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La señora dijo: "Qué niño tan mono". Luego le dijo a la niñita: "Dile muchas gracias". Pero la niña, que se había hecho muy chiquita, ya no sabía hablar. Sólo hizo: "Ta, ta". Miró a Pitirre con mucho sentimiento, no por lo que le había hecho bajo las matas de trueno, sino por haberla dejado tan chiquita.

Cosas como ésta hacía Pitirre en el jardín.

***

Don Fidencio labra la cera como su padre y como su abuelo: colgando los pabilos en los bordes de una gran rueda que gira horizontal, suspendida a una altura que corresponde al tamaño de los cordoncillos, según sean las velas de a diez centavos, de a veinte o de a cincuenta.

Sentado frente a un cazo de cobre puesto sobre brasas de carbón, don Fidencio les va echando la cera a los pabilos, bañándolos con un angosto resmillón. Con la mano izquierda hace girar lentamente la rueda, y así se sigue, de pabilo en pabilo, que se van enfriando al dar vuelta, hasta que engordan las velas según sean de a diez, de a veinte o de a cincuenta…

Ya que están bien frías, don Fidencio pule las velas rodándolas sobre una mesa de madera, lisa como un espejo. Luego les corta la cola y les arregla la punta. Ya que están bien torneadas, les graba su sellito de garantía con polvo de oro.

Hacer velas no es tan fácil. Hay que blanquear primero la cera, esparciéndola al sol en copos, estallados en caliente sobre una pila de agua fría. Doña María la Matraca entrega la cera como todo el mundo, en marquetas redondas de distintos tamaños y de distintos colores, unas amarillas, otras anaranjadas y otras cafés, llenas de impurezas y con abejas muertas.

Labrar la cera no es fácil… "¿Para qué me habré hecho cerero?" Don Fidencio no se podía dormir. "¿Para qué me eché el compromiso de la vela de a doscientos pesos?" Pero los pesos de plata que le llevaba la mujer, lo sacaban de muchos apuros. "Mañana voy con doña María y le encargo toda la cera de sus colmenas y le pago lo que le debo.

***

A partir del día del acabo, las labores quedan a merced del tiempo y de la voluntad divina, desde agosto hasta octubre. Todos pedimos, de rodillas en la iglesia, y al echarnos las cobijas antes de dormir, lluvias buenas y espaciadas, con veranillos de sol fuerte. De tierra, agua, sol y aire se hacen las mazorcas. Esto lo saben todos los que siembran año con año los campos de Zapotlán, pero para mí es un milagro. Y no creeré en él hasta que tenga en la mano los primeros granos de mi cosecha.

***

– Alcé los ojos y vi un hombre que tenía en la mano un cordel de medir y le pregunté qué andaba haciendo. Me dijo: "Voy a medir la tierra para ver cuánta es su anchura y cuánta su longitud."

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– A mí me pasó lo mismo. Siempre me voy temprano a la labor y ahora vi a dos individuos a caballo con traza dizque de cazadores, siendo que allá por lo mío no hay nada a qué tirarle. Me guarecí en el rancho y vi que andaban recorriendo todo el lindero. Se me hicieron muy sospechosos. Uno era de aquí, creo que uno de los tlayacanques por más señas. El otro era fuerano y si no me equivoco creo que es el ingeniero que les mandaron de no sé dónde. Les pregunté a los mozos y me dijeron que ayer también los vieron.

– Sí, fíjese nomás que andan por todo el llano midiendo las tierras a cordel.

– Y yo, imagínese, apenas acabo de comprar mi potrero, y me aseguraron que eran tierras inafectables…

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…y volviendo en la referida forma a la puerta de dicho cementerio que está al Poniente, se tiraron otros sesenta de dichos cordeles por todo el camino que sale de este Pueblo para la provincia de Amula, y habiendo pasado con dichos sesenta cordeles en un bajío que hace en el medio de dicho llano, por lindero conocido pidieron dichos indios otros cinco cordeles más, que se midieron hasta el propio camino que cruza por todo el llano y viene del Pueblo de Tuxpan para Sayula, que así mismo se les concedió por no haber circunvecino que sea damnificado, donde se mandó poner mojoneras…

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– Yo no sé en qué estábamos pensando… Nunca se nos ocurrió acabar con todas esas mojoneras antiguas que a veces todavía están en los límites del llano y en las faldas de los cerros. Claro que no están todas, pero hay muchas, y de ellas se están agarrando para confirmar lo que dicen sus papeles, respecto a mediciones y límites antiguos. Mire usted el mapa que yo acabo de hacer nomás así a la ligera. Empecemos por el occidente. La línea va desde Apango, y pasando por el Florifundio y el Cerro de los Puercos va a dar hasta el Agua del Borrego al pie del Volcán de Nieve, baja por el Apastepetl y llega a Huescalapa. De la Puerta de Cadenas sigue por los Amóles y el Chuchul, por el rumbo de la Ferrería de Matacristos. Ya en Cerrillos, entra por toda la Cofradía hasta más allá del Papantón, y luego pues, volvemos cerca de Apango y ya le dimos la vuelta a todos los cerros que circundan el valle. Así que no le quepa a usted la menor duda, todo lo suyo y lo mío lo que todos los agricultores de Zapotlán hemos comprado con tantos sacrificios, hasta el último terrón, les pertenece a esta bola de cabrones…

***

Esto de medir las propiedades parece que es una moda. Ahora yo vi por la ventana que Apolinar, uno de los Godínez, andaba por la acera a pasos contados, midiendo el frente de mi casa, doce metros y medio… Luego tocó la puerta. "¡Pase!" Le grité desde el cancel. "No. Aquí nomás". Y asomaba la pura cabeza. "¡Pase, le estoy diciendo!" Lo metí casi a fuerzas. Preguntó por mi mujer, porque es medio pariente. No quiso sentarse y todo se le iba en mirar para adentro, en calcular el tamaño del patio y la altura de las paredes. "Esta casa linda con el Municipio ¿no es verdad?" "Sí, linda con el Municipio. Dígame, ¿qué más se le ofrece?"

