Esa maravilla es obra de Hawkes and Cox, uno de los mejores floristas de Londres. Contactaron conmigo al enterarse de que iba a celebrarse un oficio conmemorativo y se ofrecieron a hacerlo gratis, porque son admiradores de Sadie y querían homenajearla. (O para ser más cínicos, porque sabían que ese gesto les daría un montón de publicidad.)
En un principio no pretendía que esto se convirtiera en un acto tan concurrido, la verdad. Sólo me había propuesto organizar un oficio en memoria de Sadie. Pero cuando se enteró Malcolm, el director de la London Portrait Gallery, me pidió permiso para anunciarlo en su página web, por si había amantes de la pintura que quisieran presentar sus respetos a la mujer que ha acabado convertida en un icono tan famoso. Para asombro de todos, recibieron una infinidad de peticiones. Al final, tuvieron que hacer un sorteo. Incluso apareció en las noticias de London Tonight. Y aquí están ahora, abarrotando la iglesia, personas que han querido honrar la memoria de Sadie. Cuando llegué y vi toda esta multitud me quedé sin aliento.
- También quiero decir que vuestras vestimentas son maravillosas. Bravo. -Repaso con una sonrisa los abrigos de época, las bufandas con cuentas de cristal e incluso las polainas que lucen algunos-. Creo que Sadie se habría sentido muy satisfecha.
La indumentaria recomendada, en efecto, era «moda años veinte», y todo el mundo ha hecho más o menos el intento. Me importa un bledo que no se acostumbre recomendar indumentaria en los oficios de este tipo, como no ha cesado de repetirme el párroco. A Sadie le habría encantado, y eso es lo que cuenta.
Las enfermeras de la residencia Fairside han hecho un esfuerzo espectacular, tanto consigo mismas como con todos los residentes que han traído. Llevan unos modelitos fabulosos, con tocados y collares cada una de ellas. Capto la mirada de Ginny y ella me dedica una sonrisa radiante y me hace un gesto de ánimo con su abanico.
Ginny y un par de enfermeras más de la residencia asistieron hace unas semanas al funeral privado y la incineración de Sadie. Sólo permití que asistieran las personas que la habían conocido. Conocido de verdad. Fue un acto de recogimiento muy sentido; después me las llevé a almorzar, y lloramos y bebimos vino, y contamos anécdotas de Sadie y reímos, y al final les hice una donación importante para la residencia y todas rompieron a llorar otra vez.
Mis padres no estaban invitados. Creo que más o menos lo comprendieron.
Los veo sentados en primera fila. Mamá lleva un desastroso vestido lila de cintura baja con una cinta en el pelo que recuerda más el rollo Abba, años setenta, que la moda de los veinte. Papá va con un conjunto que no tiene nada de época; un traje normal y corriente, con una sola hilera de botones y un pañuelo moteado de seda asomando por el bolsillo. Pero, en fin, lo perdono porque me mira desde ahí abajo con un calor, un orgullo y un afecto impresionantes.
- Aquellos de ustedes que sólo conocen a Sadie como la modelo de un retrato podrán preguntarse quién era la persona que había detrás del cuadro. Bueno, debo decirles que era una mujer asombrosa. Era aguda, divertida, valiente y extravagante. Y afrontaba la vida como la mayor aventura. Como saben, ella fue la musa de uno de los pintores más famosos de este siglo. Lo hechizó completamente. Él nunca dejó de amarla, ni ella a él. Las circunstancias los separaron trágicamente, pero si él hubiera vivido más tiempo.. . ¿quién sabe?
Hago una pausa para tomar aliento y echo un vistazo a mamá y papá, que me miran fascinados. Anoche ensayé el discurso delante de ellos y papá no paraba de repetir con incredulidad: «¿Cómo sabes todo esto?» No tuve más remedio que aludir vagamente a «archivos» y «cartas antiguas» para que se calmara.
