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EPÍLOGO

amarseconlosojosabiertos@

Estimado Roberto:

Por fin ha llegado la hora de conocernos. Durante estos dos años hemos estado muy cerca y muy en contacto, y sin embargo hemos sabido realmente muy poco el uno del otro.

Empecé a sospechar de tu existencia cuando recibí el segundo mail del Dr. Farías (el presidente de lntermedical, ¿te acordas?). Al principio era incomprensible el texto de su disculpa y muy sorprendente el mensaje adjunto que supuestamente yo le había enviado mandándolos de paseo. Me costó tres meses hacerme la composición de lugar de lo que podía haber pasado, y aún hoy habiendo confirmado los hechos me sigue pareciendo increíble.

Yo registré como dirección de correo rofrago hace dos años. Era el producto de un juego con los nombres de mis hijos: Romina, Francis y Gonzalo, y lo utilizaba desde entonces como la dirección operativa de comunicación con el exterior. También yo, como tú, supongo, me sorprendía de la cantidad de mensajes perdidos que llegaban a mi buzón; y aunque nunca contesté ninguno, reconozco haber borrado algunos para liberar espacio en el servidor.

De todas formas no quiero usar este mensaje para discutir la fiabilidad o falibilidad de los recursos de Internet. Me gustaría ser breve y no perder de vista el objetivo de este mensaje, aunque esto requiera cierta explicación previa.

Como supongo que ya sabes, Laura y yo nos conocíamos hace muchos años de cruzarnos en congresos o en actividades de la asociación. Yo leía y valoraba sus conferencias y sus artículos sobre parejas, y ella, según dice, disfrutó de algún libro que yo escribí. Por azar o no tanto nos encontramos haciendo una presentación conjunta en el Congreso Mundial de la Asociación Gestáltica en Cleveland, Estados Unidos. Allí fue cuando se me ocurrió la idea de escribir juntos un libro sobre parejas. Hacía mucho que yo venía investigando sobre el tema, pero la idea de aportar la claridad y la experiencia de Laura era francamente tentadora.

Después de reunirnos varias veces nos dimos cuenta de que los compromisos y actividades de cada uno impedirían la frecuencia de nuestros encuentros, así que decidimos trabajar a través del correo electrónico. La idea, como ya sabes, fue intercambiar información para más tarde darle forma de libro.

Laura coincidía conmigo en que escribir un libro similar a otros sobre el tema era intrascendente y prescindible; había que encontrar una estructura diferente. Cuando los mails empezaron a ir y venir, a mí se me ocurró que podíamos editarlo en forma de intercambio de correo electrónico entre dos terapeutas que cambian ideas sobre terapias de pareja y parejas en terapia.

El tiempo pasó y Laura seguía escribiendo y quejándose de mi poca presencia, pero yo estaba descorazonado, nada terminaba de convencerme. Le pedía a Laura que siguiera escribiendo pero no sabía qué vuelta encontrarle al libro para que fuera atractivo ¡al menos para mí!

Y ahí, mágicamente, apareciste tú.

La confirmación de cómo habían sucedido los hechos llegó cuando Laura envió por error aquel mensaje a rotrago. Como te decía más arriba, me llevó varias semanas poder darle coherencia a los hechos: entender que habías estado escribiéndole a Laura en mi nombre, deducir tu creación de trebor (Robert al revés, claro) y la doble mentira para preservar el control de nuestro intercambio.

Te confieso que me enfadé muchísimo. Cuando le escribí a Laura desde esta nueva dirección hablándole de ti, todavía las fantasías jurídicas y vindicativas rondaban por mi cabeza…

Hasta que, de pronto, una mañana me desperté iluminado:

¡Esta era la trama para el libro!

¡Esta era la presentación!. Lo que debía hacer era meter la realidad de tu existencia en medio de los conceptos de la teoría de psicología de parejas y montar una novela.

El único objetivo de esta carta, mi querido Roberto, es agradecerte. Te aseguro que no hay ironía en esta frase. Como siempre digo, yo no soy un escritor y creo que Laura tampoco. Te aseguro que jamás, te repito, jamás, se nos hubiera ocurrido una trama tan atractiva y atrallente como la que planteó tu presencia entre nosotros.

Como prueba de nuestro honesto reconocimiento vayan la dedicatoria de nuestro libro y este cuento que yo personalmente elegí para contarte.

No sé quién lo escribió, ni quiénes lo hicieron circular por internet, pero llegó a mí como un regalo de mi amigo Pancho Hunneus de Chile.

