Ella traía su libro de versos en la mano, pero dijo que de ningún modo quería trastornar el orden previsto de nuestras lecturas y comentarios. (Cuando ella llegó, yo me disponía por cierto a dar a conocer mi poema bucólico "Fábula de maíz", que naturalmente quedó para otra ocasión). Todos le suplicamos a coro que tomara asiento y que nos leyera su libro. (Dicho sea sin ofender a las que estaban presentes, por primera vez el Ateneo recibió la visita de una auténtica musa. Al iniciarse la lectura, todos nos dimos cuenta con embeleso de que esa musa era nada menos que Erato).
A pesar de su profunda espiritualidad, la poesía de alejandrina está saturada de erotismo. Al oírla, sentíamos que un ángel hablaba por su boca, pero ¿cómo decirlo? Se trataba de un ángel de carne y hueso, con grave voz de contralto, llena de matices sensuales. Indudablemente, Alejandrina se sabe todos sus versos de corrido, pero tiene siempre el libro abierto frente a ella, y al volver las páginas hace una pausa que lo deja a uno en suspenso, mientras las yemas de sus dedos se deslizan suavemente por los bordes del papel…
A veces, de pronto, levanta la vista del libro y sigue como si estuviera leyendo, sin declamar, con los ojos puestos en alguno de los circunstantes, haciéndole una especie de comunicación exclusiva y confidencial. Esta particularidad de Alejandrina confiere a sus lecturas un carácter muy íntimo, pues aunque lee para todos, cada quien se siente ligado a ella por un vínculo profundo y secreto. Esto se notaba muy fácilmente en los miembros del Ateneo, que acercaron desde un principio sus sillas en círculo estrecho alrededor de Alejandrina, y que no contentos con tal proximidad se inclinaban cada vez más hacia ella, con todo el cuerpo en el aire, apoyados apenas en el borde de sus asientos.
Yo estaba precisamente sentado frente a ella, y creo que por esa circunstancia fui favorecido con un mayor número de apartes en la lectura de Alejandrina. En todo caso, siempre estuve en diálogo con ella, de principio a fin, y recordé varias veces sus palabras, que se refirieron a mi soledad de hombre soñador. Al hacerlo, no podía menos de pensar en mi mujer, que a esas horas estaría dormida, respirando profundamente, mientras yo escuchaba la música celestial…
A media lectura, y cuando el tono de los poemas ganaba en intimidad -Alejandrina describe con precisión los encantos de su cuerpo desnudo-, nuestras dos socias, que ya no ocultaban las muestras de su embarazo, desertaron discretamente aduciendo lo avanzado de la hora. Puesto que Virginia y Rosalía no se despidieron de mano, la interrupción pasó casi inadvertida y a nadie se le ocurrió acompañarlas hasta su casa como es nuestra costumbre. Yo me reprocho esta falta de caballerosidad y la excuso en nombre de todos… ¿Quién iba a perderse Contigo bajo la luna, la hermosa serie de sonetos?
Cuando Alejandrina cerró su libro, nos costó trabajo volver a la realidad. Todos a una, preguntamos cómo podíamos adquirir ejemplares de "Flores de mi jardín". Alejandrina nos contestó con toda sencillez que en su cuarto de hotel estaban a nuestra disposición cuantos quisiéramos. Y así se nos reveló el secreto de la musa.
Desde hace varios años, Alejandrina esparce las flores de su jardín a lo largo del territorio nacional, patrocinada por una marca de automóviles. Vende además una crema para la cara, a cuyos misteriosos ingredientes se debe, según ella, la belleza de su cutis. Ni el paso de los años, ni las veladas literarias, ni el polvo de los caminos, han podido quitarle un ápice de su imponderable tersura…
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A pesar de su natural desenvuelto y de su evidente capacidad para granjearse afectos y simpatías, Alejandrina no se fía de sí misma para asegurarse el éxito de su empresa. En todas partes adonde va, se busca siempre un par de padrinos, un señor y una señorita, por regla general.
Esta mañana temprano se presentó en mi casa, y con gran sorpresa de Matilde, me pidió que fuéramos a buscar a Virginia. Ella y yo fuimos la pareja elegida para presentarla en las casas comerciales y particulares en las que debe colocar sus productos, el libro y la crema.
Afortunadamente, después de una breve reticencia, Virginia aceptó. El éxito de nuestro recorrido ha sido verdaderamente admirable. Estoy bastante fatigado pero contento. He logrado también superar por completo el desencanto que en un principio me produjo la actividad mercantil de Alejandrina. No hubo nadie que se rehusara a comprar. Hombres como don Salva, que jamás han tenido en sus manos un libro de versos, y señoras como Vicentita, que han rebasado con mucho la edad de toda coquetería, no vacilaron en pagar por las "Flores de mi jardín" y por el ungüento de juventud. Y así anduvimos de puerta en puerta, vendiendo alimento para el espíritu y para el cutis… Más de una persona nos dirigió miradas aviesas…
Está por demás decir que todos los miembros del Ateneo tenemos ya nuestro ejemplar de poesía, más o menos afectuosamente dedicado. Por mi parte, adquirí también dos frascos de crema que he regalado a mi mujer, en previsión de cualquier reproche que pudiera hacerme por la solicitud que he demostrado a la poetisa.