- Era una mujer emprendedora y abnegada. Tenía un don para lograr que sucedieran las cosas. A ella y a los demás. -Le lanzo una mirada furtiva a Ed, que está al lado de mamá y me hace un guiño. Él también se sabe de memoria el discurso-. Vivió ciento cinco años, lo que ya es todo un logro. -Examino a los asistentes, para asegurarme de que todos me escuchan-. Pero a ella le habría parecido espantoso que la hubieran considerado únicamente una «anciana de ciento cinco años». Porque, en su interior, siguió teniendo veintitrés años toda su vida. Siguió siendo una chica que vivía con un permanente chisporroteo en el estómago. Una chica que amaba el charlestón y los cócteles, que se pirraba por mover las ancas en un club o en una fuente pública, que adoraba conducir deprisa, pintarse los labios, fumar cigarrillos.. . y darle de comer al ganso.
Ruego que ninguno de los presentes sepa lo que significa esa expresión. Y, en efecto, sonríen con educación, como si hubiese dicho que le encantaba hacer arreglos florales.
- Aborrecía las labores de punto -añado-, que quede claro. Pero le encantaban Grazia y todas las revistas de moda.
Una risa recorre el templo, cosa que me alegra. Esperaba risas aquí.
- Desde luego, para nosotros, su familia -prosigo-, ella no era sólo la chica sin nombre de un cuadro. Era mi tía abuela. Era parte de nuestra herencia. -Vacilo al llegar al punto con que realmente pretendo dar en el blanco-. Es muy fácil dar por descontada a la familia y no concederle su verdadero valor. Pero tu familia es tu historia. Es parte de lo que eres. Y sin Sadie, ninguno de nosotros ocuparía la posición que hoy ocupamos.
No puedo evitar echarle una mirada gélida al tío Bill. Está al lado de papá, muy erguido, con un traje hecho a medida y un clavel en la solapa. Se lo ve mucho más demacrado que en aquella playa del sur de Francia. Ha sido un mes impresionante para él. Ha salido continuamente en las noticias y las páginas de negocios, y nunca para recibir elogios.
En principio quería prohibirle que asistiera al oficio. Su publicista estaba desesperado porque él viniera, para enderezar un poco su maltrecha imagen, pero yo no soportaba la idea de verlo fanfarronear, acaparar todo el protagonismo y hacer su numerito habitual. Sin embargo, al final reconsideré mi decisión. ¿Por qué no?, me dije, ¿por qué no dejar que venga y honre a Sadie?, ¿por qué no habría de asistir y enterarse de lo maravillosa que era su tía?
Así que le di permiso. Con mis propias condiciones, eso sí.
- Deberíamos honrarla y estarle agradecidos -añado.
Le lanzo otra mirada significativa al tío Bill. No soy la única. La gente no para de echarle ojeadas, e incluso detecto algunos codazos y cuchicheos.
- Motivo por el cual he creado en su memoria la Fundación Sadie Lancaster. Los fondos recaudados serán distribuidos por los administradores entre aquellas causas que ella sin duda habría apreciado. En especial, apoyaremos a varias organizaciones relacionadas con el baile, a instituciones benéficas de la tercera edad y a la residencia de ancianos Fairside, así como a la London Portrait Gallery, en muestra de gratitud por haber preservado su precioso retrato durante los últimos veintisiete años.
Sonrío a Malcolm Gledhill, que me devuelve una sonrisa radiante. Se quedó muy satisfecho cuando se lo dije. Se puso colorado y empezó a decirme si me gustaría convertirme en uno de los patronos, o entrar en el consejo o algo así, dado que soy una amante del arte tan entusiasta. (No quise revelarle que sólo soy una entusiasta de Sadie y que los demás cuadros me tienen sin cuidado.)
- También me gustaría anunciar que mi tío, Bill Lington, desea hacerle un homenaje a Sadie, que procederé a leer en su nombre.
Por nada del mundo le habría permitido subirse a este podio. O escribir su propio discurso. Él ni siquiera sabe lo que me dispongo a leer. Despliego una hoja y dejo que se cree un silencio expectante. Bien, allá voy:
- «Sólo gracias al cuadro de mi tía Sadie logré abrirme camino en el mundo de los negocios. Sin su belleza y su ayuda, no me encontraría en la posición privilegiada que ocupo hoy en día. Sin embargo, a lo largo de su vida no la aprecié lo suficiente. Y ahora lo lamento profundamente. -Hago una pausa efectista. La iglesia entera se ha quedado en silencio, transida de emoción. Los periodistas toman notas afanosamente-. Me complace, pues, anunciar que donaré diez millones de libras a la Fundación Sadie Lancaster. Un modesto gesto en honor de una persona muy especial.»