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– ¿Y la máscara de gas? -preguntó el SS.

– Desde luego -replicó Porta, riendo-. ¿Crees que somos unos afeminados? Hermanito se divirtió mucho, pero a la noche siguiente Gran Cerdo fue a dar un paseo por las estrellas. Desapareció por los aires impulsado por un paquete de granadas. ¡Descanse en paz su alma! [26].

– Entre nosotros, también a veces las cosas resultan difíciles -aseguró el SS, mientras se frotaba la calavera de su gorra-. Yo estoy en esta jaula sólo a título provisional. -Se humedeció los labios y prosiguió con orgullo mal disimulado-: Mi verdadera unidad es la División de Caballería SS «Florian Geyer». Pero tuve problemas. Me enviaron provisionalmente a la División T. También allí tuve conflictos. No quisieron saber nada más conmigo. Pegué un mamporro a un Untersturmführer. Un bruto de Dachau que nos visitó. Después, casi me hicieron picadillo. Pasé ocho semanas en la enfermería y luego me enviaron, como convaleciente, a la SD de Hamburgo. Ahora, soy el chofer de el Bello Paul. Muy poca cosa para mí. Quiero volver junto a mis camaradas. Era corneta en el l.er Escuadrón. La nostalgia me obliga a emborracharme cada noche. Pero tengo que ir con cuidado. A la primera oportunidad, me enviarán a Torgau. Nuestro Hauptscharführer me lo explica cada mañana. Es el Hauptscharführer más cretino del mundo. Fue jefe de barracón en Buchenwald. Se dice que estrangulaba a los detenidos con sus propias manos, y creo que es verdad. Siempre mira el cuello de la gente con una expresión de interés.

El SS asomó el cuerpo por la portezuela del automóvil. Bajó la voz, y cuchicheó en tono confidencial.

– Pero soy un viejo zorro y a mí no me la dan con queso. Les doy sopas con onda a todos. Pero lo que quería contarte es la vida dura que llevábamos en la «Florian Geyer». Nuestro comandante, el Standartenführer Rochner, se cargó a tres compañeros porque dijeron lo que pensaban de Adolph. Fue una noche, poco antes de la retreta. Yo estaba limpiando mi trompeta. Casi siempre era yo quien tocaba retreta.

– Yo también toco -dijo Porta. De repente, encontraba muy simpático al SS-. También toco la trompeta. ¿La tocas bien?

– ¡Oh, sí, estupendamente! Soy el mejor corneta de todo el Ejército de Adolph. He tocado dos veces en Nuremberg, cuando llegaba Adolph con los pies vueltos hacia dentro.

– ¿Es verdad que anda con los pies torcidos?

– ¿No lo sabías? Nos ha hecho reír a menudo. Su pie derecho está siempre vuelto hacia dentro.

– ¿Cómo haces el toque de retreta?

– Pues, verás: primero, un toque largo, y después, uno muy corto, para dar la impresión de que la trompeta llora una jornada maravillosa. Una trompeta es algo vivo, y hay que tratarla como a un ser vivo al que se ama. De lo contrario, no toca bien. Conocí a un corneta que tocaba diana con una trompeta sucia; no obtenía ningún resultado. La trompeta se negaba a reír y a saludar el nuevo día. Pero la mía sí sabe. Cuando se la vuelve hacia el sol naciente, está radiante. Porque has de saber que mi trompeta no está sucia, y que yo la llamo por su nombre. Está colgada encima de mi cama y le hablo. Un día, te la dejaré probar. No lo hago nunca, pero me doy cuenta de que tú también eres un verdadero corneta.

– Entonces, te dejaré probar mi flauta. Pero háblame de tu comandante.

– Entró en el dormitorio momentos antes de que yo tocara. Llamó a tres individuos y preguntó al primero si había dicho esto respecto al Führer. El tipo lo negó. Es lógico. «¡Cerdo! -gritó el Standartenführer-, ¿le mientes a tu comandante?» ¡Pum, pum! Dos disparos de su «Walter» 7,65, dos o tres patadas y todo terminó. ¡Que el diablo se lo lleve! Con sus espuelas, rayó nuestro bonito pavimento encerado. Esto nos dio mucho trabajo los días siguientes. En las SS es un vicio: siempre hay que tener los suelos inmaculados. El comandante se volvió hacia los otros dos. Ambos eran soldados rasos. Uno de ellos se había ceñido el sable porque entraba de guardia. Los dos confesaron en el acto. Cada uno recibió dos balazos en el cráneo. Uno de ellos sólo resultó herido con el primer disparo. Pegaba saltos y la sangre le resbalaba por el rostro. ¿Has visto alguna vez una gallina a la que cortan la cabeza? El comandante disparó contra él sin tocarle. El pobre diablo estaba completamente enloquecido por el miedo. Se lanzó por la ventana y echó a correr por la plaza de armas. Tres hombres saltaron por la ventana, corrieron tras de él y le alcanzaron. Le mantuvieron inmóvil mientras el comandante le hundía un piquete en el rostro. Prueba de encontrar entre los vuestros a un comandante más bestia que el mío.