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Agosto 30
Tuve ayer una inolvidable conversación con María Helena, que me ayudó a descubrir otros rasgos de su carácter. Alegría y despreocupación. Sin embargo, la seriedad no se borra de su cara. Me contó que se irá de nuevo a Colima, para siempre, dentro de unos dos meses. Hablamos con más facilidad y estoy muy contento de ella.
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Septiembre 2
Mi cuerpo no suele durar más de ocho días en estado de calma. Viene luego generalmente un sueño a interrumpirlo, o la excitación se produce de un modo cualquiera. Una imagen, un recuerdo o una lectura bastan para provocarla. Y luego, la caída. Qué desdichado soy…
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Algo más sobre Alejandrina. Para definirla, tendría que recurrir a preciosos y diversos objetos: a una porcelana de Sévres, a un durazno, a un ave del paraíso, a un estuche de terciopelo, a una concha nácar llena de perlas sonrientes…
No me atrevo a calcular su edad. Mi mujer dice que pasa de los cuarenta, pero que se defiende con la crema. (Matilde la ha usado tres o cuatro veces y está asombrada con el resultado). Para mí, es una mujer sin edad, imponderable… Diario se cambia de vestido, pero siempre usa el mismo perfume. Su guardarropa es notable. Más que hechuras de costurera, sus trajes parecen obras de tapicería, y yendo a la moda, recuerda sin embargo ciertas damas antiguas, toda almohadillada y capitonada, resplandeciente de chaquiras y lentejuelas…
Ni la dura realidad comercial de cada día (hemos pasado toda la semana de vendedores) ha logrado disminuir en mí su atractivo. Ahora andamos solos ella y yo, porque Virginia renunció al tercer día de caminatas y Rosalía no pudo acompañarnos porque trabaja en el bufete.
Es curioso, hablando del espíritu con Alejandrina me he olvidado de todos mis quehaceres habituales, y yendo con ella me siento realmente acompañado. Es infatigable para hablar y caminar, tan delicada de alma y tan robusta de cuerpo.
Puesto que más de una vez se nos ha hecho tarde, ayer comí con ella en el hotel. Aprecia los buenos manjares y los consume con singular apetito. Una vez satisfecha, vuelve con mayor animación al tema de la poesía. Viéndola y oyéndola paso las horas. Nunca se me había hecho tan evidente la presencia del espíritu en su condición carnal…
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– ¿Ha visto usted semejante cosa? Este hombre que parecía tan serio, allí lo tiene usted de la ceca a la meca, cargándole el tambache de menjurjes y de versos inmorales a esa sinvergüenza. ¿Que no habrá un alma caritativa para que se lo vaya a contar a Matildita?
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Septiembre 10
Cuando mi paz de ocho días queda hecha pedazos, me entrego al remordimiento y trato de borrar mi falta a cualquier precio.
Pasan los días y me doy cuenta de que la vida se ha cobrado ya de un modo excesivo el valor de mi pecado. La tristeza y la desdicha son tan grandes en comparación de ese gozo mezquino, que siento lástima de mí.
Hoy, miércoles, hace ocho días que hablé por última vez con María Helena. Sólo volví a verla dos veces más, y a cierta distancia. Fue la mejor conversación que tuvimos, y recuerdo con pena que ella me negó que fuera a marcharse, tal como yo lo sabía por una amiga suya.
Volví muy contento de su casa, pensando en una larga felicidad. El lunes estuve en una tienda, comprando el regalo para su próximo cumpleaños, sin saber que ella se había ido el domingo.
¡Qué dolor tan grande al encontrar la casa vacía! Y la lluvia, qué papel tan triste jugaba en esos momentos. Yo me dejaba mojar, negándome a aceptar la realidad…
María Helena va a cumplir apenas catorce años, y yo la perdono.
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Desde hace quince días fueron prohibidas por bando municipal la letra y la música de
Déjala güevón
ponte a trabajar,
llévala a bañar,
cómprale jabón…
y el domingo pasado, durante la serenata, fueron detenidos como cincuenta léperos que la decían o la cantaban. Pero todavía surgen incidentes.
No solamente a los novios, sino a las parejas de casados y hasta "a personas de edad respetable, en fin, dondequiera que se encuentran un hombre y una mujer, no falta un jovenzuelo que les dirija este insulto que deshonra a toda la población masculina. Instantáneamente, las parejas quedan disueltas: las novias cierran la ventana ruborizadas, y las personas que circulan por la calle se separan sin despedirse.
Ha habido más de un lance penoso que pudo tener un fatal desenlace, cuando algún caballero ofendido se echó en pos del agresor para castigarlo.
Y lo malo es que no siempre se trata de niños maleducados, sino que muchas veces los insolentes son adultos sin gota de vergüenza.
La copla insultante se atribuye a un zapatero remendón que todo el día se la pasa cantando mientras plancha y cose las suelas. Pero él solamente reconoció ser el autor de otra cancioncilla monótona que dice: