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Ahí sentí por primera vez que me recibías de verdad, que me escuchabas de otra manera.

Fue luminoso, pero qué estúpido sería pensar en no volver a verte más cuando eso no sucede.

Te dejo un beso.

Laura

Durante los días que siguieron Roberto se quedó casi todo el tiempo en su casa. Salía sólo para lo imprescindible relacionado con su trabajo y para unas pocas compras inevitables.

¿Sería cierto que las parejas se separaban por lo mismo que se habían unido?

Era una idea fuerte, debía pensarla mucho. Sin embargo, no parecía ser este un buen momento. En su mente aparecía imaginariamente el cartelito de TILT que se encendía en las viejas máquinas del millón electrónicas cuando se las zarandeaba demasiado intentando hacer entrar la bolilla de acero en el agujero. Esa era una buena descripción de cómo se sentía: desencajado, zarandeado, conmovido, parado en un lugar equivocado, “tildado”.

Dos veces por día encendía el ordenador y buscaba mensajes en su buzón. Al principio lo hacía con displicencia, pero a medida que transcurría la semana notó que se iba poniendo inquieto ante la ausencia de noticias.

Por fin, a los ocho días llegó un mensaje:

Querido Fredy: Éste es el último e-mail que te escribo. Me encanta escribirte, pero tu silencio es muy doloroso. Yo sé que escribo por el placer de escribir, sé que necesito hacerlo, me alegra, me hace bien, me conecta conmigo. Pero también necesito respuestas. Sé que lees lo que escribo, te visualizo abriendo tu ordenador, esperando mis archivos, y sé que no puedes escribir ahora. La escritura es algo que se nos aparece, que se nos impone, no la podemos forzar. He pensado mucho en algo que converso mucho con mis pacientes: cómo aceptar el ritmo del otro. Y por eso espero pacientemente que sea tu momento de volver a conectarte conmigo. Veo mucho en las parejas que trato los desencuentros a causa de los ritmos diferentes que tienen para encarar la vida. Sé que es importante aceptar el ritmo del otro. Sé que los hombres huyen cuando se sienten presionados. Las mujeres suelen quejarse de que los hombres se cierran al contacto, y no se dan cuenta de que es una respuesta a la presión que ellas ejercen. Los hombres se cierran cuando se sienten forzados, cuando no les damos el tiempo que necesitan. Me digo a mí misma que tengo que seguir escribiéndote, porque es un placer para mí. Recuerda el tema del dar y el recibir que hemos hablado tantas veces. El acto de dar es un recibir en sí mismo; yo recibo el placer de que recibas algo bueno que tengo para darte. Recibo la alegría de que me escuches y que valores lo que te doy. No tiene sentido dar esperando algo fuera del acto mismo de dar. Pero llega un momento en que necesito tu palabra, que me duele tu silencio. Por eso tengo que decirte que éste es mi último mensaje. Nos encontraremos en otro viaje, en otro congreso, en otro momento… Cariñosamente. Laura

Roberto sintió un frío en la columna y releyó el mail . No podía ser. ¿Cómo Laura iba a dejar de escribir? ¿Sólo porque el idiota de Fredy había dado mal su dirección, él se vería privado de los mensajes de Laura?

No era justo.

No lo era.

Laura había sido durante las últimas semanas la persona más confiable y perceptiva de su entorno. No podía permitir que desapareciera, como Cristina, como Carolina, como todos… Algo tenía que hacer.

Se preguntó qué haría Fredy si se enterase de que Laura estaba dejando de escribir. “Puede que él contestara este email …”, pensó. Pero Roberto tampoco sabía la dirección electrónica correcta de Fredy.

Podía hacer algunas pruebas…

iEl teléfono!

Se levantó para buscar la guía pero antes de llegar al estante recordó que no sabía su apellido. Podía averiguarlo si preguntaba por el tal Fredy entre sus amigos psicólogos. Pero, ¿y luego?

Después Laura y Fredy se comunicarían entre sí y él quedaría definitivamente fuera del canal de comunicación con Laura…

Él no podía prescindir de esos mensajes. No por ahora.

Se levantó de su sillón y empezó a merodear por el apartamento, necesitaba encontrar una solución.

¿Y si averiguaba el teléfono de Laura y le hacía creer que Fredy estaba fuera del país y que por eso no contestaba?

En realidad no necesitaba su teléfono, podía hacérselo saber por e-mail .

Laura

Anoche me llamó Fredy para pedirme que le avise que él está de viaje y que le…

Laura

Anoche me llamó por teléfono nuestro común amigo Fredy. Ya sabrá Usted que se tuvo que ir con urgencia…

Laura

Anoche me llamó por teléfono nuestro común amigo Fredy.

