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Nuestras plumas rusas sólo escriben con trazo grueso. Con tanto como hemos vivido, sin embargo bien poco es lo que ha llegado a ser descrito o nombrado por su nombre. En cambio, en manos de los escritores occidentales, acostumbrados a examinar con lupa las células de la existencia, a agitar bajo los focos un matraz de boticario, un tema así se convertiría en epopeya, serían diez tomos más de En busca del tiempo perdido:¡contar la turbación del alma humana en una celda atiborrada veinte veces más de lo normal, cuando no hay cubeta y llevan a los presos al retrete una sola vez al día! Naturalmente, mucho es lo que desconocen de este tejido vivo: ¡Nunca se les ocurriría como solución orinarse en la capucha del impermeable, ni llegarían a entender como un consejo la voz de su vecino de celda: ¡pues orínate en las botas! Y sin embargo es un sabio consejo, producto de la experiencia, y no acarrea en modo alguno daño a la bota, ni rebaja tampoco su papel al de un orinal. Significa simplemente que hay qué quitarse la bota, ponerla boca abajo y volver la caña del revés: ¡Y ya tenemos nuestro ansiado recipiente, en forma de cilindro! ¡Ay, como enriquecerían su literatura los autores occidentales, cuántos recovecos psicológicos que explotar (sin ningún riesgo de plagiar banalmente a los maestros famosos)! No les haría falta sino conocer los usos y normas de la prisión de Minusinsk: para repartir la comida, una escudilla para cada cuatro, y en cuanto al agua, un vaso al día por preso (vasos sí había). Imaginen ahora que a uno de los cuatro se le ocurre valerse de la escudilla común para aliviar su presión interna, pero a la hora de comer se niega a entregar su ración de agua para lavar la escudilla. ¡Qué conflicto! ¡Qué choque entre cuatro caracteres! ¡Qué matices! (No estoy bromeando. Es así como sale a relucir el fondo de una persona. Sólo que las plumas rusas están demasiado ocupadas para describir lances así, y el ojo ruso no tiene ocasión de leerlo. No bromeo, pues los médicos pueden decirnos cómo unos meses en semejante celda minan la salud de un hombre para toda la vida, aunque no lo fusilaran cuando Ezhov, por más que lo rehabilitaran cuando Jruschov.)

¡Caramba, y nosotros que soñábamos con descansar y desentumecernos al tocar puerto! Después de unos días encogidos y retorcidos en el compartimiento de un vagón-zak, ¡cómo soñábamos con la prisión de tránsito! Soñábamos que allí podríamos estirar los miembros, desperezarnos. Que tendríamos todo el tiempo del mundo para ir al retrete. Que beberíamos agua fría, que habría agua caliente hasta saciarnos. Que no nos obligarían a comprar a la escolta nuestra propia ración a cambio de nuestros enseres. Que soplaríamos la cuchara. Y, finalmente, que nos llevarían al baño, que nos ducharíamos con agua caliente y se acabaría tanto rascarse. Y cuando en el cuervo se nos clavaban otros hombros en los costados, cuando nos zarandeábamos de un lado a otro, cada vez que nos gritaban: «¡Agarrados del brazo!», «¡Agarrados de los talones!», nosotros nos animábamos pensando «¡No importa! ¡No importa! ¡Pronto llegaremos a la prisión de tránsito! Allí sí que...».

Y allí, aunque alguno de nuestros sueños se haga realidad siempre habrá, de todos modos, algo que lo eche a perder.

¿Qué te aguarda en los baños? Nunca se sabe. De pronto empiezan a rapar al cero a las mujeres (Krásnaya Presnia, noviembre de 1950). O bien a nosotros, los hombres, nos mandan desnudos y en hilera a que nos rapen unas peluqueras. En Vólogda la tía Motia, la gorda, gritaba en el baño de vapor «¡A formar, muchachos!», y rociaba toda la fila con un chorro de vapor. En la prisión de tránsito de Irkutsk son de otra opinión: creen que resulta más natural, que en los baños el personal sea masculino, y que sea un hombre quien se ocupe de untar de pomada desinfectante la entrepierna de las mujeres O bien, en la prisión de tránsito de Novosibirsk, donde en pleno invierno, en los fríos baños, de los grifos sólo salía agua helada; los presos se decidieron a exigir la presencia de un responsable; vino un capitán y puso impertérrito la mano bajo el grifo: «Pues yo digo que el agua sale caliente, ¿estamos?». Aburre ya contarlo, pero también había baños sin agua, en los que al secar las cosas con vapor se quemaban, lugares donde después del baño obligaban a los presos a que corriesen desnudos y descalzos por la nieve en busca de sus enseres (Contraespionaje del Segundo Frente Bielorruso en Brodnica, 1945. Yo mismo hube de correr así.)

