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Es norma que este esfuerzo culpabilizador, la mayoría de las veces, no sirve para nada, y las demás veces…, termina por arruinar todo.

La propuesta que hacemos no es novedosa pero sí fundamental:

Recuperar la responsabilidad de la propia vida.

En la práctica, que el que trae la queja de la situación sea capaz de contestarse a la pregunta: ¿Qué hago yo para que la situación se dé como se está dando? Esto NO quiere decir que se haga único responsable de la situación, pero lo ayuda a revisar sus actitudes. ¿Qué otra cosa podría hacer para generar algo que resultara mejor?

Aquel de los dos que se quede "enganchado" en que el otro es el culpable y se sienta la víctima de las circunstancias, no evolucionará, se quedará estancado y frenará la evolución de la pareja.

Es responsabilidad de los terapeutas ayudar a los miembros de una pareja a dejar de jugar el juego de "pobrecito yo", para revisar qué otras posibilidades tienen, para encontrarle a la situación una salida creativa. Ayudarlos a usar el conflicto para ver qué pueden desarrollar por sí mismos, descubrir cuáles son los puntos ciegos en los que se pierden y en qué obstáculos se quedan atascados.

Según nuestra experiencia, esta mirada es la única que los puede llevar a pensar en sus posibilidades, volverse potentes, en el sentido de desarrollar potencialidades, sentirse más creativos y, por ende, libres.

Este es el camino en el que creemos y el que intentamos transmitir.

No esperar ni desear una vida donde no haya conflictos, sino verlos como una oportunidad para desarrollarse. Aprender a aprovechar cada dificultad que encontramos en el camino para ahondarla más, para conectarnos con más profundidad no sólo con nuestra pareja sino también con nuestra propia condición de estar vivos.

Fritz Peris solía decir que el 80% de toda nuestra percepción del mundo es pura proyección… Y cuentan que después de decirlo miraba a los ojos al interlocutor y agregaba "… y la mayor parte del restante 20%… también".

Cuando las personas expresan sus quejas sobre lo que les ocurre, hay que investigar qué es "lo propio" en la persona que se está quejando.Si a él, por ejemplo, le molesta el egoísmo de su compañera, puede ser porque se pelea con su propia parte egoísta, porque no se anima a reconocerla o porque no se da el permiso de privilegiarse.

Su camino en todo caso pasará por revisar qué le pasa con SU egoísmo y trabajar sobre eso, dejando que el otro sea como quiera (o como pueda).

Tomemos otro tema crucial para las parejas: el reparto de tareas. Si lo que ella necesita es que él se ocupe de determinadas tareas de la casa, lo que puede hacer es negociar con él para ver qué hace cada uno y llegar a un acuerdo. Por el contrario, si en lugar de eso ella gasta su tiempo en demostrarle que es egoísta, y lo compara con su madre ("que es igual a vos"), no llegará a ningún lado (de hecho no hay nada peor que mencionar a las madres en las peleas).

Una frase apropiada sería: "Vos podés ser como quieras, pero de todas maneras pactemos y convengamos quién va al supermercado".

Abrir el sentido de la comunicación es un camino mucho más efectivo y sensato que tratar de demostrase lo egoísta o lo generoso que cada uno pueda ser.

Como terapeutas nos gusta proponer este pequeño "juego":

Pedimos al paciente en sesión que deje fluir las acusaciones que guarda contra ése que está sentado enfrente, que deje que se transformen en insultos: tonto, avaro, agresivo o lo que sea. Lo alentamos a que se anime, grite, apunte con su dedo índice acusatoriamente a su acompañante y deje salir los insultos guardados. Después de unos segundos le pedimos que se quede inmóvil en esa posición. Ahora dirigimos su atención hacia su mano y le mostramos un hecho simbólico y muchas veces revelador: Mientras señala con un dedo al acusado, tres dedos señalan en dirección a sí mismo… El dedo medio, el anular y el meñique le están diciendo que quizás él mismo sea tres veces más avaro, tres veces más tonto y tres veces más agresivo que aquel a quien acusa.

Cuando algo me molesta del otro, casi siempre significa que en realidad me molesta de mí. Si yo no estoy en conflicto con ese aspecto, no me molesta que otro lo tenga. De manera que siempre mi pregunta es: ¿por qué me irrita esto del otro?, ¿qué tiene que ver conmigo?

Aprovechar los conflictos para el crecimiento personal, de eso se trata. En lugar de utilizar mi energía para cambiar al otro, utilizarla para observar qué hay de mí en eso que me molesta.

– ¡Mi egoísmo!! -le gritó Roberto a la pantalla…

Y apagó el ordenador.