– Me sería muy fácil. Pero me interesa saber si ese comandante asesino vive aún. Si aún está vivo, señal de que sois una pandilla de cobardes.

– La ha diñado. Los rusos le echaron el guante cuando atravesamos Elbruz. Lo colgaron de un álamo por los pies. En las SS no matamos a nuestros oficiales.

– Porque sois unos mierdosos. Os dejáis torturar y torturáis a los demás. Ejecutad a este hombre, dicen vuestros mandamases. Desde el año 33 os habéis acostumbrado tanto a cargaros a la gente inofensiva que ahora lo hacéis casi sin pensar. Vuestros oficiales no son tan bestias como los nuestros. Incluso tienen menos imaginación. Matar a un hombre está al alcance de cualquier idiota. Anda o Revienta, que sirvió doce años en la Legión Extranjera, y Barcelona Blom, que estuvo tres años en el Tercio, aseguran que entre nosotros resulta más duro que en el extranjero. No puedes imaginar cómo lo pasamos en el 27.° Blindado. Un botón mal cosido cuesta tres horas de carreras en la arena, con el capote, el equipo de campaña, los macutos llenos de granadas de mano y, desde luego, en el momentodel día en que hace más calor. El Oberfeldwebel Brandé a quien llamamos el Tirador, porque es capaz de tocar a cualquier tipo a cincuenta metros de distancia, no tiene inconveniente en hacerte correr hasta que te caes muerto. Es tan estricto que, durante el ejercicio con la Compañía, en plena marcha, es capaz de localizar a aquellos a quienes faltan clavos en la suela de las botas. Y cada clavo que falta cuesta tres horas en la arena. Hace quince días, Hermanito estuvo allí nueve horas. De modo que ahora sabemos que los días de el Tirador están contados. El diablo le está preparando un lecho.

– Reconozco que sois una pandilla de duros. Pero, ¿hacemos o no hacemos negocio? ¿Qué te parecen tres mil pavos, una caja de leche en polvo danesa robada en la O. T. de Dinamarca y, además, la dirección de esa casa de citas?

Porta hizo como que reflexionaba. Volvió a sonarse, se rascó el trasero y un sobaco, y después se echó el casco hacia la frente.

Se mordió los labios, pensativo.

– Ahora que recuerdo -prosiguió el otro-. También tengo un fajo de fotografías pornográficas. Te las daré de propina. Están estupendas, nunca has visto nada semejante. No creas que se trata de material viejo, sino del género que nos gusta a ti y a mí.

– Enséñame la mercancía -pidió Porta, adelantando una mano.

El SS se estremeció, lleno de desprecio.

– ¿Crees que soy un primo? Esto sería como si una ramera no reclamara su dinero hasta después de haber actuado. Seguro que se moría de hambre.

– Entonces, no habrá acuerdo.

Porta se dispuso a marcharse.

– ¡Eh, un momento! Sostendré las fotos en el aire, para que puedas mirarlas.

– ¿Sabes que te vendo las «pipas» muy baratas? Sólo lo hago porque te encuentro simpático. Eres tan caradura como yo. Algo me dice que pronto estarás con nosotros. Presiento que te están preparando una jaula en Torgau.

– En eso te equivocas, pequeño. Si me sacan de las SS para enviarme a Torgau, no iré a parar a vuestro apolillado Regimiento, sino al disciplinario de la Caballería.

– Ya cambiarás de opinión. Hablas del 37.° de Ulanos. Ya no existe. Nos lo hemos merendado. La 49.ª Kalmykritterdivisión lo ha hecho picadillo en la cuenca del Don. Como máximo, habrán escapado diez con vida. Han renunciado a formar otra vez el Regimiento.

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