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—Pero, Ada —trompeteó Dora—, ¡olvidas que mañana por la mañana queríamos visitar el Instituto de Harmonía Floral en Château Piron!

—Ya lo visitarán pasado mañana, o el martes, o el otro martes —dijo Van—. Habría tenido mucho gusto en conducirles a los tres a ese fascinante lugar de meditación, pero mi pequeño Unseretti deportivo no tiene más que una plaza de pasajero, y temo que ese asunto de los depósitos perdidos sea urgentísimo.

Yuzlik se moría de ganas de colocar una palabra. Van cedió ante el bienintencionado autómata.

—Estoy encantado y me siento honradísimo de cenar con Vasco de Gama —dijo Yuzlik, alzando su vaso hasta la altura de su notable aparato facial.

La misma lectura errónea del nombre (que ilustró a Van sobre las fuentes de información de Yuzlik) se encuentra en Los carillones de Chose (colección de recuerdos escrita por un antiguo camarada de Van, ahora lord Chose, que había trepado a la cucaña del best-seller y se mantenía allí, principalmente a causa de ciertas alusiones indecentes, pero muy divertidas, a la Villa Venus de Ranton Brooks). Mientras rumiaba la enjundia de una réplica adecuada y saboreaba un bocado de sharlott (no me refiero a la charlatanesca Charlotte russe servida en la mayoría de los restaurantes, sino al castillo de corteza caliente y dorada guarnecido con mermelada de manzanas, el verdadero castillo debido al talento de Takomin, el chef del hotel, venido de Rose Bay, California), Van sentía tirar de él a dos deseos contrarios: el de insultar a Yuzlik, que había osado colocar su mano sobre la mano de Ada cuando, un momento antes, le pidió que le pasase la mantequilla (Van estaba infinitamente más celoso que aquel varón de mirada límpida que de Andrei; con un escalofrío de orgullo y de odio recordó que en la Nochevieja de 1893 había embestido a uno de sus primos, el gordo Van Zemski, por permitirse la misma caricia cuando se acercó a saludarles en el restaurante, y, más tarde, con un pretexto cualquiera, le había roto la mandíbula en el club del joven príncipe); y, segundo, el de revelar a Yuzlik la admiración que sentía por La última locura de Don Juan. Como, por razones obvias, no podía permitirse satisfacer el primer deseo, renunció espontáneamente al segundo, que le pareció secretamente maculado de cobarde cortesía, y se contentó con replicar, una vez tragada, finalmente, la masa bañada en ámbar:

—El libro de Jack Chose es muy divertido, especialmente el pasaje que trata de manzanas y diarrea, y los extractos del Álbum Concha de Venus (la mirada de Yuzlik quedó fija en una posición oblicua, como si estuviera esforzándose en recordar; luego inclinó enérgicamente la cabeza, como muestra de homenaje a un recuerdo común)... pero el bribón no debía ni haber divulgado mi nombre ni haber contrahecho mi thespiónimo.

Durante la triste cena (alegrada únicamente por la sharlott y cinco botellas de Moet, de las cuales Van consumió más de tres), evitó mirar a Ada en aquella parte del cuerpo que se llama «el semblante», parte viva y divina, y misteriosamente escandalosa, que, bajo esa forma esencial (dejemos aparte las manchas pastosas, o verrugosas), sólo rara vez se encuentra en los seres humanos. Ada, por su parte, no podía evitar que sus ojos sombríos se dirigiesen en todo momento hacia él, como si a cada mirada volviese a encontrar su equilibrio; pero, cuando el grupo pasó al salón para tomar el café, Van empezó a sentirse atormentado por problemas de focalización, y la retirada de los tres cineastas, al disminuir sus puntos de referencia, agravó trágicamente la situación.

ANDREI: Adochka, duchka(Adita, querida), razskazhi zhe pro rancho pro skot(háblale del rancho, del ganado), emu zhe lyubopitno(eso ha de interesarle).

ADA (como saliendo de un sueño letárgico): O chyom ti(¿decías algo?)

ANDREI: Ya govoryu, razskazhi emu pro tvoyo zhit'yo hit'yo(te decía que le hables de tu vida cotidiana, de tu existencia ordinaria). Ávos' za-glyanet k nam(Tal vez venga a vernos).

