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Él disfruta de su familia, de volver a su casa y estar con su mujer y su hijo. La cuestión acá se agrava porque él no sólo no tiene pasión con su mujer, sino que ni siquiera le gusta estar con ella, no se divierte fuera de la casa con ella, no le interesa viajar con ella. Yo creo que él guarda un gran resentimiento que nunca expresó.

Ayer hablaba de temas similares con otra pareja. Para él fue muy relajante enterarse de que esta problemática era algo habitual. Ella en cambio se enojó muchísimo, se negaba a aceptar que estas cosas pasan. Creo que la salida es aceptar las cosas como son y ver qué podemos hacer, cómo cada uno resuelve su propia vida. A mi juicio, la postura de ella era muy infantil: “no quiero que esto pase”. Creo que muchas veces toda la terapia consiste en que el paciente se dé cuenta de que las cosas pasan como pasan y no como él decide que pasen.

Anoche estaba leyendo el libro de Welwood “El desafío del corazón” [2] , y me pareció interesante traducir este párrafo para nuestro libro:

“En las sociedades tradicionales el matrimonio arreglado por los padres era la norma, basado en consideraciones de familia, status, salud, etc. El matrimonio era más una alianza de familias que de individuos. Servía para preservar el linaje y propiedades familiares y socializar a los niños en su lugar dentro de la fábrica social. Ninguna sociedad tradicional consideraba los sentimientos de amor espontáneos individuales como base válida para relaciones duraderas entre un hombre y una mujer.

Más que eso, ninguna sociedad temprana ha tratado, mucho menos tenido éxito, en juntar amor romántico, sexo y matrimonio en una sola institución.

La cultura griega juntaba sexo y matrimonio, pero reservaba el amor romántico para• las relaciones entre hombres y muchachos.

En el amor cortesano del siglo XII, del cual vienen nuestras ideas acerca del romance, el amor entre el hombre y la mujer estaba formalmente dividido del matrimonio.

No fue hasta el siglo XIX que los victorianos tuvieron una visión del matrimonio basada en ideales románticos. Pero lo excluido era el sexo:

la mujer era considerada enferma si tenía deseo o placer sexual. El placer del sexo estaba relegado a los prostíbulos.

Es sólo una creencia muy reciente que amor, sexo y matrimonio deben encontrarse en la misma persona. Somos los primeros que tratamos de juntar el amor romántico, la pasión sexual y un compromiso marital monógamo en un solo acuerdo. Según Margaret Mead, es una de las formas matrimoniales más difíciles que la raza humana ha inventado.”

Quizá sea un poco osado publicar algo así. Pero me gustaría transmitir esta idea de alguna manera. Como dando un permiso para que cada uno encuentre una vuelta propia a su vida. Poner sobre la mesa la idea de que el matrimonio, así como está planteado, es muy difícil, y que cada uno tenga la opción de encontrar sistemas para vivir más plenamente.

No digo que necesariamente esos aspectos (compromiso marital, amor romántico y pasión sexual) tengan que estar repartidos. Propongo que tomemos conciencia de la magnitud y dificultades que se presentan justamente al intentar reunirlos en un solo vínculo. Y esta breve historización, creo, conecta muy directamente con la posibilidad de esa toma de conciencia.

Esta semana vino a verme una pareja que lleva ocho años de matrimonio y tienen niños. En la sesión ella plantea que tiene una relación con otro hombre, y que quiere que él le dé un tiempo para vivir eso y luego resolver si pueden seguir juntos.

Él la quería matar, no quería darle el tiempo que ella pretendía, quería un divorcio ya.

Yo me quedé pensando que podríamos trabajar lo que le pasa a esta mujer como una actuación o expresión del resentimiento que viene acumulando hacia él.

Pero en este momento, que ella tiene tal enamoramiento con otro hombre, lo más viable es que viva esto y luego, si se le pasa y quiere reconstruir el vínculo con su marido, que vengan a verme.

Obviamente, también pensé que ella debería haberse callado, y enfrentar esta situación sola, esperando a aclarar sus ideas antes de hablar.

Cuando conversamos, él entendió que ella no puede parar esto que le pasa, que aunque él le pida que no vea más al otro, ella no puede dejar de hacerlo. También le podría haber pasado a él.

Me gustaría poder hablar de todas estas cosas. La dificultad es cómo hacerlo en un libro como el nuestro. Tendríamos que encontrar la manera, así como también pensar en qué decir y qué no decir. Fundamentalmente, me entusiasma la idea de jugarnos en estos temas de los que normalmente no se habla.

Laura

Fredy:

Como verás, cuando estoy embalada no puedo parar. Me encantó la discusión que mantuvimos sobre la frase de Nana: “Las parejas se separan por lo mismo que se juntan”.

Las parejas se separan por lo mismo que se juntan, sí.

