando la música, el estruendo de las conchas de las tortugas al chocar unas con otras, y sobre el estruendo, la voz de Huvaravix.

HUVARAVIX. (Invisible.) Yo, Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, oigo que en el silencio de la playa sigue el juego de las tortugas, las conchas contra las conchas, olas de carey chocando. Tortuga con flecos se retira del grupo de Bárbara Barbada para dar ligero alcance a otras bañistas. Tortuga con flecos de rayo. De su caparazón de oro dormido y despierto, sin embargo, porque el oro es sonámbulo, saltan chispas que mar adentro se convierten en peces luminosos. El agua saca sus labios en el oleaje para lamer la tierra. Y Tortuga con flecos, dorada, sacerdotal, ve jugar desde su concha a las pequeñas tortugas, a las grandes tortugas, a las tortugas gigantes que en filas inacabables chocan, chocan, chocan. El ambiente es como un pecho que respira.

TORTUGAS. ¡A… já, Bárbara Barbada! ¡Tortuga gemidora de la medianoche!

TORTUGA BARBADA. ¡Dejadme pasar, quiero ver a la doncella, vosotras sois ciegas para el amor porque sois viejas! ¡Su cara es un esplendor, así debe ser el día!

TORTUGA CON FLECOS. ¡Sólo yo sé cómo es el día! (En la oscuridad, Tortuga con flecos se ve iluminada como un pequeño volcancito de arenas de oro.) El día se hizo para el hombre.

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