- Pero ¿qué ha ocurrido? -musito-. ¿A qué venían esos gritos? Creía que no podías hablar con nadie, salvo conmigo.
- Hablar no sirve. Pero he notado que cuando suelto un grito tremendo al oído, la mayoría parece oírme de un modo amortiguado. Me cuesta horrores.
- ¿Así que ya lo habías hecho antes? ¿Has hablado con alguien más? -Ya sé que es ridículo, pero me da un poquito de celos que pueda comunicarse con otros. Sadie es mi fantasma.
- Bueno, hablé un momento con la reina -dice-. Sólo para divertirme.
- ¿En serio?
- Quizá -replica con una sonrisita traviesa-. Les va muy mal a mis viejas cuerdas vocales. Al cabo de un rato debo desistir. -Tose y se frota el cuello.
- Creía que yo era la única a la que te aparecías -replico, aunque suene infantil-. Me consideraba especial.
- Eres la única con la que puedo aparecerme en el acto -precisa tras un instante de reflexión-. Sólo tengo que pensar en ti y ya estoy a tu lado.
- Ah -murmuro, secretamente complacida.
- Bueno, ¿y adónde crees que nos llevará? -dice con ojos chispeantes-. ¿Al Savoy? Adoro el Savoy.
¿De verdad se imagina que vamos a salir los tres juntos? ¿Una cita estrafalaria en plan trío-con-fantasma?
Vale, Lara. No pierdas la chaveta. El tipo no va a proponerme una cita. Romperá mi tarjeta, atribuirá el incidente a la resaca, a su adicción a las drogas o al estrés, y no volveré a verlo en mi vida. Ya más tranquila, me dirijo hacia la salida. Basta de locuras por hoy. Tengo cosas que hacer.
En cuanto llego al despacho, llamo a Jean, me arrellano en mi silla giratoria y me dispongo a disfrutar del momento.
- Jean Savill.
- Hola, Jean -digo amablemente-. Soy Lara Lington. Te llamaba para comentar otra vez vuestra política respecto a los perros, que personalmente comprendo y aplaudo. Entiendo que deseéis mantener libre de animales vuestro espacio de trabajo. Pero me estaba preguntando por qué no se hace extensiva esa norma a Jane Frenshew, del despacho catorce dieciséis.
¡Ja!
No creo que Jean haya pasado en su vida un bochorno semejante. Al principio, lo niega todo. Luego intenta argumentar que se debe a circunstancias especiales que no sientan precedente. Pero me basta una alusión a los abogados y a los derechos europeos para que se venga abajo. ¡Shireen puede llevar a Flash al trabajo! La autorización figurará en el contrato que firmarán mañana. ¡Y le regalarán una cesta!
Cuelgo y marco el número de Shireen. ¡Se va a poner tan contenta! Por fin empiezo a encontrar divertido este trabajo.
Y todavía me resulta más divertido cuando Shireen suelta un grito de incredulidad por teléfono.
- No me imagino a nadie de Sturgis Curtis tomándose tantas molestias -me dice una y otra vez-. Ésta es la gran diferencia cuando trabajas con una empresa más pequeña.
- Como una boutique -puntualizo-. Nosotras tenemos un toque personal. ¡Cuéntaselo a tus amigos!
- ¡Tenlo por seguro! ¡Estoy impresionada! ¿Cómo averiguaste lo del otro perro, por cierto?
Vacilo un instante.
- Contactos.
- ¡Eres genial!
Cuelgo por fin, radiante de satisfacción, y advierto que Kate me observa con curiosidad.
- ¿Cómo has sabido lo del otro perro?
- Instinto. -Me encojo de hombros.
- ¿Instinto? -se mofa Sadie, que se ha pasado el rato dando vueltas por el despacho-. ¡No tienes el menor instinto! ¡Ha sido gracias a mí! Deberías decir: «Mi maravillosa tía abuela Sadie me ha ayudado y le estoy infinitamente agradecida.»
- Natalie nunca se habría molestado en investigar lo de ese perro -dice Kate-. Nunca. Ni en un millón de años.
- Ah. -Toda mi satisfacción se evapora. Mirando las cosas con los ojos de Natalie, no me siento muy profesional. Quizá haya sido un poco absurdo perder tanto tiempo en este asunto-. Bueno, sólo pretendía resolver la situación. Parecía la mejor manera.. .
- No, no me has entendido -me interrumpe, sonrojándose-. Lo decía en el buen sentido.
Me sonrojo. Nunca me habían comparado favorablemente con Natalie.