Llamó para pedirme que le avise que él está de viaje y que le pida que por favor siga escribiendo que cuando él regrese le explicará todo…

Laura

Anoche me llamó por teléfono nuestro común amigo Fredy.

No sé si sabe que no se encuentra en el país. Entre las cosas que charlamos me pidió que le avisara que siga con el libro y que a su vuelta él mismo le contestará todos los mensajes juntos.

No servía. Fredy quedaba como un tarado. En cualquier lugar del mundo había ordenadores… ¿Por qué no se lo hacía saber él mismo, en lugar de llamar a su amigo Roberto?

¿Por qué no se lo decía Fredy mismo?

¿Por qué no?

No había cámaras, ni letra, ni remitente. ¿Cómo podría Laura saber que la disculpa provenía de él y no de Fredy?

Laura:

Te ruego que no te enfades. He tenido algunas complicaciones en el trabajo y he estado viajando y por eso no pude responder a tus maravillosos mensajes…

“Maravillosos”… ¿Serían maravillosos para Fredy?

…no he podido responder a tus correos. Creo que en un par de meses más o menos podré tener un poco más de tiempo para contestarte. Mientras tanto no dejes de escribirme. Me sirve todo lo que dices y estoy seguro de que el libro va a ser genial.

Besos. Fredy

Releyó el mensaje y borró “un par de meses más o menos” y lo reemplazó por “pronto”. Borró “Besos” y escribió “Un fuerte abrazo”. Agregó un “Querida” antes de “Laura” y cambió “Te ruego” por “Te pido”. Eliminó el “todo” de “todo lo que dices” y cambió el “genial” por “un éxito”.

Querida Laura:

Te pido que no te enfades. He tenido algunas complicaciones en el trabajo y he estado viajando, por eso no he podido responder a tus correos. Creo que pronto podré tener un poco más de tiempo para contestarte. Mientras tanto no dejes de escribirme. Me sirve lo que dices y estoy seguro de que el libro va a ser un éxito.

Un fuerte abrazo.

Fredy

No estaba mal. Nada mal.

Roberto respiró hondo y buscó el icono de enviar. Apoyó el cursor sobre él y volvió a leer el mensaje que estaba a punto de mandar.

Volvió una vez más al texto, borró “fuerte” dejando “Un abrazo”.

Tenía que dejar de revisarlo o no lo mandaría nunca. Después de todo, no tenía nada que perder; si no ideaba alguna respuesta los mensajes de Laura no volverían a llegarle.

Apretó el botón y envió el mensaje.

La pantalla parpadeó y el aviso de Mensaje enviado apareció frente a Roberto. No había manera de volverse atrás.

CAPÍTULO 6

Parecía un adolescente enamorado, esperando al lado de su ordenador como cuando tenía dieciséis años y esperaba al lado del teléfono anhelando la llamada de Rosita, su primera novia.

Pero Roberto no tenía dieciséis años y Laura no era su novia, así que se sentía bastante incómodo con esta ansiedad tan poco justificada.

Cuando esperamos que algo suceda, sin que podamos tener participación en ello, el hecho siempre se retrasa, y de todas maneras, aunque demorara lo justo, a uno siempre le parece que tarda demasiado. Por eso la semana sin noticias de Laura se le había hecho insoportable.

¿Qué iba a hacer si ella no le escribía más?

Poco a poco Laura iba ocupando en sus pensamientos espacios poco adecuados para una relación inexistente.

Se acostó pensando en la poesía del hombre imaginario de Nicolás Parra. [3]

A las cuatro de la mañana del lunes se despertó agitado, taquicárdico y transpirando. Sin otra razón más que una vaga sensación, creyó recordar que había estado soñando con ella.

Soñando con Laura… con la imaginaria Laura.

Él había estudiado que se soñaba con imágenes ligadas a los sentidos, que los ciegos de nacimiento sueñan con sonidos y todo eso. ¿Qué sueño se puede tener con una idea de alguien?

– ¿Cuánto tiempo más voy a esperar?, -pensó.

Agarró una hoja en blanco y garabateó:

«Veinte veces al día,
7 días por semana,
enciendo el ordenador,
espero los programas de inicio,
abro el administrador de correo,
busco los mensajes,
no está el deseado,
cliqueo para finalizar,
debo esperar
también para salir,
maldición,
apago el ordenador,
me tomo un café,
prendo la tele,
dejo todo
…y comienzo de nuevo.»

Roberto se puso una campera y salió a la calle, sólo por no quedarse en casa.

– No ha sido suficiente.

– Era lógico.

– Ella escribiendo y pensando y el otro idiota que no le contesta.

[3] Parra, Nicanor, Chistes para desorientar a la poesía . Visor Libros, Madrid, 1989.


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