ADA: Ostav', chto tam intersnago(¿Qué hay de interesante en eso?).

DACHA (dirigiéndose a Ivan): No la hagas caso. Massa interesnago(Hay montones de cosas interesantes) Délo brata ogromnoe, volnuyush-chee délo, trehuyushchee ne men'she truda, chem uchyonaya dissertatsiya(Su trabajo es importante, tan exigente como el de un sabio). Nashi sel'skohozyaystvenniya mashini ib teni(Nuestras máquinas agrícolas y sus sombras)... eto tselaya kollektsiya predmetov modernoy skul'pturi zhitiopisi(son una verdadera colección de arte moderno, que supongo que usted ama tanto como yo).

IVAN (a Andrei): Yo no sé nada de agricultura ni de ganadería, pero mil gracias de todas maneras.

(Una pausa)

IVAN (no sabiendo muy bien qué añadir): Sí, estoy seguro de que me encantará ver algún día sus aparatos. Siempre me hacen pensar en monstruos prehistóricos con cuellos de jirafa, paciendo de un lado para otro, o meditando melancólicamente en la extinción de las especies... pero quizás en lo que estoy pensando es en las excavadoras...

DOROTHY: Las máquinas de Andrei son todo menos prehistóricas. (Risas sin alegría.)

ANDREI: Slovom, milosti prosim (En cualquier caso, será usted bien venido). Budete zharit'verhom s kuzinoy(Pasará usted ratos estupendos montando a caballo con su prima).

(Pausa)

IVAN (a Ada): Mañana por la mañana, a las nueve y media. ¿No será demasiado temprano para ti? Estoy en los Tres Cisnes. Vendré a buscarte en mi cochecito... no a caballo. (Dirige a Andrei una sonrisa cadavérica.)

DACHA: Dovol'no skuchno(Lástima, sin embargo) que la estancia de Ada en las encantadoras orillas del Leman sea echada a perder con visitas a abogados y banqueros. Estoy segura de que podría usted satisfacer casi todas sus necesidades haciéndola ir un par de veces a su casa, en lugar de llevarla a Luzon o a Ginebra.

Aquella charla manicomial les llevó de nuevo al tema de las cuentas bancarias de Lucette. Ivan Dementievich explicó que su prima había perdido uno tras otro todos sus talonarios de cheques y nadie sabía exactamente en cuántos bancos había depositado las considerables sumas de que disponía. Andrei, que ahora se parecía especialmente al lívido alcalde de Yukonsk después de la inauguración de la Feria de Primavera o de las pruebas de un nuevo modelo de extintor en un incendio forestal, no tardó en levantarse, con algún trabajo, de su asiento y presentar sus excusas por retirarse tan temprano; estrechó la mano de Van como si estuviera despidiéndose para siempre (cosa que, de hecho, estaba haciendo). Van se quedó solo con las dos damas en el salón desierto y frío, en el que el maître había procedido disimuladamente a una mezquina reducción de la luz faradayana.

—¿Qué le ha parecido mi hermano? —preguntó Dorothy— On red chayshiy chelovek. (Es un hombre como hay pocos.) No sabría decirle hasta qué punto le ha afectado la terrible muerte de su padre de usted, y, naturalmente, también el extraño final de Lucette. Ni siquiera él, el de los hombres, podía por menos de lamentar la despreocupación parisina de esa chica, pero, así y todo, la admiraba mucho... Y usted también, ¿no es verdad? No, no, es inútil negarlo, yo he dicho siempre que su gracia parecía el complemento natural de la de Ada: eran dos mitades que, al reunirse, realizaban algo así como la belleza perfecta en el sentido platónico del término (otra vez aquella sonrisa sin alegría). Ada es, ciertamente, una «belleza perfecta», una verdadera muirninochka, incluso cuando hace ese gesto, pero sólo es bella según nuestras pequeñas reglas humanas, según la estética de nuestra sociedad —¿estoy en lo cierto, profesor?—, del mismo modo que un plato de cocina, o un matrimonio, pueden ser llamados perfectos.

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