“Había una vez en un pueblecito muy pequeño un hombre que trabajaba de aguador. En aquel entonces el agua no salía de los grifos, estaba en el fondo de profundos pozos o en el caudal de los ríos. Si no había pozos excavados cerca del pueblo, el que no quería ir a buscar el agua personalmente debía comprarla a alguno de los aguadores que con grandes tinajas iban y volvían al pueblo con el preciado líquido.

El pueblo era pequeño y no tenía pozos. El hombre era el único aguador del lugar. Desde el amanecer y hasta que el sol caía, el protagonista de este cuento cargaba con dos grandes tinajas de barro que colgaban de una vara de madera sobre sus hombros. Tinajas vacías camino al río, tinajas llenas camino al pueblo. Así seis o siete veces por día.

Una mañana, una de las tinajas se agrietó y empezó a perder agua por el camino. Al llegar a pueblo los compradores le pagaron las acostumbradas diez monedas por la tinaja de la derecha pero sólo cinco por el contenido de la otra que apenas estaba por la mitad.

Comprar una tinaja nueva era demasiado costoso para el aguador, así que decidió que debía apurar el paso para compensar la diferencia de dinero que recibía.

Durante dos años el hombre siguió yendo y viniendo a paso firme trayendo agua al pueblo y recibiendo sus quince monedas en pago por una tinaja y media de agua.

Una noche lo despertó un chist en su habitación:

– Chssst… Chsssst…

– ¿Quién anda ahí? -pregunto el hombre.

– Soy yo -dijo una voz, que salía de la tinaja agrietada.

– ¿Por qué me despiertas a estas horas?

– Supongo que si te hablara de día y a plena luz, el susto impediría que me escucharas. Y necesito que me escuches.

– ¿Qué quieres?

– Quiero pedirte que me perdones. No fue mi culpa la grieta por donde el agua se escurre, pero se lo mucho que te he perjudicado. Cada día cuando cansado llegas al pueblo y recibes por mi contenido la mitad de lo que recibes por mi hermana me dan ganas de llorar. Yo sé que debiste cambiarme por una tinaja nueva y desecharme, y sin embargo me has mantenido a tu lado. Quiero agradecértelo y pedirte una vez más que me disculpes.

– Es gracioso que tú me pidas disculpas -dijo el aguador-. Mañana bien temprano saldremos juntos tú y yo. Hay algo que quiero mostrarte.

El aguador siguió durmiendo hasta el alba. Cuando el sol se asomó en el horizonte tomó la vasija agrietada y se fue con ella al río.

– Mira -le dijo al llegar, señalando la ciudad- ¿qué ves?

– La ciudad -dijo la vasija.

– ¿Y qué más? -preguntó el hombre.

– No sé… el camino -contestó la vasija.

– Eso. Mira a los lados del sendero, ¿qué ves?

– Veo la tierra seca y el ripio del lado derecho del camino y los canteros de flores del lado izquierdo -dijo la vasija que no entendía qué le quería mostrar su dueño.

– Muchos años recorrí este camino triste y solitario llevando el agua hasta el pueblo y recibiendo igual cantidad de monedas por ambas tinajas… Pero un día noté que te habías agrietado y que perdías agua.

Yo no podía cambiarte, así que tomé una decisión: Compre semillas de flores de todos los colores y las sembré a ambos lados del camino. En cada viaje que hacía, el agua que derramabas regaba el lado izquierdo del sendero y consiguió en estos dos años hacer esta diferencia -el aguador hizo una pausa y acariciando su leal vasija le dijo todavía- ¿Y tú me pides disculpas? ¿Qué importan algunas monedas menos si gracias a ti y tu grieta los colores de las flores me alegran el camino? Soy yo quien debe agradecerte tu defecto.”

Ojalá seas capaz, y yo creo que lo eres, de entender por qué he elegido este cuento para regalarte.

Y bien, la novela está casi terminada. Nos falta decidir el final.

¿Deberían Roberto y Laura finalmente encontrarse y crear una relación saludable “con los ojos abiertos” como sugiere el título del libro, que tan adecuadamente elegiste?

¿O debería Laura, al enterarse por Fredy de la mentira, despreciarlo, generando una moraleja sobre lo poco adecuado que es el engaño en el amor?

Quizás haya que encontrar otros finales menos clásicos. O quizás, como en la vida, uno nunca sepa cómo van a terminar las cosas.

Dr. Alfredo Daey

[email protected]

PD.: ¡Ah! Hay algo más que debo agradecerte. Farías publicará mi trabajo bajo mis condiciones y sin ninguna restricción como una forma de compensar su tardanza.

24 enero, 2000

17:07:10

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