—¿No te equivocas? ¿Sabes de lo que te estoy hablando? —insistió Levin, clavando los ojos en su interlocutor—. ¿Crees que es posible?
—Claro. ¿Por qué no?
—No, en serio, ¿de verdad crees que es posible? ¡Dime todo lo que piensas! ¿Y si me espera una negativa?... Estoy casi convencido...
—¿Por qué piensas eso? —dijo Stepán Arkádevich, sonriendo al ver la emoción de su amigo.
—Así me lo parece a veces. Y sería terrible, tanto para ella como para mí.
—Bueno, en cualquier caso, para ella no tendría nada de terrible. Todas las muchachas se enorgullecen de que pidan su mano.
—Sí, todas, pero no ella.
Stepán Arkádevich sonrió. Se daba perfecta cuenta de lo que sentía Levin, sabía que para él las muchachas del mundo entero se dividían en dos categorías: en la primera entraban todas, excepto Kitty, muchachas normales y corrientes, sujetas a todas las debilidades humanas; en la segunda estaba sólo Kitty, carente de cualquier imperfección y muy por encima de todo lo humano.
—Espera, sírvete un poco de salsa —dijo, deteniendo la mano de Levin, que apartaba la salsera.
Levin obedeció, pero no dejó comer tranquilo a Stepán Arkádevich.
—No, espera, espera —dijo—. Debes entender que para mí es una cuestión de vida o muerte. Nunca he hablado de este asunto con nadie. Sólo contigo me atrevo. Como sabes, no nos parecemos en nada: tenemos diferentes gustos y opiniones, somos distintos en todo. Pero estoy seguro de que me aprecias y me comprendes, y por esa razón te tengo muchísimo cariño. Pero, por el amor de Dios, sé completamente sincero conmigo.
—Te diré lo que pienso —respondió Stepán Arkádevich con una sonrisa—. Y te diré más aún: Dolly es una mujer maravillosa... —Stepán Arkádevich suspiró, recordando el punto al que habían llegado las relaciones con su esposa y, después de guardar silencio unos instantes, añadió—: Tiene el don de predecir los acontecimientos. Puede ver el corazón de los hombres; y no sólo eso, sabe lo que va a suceder, sobre todo en cuestión de matrimonios. Por ejemplo, adivinó que Brenteln se casaría con Shajóvskaia. Nadie quería creerlo, pero al final su vaticinio acabó cumpliéndose. Y ella está de tu parte.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que no sólo te aprecia mucho, sino que afirma que Kitty será sin falta tu mujer.
Al oír esas palabras el rostro de Levin se iluminó de pronto con una sonrisa, y estuvo a punto de derramar lágrimas de ternura.
—¿Eso dice? —exclamó Levin—. Siempre he dicho que tu mujer es encantadora. Bueno, basta, dejemos el tema —añadió, poniéndose en pie.
—Vale, pero siéntate, ya nos traen la sopa.
Pero Levin no podía sentarse. Recorrió un par de veces, con paso firme, la diminuta habitación en la que se encontraban, parpadeando para que no se le saltaran las lágrimas. Y no volvió a la mesa hasta que consiguió calmarse.
—Debes entender que no se trata sólo de amor —dijo—. Ya he estado enamorado antes, pero no es eso. No es un sentimiento propio, sino una fuerza externa que se ha apoderado de mí. Me marché porque llegué a la conclusión de que no podía haber en el mundo felicidad semejante. Pero, después de luchar conmigo mismo, he comprendido que no puedo vivir sin ella. Ha llegado el momento de tomar una decisión...
—Entonces, ¿por qué te fuiste?
—¡Ah, espera! ¡Si supieras cuántos pensamientos me vienen a la cabeza, cuántas cosas querría preguntarte! Escúchame. No puedes imaginarte el bien que me han hecho las palabras que acabas de pronunciar. Soy tan feliz que hasta me he vuelto mezquino. Me olvido de todo... Acabo de enterarme de que mi hermano Nikolái... ya sabes... está aquí... y me he olvidado de él. Se me figura que también él es feliz. Es una especie de locura. Pero hay una cosa terrible... Tú estás casado, así que conoces ese sentimiento... Es terrible que nosotros, ya nada jóvenes, con un pasado a nuestras espaldas... no de amor, sino de pecado... nos acerquemos de pronto a una criatura pura e inocente. Me parece algo repugnante y no puedo dejar de sentirme indigno.
