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Los hubo, sí, hubo personas así en 1937, gentes que no volvieron del interrogatorio a recoger el hatillo que habían dejado en la celda. Hubo quienes prefirieron la muerte que firmar contra alguien.

No cabe decir que la historia de los revolucionarios rusos haya ofrecido los mejores ejemplos de firmeza. Pero es que tampoco hay punto de comparación, porque nuestros revolucionarios jamás se las vieron con una verdadera instrucción bien hecha,con cincuenta y dos procedimientos distintos.

Sheshkovski no torturó a Radíschev. Y Radíschev sabía perfectamente, dadas las costumbres de la época, que sus hijos continuarían sirviendo como oficiales de la Guardia, y que nadie les arruinaría la vida. Ni nadie confiscaría la hacienda solariega de Radíschev. Pese a todo esto, en una breve instrucción de dos semanas, este hombre ilustre abjuró de sus convicciones, de su libro y pidió clemencia.

Nicolás I no fue tan bárbaro como para detener a las esposas de los decembristas, obligarlas a gritar en el despacho contiguo, ni someter a tortura a los propios decembristas.*

Tampoco tuvo necesidad de ello. La investigación del caso se llevó a cabo con entera libertad y hasta les permitieron estudiar previamente las preguntas en sus calabozos. Ningún decembrista mencionó más tarde que se hubiera dado una interpretación poco escrupulosa de sus respuestas. No se pidieron cuentas «a los que sabían de la preparación del motín y no lo habían denunciado». Con mayor razón, no cayó ni una sombra sobre los parientes de los acusados (se promulgó un manifiesto especial al respecto). Y como es natural, indultaron a todos los soldados que se vieron envueltos en el motín. Incluso el propio Ryléyev «respondió con detalle, con sinceridad, sin ocultar nada». Hasta Péstel se escindiódel grupo y dio los nombres de los compañeros (aún en libertad) a quienes había encargado enterrar La Verdad Rusa,e indicó el lugar. Pocos fueron los que, como Lunin, brillaron por su irreverencia y su desdén por la comisión instructora. La mayoría se comportaron penosamente, se enredaron unos a otros, ¡y muchos pidieron clemencia de un modo humillante! Zavalishin culpó de todo a Ryíéyev. E.P. Obolenski y S.P. Tubetskói se apresuraron a señalar a Griboyédov, cosa que ni siquiera Nicolás I creyó.

En su Confesión,Bakunin se escupió vilmente a sí mismo ante Nicolás I y evitó con ello la pena de muerte. ¿Un espíritu mezquino? ¿Un revolucionario astuto?

Uno creería que quienes se propusieron asesinar a Alejandro II habían de ser unos titanes de la abnegación, ¿verdad? ¡Sabían a lo que se exponían! Mas he aquí que Grinevitski compartió la suerte del zar mientras que Rysakov había quedado con vida pero caía en manos de los jueces de instrucción. Y aquel mismo día cantótodos los pisos clandestinos y los participantes en el complot. ¡Temiendo por su joven vida, se apresuró a comunicar al gobierno más datos de los que podían suponer que poseyera! Se ahogaba de arrepentimiento y se ofrecía a «desenmascarar todos los secretos de los anarquistas».

A finales del siglo pasado y principios de éste, un oficial de gendarmes retiraba inmediatamente su pregunta si el procesado consideraba que era improcedente o violaba su intimidad. En 1938, en la prisión de Las Cruces, azotaron con baquetas de fusil al veterano presidiario político Zelenski despues de haberle bajado los pantalones como si fuera un crió, pe vuelta en la celda, Zelenski se echó a llorar: «¡Un juez zarista ni siquiera se habría atrevido a tutearme!». O este otro, por ejemplo, una investigación actual [94] 3demuestra que los gendarmes se apoderaron del manuscrito del artículo de Lenin «¿En qué piensan nuestros ministros?», pero no fueron capacesde dar con el autor a partir del mismo:

«En el interrogatorio de Vanéyev (un estudiante), los gendarmes se enteraron de muy poco, como era de esperar(tanto aquí como en adelante, la cursiva es mía - A.S.). Les comunicó únicamente que los manuscritos hallados en su casa se los había dado para que los guardara unos días antes del registro, en un solo sobre, una persona que no deseaba nombrar.Al juez no le quedó más recurso(¿Cómo? ¿Y el agua helada hasta el tobillo? ¿Y la lavativa salada? ¿Y la porra de Riumin?) que someter el manuscrito a examen pericial». Y no encontraron nada. Al parecer, en cuestión de campos penitenciarios, Peresvétov también había tenido lo suyo,por lo que no le hubiera resultado difícil enumerar qué otros recursos le quedaban a un juez de instrucción si tuviera ante él al depositario del artículo «¿En qué piensan nuestros ministros?».

Como recuerda S.P. Melgunov: «Aquélla era una prisión zarista, una cárcel de bendita memoria que los presos políticos acaso recuerden ahora con alegría». [95] 4

Nos encontramos ante concepciones que se han visto trocadas, se trata de escalas muy diferentes. Del mismo modo que los carreteros de la época anterior a Gógol no podrían concebir la velocidad de un avión de reacción, tampoco quien no haya pasado por la picadora de carne del Gulag puede imaginarse las verdaderas posibilidades de una instrucción sumarial.

En el periódico Izvéstiadel 24 de mayo de 1959 leemos: A Yulia Rumiántseva la llevaron a la cárcel interna de un campo de concentración nazi para averiguar dónde estaba su marido, evadido de ese mismo campo. Ella lo sabía, ¡pero se negó a responder! El lector no avezado verá en esto un modelo de heroísmo, pero el lector con un amargo pasado en el Gulag verá una torpeza modélica por parte del juez de instrucción. Yulia no murió torturada, no fue empujada a la locura, ¡sii», plemente, un mes después la soltaron vivita y coleando!

* * *

Todas estas ideas sobre la necesidad de ser de piedra me eran totalmente desconocidas en aquella época. Hasta tal punto carecía de preparación para romper mis cálidos lazos con el mundo, que durante mucho tiempo estuvieron quemándome por dentro los centenares de lápices Faber, mi trofeo de guerra, que me quitaron al detenerme. Cuando desde la perspectiva que da la cárcel repasaba la instrucción de mi sumario, no encontraba motivos para sentirme orgulloso. No hay duda de que podría haberme mostrado más firme, y probablemente habérmelas compuesto con más ingenio. La ofuscación mental y la desmoralización se adueñaron de mí en las primeras semanas. Y si estos recuerdos no me remuerden la conciencia es sólo porque, gracias a Dios, no llegué a enviar a otros a la cárcel. Pero poco faltó.

Nuestra caída en la cárcel (la mía y la de Nikolái Vitkévich, encausado conmigo) nos la buscamos como crios, aunque éramos ya oficiales del frente. Durante la guerra mantuvimos correspondencia desde dos sectores del frente, y no supimos abstenernos, pese a la censura militar, de expresar en nuestras cartas, sin disimularlo apenas, nuestra indignación y blasfemias políticas contra el Sabio de los Sabios, transparentemente codificado por nosotros como el Pachá, [96]en vez de Padre. (Cuando después, en las cárceles, hablaba de mi expediente, nuestra ingenuidad no hacía sino provocar risa y asombro. Me decían que era imposible encontrar a nadie más zopenco. Y yo también me convencí de ello. De pronto, al leer un estudio sobre la causa de Alexandr Uliánov, me enteré de que los habían cogido por lo mismo, por una imprudente correspondencia, y que sólo esto salvó la vida de Alejandro III el 1 de marzo de 1887.

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