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—Padre, lo siento, pero estoy tratando de explicarte...

—Si yo fuera escritor —continuó Demon en tono soñador —describiría, con muchas palabras sin duda, con qué pasión, con qué incandescencia, de qué modo tan incestuoso... esa es la palabra... se enlazan la ciencia y el arte en un insecto, en un tordo, en un cardo de ese bosquecillo ducal. Ada se casa con un terrateniente deportista, pero su mente es un museo cerrado. Ella y Lucette atrajeron un día mi atención, por una de esas coincidencias que ponen la carne de gallina, hacia ciertos detalles de ese otro tríptico, ese formidable jardín de delicias jocosas pintado allá por 1500, y, concretamente, hacia sus mariposas: una mirtilo hembra en el centro del panel de la derecha, y una carey en el panel central, colocada allí como si estuviese posada en una flor... y repara en el «como si», porque es todo un ejemplo de riguroso saber de esas dos admirables jovencitas, puesto que dicen que en realidad se ve el lado equivocado del insecto, pues, al presentársenos de perfil, debería ser la parte inferior la que se viera. Pero indudablemente el Bosco encontró una o dos alas de la mariposa en una tela de araña en un rincón del marco de su ventana, y nos muestra el lado superior, más bonito, de modo que pinta un insecto anormalmente contorsionado. Dicho eso, me importa poco la significación esotérica, el mito que hay detrás de la mariposa y de la engañosa obra maestra con que Bosch expresa algún boshde la época; soy alérgico a la alegoría, y estoy completamente seguro de que si él inventaba aleatorias hibridaciones de fantoches hijos de su imaginación lo hacía simplemente para divertirse, por el placer del dibujo y del colorido, y lo que hemos de estudiar, como yo les decía a tus primas, es el placer de la vista, el gusto y el tacto, de esa fresa grande como una mujer que el espectador abraza a Ia vezque el artista, o la exquisita sorpresa de un orificio insólito... ¡Pero no me estás escuchando, quieres que me marche, para poder interrumpir el sueño matutino de la bella durmiente, bestia feliz! A propósito, no he podido avisar a Lucette, que está en algún lugar de Italia, pero por fin ne descubierto a Marina en Tsitsikar, donde está flirteando con el obispo de Belokonsk; llegará esta tarde, seguramente con unos lutos que la favorecerán mucho, y saldremos los tres hacia Ladore, porque no creo que...

¿Podía ser que estuviese bajo los efectos de alguna fulgurante droga chilena? Aquel torrente era sencillamente incontenible: un espectro solar loco, una paleta parlante...

—...no, no creo que debamos molestar a Ada en su Agavia. Él es... me refiero a Vinelander... descendiente de uno de esos grandes varangianos que derrotaron a los tártaros cobrizos, o a los mongoles rojos, o Dios sabe a quién —que habían vencido, tiempo atrás, a los antiguos Caballeros de Bronce— antes de que nosotros introdujéramos (en el momento adecuado) en la historia de los casinos occidentales nuestra ruleta rusa y el looirlandés.

—Lo siento terriblemente, infinitamente —dijo Van—: la muerte del tío Dan y el estado de agitación en que te encuentras... Pero el café de mi amiga se enfría y no veo la forma de entrar en nuestro dormitorio a trompicones con todos estos chismes.

—Me marcho, me marcho. Después de todo, no nos habíamos visto... ¿desde cuándo? ¿Desde el mes de agosto? En todo caso, espero que será más guapa que la Córdula que tenías antes, voluble hijo mío.

¿Volatina, tal vez? ¿Dragonera? Indudablemente, olía a éter. Por favor, por favor, por favor, ¡márchate!

—¡Mis guantes! ¡Mi capa! Gracias. ¿Puedo utilizar el W.C.? ¿No? Bien, bien, ya encontraré uno en otra parte. Ven en cuanto puedas. Nos reuniremos con Marina en el aeropuerto, hacia las cuatro. Volaremos al velatorio, y...

En ese momento entró Ada. No desnuda... ¡oh, no! Llevaba puesto un salto de cama rosa, para no escandalizar a Valerio, y se cepillaba el cabello tranquilamente, dulce y soñolienta. Cometió el error de exclamar «¡ Bozhe moy!» y retirarse a la penumbra del dormitorio. Todo se perdió en aquella fracción de segundo.

—...o, mejor, venid en seguida los dos... voy a anular mi cita y volver a casa inmediatamente.

Hablaba, o creía hablar, con ese dominio de sí mismo y esa clara elocución que tanto aterrorizaba e hipnotizaba a los pelmazos y los fanfarrones, al corredor voluble o al alumno culpable. Particularmente ahora... cuando todo se había ido al infierno, k chertyam sobach'im, de Jeroen Anthniszoon van Äken, y a los molti aspetti affascinatide su enigmatica arte, como Dan explicaba, con un último suspiro, al doctor Nikulin y a Ia enfermera Bellabestia («Bess»), a la que legó una maleta llena de catangos de museo, y su catéter número dos.

XI

La dragonera había dejado de actuar. Sus efectos secundarios no son agradables, porque a la fatiga física añaden una cierta indigencia de pensamiento, como si todo color se hubiese retirado de la mente. Envuelto en una bata gris, Demon estaba tumbado en un canapé gris en su despacho del tercer piso. Su hijo estaba de pie ante la ventana, de espaldas al silencio. Ada, que había llegado dos minutos antes con Van, esperaba en una habitación del segundo piso con tapizado de damasco. En la fachada de un rascacielos que se elevaba al otro lado de la calle, una ventana estaba abierta exactamente enfrente de la ventana del despacho de Demon Veen: un hombre cubierto con un delantal colocaba un caballete y movía la cabeza a derecha e izquierda en busca del ángulo adecuado.

La primera cosa que dijo Demon fue:

—Insisto en que me mires cuando te hablo.

Van comprendió que la fatídica conversación debía haber comenzado ya en la mente de su padre: éste acababa de pronunciar su advertencia en el tono del que se interrumpe a mitad de una frase para abrir un paréntesis. Van se inclinó ligeramente y tomó asiento.

—Bien, antes de advertirte de esos dos hechos, querría saber desde cuándo este... desde cuando esta... (sin duda quería decir «cuánto tiempo dura esto», o cualquier trivialidad por el estilo, pero todos los fines son siempre triviales: la horca, el aguijón de hierro de la Vieja Doncella de Nuremberg, la bala que uno se dispara en la sien, las últimas palabras que se pronuncian en el flamante Hospital de Ladore, la caída en el vacío desde treinta mil pies de altura por lo que se había creído la puerta de los lavabos del avión, el veneno que le administra a uno la propia esposa, la pizca de hospitalidad que uno espera de un indígena de Crimea, las felicitaciones dirigidas al señor y la señora Vinelander...)

—Pronto hará nueve años —dijo Van—. La seduje en el verano de 1884. Salvo una vez, no volvimos a hacer el amor hasta 1888. Después, tras una larga separación, hemos vivido juntos todo el invierno. En conjunto, he debido poseerla un millar de veces. Ella es toda mi vida.

Un silencio bastante largo, que recordaba el «bache» del interlocutor de escena en una representación teatral, siguió a aquella bien estudiada tirada.

Finalmente hablo Demon:

—Es posible que el segundo hecho te horrorice aún más que el primero. A mí me ha causado muchas más preocupaciones —morales, desde luego, no monetarias —que mis vínculos de parentesco con Ada, de los cuales, por cierto, su madre acabó por informar a Dan, de modo que, en cierto sentido...

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