Muchas parejas reflexionan: ¿Por qué me enamoré de él si somos tan diferentes? Quizás con otro que tuviera gustos parecidos a los míos me llevaría mejor…”

Sucede que justamente lo que nos atrae es la diferencia. Al comienzo me fascina que él tenga eso que para mí es tan difícil de tener. Me completo con mi pareja porque justamente ella puede hacer cosas que yo no puedo y viceversa. En la etapa de enamoramiento no sólo acepto esas características en él, sino que también las acepto en mí misma. Por ejemplo, si soy una persona muy activa, con tendencia a la acción, me fascino con su tranquilidad, su capacidad receptiva, su introspección. La otra persona, a su vez, se fascina con mi capacidad para estar en el mundo, para ir hacia adelante, etc…

Pero el problema viene después. Porque es cierto que al principio me agrada la diferencia, pero cuando el enamoramiento decae, comienzo a pelearme con mi pareja por estas mismas características que me acercaron. Si yo he desarrollado especialmente el lado activo, probablemente tenga una pelea con el lado pasivo. Al dramatizar con él esta pelea, yo me pongo en el bando del pasivo y él es mi enemigo en el bando de los activos, es decir, traslado a la relación una vieja pelea interna. Al enamorarme de la otra persona porque se permite ser tan relajada y quieta, de algún modo yo me reconcilio con este aspecto negado; pero si no lo desarrollo en mí, voy a terminar peleándome con mi compañero del mismo modo en que antes me peleaba con ese aspecto negado.

Ante esta circunstancia, la clave es desarrollar los aspectos nada o poco evolucionados que vemos en el otro. Así, nuestro compañero se convierte en nuestro maestro o en nuestro enemigo. Esta es la elección.

Nuestra propuesta consiste en desarrollar estos aspectos negados o en pugna, para así integrarnos con nosotros mismos, hacernos personas más enteras, parando la pelea interna y externa.

El ejemplo más adecuado sería verlo en nosotros, ¿no te parece?

Me fascina tu capacidad para decir las cosas, tu manejo de las palabras y de las relaciones. Yo soy una persona antipática que siempre se pelea con las formas. Acercarme a trabajar contigo, Fredy, es una oportunidad para reconciliarme con esta parte mía y convertirte en mi maestro en ese aspecto. Por el contrario, lo neurótico sería enojarme porque le das tanta importancia a las formas y no te das cuenta de que lo único importante es el contenido.

Aquí tú tendrías que poner tu parte en el asunto: Qué aspecto rechazado puedes integrar en tu relación conmigo.

Esto engancha con lo que venimos diciendo de que la pareja es un espejo en donde veo mis partes negadas. Como ya dije, el acento está en desarrollar lo que niego, o las partes con las cuales estoy en pelea, sabiendo que si no lo hago voy a terminar separándome por la misma causa por la que me uní. Éste es el desafío de la pareja.

En este sentido, la relación me sirve para integrarme, porque si no me integro voy a pelearme y hasta separarme de la persona que me recuerda constatemente mi pelea interna.

En realidad, esto es parte de lo que ocurre. En otro capítulo hablaríamos de los problemas personales con los cuales tengo que enfrentarme por estar en esta relación, en tanto que al estar con otro me enfrento con aspectos míos horribles que estando sola no tendrían oportunidad de salir.

Por eso a veces es tan difícil estar con otro. Porque cuando estoy solo puedo imaginarme que soy de lo mejor; pero en el contacto íntimo sale lo mejor y también lo peor de mí: mi competencia, mis celos, mi lucha por el poder, mis ganas de controlarte, de manipularte, mi falta de generosidad, etc., etc., etc…

Es duro ver esto en uno; es un desafío aceptarlo y hacer algo al respecto. La salida más fácil es pensar que es el otro el competitivo, el egoísta, el duro…

Cito a Nana:

“Pareciera que los mismos elementos que contribuyen a mantener la estabilidad y armonía de una pareja, son los que pueden contribuir a su destrucción.”

“Toda relación que no favorezca la expansión del Yo, que impida el crecimiento, aun cuando sea estable y/o aparentemente gratificadora, encierra el germen de su propia destrucción. Poder ver estas limitaciones oportunamente es de un valor incalculable. La relación verdadera con el otro, en el cual en un momento hemos creído y ante cuya presencia fuimos capaces de trascender y traspasar nuestra angustia de soledad y autosuficiencia, es una de las situaciones hermosas que nos permite acercarnos a los seres humanos con amor.”

Qué hermosa frase, Quisiera citar a Nana todo el tiempo. Muchas veces siento que todo lo que sé, de una manera u otra, lo aprendí de mi madre o de ella.

En este momento me acuerdo de alguna vez cuando charlamos informalmente sobre nosotros en aquel bar de Once, ¿te acuerdas? De repente yo te dije algo y la cara se te iluminó, fue una especie de «un darte cuenta» para ti.

[2] Welvood, John, Challenge of the Heart , Random House, Nueva York, 1985.


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