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– Hombres malhechores, mentirosos, adúlteros, rebeldes, impíos, injustos, odiosos, traidores, insidiosos, blasfemos, hipócritas, abominables, falsos profetas, ateos, esquivos, enemigos de vuestros propios hijos, conculcadores de la cruz, codiciosos del mal, desobedientes, charlatanes, enemigos de la luz y amantes de las tinieblas; vosotros que decís: Amamos a Cristo pero deshonramos al prójimo y devoramos a los pobres. ¡De cuántas cosas se arrepentirán el Día del Juicio los que obran tales maldades! ¿Cómo no se ha de abrir la tierra y os va a devorar vivos? Porque ejecutan las obras del Diablo, heredarán la condenación juntamente con Satanás…

– Ah qué usted, don Isaías.

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El 25 de éste, hallándome en el pulpito de esta Parroquia a las cuatro tres cuartos de la tarde, se experimentó un temblor tan furioso que puso todo el auditorio en movimiento. Se compondría éste de más de tres mil almas. Exclamé rogándoles no se precipitaran, receloso de que la misma confusión les impediría la salida, como sucedió. Pues repitiendo inmediatamente con mayor fuerza, y conocido por mí el peligro, eché la absolución al auditorio, la cual apenas concluí, cuando vi desplomarse y caer sobre más de quinientas almas que oprimidas unas con otras solicitaban la salida por la puerta principal, la bóveda primera con la portada y coro. En este estado eché la segunda absolución, y poniendo el pie en el primer escalón para bajar del pulpito, la repetición del temblor, que fue casi sin interrupción, me arrojó bajo la media naranja, donde oprimido de la gente, que unos pasaban sobre mí, otros asidos a mí mismo, con mil trabajos y ayudado de un pobrecito hombre pude levantarme, y pasando el crucero de Señor San José, apenas entré en él cuando se desplomó la media naranja o cimborio, de modo que mi vida estribó en que de ocho bóvedas y el cimborio que tenía la iglesia, sólo la de Señor San José hubiera quedado sin caer. Salí sin otra lesión que una descompostura en un pie, de la que estoy bueno, aunque muy adolorido del pecho, que juzgo provenga de los apretones y mucha cal que tragamos, lo tengo aún muy sofocado: el corazón se me inquieta por instantes, causándome un trastorno total interior y mucha frialdad exterior de las extremidades…

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y que por esto otorgaron con juramento formal escritura, para solemnizar anualmente al Santísimo Patriarca Señor San José, que eligieron por su patrono, por cuya intercesión que imploraron, aplacó al Todo Poderoso su justa ira, se han convenido pues todos, y cada uno de por sí e in solidum, en otorgar como desde luego otorgan por la presente escritura, en la mejor forma que haya lugar en Derecho, que reproducen, ratifican y de nuevo revalidan el antiguo juramento de sus mayores, obligándose todos los comparecientes, a sí y a sus sucesores, al cumplimiento de su promesa y voto… sin que se consientan otras superfluidades, como convites, banquetes, corridas de Toros, etceetera, que tal vez ocasionan muchos pecados, origen del castigo que han sufrido…

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– Estamos operando con pérdida.

– ¿De veras, don Salva?

– Sí. Pero más vale operar con pérdida que dejar de operar…

Don Salva ponía una cara de mártir, como si cada cliente fuera a saquearle la tienda. Sus manos pulidas de tanto sobar las telas, acariciaban en ese momento una pieza de céfiro con listas azules.

– Búsquelo en todas partes. Sólo nosotros lo tenemos en plaza. Es un céfiro inglés, del de antes, del que ya no se ve…

Por fin don Salva vendió sus dos metros y medio de céfiro. Se puso el sombrero, para ir a la junta. Le echó una última mirada a la caja registradora. "Qué días tan malos", pensó.

– A ver, María Luisa, ¿por qué no le dan entre usted y Jobita una arreglada a la bodega de atrás? Van a llegar los pedidos de La Carolina y de La Ciudad de México, y no vamos a poder acomodar tanta cosa. Usted, Chayo, quédese en el mostrador, por si hay gente.

Chayo sacó el muestrario de las madejas de artisela, y se puso a revisar los colores.

– Don Salvador, sería bueno pedir más artisela. Hacen falta ya casi todos los verdes matizados…

Don Salva miró de perfil a la empleada, desde la caja registradora. Chayo parecía así más bonita, en la luz de la tarde.

– Chayo, ¿es cierto que se va usted a casar con Odilón?

– Mentiras. Yo me voy a hacer vieja en su tienda, don Salva…

Don Salva sintió que pasaban de pronto muchos años. Ya no estaban de moda las luisinas, la tela de fierro y el chermés. La tienda se iba haciendo cada vez más grande, y él, con el pelo completamente blanco, veía a Chayo. Una Chayo borrosa y desteñida, peinada de chongo, que seguía ordenando madejas en el muestrario: "Don Salvador, sería bueno pedir más anísela…"

– Bueno, aquí le encargo la tienda. Me voy a la junta.