—Bueno, no creo que tú hayas pecado mucho.
—Ah, aun así —replicó Levin—, aun así, «leo con repugnancia el libro de mi vida, me estremezco y maldigo, me lamento amargamente»... 13Sí.
—Qué le vamos a hacer, así es el mundo —dijo Stepán Arkádevich.
—Mi único consuelo es esta oración que siempre me ha gustado tanto: «Perdóname, Señor, no por mis méritos, sino por Tu misericordia». Sólo así puede ella perdonarme.
XI
Levin vació su copa, y ambos guardaron silencio.
—Debo decirte algo más. ¿Conoces a Vronski? —preguntó Stepán Arkádevich.
—No, no lo conozco. ¿Por qué me lo preguntas?
—Trae otra botella —añadió Stepán Arkádevich, dirigiéndose al tártaro, que llenaba sus copas y daba vueltas a su alrededor cuando menos falta hacía.
—¿Por qué tenía que conocerlo?
—Porque es uno de tus rivales.
—¿Quién es? —preguntó Levin, y la expresión de emoción infantil que tanto había admirado Oblonski se trocó de pronto en otra malévola y desagradable.
—Vronski es hijo del conde Kirill Ivánovich Vronski, uno de los mejores representantes de la juventud dorada de San Petersburgo. Lo conocí en Tver, por asuntos relacionados con el reclutamiento, cuando estuve allí de servicio. Apuesto, inmensamente rico, con muy buenas relaciones; es ayuda de campo del emperador, y, además, un chico muy simpático y de buen natural. Y no sólo eso: una vez que lo he conocido mejor, aquí en Moscú, me he dado cuenta de que es culto y muy inteligente. Un hombre que llegará lejos. —Levin frunció el ceño y guardó silencio—. Apareció por aquí poco después de que tú te fueras. Si no me equivoco, está perdidamente enamorado de Kitty. Y, como comprenderás, la madre...
—Perdóname, pero no entiendo nada —replicó Levin, cada vez más enfurruñado. De pronto se acordó de su hermano Nikolái y se sintió como un miserable por haberse olvidado de él.
—Espera, espera —dijo Stepán Arkádevich, sonriendo y tocándole la mano—. Te he contado lo que sé, pero te repito que, en la medida en que uno puede hacer conjeturas en un asunto tan sutil y delicado, soy de la opinión de que tienes todas las de ganar. —Levin se recostó en la silla. Su rostro se había vuelto pálido—. Pero te aconsejaría que te decidieras lo antes posible —añadió, llenándole la copa.
—No, gracias, no puedo beber más —dijo Levin, rechazándola—. Me emborracharía... Bueno, ¿cómo van tus asuntos? —prosiguió, con el deseo evidente de cambiar de tema.
—Una palabra más: en cualquier caso, te recomiendo que tomes una decisión cuanto antes. Pero esta noche es mejor que no digas nada —añadió Stepán Arkádevich—. Ve mañana por la mañana, haz la habitual petición de mano y que Dios te bendiga...
—¿Por qué no vienes nunca a cazar a mis tierras? —preguntó Levin—. Te espero esta primavera.
Se arrepentía con toda su alma de haber iniciado esa conversación con Stepán Arkádevich. Ese sentimiento suyo tan especialhabía sido profanado por la mención a ese oficial de San Petersburgo, rival suyo, así como por los consejos y suposiciones de Stepán Arkádevich.
Oblonski, que sabía lo que ocurría en el alma de su amigo, sonrió.
—Iré un día de éstos —dijo—. Sí, amigo, las mujeres son el eje alrededor del cual gira el mundo entero. Y, en lo que a mí respecta, las cosas van mal, muy mal. Y todo por culpa de las mujeres. Háblame con franqueza, dame un consejo —prosiguió, con un cigarrillo en una mano y la copa en la otra.
—Pero ¿de qué se trata?
—Pues verás. Supongamos que estás felizmente casado, pero te encaprichas de otra mujer...
—Perdona, pero no entiendo nada... Es como si ahora, después de comer, me fuera a robar un bollo a una confitería.
La ojos de Stepán Arkádevich se volvieron más brillantes que de costumbre.