Nuestra ley aún es joven, está en edad de pertenecer a la Organización Juvenil de Pioneros.* Sigamos sus pasos.
Empecemos por mencionar un proceso hace tiempo olvidado, y ni siquiera tuvo carácter político,
el proceso contra la Glavtop(Mando supremo de Combustibles) en mayo de 1921, que afectó a ingenieros, o spets*como decían entonces.
Había terminado el más cruel de los cuatro inviernos de la guerra civil, ya no quedaba combustible alguno, los trenes quedaban detenidos entre estaciones y sobre las ciudades se cernían el frío, el hambre y una oleada de huelgas en las fabricas (huelgas ahora borradas de la Historia). Y la célebre pregunta: ¿quién tiene la culpa? [191]
Bueno, por descontado, no la tenía la Dirección General. ¡Ni siquiera los dirigentes locales! Esto era lo importante. ¡Mientras que «los camaradas con frecuencia procedentes de otras actividades» (es decir: los dirigentes comunistas) no tenían una idea exacta de cuál era su cometido, a los especialistas se les exigía en cambio que «abordaran correctamente la cuestión»! [192] 00En suma: «La culpa no es de los altos cargos... sino de quienes calculan, recalculan y establecen el plan» (cómo alimentar y dar calor a la gente cuando sobre el papel no hay más que ceros). ¡El culpable no era el que imponíael plan sino el que se encargabade realizarlo! ¿Que el plan resultaba un fracaso? ¡La culpa era de los spets!¿Que no cuadraban los números? «Es culpa de los spets,y no del Consejo del Trabajo y Defensa», y ni siquiera de los «cargos responsables de la Glav-top». ¿Que faltaba carbón, leña y petróleo? Era «porque los spetshabían creado una situación confusa y caótica». Y eran culpables además de no haberse resistido a los urgentes mensajes telefónicos de Rykov, de haber cedido y haber abastecido combustible, fuera de plan, a determinadas personas.
¡Los especialistas tienen la culpa de todo! Pero el Tribunal Proletario se muestra clemente con ellos y las sentencias son benignas. Naturalmente, a los proletarios les queda en el pecho cierto rencor contra esos malditos especialistas, pero no se puede prescindir de ellos, todo se iría abajo. Por tanto, el Tribunal no los acosa. Krylenko llega incluso a decir que desde 1920 «no puede hablarse de sabotaje». Los spetstienen culpa, sí, pero no obran por malicia, sino simplemente porque son unos incompetentes que no saben más, que no pudieron aprender más cuando el capitalismo, o quizá simplemente por egoísmo y corrupción.
Así pues, a comienzos del periodo de reconstrucción se observa una sorprendente condescendencia con los ingenieros.
El año 1922, el primer año de paz, fue pródigo en procesos judiciales públicos, tanto que vamos a dedicar este capítulo casi por entero a este único año. (Ello puede sorprender a más de uno: ¿Por qué esta animación en los tribunales justo después de la guerra? Pero es que también en 1945 y 1948 iba a resurgir de manera extraordinaria la actividad del Dragón. ¿Se trata quizá de una ley natural?)
Aunque, en diciembre de 1921, el IX Congreso de los Soviets dispuso «limitar las competencias de la Cheká» [193] 01—y atenor de este proyecto redujo sus atribuciones y pasó a llamarse GPU—, en octubre de 1922 fueron ampliados de nuevo los derechos de la GPU, y en diciembre, Dzerzhinski declaraba a un reportero de Pravda(17.12.1922): «ahora debemos vigilar con especial celo a los grupos y tendencias antisoviéticos. La GPU ha reducido su aparato pero lo ha fortalecido cualitativamente».
A comienzos de aquel año, no debemos pasar por alto:
el caso del suicidio del ingeniero Oldenborger(Tribunal Revolucionario Supremo, febrero de 1922); un proceso que nadie recuerda, insignificante y nada característico. No es nada característico porque abarca una sola vida humana y porque ésta ya había terminado. Pero de no haber muerto, en el banquillo de los acusados se habría sentado aquel ingeniero, y con él una decena de hombres más, con quienes habría constituido un centro,y entonces el proceso se habría ajustado de lleno a los cánones. En cambio, quienes estaban ahora sentados en el banquillo eran el camarada Sedelnikov —un preeminente miembro del partido—, dos inspectores de la Rabkrin* y un par de sindicalistas.
