No. No servirá de nada. Elvira continuará con el horror en la cara. Y Mateo la dejará por imposible. Le dará la espalda y se dirigirá a la tienda de hule donde El Chaqueta Negra se ha reunido con los hombres para plantear su próxima acción. Mirando hacia atrás, a Elvira, levantará los hombros, agachará la cabeza y, mientras resopla, hará un ademán de desaliento apartando el aire con la mano a la altura del oído como quien ahuyenta una mosca. Definitivamente, con las mujeres no se puede hablar de política.
9
La noche acompaña los pasos de dos hombres y dos mujeres que se dirigen en silencio hacia la casa donde Amalia espera a su madre. Caminan los cuatro buscando el abrigo de los matorrales, ocultándose del resplandor de la luna. El Chaqueta Negra encabeza la marcha, seguido de Sole y de Elvira, y la cierra Mateo. Esparcidas por el suelo y colgando de algunas ramas de los escasos árboles, numerosas cuartillas destacan su color blanco.
—Mira.
Mateo apremia a la comadrona de Peñaranda de Bracamonte, le ordena que continúe andando y que guarde silencio. En el tono de su voz se adivina un reproche. En las marchas está prohibido hablar, terminantemente prohibido. Jaime gira la cabeza hacia ellos y se lleva el índice a los labios. Se encuentran ya a las afueras de Galapagar. El Chaqueta Negra descuelga de su hombro el fusil y observa a lo lejos la primera casa de la derecha, a unos diez metros de un pajar. Busca la señal luminosa que les indica que pueden acercarse. Sí, la luz parpadea dos veces. Permanece encendida y vuelve a parpadear. Corren los cuatro con sigilo, uno detrás de otro, y se esconden bajo el techado del pajar. Desde allí, Jaime emite el sonido de un búho. Al cabo de unos instantes le responde una abubilla.
Sólo cuando entren a la casa, Sole mostrará un papel que ha recogido de un árbol y volverá a decir:
—Mira.
Será después de que haya abrazado a su hija y haya comprobado que la lesión de su pierna ya no la obliga a cojear, y después de que Elvira haya preguntado por su abuelo y Amalia le informe de que se encuentra bien:
—Está en Pamplona, en su casa. Tuvo una bronquitis muy fuerte, pero ya se ha curado. El Socorro Rojo se encarga de él.
Entonces Jaime leerá el papel que Sole le ruega que mire, una de las miles de octavillas que el ejército ha arrojado en los montes, donde se asegura el perdón a los huidos que se entreguen y no tengan manchadas las manos de sangre y un entierro en suelo sagrado con rito cristiano a los demás.
—En Asturias hicieron lo mismo, en el treinta y nueve. Muchos creyeron estas promesas.
Pero la contraofensiva está en marcha. La guerrilla de El Llano se ha encargado ya de repartir unos folletos donde se informa de la suerte que corren los que se entregan. Toda la red de enlaces está implicada en la labor de disuadir a los que alberguen la más mínima duda. Así se lo dice Amalia a su madre para tranquilizarla.
—La gente sabe que los panfletos que han sembrado en el monte están llenos de mentiras. No te preocupes, madre, y ven a cenar.
La toma del brazo y la invita a pasar con los demás a la cocina.
—Os he preparado judías con chorizo, como a ti te gustan.
Colgado sobre el fuego, un caldero humea. Elvira se acerca al hogar y aspira el aroma de las judías con chorizo mientras se calienta las manos en las llamas. Mateo la sigue como si el olor fuera una cuerda que tirara de él y le arrastrara hacia el guiso.
—Cena caliente.
Cenarán caliente. No recuerdan siquiera la última vez que cenaron caliente.
—También hay pan, pan tierno.
En la mesa, una hermosa hogaza de pan espera a los que acaban de llegar. Mateo se sienta el primero. Se anuda una servilleta al cuello dispuesto a saborear las judías sin esperar a que los demás tomen asiento. Amalia le llena el plato hasta el borde y él moja trozos de pan. Suspira, y se chupa los dedos.
Durante la cena, los dos camaradas que habían llegado por la mañana para acompañar a Sole y a Amalia hasta Francia pondrán al corriente a sus compañeros del optimismo que respira la izquierda española en el exilio. La Unión Nacional Española contempla la posibilidad de una invasión a través de los Pirineos.
—Hasta los católicos, los monárquicos y los carlistas se han integrado en la UNE bajo el lema «Todos contra Franco y la Falange». Cuando caigan Hitler y Mussolini, las potencias democráticas no consentirán un país fascista en Europa y nos ayudarán a echar a Franco.
—Y será pronto, muy pronto. En cuanto acabe la guerra, volvemos a la República.
Con el ánimo dispuesto a creer en la recuperación de la República, Jaime, Mateo y Elvira llenarán sus macutos de provisiones. El de Elvira irá repleto de mantas, confeccionadas en la prisión de Ventas, y los de Mateo y Jaime llevarán la comida que han abonado generosamente a su enlace. Esa misma noche, cargarán con ellos hasta el campamento. Amalia y Sole despedirán a sus compañeros y partirán poco después hacia Francia con los dos camaradas que les servirán de guías.
No todas las despedidas son tristes.
No hubo tristeza en aquella despedida. Cuando caiga el fascismo en Europa, Sole y Amalia regresarán. El bloque de la izquierda española en el exilio hará posible el regreso. Y volverán a verse.
—Volveremos a vernos.
—Salud, camaradas.
—Salud.
—Hasta pronto.
—Hasta muy pronto.
—Hasta la República.
Sole ha levantado el puño para despedirse nombrando la República. También los demás lo levantan y contestan al tiempo:
—¡Hasta la República!
Pero no volverán a verse. Sole y Amalia no volverán a ver a Jaime, ni a Elvira, ni a Mateo. Jamás regresarán de un viaje que emprenderán con la esperanza de volver. Jamás regresarán de una huida que las llevará al otro lado de la frontera atravesando a pie los Pirineos. El entusiasmo les hará creer muchas veces que es posible el regreso. Pero Sole y Amalia no regresarán.
No.
Nunca regresarán.
Nunca.
10
El peso del macuto de Elvira obliga a la chiquilla a caminar despacio. Las mantas que Reme y Tomasa envían desde la cárcel arquean su espalda. Aunque no ha apreciado el cansancio hasta ahora, sus piernas pierden vigor. Siente la fatiga en el jadeo de su respiración y en el sabor a sangre que le llena la boca. Debería detenerse, aspirar una bocanada de aire que libere la angustia de sus pulmones, pero sabe que no es conveniente retrasar la marcha. Es necesario caminar deprisa, alcanzar el túnel horadado en las zarzas que rodean El Pico Montero antes de que el frío forme escarcha en el suelo y puedan detectarse las pisadas en las cercanías del campamento. Debe apresurar el ritmo. Caminar más aprisa. Más. Un golpe de tos alerta a Jaime. Aún no están a distancia suficiente de Galapagar. Aún se encuentran demasiado cerca. Es peligroso toser. Cualquier ruido es peligroso. El Chaqueta Negra se detiene y espera a su hermana, que camina a unos diez metros de él, separada otros tantos de Mateo. El ladrido de unos perros a lo lejos llega al tiempo que otro acceso de tos. Elvira se tapa la boca con las dos manos y cae al suelo.