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¡Pero qué locura! Hallie no podía librarse de la alegría que amenazaba con ahogarla. ¡Nick la amaba! ¡Quería casarse con ella! En lugar de dejar te temblar, temblaba mucho más.

—¿Eso ha sido un «Sí»? —quiso saber él—. Me lo tomo con un «». Pero voy a necesitar una declaración de amor también; sólo para estar seguro.

—¿Quieres oírme decir que te amo?

—Es una parte crucial del plan —le dijo él.

—Te amo —dijo ella mientras agarraba su bello y querido rostro con las dos manos—. Sí, me casaré contigo —añadió mientras él la abrazaba—. Y seré la mejor esposa de un empresario que hayas visto jamás.

—¡No!

Se echó a reír y la tomó en brazos para llevarla a la cama.

—No quiero que seas la esposa de un ejecutivo —dijo con una voz que la llenó de emoción—. Lo único que quiero es a ti.

Jasmine, John y Kai los despidieron a la mañana siguiente. Aquellas personas tan estupendas no parecían socios en los negocios, sino más bien familia.

—Gracias —dijo Hallie con cariño mientras le daba la mano a John—. Gracias por tu hospitalidad y por tu amabilidad. Ha sido un placer conocerte.

Se volvió hacia Jasmine mientras Nick se despedía de John.

—Voy a echarte mucho de menos —le dijo mientras abrazaba a la joven—. Estaremos en contacto.

Kai estaba junto a la puerta, un poco apartado de Jasmine y de su padre, esperando para llevarlos al aeropuerto.

—Gracias por acompañarme ayer —le dijo Hallie—. Te lo agradezco mucho —añadió mientras le daba un beso en la mejilla—. ¿Al final te vas a marchar al continente?

El joven sonrió.

—Tal vez de visita.

—A lo mejor deberías pensar en llevarte un acompañante de viaje.

Kai sonrió de nuevo.

—Cuídate, Hallie.

Nick le dio un abrazo a Jasmine y las gracias a Kai. Habían vivido tantas emociones juntos, los cinco, que las mentiras y las medias verdades ya no parecían apropiadas. Jamás habían sido lo más apropiado, pensaba Hallie con pesar; desde luego que no. Pero no quería estropearlo todo en el momento de marcharse, de modo que cerró la boca y no dijo nada de su matrimonio ficticio con Nick. Además, se consoló pensando que la próxima vez que los viera estarían casados de verdad.

Nick se unió a ella a la puerta y Hallie se habría dado ya la vuelta para marcharse de no haber sido por Jasmine, que había retirado un paquete envuelto en papel rojo brillante de la mesa de la entrada y se lo ofrecía en ese momento.

—Para ti y para Nick —dijo con emoción—. De parte mía y de mi padre.

Con todo el jaleo y la emoción de los últimos días, a Hallie se le había olvidado comprar algo para ellos. ¡Qué metedura de pata!

—Yo esto la verdad es que no esperaba un regalo de despedida —dijo con timidez.

—Ábrelo —dijo Jasmine.

Cuando lo abrió contempló con asombre el pequeño caballo de jade que tanto le había gustado.

—¡Oh, Dios mío! —susurró y miró a Nick, pero vio que estaba tan asombrado como ella.

¿Qué clase de regalo de despedida era aquél? ¿Acaso se habían vuelto locos?

—No sé qué decir —dijo Hallie sin mentir—. Es precioso. Pero no es un regalo de despedida.

—Claro que no —la pícara sonrisa de John Tey era muy parecida a la de su hija—. Es un regalo de bodas.

Capítulo 10

El vuelo número 28 de Hong Kong a Heathrow aterrizó a las cinco de una tarde gris y de viento, pero ni el tiempo ni la brusquedad del aterrizaje consiguieron atenuar la felicidad de Hallie. Iba peinada, arreglada, fresca y elegante con su bonito traje color tabaco y su camisola rosa, como la auténtica esposa de un empresario. Sus zapatos hacían juego con la camisola, llevaba un bolso de Hérmes y a Nick a su lado. Era la mujer que lo tenía todo y todo lo que tenía era lo que siempre había soñado.

Pero eso no quería decir que fuera una pusilánime.

—No puedo creer que no me contaras que le habías dicho a John que no estábamos casados —le dijo mientras miraba el caballito de jade que llevaba en el bolso.

