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11.30 Me persono en el Museo de Arte de Cataluña. Cerrado por obras.

11.45 Me persono en el Museo de Arte Contemporáneo. Cerrado por obras.

12.00 Me persono en el Museo Etnológico. Cerrado por obras.

12.20 Me persono en el Museo de Arte Moderno. Cerrado por obras. La directora me explica que la autoridad responsable ha decidido actualizar el museo y convertirlo en centro multisectorial, interdisciplinario y, si el presupuesto llega, lúdico. Para ello levantarán un edificio de quince plantas, que albergará dos teatros, cuatro cafeterías, una tienda de souvenirs, un hogar de ancianos, la actual colección de pintura del museo, los espejos deformantes del Tibidabo y la colección Planelles de esparadrapos. Las obras, que inicialmente debían estar listas para el 92, no podrán empezar hasta el 98. Mientras duren las obras, los cuadros han sido depositados en los almacenes del puerto que otra comisión municipal hizo derribar el mes pasado. Debido a ello, es muy probable que a estas horas los cuadros vayan a la deriva por el Mediterráneo. No obstante, añade, si quiero visitar el museo, no saldré defraudado, porque esta misma mañana les han traído un mamut para que lo guarden hasta que finalicen las reformas del Museo de Historia Natural, actualmente cerrado por obras.

13.00 Ya que estoy en el parque de la Ciudadela, decido pasar aquí el resto de la mañana. En un tenderete compro una caja (tamaño familiar) de polvorones de Estepa y me siento a comérmelos a la orilla del estanque. Como pega un sol de justicia, nadie me disputa el lugar ni la silla. Unos patos se deslizan mansamente por el agua hasta donde estoy. Les doy un polvorón, se lo comen y se van al fondo del estanque.

14.00 Comida en las Siete Puertas. Angulas, langostinos, riñones, criadillas, estofado de morro, dos botellas de Vega Sicilia, crema catalana, café, coñac, Montecristo del n.º 2 y ahí me las den todas.

16.30 Subo andando al castillo de Montjuich para digerir la comida.

17.30 Bajo andando del castillo de Montjuich para digerir la comida.

18.30 Vuelvo a subir andando al castillo de Montjuich par digerir la comida.

19.00 Meriendo en la calle Petritxol.

20.00 Me encamino al lugar de la cita, al que llego a las 20.32.

20.32 Lo dicho.

20.30 Al entrar en el hall del edificio me detiene un conserje elegantemente uniformado. ¿Adónde me creo que estoy yendo? Al ático segunda, señor conserje. ¿Ah, sí? ¿Y se puede saber a qué voy al ático segunda? A ver a una persona con la que he quedado. Oh, quedado , quedado ; esto se dice muy pronto. A ver, ricura, ¿cómo se llama esta persona con la que dices que has quedado ? Es una señorita, pero en este momento no recuerdo su nombre. Ah, una señorita… ¿tal vez la señorita Piloski? Sí, exactamente, esa misma. Pues estás de mala suerte, chico, porque la señorita Piloski se murió hace cuarenta años, precisamente cuando yo entré de conserje en este edificio, que tengo a gala de defender de intrusos y de embusteros. Está bien, está bien, quizá no era ése su nombre. ¿No será acaso la señorita Sotillo, que Dios tenga en su santa gloria?

21.30 Cuando hemos pasado revista a cincuenta y dos señoritas y rezado una oración por el eterno descanso de sus almas, decido darle un billete de cinco mil pesetas al conserje.

21.31 El propio conserje sube conmigo en el ascensor, tarareando por lo bajo, para que no eche en falta el hilo musical.

21.32 El conserje me deja solo en el rellano. Llamo al timbre. Tin-tan. Silencio. Tin-tan. Nada. Por fortuna, en el rellano hay una maceta y puedo desahogar en ella mi nerviosismo.

21.34 Insisto. Tin-tan. Un susurro de pasos que se aproximan. Se abre una mirilla. Un ojo me observa. Si tuviera un palito a mano, se lo metía.

21.35 La mirilla se cierra. Los pasos se alejan. Silencio.

21.36 Los pasos se acercan de nuevo. Un pestillo se desliza. Gira una llave en la cerradura. La puerta se abre lentamente. ¿Y si saliera corriendo escaleras abajo? No, no, me quedo.

21.37 La puerta se ha abierto de par en par. Una señora en bata y zapatillas me entrega la bolsa de la basura. Acto seguido se disculpa. En la penumbra del rellano y sin gafas, me había tomado por el conserje. Como siempre viene a esta hora, ¿sabe? Sí, sin duda me he confundido de puerta. Sí, la que busco vive enfrente. No, no, ninguna molestia. Sí, les ocurre a muchos caballeros. Los nervios, claro. Sí, todos acaban meando en la yuca; hay que ver lo lozana que se ha puesto. Y ya que estoy aquí, ¿me importaría bajar la basura? Está a punto de empezar el programa de Ángel Casas y no se lo querría perder. Sí, atrevidillo, pero una está curada de espanto. Hala, majo, no pierdas más tiempo o tendrás que ir a llevar la bolsa al container.

