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LIBRO PRIMERO rofrago@

CAPÍTULO 1

Como de costumbre, encendió su ordenador y fue a servirse un café. Detestaba esa tiránica decisión de su PC, o los ingenieros en sistemas o de la realidad, de hacerle esperar sin derecho al pataleo.

Cuando escuchó el arpegio de apertura del programa se acercó, movió el cursor sobre el icono que mostraba pequeño teléfono amarillo y apretó dos veces el botón izquierdo del mouse . Luego volvió a la cocina, esta vez con excusa de espiar en la heladera para confirmar que allí no había nada tentador, aunque en realidad para evitar que su máquina lo viera ansioso e impotente esperando la apertura de conexión con Internet.

Roberto tenía con su ordenador ese vínculo odioso que compartimos los cibernautas. Como todos, él sobrevivía con más o menos dificultad -según los días- a esa relación ambivalente que se tiene con aquellos que amamos cuando nos damos cuenta de que dependemos de sus deseos, de buena voluntad o de alguno de sus caprichos.

Pero hoy la PC estaba en uno de sus buenos días; había cargado los programas de distribución con velocidad y sin ruidos extraños, y lo más agradable, ninguna advertencia rutinaria había aparecido en la pantalla:

No se puede encontrar el archivo dxc.frtyg.dll

¿desea buscarlo manualmente? ¿Sí? ¿No?

La unidad C no existe.

¿Reintentar, Anular o Cancelar?

El programa ha intentado una operación no válida y se apagará.

Cerrar

Error irreparable en el archivo Ex_oct. Put

¿Reintentar o ignorar?

Nada de eso. Hoy era, pues, un día maravilloso.

Entró en su administrador de correo electrónico y tipeó automáticamente su password . La pantalla tintineó y se abrió la ventana de recepción al programa.

«Hola, rofrago, tiene seis (6) mensajes nuevos.»

rofrago era el nombre de fantasía con el que había conseguido registrarse en el freemail de su servidor. Hubiera querido ser simplemente roberto @…, pero no, otro Roberto se había registrado antes, también un Rober … y un Bob … y un Francisco … y Frank … y Francis … Así que combinó las primeras sílabas de sus nombres y apellido (Roberto Francisco Gómez) y se registró: [email protected]

Tomó un sorbo de café e hizo clic en la bandeja de entrada. El primer e mail era de su amigo Emilio, de Los Ángeles.

Lo leyó muy complacido y lo guardó en la carpeta Correspondencia.

El segundo era de un cliente que finalmente encargaba un estudio de marketing para una nueva revista de cine y teatro.

Le gustó la idea y mandó la carta a la carpeta Trabajo.

Los dos siguientes eran publicidad intrusiva. No se sabe quién quería vender vaya a saber qué a cualquiera que fuera tan idiota como para querer comprarlo…, no se requería experiencia previa.

¡Cuánto le molestaban esas invasiones no autorizadas a sus espacios privados! Odiaba esos e-mails casi tanto como odiaba las llamadas impersonales a su teléfono celular:

"Ud. ha salido favorecido en un sorteo y ha ganado dos pasajes a Cochimanga, debe pasar por nuestras oficinas y completar sus datos, firmar los formularios y darnos su consentimiento para poder hacerle llegar SIN NINGÚN CARGO a su domicilio un maravilloso lote de…"

Borró esos dos mensajes rápidamente y se detuvo en el siguiente; era una carta de su amigo loschua.

Leyó con atención cada frase e imaginó cada gesto de la cara de losh cuando escribía. Hacía tanto que no se veían… Pensó que debía escribirle una larga carta. Pero ése no era el momento. Dejó el e-mail en la bandeja de entrada para que actuara como un recordatorio automático de su deseo.

El último mensaje era llamativo, llegaba de un desconocido destino: [email protected] , y el tema del envío figuraba como "Te mando". Roberto tenía la dirección electrónica en su tarjeta laboral, así que pensó que llegaba otra propuesta de trabajo. ¡Maravilloso!, se dijo.

Abrió el mensaje. Era un mail dirigido a un tal Fredy en el que alguien mandaba saludos y divagaba sobre no se entendía qué propuesta acerca del tema parejas. Firmaba Laura.

Roberto no recordaba a ninguna Laura ni a ningún Carlos que pudieran escribirle, mucho menos le concernía la temática de la carta, así que rápidamente se dio cuenta de que era un error y borró el mensaje de su ordenador y de su mente. Apagó la PC y salió para su trabajo.

A la semana siguiente le llegó un segundo mail proveniente de [email protected] ; Roberto tardó menos de 5 segundos en apretar la tecla Eliminar.

Aquellos episodios habrían sido absolutamente intrascendentes en la vida de Roberto si no fuera porque tres días más tarde otro "Te mando" de Carlos traía a su ordenador otra carta de Laura. Un poco fastidioso eliminó el mensaje sin siquiera leerlo.

