La pareja es un camino nuevo, un desafío.
Con ella nada termina, al contrario, todo comienza. Salvo una cosa: la fantasía de una vida ideal sin problemas.
Es duro tener que dejar de lado nuestras fantasías sobre lo que podría ser. Es una renuncia importante. Esa pareja ideal con la que soñé desde que era una niña muere con el matrimonio y es un gran dolor. Ciertamente cuando me doy cuenta de que no es así, empiezo a odiar al culpable.
Es necesario aprender que soy yo la que tiene que resolver su propia vida: Descubrir qué me gusta, cómo voy a mantenerme, cómo quiero divertirme, cuál es el sentido que le quiero dar a mi vida.
Todas estas cuestiones esenciales son personales, nadie puede resolverlas por mí. Lo que puedo esperar de una pareja es un compañero en mi ruta, en la vida, alguien que me nutra y a su vez se nutra con mi presencia. Pero sobre todo alguien que no interfiera en mi camino de vida.
Esto es bastante.
La peor de nuestras creencias aprendidas y repetidas de padres a hijos es que se supone que vamos en búsqueda de nuestra otra mitad. ¿Por qué no intentar encontrar un otro entero en vez de conformarse con uno por la mitad?
El amor que proponemos se construye entre seres enteros encontrándose, no entre dos mitades que se necesitan para sentirse completos.
Cuando necesito del otro para subsistir, la relación se convierte en dependencia. Y en dependencia no se puede elegir.
Y sin elección no hay libertad.
Y sin libertad no hay amor verdadero.
Y sin amor verdadero podrá haber matrimonios, pero no habrá parejas.
Te quiero siempre,
Laura
Laura releyó lo escrito y se reclinó satisfecha.
Cuando apretó el botón de Enviar y Recibir apareció en su bandeja de entrada un largo mail titulado “Hola Laura” que venía desde [email protected]