Nada más dar los primeros pasos en un centro de tránsito, el preso comprende que aquí no se haya bajo la férula de los celadores, de unos galones, ni tampoco de los de uniforme, no; todos éstos, mal que bien, aún se someten a alguna ley escrita. En la prisión de tránsito caes en manos de los enchufados.*Como el sombrío bañero que sale a recibir al convoy en que llegas a la prisión: «¡Venga, a lavarse, señores fascistas!». Como el capataz que asigna el trabajo en su tablilla de contrachapado, que escruta vuestra hilera y siempre os mete prisas; [275]como el educador,una cabeza rapada con tupé, que va dándose golpecitos en la pierna con un periódico enrollado mientras mira de reojo los sacos con que han entrado los reclusos; y como otros enchufados que el preso aún no conoce, pero cuya mirada ya está atravesando las maletas como rayos X. ¡Cómo se parecen todos! ¿O es que no has tropezado ya con ellos durante tu corto viaje al centro de traslado? ¿Dónde los habrás visto ya? Claro que entonces no iban tan pulcros ni relamidos, aunque sus jetas de bruto son las mismas, idéntico su rictus despiadado.

¡Mira por dónde! ¡Pero si son los cofrades de nuevo! ¡Son de nuevo los del gremio, que ya cantara Utiosov! Son Zhenka Zhogol, Serioga el Animaly Dimka el Revientatripas,sólo que ya no están entre rejas, ahora van limpitos, visten el ropaje de aquellos en que el Estado deposita su confianza y velan con prosapia [276] 54 por la disciplina —nuestra disciplina, claro está—. Si observamos sus jetas detenidamente, con un poco de imaginación podemos llegar a reconocer en sus rostros unas fisonomías rusas como las nuestras; en otro tiempo hubieran sido muchachos campesinos cuyos padres se llamarían Klim, Prójor o Guri. [277]Además, están hechos igual que nosotros: dos fosas nasales, dos círculos irisados en los ojos y una lengua rosada para tragar alimento y pronunciar algunos sonidos del ruso, aunque —eso sí— hilvanados en forma de palabras que nunca antes habíamos oído.

Más tarde o más temprano, todo director de prisión de tránsito acaba teniendo la siguiente idea: con las nóminas del personal en plantilla se puede pasar un sueldo a los propios parientes sin que éstos tengan ni que salir de casa, o también se pueden repartir entre los jefes de la cárcel. Porque les basta dar un silbido para que se presenten tantos elementos socialmente afínescomo sea necesario, dispuestos a ejecutar esos trabajos, a cambio de quedarse escaqueadosen la prisión de tránsito, de no salir a las minas, a los yacimientos o a la taiga. Todos esos capataces, escribientes, contables, educadores, bañeros, peluqueros, responsables de almacén, cocineros, lavaplatos, lavanderas, sastres remendones de ropa interior, son presos en tránsito perpetuo, reciben su ración y obran en los registros con un número de celda. El resto de sopa y de manduca se lo procuran —sin ayuda de los jefes— en el perol común o en la arrobade los zeks en tránsito. Todos esos enchufados de la prisión de tránsito consideran con fundamento que en ningún campo van a estar mejor. Caemos en sus manos cuando aún no nos han desplumado a fondo y ellos nos despachan a placer. Aquí son ellos los que cachean en lugar de los carceleros, pero antes te proponen que les entregues tu dinero para guardártelo, y con toda la seriedad del mundo llevan una lista, ¡y acto seguido se esfuman, tanto la lista como el dinero! «¡Hemos entregado dinero!» «¿A quién?», se asombra el oficial que acaba de personarse. «¡Bueno, era uno así...!» «¿Sí, pero a quién exactamente?» Los enchufados tampoco han visto nada... «¿Y por qué se lo dieron?» «Es que pensábamos...» «¡Andaba pensando el pavo...! [278]¡Pues a ver si pensáis menos!» Y se acabó. O bien te aconsejaban que dejaras la ropa en la antesala del baño: «¡Nadie os va a quitar nada! ¿Pero quién quieres que se lleve eso?». Y ahí dejábamos la ropa. De todos modos, no se podía entrar con prendas al baño. Y al salir faltaban los jerseys, las manoplas de piel. «¿Cómo era tu jersey?» «De color gris...» «¡Bueno, pues será que ha ido él solito a que lo laven!» También pueden quitarte las cosas honradamente:a cambio de guardarte la maleta en el almacén, por conseguirte una celda donde no haya cofrades, para que te trasladen cuanto antes, o al contrario, para que tarden más en expedirte. Lo único que no hacen es desvalijarte directamente.

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