A pesar de todo, como ocurre con la cuerda que se parte a lo lejos en la pieza de Chéjov, [194]hay algo inquietante en este proceso contra ese precoz precursor de los acusados en el caso Shajty o en el proceso contra el «Partido Industrial».
V.V. Oldenborger había trabajado treinta años en la Compañía de Aguas de Moscú y según parece, a principios de siglo ya era su ingeniero jefe. El país había conocido la Edad de Plata del arte, [195]cuatro Dumas estatales, tres guerras y tres revoluciones, y a pesar de ello, todo Moscú seguía bebiendo el agua que suministraba Oldenborger. Acmeístas y futuristas, reaccionarios y revolucionarios, junkers y guardias rojos, SNK, Cheká y RKI, todos bebían el agua pura y gélida de Oldenborger. No estaba casado, no tenía hijos, en toda su vida no había más que aquella red de suministro de aguas. En 1905 no había consentido que los soldados enviados a montar guardia se acercaran a las instalaciones porque «al no ser entendidos, los soldados podrían dañar las cañerías o las máquinas». (Y en aquel entonces, nadie pudo impedir que la red se declarara en huelga; en 1905 Moscú estuvo sin agua, por tanto, ¿fue Oldenborger en persona quizás el que cerró los grifos?) A la mañana siguiente de la Revolución de Febrero, dijo a sus obreros que la revolución había terminado, que ya era suficiente, que cada cual volviera a su trabajo, que el agua debía correr. Durante los combates de Octubre en Moscú, su única preocupación fue mantener el suministro de agua. Sus empleados, en huelga en respuesta al golpe de Estado de los bolcheviques, le pidieron que se uniese a ellos. Pero él respondió: «Perdonen ustedes, pero hay cuestiones técnicas que me impiden sumarme a la huelga. Por lo demás..., por lo demás, yo estoy con ustedes...». Tomó en custodia los fondos del comité de huelga, extendió un recibo, eso sí, pero una vez hecho esto, corrió en busca de una junta para una tubería averiada.
Mas poco importa: ¡era un enemigo! He aquí lo que le había dicho a un obrero: «El régimen soviético no se mantendrá ni dos semanas». En la nueva situación que precede a la NEP, Krylenko se permite una indiscreción ante el Tribunal Revolucionario Supremo: «No eran los especialistas los únicos que entonces lo pensaban, también nosotros lo creíamos a veces»(pág. 439, la cursiva es mía. - A.S.).
Mas poco importa: ¡era un enemigo! Como nos enseña el camarada Lenin: para vigilar a los especialistas burgueses necesitaremos al perro guardián de la RKI.
Desde entonces Oldenborger contó con dos de esos perros guardianes que no lo dejaban ni a sol ni a sombra. (Uno de ellos, Makárov-Zemlianski, un vivales empleado de oficinista en la Compañía de Aguas y más tarde despedido por «conducta improcedente», ingresó en la RKI porque «pagaban más», ascendió hasta llegar a la sede del Comisariado Popular en Moscú porque «la paga era todavía mejor», y tuvo así ocasión de controlar a su antiguo jefe y vengar su afrenta con toda su alma.) Pensemos que además el Comité Sindical, como es de suponer, tampoco dormía, por algo era el mejor defensor del obrero. Y que los comunistas se habían hecho los amos de la Compañía de Aguas. «Los altos cargos deben ser desempeñados exclusivamente por obreros, sólo los comunistas deben detentar el mando en toda su plenitud. Este proceso confirma la validez de esta afirmación» (pág. 433). Añadamos que la organización del partido en Moscú tampoco le quitaba la vista de encima a la Compañía de Aguas. (Y detrás de ella, estaba además la Cheká.) «Con sana hostilidad de dasesentamos, en su día, las bases de nuestro Ejército; y en nombre de esta misma hostilidad, no confiaremos ahora ni un sólo puesto de responsabilidad a personas ajenas a nuestro bando, sin poner a su lado a un [...] comisario» (pág. 434). Inmediatamente empezaron a enmendarle la plana al ingeniero jefe, a darle orientaciones, a reprenderle y cambiarle el personal técnico sin su consentimiento («limpiaron a fondo aquel nido de negociantes»).