El tercer mensaje de Laura llegó a la cuarta semana. Roberto decidió abrirlo para descubrir dónde estaba el error. No quería seguir sintiendo esa pequeña satisfacción y excitación que siempre le producía recibir correspondencia para luego frustrarse al comprobar que él no era el verdadero destinatario.

El mensaje decía:

Querido Fredy: ¿Qué te pareció lo que te escribí? Podríamos charlar o cambiar lo que no estés de acuerdo. ¿Hablaste ya con Miguel? Estoy tan excitada con la idea del libro, que no puedo parar de escribir. Aquí va otro envío. Y seguía un largo texto sobre relaciones de pareja. Roberto tenía algo de tiempo así que lo leyó rápidamente. Cuando las personas se encuentran con dificultades en la relación, tienden a culpar a su pareja. Ven claranmente cuál es el cambio que necesita hacer el otro para que la relación funcione, pero les es muy difícil ver qué es lo que ellas hacen para geneerar los problemas. Es muy común preguntarle a una persona en una sesión de pareja: -¿Qué te pasa? Y que conteste – Lo que me pasa es que él no entiende… Y yo insisto – ¿Qué te pasa a vos? Y ella vuelve a contestar: -¡Lo que me pasa es que él es muy agresivo? Y yo sigo hasta el cansancio: -Pero… que sentís vos, ¿qué te pasa a vos? Y es muy difícil que la persona hable de lo que le está pasando, de lo que está necesitando o sintiendo. Todos quieren siempre hablar del otro. Es muy diferente encarar los conflictos que surgen en una relación con la actitud de reflexionar sobre "qué me pasa a mí", que enfrentarlos con enojo pensando que el problema es que estoy con la persona inadecuada. Muchas parejas terminan separándose a partir de la creencia de que con otro sería distinto y, por supuesto, se encuentran con situaciones similares, donde el cambio es sólo el interlocutor. Por eso, frente a los desencuentros vinculares, el primer punto es tomar conciencia de que las dificultades son parte integral del camino del amor. No podemos concebir una relación íntima sin conflictos. La salida sería dejar de lado la fantasía de una pareja ideal, sin conflictos, enamorados permanentemente. Es sorprendente ver cómo la gente busca esta situación ideal. "…Y cuando el Señor X se da cuenta de que su pareja no se corresponde con ese modelo romántico ideal y novelesco, insiste en decirse que otros sí tienen esa relación idílica que él está buscando, sólo que él tuvo mala suerte… porque se casó con la persona inadecuada…" ¡No! No es así. No se casó con la persona inadecuada. Lo único inadecuado es su idea previa sobre el matrimonio, la idea de la pareja perfecta. En cierto modo, me serena saber que esto que no tengo, no lo tiene nadie, que la pareja ideal es una idea de ficción y que la realidad es muy diferente. El pensamiento de que el césped del vecino es más verde o que el otro tiene eso que yo no alcanzo, parece generar mucho sufrimiento. Quizás el aprender estas verdades pueda liberar a algunas personas de estos tóxicos sentimientos. La realidad mejora notoriamente cuando me decido a disfrutar lo posible en lugar de sufrir porque una ilusión o una fantasía no se dan. La propuesta es: Hagamos con la vida posible… lo mejor posible. Sufrir porque las cosas no son como yo me las había imaginado, no sólo es inútil, sino que además es infantil.

"Estos psicólogos nunca van a aprender a manejar una ordenador", pensó Roberto recordando las consultas técnicas que cada tanto le hacía su amiga Adriana, la psicóloga.

Revisó cuidadosamente el destinatario: [email protected] R-O-F-R-A-G-O. ¡No había dudas! El mensaje estaba dirigido a su buzón.

Se quedó algunos minutos inmóvil mirando la pantalla, quería encontrar una respuesta más satisfactoria para el misterio de los e-mails , pues le parecía que la ineptitud de Laura no era suficiente explicación.

Decidió entonces que el tal Fredy debía tener una casilla con un nombre de cuenta o mail parecido al suyo. La asignación de las casillas libres se hacía automáticamente y, por lo tanto, pequeñas diferencias bastaban para que el servidor aceptara las nuevas cuentas. Fredy (como él mismo) tampoco había podido registrarse con su nombre, así que había utilizado su apellido o el nombre de su perro o vaya a saber qué. Su dirección electrónica era entonces rodrigo , rodrago o rofraga … y Laura la había anotado mal. Un tipo no estaba recibiendo un material y una psicóloga estaba escribiendo para él algo que nunca le llegaría.

Muy bien, todo aclarado. ¿Y ahora?

En algún rato libre del fin de semana resolvería el problema; alertaría a Laura de su error y ella encontraría la verdadera dirección de Fredy Rofraga (había decidido que ese era su apellido).

Roberto apagó su PC y se fue a la oficina.

Las pocas líneas de la tal Laura le rondaron la cabeza todo el día, y cuando hacia el final de la tarde lo llamó su novia, se enredó con ella como tantas otras veces en esas discusiones infinitas que solían tener.




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