¡Mas no lograron salvar la Compañía de Aguas! ¡El suministro, en lugar de mejorar, empeoraba! Así de astuta era la camarilla del ingeniero, que de forma artera seguía adelante con sus malévolos designios. Es más, abandonando su naturaleza intermedia de intelectual, que hasta entonces le había impedido elevar el tono, Oldenborger se atrevió a calificar de despotismo la actuación del nuevo director del servicio, Ze-niuk («una figura enormemente simpática —según Krylenko— por su estructura interna»).
Para entonces no cabía ya duda de que «el ingeniero Oldenborger traicionaba deliberadamente los intereses de los trabajadores y que era enemigo directo y declarado de la dictadura de la clase obrera». Empezaron a desfilar por la red de distribución de agua las comisiones de control, pero se encontraban con que todo estaba en orden y que el agua circulaba con normalidad. Pero los de la Rabkrin no se daban por satisfechos y no dejaban de enviar denuncias a la sede de la RJCI: Oldenborger no busca sino «entorpecer, dañar y destruir el suministro de aguas con fines políticos». Pero no se salió con la suya porque le estaban asediando sin cesar y no le permitían derroches como reparar las calderas o reemplazar los depósitos de madera por unos de hormigón. En las asambleas, los guías del proletariado empezaron a decir sin recato alguno que el ingeniero jefe era «el alma del sabotaje técnico organizado», que no debían confiar en él, sino pararle los pies.
¡Y pese a todo el trabajo no marchaba mejor, sino peor!
Lo que más hería «la psicología proletaria hereditaria» [196]de los miembros de la Rabkrin y del sindicato era que en las centrales de bombeo la mayoría de obreros estuviera «contagiada por la psicología pequeñoburguesa», que se hubieran puesto de parte de Oldeborger y no vieran sabotaje alguno. En esto llegaron las elecciones al Consejo Municipal de Moscú y los obreros de la Compañía de Aguas postularon como candidato a Oldenborger, al que la célula del partido opuso, como es natural, un contrincante. Sin embargo, el candidato del partido no tenía la menor posibilidad, debido a la autoridad que el ingeniero jefe había sabido usurpar ilegítimamente entre los trabajadores. Con todo, la célula del partido informó al comité de distrito y a todas las demás instancias del partido de una moción que también proclamó en la asamblea: «Oldenborger es el eje y el alma del sabotaje. ¡En el Consejo Municipal de Moscú será nuestro enemigo político!». Los obreros respondieron con alboroto, al grito de «¡Embusteros!», «¡Mentira!». Entonces, el secretario del Comité del Partido, el camarada Se-delnikov, declaró abiertamente a la cara de aquellos miles de proletarios: «¡Con gente de las Centurias Negras yo no me trato!», que era tanto como decir: ya tendremos ocasión de hablar más adelante.
El partido tomó las siguientes medidas: el ingeniero jefe Oldenborger fue expulsado de... la Junta Directiva de la Compañía de Aguas, y luego, rodeado de una atmósfera de continua vigilancia, lo citaron una y otra vez ante numerosas comisiones y subcomisiones, lo interrogaban y le encargaban tareas que debía cumplir con plazos mínimos. Cada incomparecencia se anotaba en un expediente «en previsión de un futuro proceso judicial». Por mediación del Consejo del Trabajo y Defensa (presidido por el camarada Lenin) consiguieron que se constituyera una «Troika Extraordinaria» para la Compañía de Aguas (Rabkrin, Consejo de Sindicatos y camarada Kuibyshev).
Pero el agua hacía cuatro años que continuaba corriendo por las cañerías como si nada. Y los moscovitas la bebían y no advertían lo que pasaba...