—Te lo iba a decir —dijo Nick—, en cuanto te pidiera en matrimonio y aceptaras. Pero quería dejar pasar un rato para que estuvieras bien segura de que te estaba pidiendo en matrimonio porque quería que fueras mi esposa, no sólo porque acabara de descubrir la tapadera.

¡Ah! Resultaba desconcertante darse cuenta de lo bien que la conocía Nick.

—Entonces, cuando estaba a punto de contártelo, me distraje.

—¿Con qué?

—¿No te acuerdas? —suspiró soñadoramente, pero en sus ojos había un brillo de satisfacción—. Pero qué deprisa se olvida una esposa de esas cosas

Hallie no se había olvidado. Y se sonrojó al pensar en la pasión con que habían hecho el amor.

—Después de eso.

—Después de eso no era capaz de pensar ya —dijo Nick.

Fue Hallie la que suspiró entonces. Era casi imposible seguir enfadada con él cuando se mostraba tan encantador, que era la mayor parte del tiempo, pero no quería sentar un precedente.

—Somos socios —dijo ella en tono firme—. Espero que compartas estas cosas conmigo.

—¡Ah! —Nick parecía algo incómodo—. Hay algo más que seguramente debería comentarte antes de pasar por la aduana y acceder a la terminal —añadió Nick.

Ella se detuvo y lo miró con suspicacia. Nick sonrió y la tomó entre sus brazos para seguidamente besarla, sin importarle la gente que pasaba por su lado. Cuando terminó de besarla, ella se sintió aturdida y excitada, pero en absoluto distraída.

—¿Qué estabas diciendo? —le susurró ella.

—Clea ha venido a recibirnos.

—¿Y? —para Hallie no era un problema—. Me gusta tu madre.

—Y a mí —dijo Nick—. Sólo pensé que te gustaría saberlo.

Después de pasar por la aduana, cruzaron finalmente las puertas de la sala de llegadas.

—Allí está —dijo Nick.

Y allí estaba Clea, espléndidamente vestida de seda magenta y lima y con un bolso de leopardo a juego con los zapatos.

—¡Lo sabía! —exclamó Clea cuando se acercó a Hallie—. Sabía que haríais una pareja estupenda. Las madres sabemos estas cosas.

Hallie se echó a reír mientras Nick soportaba de buen grado el abrazo entusiasta de su madre.

—Te vas a casar con él, ¿verdad, querida? —dijo Clea cuando la abrazó a ella—. Deja que te mire bien. ¡Pues claro que sí!

—¿Se lo has dicho tú? —le preguntó Nick—. Yo no se lo he dicho.

—Parece que las madres perciben estas cosas, Nick.

—Espera a tener hijos. Tú también lo verás —dijo Clea—. ¡Ay, me vais a dar unos nietos preciosos!

Pero Hallie no parecía escucharla. Estaba mirando a un hombre de pelo negro que estaba apoyado en una columna a cierta distancia de ellos. Era alto y atlético y los miraba con atención. Nick observó con fatalidad y calma al hombre que en ese momento se apartaba de la columna y lo miraba fijamente con sus fieros ojos color ámbar como los de un gato salvaje.

—Creo que estás a punto de conocer a Tristán —dijo Hallie.

Ya se lo había imaginado.

—Parece un poco enfadado. ¿Le dejaste una nota?

—Juraría que se la dejé justo debajo del tostador.

—Entiendo.

Tristán había dejado de mirarlo a él y en ese momento tenía la vista fija en la urna funeraria envuelta en papel que Nick llevaba debajo del brazo.

—Sabe lo de la urna—murmuró Hallie.

—Eso es por la Interpol.

—Veo que no te estás tomando esto en serio, Nick.

—Confía en mí, sí que me lo tomo en serio.

Por lo que le había dicho Hallie, sus hermanos siempre habían querido protegerla. E independientemente de que él quisiera casarse con ella, no se podía negar que se la había llevado a Hong Kong de manera fraudulenta, que la había seducido y que había permitido que se metiera, sin protección alguna, en la guarida de un mañoso local.

Tristán se dirigió hacia ellos.

—Vas a salir corriendo, ¿verdad? —dijo Hallie con pesar—. Es lo que hacen siempre.

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