Capítulo 3

Panchos (perritos calientes).

Eso era lo único que había podido preparar con lo que le quedaba en la nevera. Seguramente Cristina estaba disfrutando de un buen asado, divirtiéndose con sus amigas y ni siquiera pensaba en él. ¿Y él era el egoísta? Ella lo estaba pasando bárbaro mientras él tenía que dejar el envase de mostaza diez minutos boca abajo para que salieran unas míseras gotas con las que condimentar las salchichas. Y encima tenía que aguantar que esa Laura le dijera que el egoísta era él.

Dio un gran mordisco al último pancho.

– Ni me conoce… -dijo en voz alta y con la boca llena.

¿Qué sabía ella? Como si alguien pudiera decir algo que le sirviera a todo el mundo.

Pero se había acabado. No iba a leer más esos mensajes. Tampoco iba a escribir la nota avisando que la dirección estaba mal, y si los mails nunca le llegaban al tal Fredy, mejor. Porque igual no servían para nada.

¿De que servía olvidarse de tener una relación ideal?, ¿De qué servía no enojarse con el otro?, ¿De qué servía fijarse qué le molestaba a uno?, ¿De qué servía crecer, si al final ella igualmente se iba?

Al final ella se iba y lo dejaba solo.

Roberto se levantó de la mesa y se dirigió a la cocina para lavar las pocas cosas que había usado. Mientras sentía en las manos el agua caliente no podía dejar de pensar que en otra época Cristina se hubiera quedado. Tal vez ya no lo quería, es decir, no como antes; ya no lo elegía por encima de las demás cosas. Quizás él tampoco la quería como al principio.

Cerró el grifo y se secó lentamente las manos con el paño de cocina, como si la minuciosidad del gesto fuese el correlato de su preocupación. Con paso incierto fue hasta su cuarto y se tiró en la cama.

Al cabo de unos segundos se levantó y se encerró en el baño. Unos minutos más tarde y sin resultados volvió para acostarse, pero antes de que su cabeza tocara la almohada se incorporó otra vez.

Fue a la cocina, abrió la heladera y se quedó contemplando los envases buscando algo que lo tentara… Nada lo convencía, así que cerró la puerta verificando que los burletes no quedaran separados.

Luego salió al balcón, pasaron algunos coches, entró.

Una vez en su cuarto se quedó un momento en la puerta como si vacilara, después se sentó frente a el ordenador.

Jugó al buscaminas; no lograba concentrarse, una y otra vez terminaba por hacer explotar las pequeñas bombas.

Cerró el juego y se quedó mirando los iconos en su pantalla: un ordenador… una hoja de papel con un lápiz encima… un mazo de cartas… un globo terráqueo… una lupa… un pequeño teléfono amarillo…, la conexión con Internet.

Miró a su alrededor como corroborando que nadie lo observaba… Estaba por hacer todo lo contrario de lo que se había prometido.

Entró en su correo electrónico. Ya sin sorpresa encontró el mail de Laura.

Tal vez nadie podía decir algo que le sirviera a todos -se dijo a sí mismo-, pero quizás sí habría algo en este mensaje, algo, aunque fuera una sola frase, que le sirviera a él para aclarar qué le pasaba con Cristina, si la amaba o no, por qué se enojaba con ella, y por qué empezaba a preguntarse cómo sería Laura, cuántos años tendría, qué relación tendría con Fredy.

Querido Fredy:

Estuve pensando muchas cosas en estas semanas, pero no sabía cómo comunicarme.

¿Cómo fue tu viaje? Tengo muchas ganas de saber de vos.

Y recordaba aquello que escribiste para el congreso de Cleveland ¿te acuerdas?

"Amar y enamorarse.

Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento. En efecto, en un primer momento el encuentro es pasional, desbordante, incontenible irracional. Las emociones nos invaden, se apoderan de nosotros y durante un tiempo casi no podemos pensar en otra cosa que no sea la persona de quien estamos enamorados y la alegría de que esto nos esté ocurriendo.”

"Estar enamorados nos conecta con la alegría que sentimos de saber que el otro existe, nos conecta con la poco común sensación de plenitud.

Este estado no se sostiene mucho tiempo, pero queda inscrito como un recuerdo que sostiene la relación y que es posible recrear cada tanto.

Pasados algunos meses, la realidad nos invade y allí todo termina o empieza la construcción de un camino juntos.”

"Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados.

"Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa. La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento.

Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarme verdaderamente con el otro. Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran.

Hablamos del amor en el sentido de que «nos importe el bienestar del otro». Nada más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo.

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