Литмир - Электронная Библиотека
A
A

—¿Y cuándo sale tu novio de Burgos?

—En cuantito que sea el Consejo de Ministros, puede ser la semana que viene, le indultarán cinco años, y seis le dan de condicional, pero no le dejarán pernoctar en Madrid, tenemos que casarnos ese mismo día, antes de irnos a Córdoba, que el tren sale a las nueve, el nocturno. Yo iré a buscarlo al penal a las siete de la mañana y me lo traigo pitando a la iglesia.

—¿Y si no le dan el indulto?

—Se lo van a dar, padre. Esta vez, se lo dan. Pero si no se lo dan, si por una maldición que no está escrita no se lo dan y tengo que esperar otros cinco años, yo le pido a usted palabra de que nos casará cuando salga.

Amenazaba lluvia. Al salir de la iglesia, Pepita respiró hondo. Doña Celia y Tensi, impacientes, miraban a Pepita sin atreverse a preguntar. Las tres dieron un paso. Y las tres se pararon. Pepita volvió a suspirar, y en medio del suspiro lanzó: ¡Nos casa!

—Vamos ahora mismo a comprar el dormitorio.

A paso rápido anduvieron las tres. Sonriendo al andar. Las tres entraron en la tienda de muebles con una sonrisa. Y sonriendo compraron el dormitorio más bonito del mundo. Pero cuando el dependiente preguntó la dirección de la entrega, la novia se echó a llorar.

—Tiene que mandarlo a Córdoba.

—A Córdoba, no se preocupe, señora, en Córdoba estará. Pero no llore usted, que yo no he visto en mi vida una novia que encargue los muebles y se venga a llorar.

Tensi secó con su pañuelo las lágrimas de Pepita mirando al dependiente:

—¡Ay, maestro!, pero si usted supiera dónde está el novio, se iba a enterar.

31

La soledad se descubre a menudo en la necesidad de un abrazo. Pepita desea un abrazo, lo desea más que nunca. Y está inquieta. Y recorre la casa vacía con un telegrama en la mano.

INDULTO EN BOE MAÑANA LIBERTAD

Tensi tarda en llegar. Pepita abre la puerta de la pensión y se asoma al hueco de la escalera. Está al llegar, Tensi. Y doña Celia, y don Gerardo, tienen que estar todos a punto de llegar. Pero no llegan. Y Pepita regresa a la puerta abierta. Cree haber oído unos pasos y vuelve a asomarse al hueco de la escalera. No, no hay nadie abajo. Regresa a la pensión y cierra la puerta. Necesita un abrazo, y bebe un vaso de agua fría. Se sienta en la cocina. Lee de nuevo el telegrama. Lo deja sobre la mesa, lo mira, lo acaricia, lo extiende con los dedos, le quita las arrugas, lo coge, lo besa. Se levanta. Se dirige a su habitación. Vuelve a la cocina. Se sienta. Tienen que estar al llegar. Se levanta. Se asoma al balcón. Se aferra a la baranda. Mira hacia la plaza de Jacinto Benavente. Mira hacia la esquina de San Sebastián con Atocha. Mira su reloj de pulsera. Mira de nuevo a derecha y a izquierda. Dónde se habrán metido. Por qué, precisamente hoy, tardan tanto en la reunión del dichoso Partido. Asoma el cuerpo un poco más. Más. Mira de nuevo a derecha y a izquierda.

—¡Virgen mía, que vengan ya, por lo que más quieras!

A izquierda y a derecha.

Lleva más de cuarenta días esperando ese telegrama, cuarenta y tres días exactamente, recibiendo una carta por semana donde Jaime le asegura que los rumores se han confirmado, que el indulto está al caer, que le enviará un telegrama un día de estos. Muy pronto estaremos juntos, chiqueta. Muy pronto.

Esta tarde se irá a Burgos, dormirá en la fonda donde para todos los años. Ha de estar en la puerta del penal mañana a las siete. Y Tensi no llega, ni doña Celia, ni don Gerardo. Y ha de ir a ver a don Abundio. Y preparar una pequeña maleta. Y sacar el billete. Y necesita un abrazo.

—¡Ahí están! ¡Ay madre mía de mi vida, que ya me estaba empezando a hervir la madreselva! ¡Tensi! ;Tensi!

Grita alzando el telegrama como quien iza una bandera. Pero Tensi no la oye, camina junto a doña Celia y don Gerardo ajena a la excitación de Pepita.

—¡Señora Celia! ¡Señor Gerardo!

Tampoco ellos pueden oírla, ni la ven enarbolar su telegrama acariciando el aire.

—¡Tensi! ¡Tensi!

Nada.

Pepita se retira del balcón. Sale corriendo y baja las escaleras para ir al encuentro de los que están cruzando la calle San Sebastián.

Un abrazo, necesita un abrazo.

Tensi la ve llegar a la carrera y corre hacia ella:

—Mamá, ¿qué pasa?

Jaime sale mañana.

Le temblaron las manos, a Pepita, al entregarle el telegrama. Y a Tensi le tembló la voz al leerlo.

—Mañana libertad.

—¡Abrázame, hija!

Se abrazarán las dos. Y doña Celia y don Gerardo se sumarán en breve al abrazo. Se abrazarán los cuatro. Y don Gerardo gritará:

—¡Vamos ahora mismo a comprar el BOE!

Y las tres mujeres replicarán:

—¡Vamos!

Pepita y Tensi tomarán del brazo a doña Celia, la ayudarán a apresurar el paso.

Deprisa, hacia la Puerta del Sol. Deprisa, hacia el quiosco de prensa.

 MAÑANA LIBERTAD.

Don Gerardo comprará la publicación oficial. Y pasará las páginas deprisa. Una a una, deprisa.

Las tres mujeres miran las hojas pasar. Pepita aprieta las manos. Doña Celia y Tensi están llorando.

—¡Aquí, éste es, el mil quinientos cuatro!

Delante del quiosco, don Gerardo leerá el Decreto 1.504, palabra por palabra.

—Vuelva a leerlo, señor Gerardo.

Rogó Pepita. Y don Gerardo volvió a leerlo, en plena calle y en voz alta.

Los cuatro estaban llorando.

Antes de regresar a la pensión, se dirigirán a la iglesia de San Judas Tadeo. Pepita irá abrazada al Boletín Oficial del Estado. Le mostrará a don Abundio el decreto que lleva la firma de Francisco Franco y de Luis Carrero Blanco, ministro subsecretario de la Presidencia del Gobierno.

Decreto por el que se concede indulto con motivo de la exaltación al Solio Pontificio de Su Santidad el Papa Paulo VI. Acontecimientos memorables aconsejan hacer llegar a los que sufren condena el júbilo y la alegría de sus conciudadanos, con la fundada esperanza de que el recuerdo del hecho que motivó la gracia ha de cooperar a la recuperación del delincuente, reincorporándole así a la paz de la vida familiar y social, finalidad máxima a que aspira nuestro sistema penitenciario.

El magno y jubiloso acontecimiento de la exaltación al Pontificado Supremo de Su Eminencia Reverendísima el Cardenal Juan Bautista Montini, y la santa memoria de Juan XXIII, mueven al jefe del Estado, fiel intérprete de los sentimientos de adhesión inquebrantable y fiel devoción que al sucesor de San Pedro profesa el pueblo español, a decretar un indulto general, como homenaje a la persona augusta y sagrada del Papa y a la magnanimidad de la Santa Iglesia Católica.

74
{"b":"145609","o":1}