21.45 Vuelvo a subir en el ascensor. Llamo a la otra puerta.

21.47 Abre la puerta un caballero. ¿Me he vuelto a equivocar? No. La señorita me está esperando. Si tengo la bondad, por aquí, por favor.

21.48 Avanzamos por un pasillo. Moqueta, cortinas, cuadros, flores, perfume embriagador. Seguro que salgo de aquí con una mano atrás y otra delante.

21.49 Nos detenemos ante una puerta tapizada de terciopelo carmesí. El individuo que me acompaña me dice que tras esta puerta está la señorita. Esperándome. Él, por si no lo he deducido de su porte y maneras, es el mayordomo , me dice. Pero también sabe kárate, añade. En realidad, aclara, hace mejor el kárate que lo otro. De modo que nada de tonterías. Prometo no cometer ninguna. Sigo sin saber lo que significa la palabra mayordomo , pero el tono de quien dice serlo no deja lugar a dudas.

21.50 La puerta se abre. Vacilo. Una voz me indica que pase: anda, hombre, pasa. ¿Será posible?

21.51 ¡Es posible!

02.40 Nos dan las tantas contándonos nuestras respectivas aventuras. Tampoco Gurb ha tenido suerte. Primero fue el profesor universitario. Le gustaba, pero tuvo que dejarlo porque él se empeñó en que hiciera la tesis. Luego vinieron otros. Él buscaba un hombre serio y fino, un tipo, dice, como José Luis Doreste, pero, sin saber cómo ni por qué, siempre acaba enamorándose de los más mandantes. Le digo que esto le ha sucedido porque se ha vuelto una golfa. Gurb replica que eso no es cierto. Lo que ocurre, dice, es que yo siempre he ido de plasta por la vida. Discutimos un rato acaloradamente hasta que interviene el mayordomo para recordarnos (con la máxima discreción) que dos extraterrestres en misión espacial no deberían perder el tiempo peleando como verduleras. Y menos, añade, por semejantes tonterías. Él, si quisiera, podría contarnos casos realmente conmovedores. Casos, dice, que nos moverían al llanto. Porque él, dice, es un hombre que ha vivido mucho. En su casa eran quince de familia. En realidad, él era hijo único, pero tenía dos padres, cuatro abuelos y ocho bisabuelos que no cascaban ni a tiros. En su infancia pasaron tanta hambre, que se comían los cupones de racionamiento antes de que llegara el día de canjearlos por arroz, lentejas, pan negro y leche en polvo. Al oír la descripción de tantos sinsabores, y antes de que el relato se eternice, derramamos abundantes lágrimas, le pagamos los días que lleva trabajados y lo despedimos.

02.45 Gurb me enseña el piso. Ideal. Me dice que él lo ha elegido todo personalmente. Comparo (para mis adentros) este piso con el mío y se me cae la cara de vergüenza.

02.50 Gurb abre una puerta de madera de gran espesor y me muestra lo que acaba de hacerse instalar: la sauna. Por supuesto, nunca la ha usado no piensa hacerlo, pero le sirve para mantener calientes los churros.

02.52 Mientras me pongo morado de churros, le pregunto si ha ido él el causante de mis recientes desgracias. Responde que sí, pero que lo ha hecho con la mejor de las intenciones. La ventaja de la comunicación telepática es que se puede hablar con la boca llena. Le pregunto por qué ha saboteado el plan de vida que yo había trazado, convirtiéndome en un crápula a los ojos del mundo y me responde que no podía permitir que acabase despachando cortados en el bar del señor Joaquín y la señora Mercedes, y mucho menos que acabara liándome con mi vecina, aunque las probabilidades de que esto sucediera, añade con sorna , eran remotas, porque yo estaba llevando el asunto fatal. Tenemos otra agarrada, hasta que llaman a la puerta. Acudimos. Es el vecino de al lado, que viene a quejarse porque no le dejamos dormir. Dice que si queremos pelearnos, que lo hagamos a viva voz, como todo el mundo, que a los gritos y a los platos rotos ya está acostumbrado. En cambio, la comunicación telepática se oye a través de la tele, y no veas la lata que da, dice.

03.00 Como se ha hecho tardísimo, decidimos irnos a dormir y continuar mañana la conversación. Antes de acostarnos rezamos el santo rosario. En el segundo misterio (de gozo) he de reñir a Gurb, porque lo descubro hojeando a hurtadillas La maison de Marie Claire.

03.15 Obligo a Gurb a lavarse los dientes. Sabe Dios el tiempo que hace que no se los habrá cepillado comme il faut .

03.20 Pregunto a Gurb si puede dejarme alguna prenda de dormir. Me muestra el armario de la lencería. Prefiero no mirar.

03.30 Gurb se acuesta en su cama; yo, en el sofá del living. Dejamos la puerta entreabierta. Buenas noches, Gurb. Hasta mañana. Que descanses. Tú también. Felices sueños, Gurb.

03.50 Gurb. ¿Qué? ¿Duermes? No, ¿y tú? Tampoco. ¿Quieres un vasito de leche? No, gracias.

04.10 Gurb. ¿Qué? ¿En qué piensas? En nada, ¿y tú? En que, ahora que nos hemos encontrado, podremos volver por fin a nuestro querido planeta. Ah.

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