El camarada Sedelnikov publicó entonces en el diario Vida Económicaun artículo «Acerca de los rumores sobre el estado catastrófico de la red de distribución de aguas y la alarma que originan en la opinión pública». En él sembraba una serie de nuevos rumores no menos inquietantes y decía incluso que la Compañía bombeaba agua subterránea «erosionando deliberadamente los cimientos de todo Moscú» (que databan de los tiempos de Iván Kalita). Se constituyó una comisión del Consejo Municipal de Moscú que dictaminó: «el estado de la red es satisfactorio y su dirección técnica, racional». Oldenborger refutó todas las acusaciones. Tras esto, Sedelnikov se mostró magnánimo: «Yo sólo me había propuesto levantar la liebre,pero desde luego, se trata de un asunto que compete en exclusiva a los spets».
¿A qué podían recurrir entonces los guías de la clase obrera? ¿A qué último, pero infalible recurso? ¡Una denuncia a la Cheká! ¡Y eso es lo que hizo Sedelnikov! Él «estaba viendo con sus propios ojos la consciente destrucción de la red de suministro por parte de Oldenborger», no tenía duda de que «en la Compañía de Aguas, en el corazón del Moscú rojo, existía una organización contrarrevolucionaria». Y para colmo, ¡había que ver en qué estado catastrófico se encontraba la torre de aguas de Rubliovo!
Pero en este punto, Oldenborger se permitió una falta de tacto, un paso en falso digno de una capa intermedia e invertebrada como es la intelectualidad: se le habían «cargado» un pedido de nuevas calderas extranjeras (las viejas era imposible repararlas en Rusia) y él se suicidó. (Eran demasiadas cosas para un hombre solo, al que, además, le faltaba preparación.)
Pero no dieron carpetazo al asunto.; incluso sin Oldenboger sería posible descubrir a la organización contrarrevolucionaria, ya se encargarían de desenmascararla los de la Rabkrin. Y así transcurren dos meses entre sordas maniobras. Pero el espíritu de la incipiente NEP exige «una de cal y otra de arena», de modo que cuando el caso llega al Tribunal Revolucionario Supremo, Krylenko se muestra severo, pero moderado a la vez; implacable, pero moderado a la vez. Y también comprensivo: «Naturalmente, el obrero ruso tenía razón al ver un enemigo más que un amigo en todo el que no era su igual»,pero «habida cuenta de las modificaciones que va a seguir experimentando nuestra política, tanto en la práctica como en términos generales, tal vez nos veamos obligados a hacer mayores concesiones, a retroceder y a pactar; es posible que el partido se vea obligado a optar por una línea táctica a la que se opondrá la primitiva lógica de quienes han sido luchadores sinceros y dispuestos a todo sacrificio (pág. 458)».
Ciertamente, el tribunal prefirió «no tomarse a la tremenda» las declaraciones contra el camarada Sedelnikov, formuladas tanto por los obreros como por los de la Rabkrin. Y tampoco el acusado Sedelnikov parecía amedrentado cuando replicaba a las amenazas del acusador: «¡Camarada Krylenko! Conozco esos artículos; mas eso se refiere a enemigos de clase y aquí no se está juzgando a enemigos de clase».
Pero en cambio, ahora Krylenko se complace en cargar las tintas. Denuncias contra organismos estatales intencionadamente falsas... con circunstancias agravantes (rencor personal, ajuste de cuentas)..., abuso de las atribuciones del cargo..., irresponsabilidad política..., uso indebido del poder y de la autoridad de funcionarios soviéticos y miembros del RKP(b)..., desorganización del trabajo en la Compañía de Aguas..., perjuicio al Consejo Municipal de Moscú y a la Rusia Soviética dada la escasez de especialistas en suministro de aguas... que resultan insustituibles... «Por no hablar ya de la pérdida personal...En nuestra época, en la que la lucha constituye el contenido esencial de nuestras vidas, en cierto modo nos hemos acostumbrado a no conceder importancia a las pérdidas, por irreparables que éstas sean... (pág. 458). El Tribunal Revolucionario Supremo debe hacer oír su voz con fuerza... ¡Debe imponerse con todo rigor el castigo previsto por la Ley! ¡No estamos aquí para bromas!»