- ¡Voy a buscar un café para celebrarlo! -dice Kate jovialmente-. ¿Quieres algo?
- No, no hace falta. -Sonrío.
- Es que.. . estoy algo hambrienta. Ayer no paré ni para almorzar.
- Ay, Dios -me horrorizo-. ¡Anda! ¡Vete a almorzar! ¡Vas a morirte de hambre!
Kate se levanta de golpe, chocando con un archivador, y coge su bolso. En cuanto ha cerrado la puerta, Sadie se acerca a mi escritorio.
- Bueno. -Se sienta en el borde, mirándome con expectación.
- ¿Qué pasa?
- ¿Vas a llamarlo?
- ¿A quién?
- ¿A quién va a ser? -Se inclina sobre mi ordenador-. ¡A él!
- ¿Te refieres a Ed Comosellame? ¿Pretendes que lo llame yo? -le lanzo una mirada compasiva-. ¿Es que no sabes cómo funcionan estas cosas? Si quiere llamar, ya llamará. -«Pero no lo hará ni en mil años», añado para mis adentros.
Tiro a la papelera unos cuantos mensajes y escribo una respuesta. Sadie se ha sentado encima de un archivador y no aparta los ojos del teléfono. Al notar que la miro, se sobresalta y vuelve la cabeza para otro lado.
- Vaya, vaya, ¿quién está obsesionada con un hombre?
- No estoy obsesionada -replica con altivez.
- Si miras un teléfono, no suena. ¿No lo sabías?
Sus ojos destellan de rabia. Se da la vuelta y empieza a examinar el cordón de la persiana. Se desliza flotando hacia la ventana opuesta.. . y vuelve a mirar el teléfono.
La verdad es que un fantasma con mal de amores dando vueltas por mi despacho es una lata.
- ¿Por qué no vas a hacer un poco de turismo? -le propongo-. Podrías visitar el edificio Gherkin, o pasarte por Harrods.. .
- Ya estuve en Harrods. -Arruga la nariz-. Tiene un aspecto muy extraño hoy en día.
Estoy a punto de sugerirle un paseo por Hyde Park cuando suena mi móvil. A la velocidad del rayo, Sadie se coloca a mi lado y me mira ansiosa.
- ¿Es él?
- No conozco el número. -Me encojo de hombros-. Puede ser cualquiera.
- ¡Es él! -dice abrazándose-. Dile que queremos ir al Savoy a tomar un cóctel.
- ¿Estás loca? ¡No pienso decirle eso!
- La cita es mía y quiero ir al Savoy -insiste tercamente.
- ¡Cierra la boca o no contesto!
Nos miramos echando chispas mientras el móvil suena de nuevo y, finalmente, se aparta de mala gana.
- ¿Sí?
- ¿Hablo con Lara? -Es una mujer que no conozco.
- No es él, ¿vale? -le siseo a Sadie.
La ahuyento con un gesto y me concentro en el teléfono.
- Sí, soy Lara. ¿Quién es?
- Nina Martin. Dejaste un mensaje sobre un collar, ¿verdad? Del mercadillo de la residencia de ancianos.. .
- Ah, sí. ¿Usted compró uno?
- Compré dos. Uno de perlas negras y otro rojo. En buen estado. Puedo venderle los dos, si quiere. Estaba pensando en ponerlos en eBay.. .
- No -digo, desilusionada-. No son los que estoy buscando. Gracias de todos modos.
Saco la lista y tacho a Nina Martin; Sadie me observa ceñuda.
- ¿Por qué no has probado ya con todos?
- Esta noche llamaré a unos cuantos más. Ahora debo trabajar -añado al ver su expresión-. Lo lamento, pero así es.
Suelta un largo suspiro.
- Toda esta espera es insoportable.
Se desliza hasta mi escritorio y mira el teléfono. Va hasta la ventana, vuelve de nuevo.. .
Es imposible aguantar toda la tarde con esta pesada deambulando entre suspiros. Voy a tener que sincerarme.
- Oye, Sadie. -Aguardo a que se vuelva-. En cuanto a Ed, has de saber la verdad: no llamará.
- ¿Cómo que no? Claro que llamará.
- No. -Meneo la cabeza-. Es imposible que llame a una chiflada que se coló en su reunión. Tirará mi tarjeta y se olvidará del asunto. Lo siento.
Me mira resentida, como si me hubiera propuesto amargarle el día.
- ¡No es culpa mía! -le recuerdo-. Sólo intento suavizarte el golpe.