Para no hacerle el cuento largo, ¿sabe lo que quería? Pues que yo le traspasara la hipoteca que hice para comprar el potrero. Me ofreció interés más bajo del que estoy pagando, y se permitió decir que si la casa se perdía, siquiera quedaba en familia.

***

– ¿Cómo que todo?

– Sí todo. Todo el valle de Zapotlán es de ellos, según les están metiendo en la cabeza los historiadores y tinterillos que los azuzan contra nosotros. Cincuenta y cuatro mil hectáreas de sembradura, sin contar las tierras de la Comunidad Agraria, porque eso sí, ellos no van a meterse con el Gobierno.

– Y lo más chistoso de todo es que si les dieran las tierras, digo, es un decir, se vendría abajo toda la agricultura de la región. ¿Se imagina usted la crisis? ¿De dónde iban a sacar para hacer las labores si no tienen ni para taparse el fundillo? Ya ve usted, muy pocos pueden agarrar las tierras a medias, y los cuatroparteros ya casi se acabaron porque hay que habilitarlos de todo y prestarles hasta los pizcalones. Ni modo que le entren otra vez al llano con arados de palo…

– No se haga usted ilusiones. Detrás de ellos andan muchos interesados, de aquí y de fuera. Yo lo sé de buena tinta, hay quien les ha ofrecido dinero para los pleitos, cuesten lo que cuesten, y préstamos para cuando ganen. Por fortuna ellos no aceptan y quieren hacer las cosas a su modo, ya ve usted, son como los pájaros prietos, pendejos y desconfiados.

***

– Yo propongo que si Señor San José es de veras el patrón de Zapotlán, que nos lo demuestre y nos dé a entender de una vez si está con los pobres o con los ricos.

– ¿Y eso cómo lo vamos a saber?

– Pues si está con nosotros, que se arregle lo de las tierras. Y si no, nosotros para qué nos metemos ya en lo de la Función…

– A mí me parece mejor que este año no gastemos de más. Se ha juntado bastantito dinero, no se lo demos todo al señor Cura, al cabo él está de acuerdo. Lo que siempre nos falta es con qué pagar los juicios, por eso siempre ganan los ricos. Necesitamos ayudarle a Señor San José a que nos haga el milagro…

***

Desde que se echó el compromiso de hacer la vela de doscientos pesos, don Fidencio estaba intratable. Regañaba a su mujer, a sus hijas y a las mujeres que manoseaban sus velas.

– ¿Cuál de todas se va a llevar? Deje ái, deje, me las está llenando de mugre.

Pero al mismo tiempo estaba orgulloso pensando en el tamaño de la vela de veinte arrobas. Casi tres metros de alto y medio metro de diámetro.

"¿Cómo la haré? Si la hago como todas, me pasaría la vida bañándola con el resmillón subido en una escalera. Tengo que hacer un molde. Eso es, un molde. ¿De madera? ¿De yeso? No, mejor de barro. Primero tengo que hacer una columna, de lo que sea, para sacar el molde hueco. La columna la voy a hacer con ladrillos redondos… ¿Y si en vez de ladrillos redondos voy poniendo panes de cera, uno encima de otro, pegándolos con cera derretida, hasta llegar al tamaño? Luego sería cosa nomás de bañarla por encima para borrar las junturas…"

Como ya tenía ochenta pesos recibidos, don Fidencio se decidió a acometer la tarea. "Más vale empezar de una vez y no estarme quebrando la cabeza en que si la hago de este modo o del otro. Mañana mismo voy a hacer una hijuela…"

***

Reverendo Padre Superior, Padre mío en Jesucristo:

Confirmo a su paternidad lo dicho en mi anterior, y agrego lo siguiente. Circula cada vez más por aquí el rumor de que el señor Cura, o mejor dicho los jefes de la Comunidad Indígena, que por otra parte son Hermanos Mayores de las Cofradías antiguas, han estado disponiendo del dinero que se recauda en sus sectores para otros fines muy distintos a los festejos religiosos del próximo octubre, como son los de contribuir a los gastos del pleito que los naturales de aquí siguen en contra de los señores hacendados en sus reclamaciones de tierras. Sin atreverme a juzgar la conducta del respetable señor Cura (pues como he dicho a Su Paternidad, se trata de simples rumores, aunque muy autorizados), sí puedo decir, y Dios me perdone si incurro en falso testimonio contra mi voluntad, que el señor Cura parece estar francamente de parte de los indígenas, y les está dando mucha beligerancia en los asuntos de la Función, cosa que afecta los intereses y el prestigio de las otras clases sociales, injustamente postergadas y puestas a un lado, por decirlo así.

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