– Lleve usted un paraguas, parece que va a llover.

Don Salva salió de prisa, dejando su tienda como un campo abierto al enemigo. "Con tal de que no fuera hija de don Fidencio el cerero, con tal de que no anduviera de novia de Odilón", pensaba don Salva apretando el puño de su paraguas. Luego dijo casi en voz alta: "Estoy operando con pérdida".

***
Gracias te doy gran Señor
y alabo tu gran poder,
porque con alma en el cuerpo
me dejaste amanecer.

Terminamos la segunda, y con ella la labor. Hoy fue el día de fiesta del acabo. Desde muy temprano, los mozos se dedican a engalanar las yuntas bajo la dirección del mayordomo. Sobre los yugos forman grandes arcos de carrizo verde con todo y hojas y los llenan de banderitas de papel, de pañuelos de colores, de plumas y de espejos. A pesar de que la labor es pequeña, la fiesta acabó en grande. Al principio llevé lo indispensable, unas docenas de cohetes, botellas de ponche y una música de mariachi.

En el momento en que una yunta adornada acabó simbólicamente la última vuelta de la segunda, Florentino el mayordomo tiró al suelo su sombrero, con la copa para arriba. Todos los mozos y los invitados de las labores vecinas hicieron lo mismo, trazando una cruz con los sombreros, del tamaño de la concurrencia: esto les da derecho de asistir al festejo. Arrodillados en torno a la cruz rezamos varias oraciones y luego ellos cantaron a coro, en acción de gracias, los famosos versos del Alabado.

…Con San Bautista se encuentra
y de esta manera le habla:
¿qué no has visto tú pasar
al hijo de mis entrañas?
– Por aquí pasó Señora
tres horas antes del alba,
cinco mil azotes lleva
en sus sagradas espaldas,
una túnica morada
y una soga en su garganta.
La Virgen oyendo esto
cayó en tierra desmayada,
San Juan como buen sobrino
luego acudió a levantarla.
– Levántate Señora tía
que ya es hora de tardanza.
Caminemos, caminemos
hasta llegar al Calvario…

Suben los cohetes y estallan sobre el cielo campestre. Todos gritan vivas al patrón para alentar su esplendidez, y como en este caso el patrón era yo, decidí aumentar hasta donde fuera necesario los alcances de la fiesta… Como mi compadre Sabás me prestó su casa de campo para el convite, nos vinimos a ella todos a pie, entre los dichos y chanzas de los mozos, alentados por la música y las canciones.

Ven mujer junto a la pila
a cantar una canción,
unas copas de tequila
han hecho mi inspiración…

– Chíngale ora mas que mañana no vengas.

– Te callas pulque o te doy un trago.

– Mi padre era hombre, vendía tamales.

– Todavía ni te horcan y tu ya te estás encuerando.

– ¡Sacudió el pico y siguió cantando…!

En la casa de campo ya nos esperaban los amigos y las familias de los mozos. Al ver el gentío hice de tripas corazón y mandé a la plaza para que los vendedores se vinieran con sus cajones de birria y sus bateas de chicharrones, porque todo lo que yo tenía previsto no ajustaba ni para empezar. Si a esto agrego los chiquihuites de tortillas, las dos barricas de ponche, los paquetes de cigarros y todo el día de mariachi, resulta que los asistentes tienen razón: hacía mucho que no se veía en Zapotlán un acabo como el mío.

También estuvieron como invitados los mozos de Tiachepa, que todavía no acaban ni la escarda. Les hicieron muchas bromas, como si ellos tuvieran la culpa, pero al fin y al cabo comieron y se emborracharon a más y mejor, como que presienten que en aquella labor no habrá fiestas, acabos ni convites…

Se me quedó grabado un dicho que le oí decir a uno de los mozos, a propósito de mí. Sin ver que yo estaba cerca, dijo que el patrón "era como el gallo de tía Petoraca, sin cola, pero cantador…"

***

– Dicen que Dios no les da alas a los alacranes, pero mire, allí va uno de flor en flor, volando como una chuparrosa…

– Ellas tienen la culpa. Yo la mera verdad no entiendo a las mujeres: en vez de darles miedo, les gusta que se les pare por enfrente. No hay como tener fama.

– Deje usted lo de la fama. Lo que tiene son centavos, es joven y bien plantado. Yo creo que ni siquiera les dice mayor cosa, ya ve, no es muy decidor que digamos. Lo que sabe es agarrarlas a sus horas, para no perder el tiempo. Ya ve usted lo que les hizo a los Hurtado, después de un día de campo. Muy acomedido, se ofreció a llevarlos a su casa, y cuando todos se habían bajado, menos la hija mayor, arrancó la camioneta y se la quitó en sus meras narices. Dicen que ella estaba de acuerdo y que por eso no se bajó, vaya usted a saber…

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