Литмир - Электронная Библиотека
A
A

—Aguarde. Hablemos con sinceridad. ¿Quién tendió los alambres y dispuso la custodia?

—Vaya, ese alambre. —Gólem suspiró—. Cuántas prendas de vestir se enganchan ahí. Y esos soldados siempre están enfermos de diarrea. ¿Sabe cuál es el mejor remedio contra la diarrea? Tabaco con vino de oporto... Mejor dicho, vino de oporto con tabaco.

—Está bien —aceptó Víktor—. Tenemos al general Pferd. Aja... Y a ese jovencito con el portafolios. ¡Vaya, qué cosa! Resulta que simplemente se trata de un laboratorio militar. Está claro. Y significa que Pavor no es militar. Trabaja en otra institución. ¿Y no podría ser un espía extranjero?

—¡Dios nos libre! —dijo Gólem, horrorizado—. Faltaría más...

—Aja... ¿Y sabe él quién es ese joven con el portafolios?

—Creo que sí.

—¿Y ese joven sabe quién es Pavor?

—Creo que no —respondió Gólem.

—¿Usted no le ha contado nada?

—¿Y eso qué me importa a mí?

—¿Tampoco se lo ha contado al general Pferd?

—Ni se me ha ocurrido.

—Eso es injusto —pronunció Víktor—. Habría que decírselo.

—Oiga, Víktor —dijo Gólem—. Me he permitido hablar con usted sobre este asunto únicamente para que se asuste y no se meta en líos ajenos. Eso no tiene la menor relación con usted. Ya destaca demasiado, lo pueden eliminar sin que tenga tiempo ni de chistar.

—No es difícil meterme miedo —dijo Víktor con un suspiro—. Estoy asustado desde que era niño. Pero, de todos modos, no puedo comprender qué quieren ellos de los mohosos.

—¿Quiénes son ellos? —preguntó Gólem, en un tono donde se mezclaba el cansancio y el reproche.

—Pavor. Pferd. El joven con el portafolios. Todos esos cocodrilos.

—Dios mío. En nuestro tiempo, ¿qué quieren los cocodrilos de la gente inteligente y de talento? Yo no entiendo qué quiere usted de ellos. ¿Por qué se mete en todos estos líos? ¿No le basta con sus problemas? ¿No le basta con el señor Presidente?

—Estoy harto de ellos —asintió Víktor—. Hasta el gaznate.

—Excelente. Vaya al sanatorio, llévese una resma de papel... Si quiere, le regalo una máquina de escribir.

—Yo escribo a la antigua —explicó Víktor—. Como Hemingway.

—Excelente. Le regalaré un montón de lápices. Trabaje, hágale el amor a Diana. ¿No quiere que le regale una trama? ¿O será que ya no puede escribir?

—Las tramas salen de los temas —dijo Víktor con solemnidad—. Yo estudio la vida.

—Por Dios. Estudie la vida cuanto quiera. Pero no se entrometa en sus procesos.

—Eso es imposible —objetó Víktor—. El instrumento influye inevitablemente en el experimento. ¿O se ha olvidado de la física? No observamos el mundo como tal, sino el mundo más la influencia del observador.

—Ya lo golpearon en una ocasión con un puño americano, la próxima podrían pegarle un tiro.

—En primer lugar, quizá no fue con un puño americano, sino con un ladrillo. En segundo, ¿qué importancia tiene el sitio donde me han sacudido la calavera? En cualquier momento pueden colgarme, así que no sé qué hacer ahora, ¿no salir de la habitación?

—Escúcheme, instrumento —dijo Gólem después de morderse el labio inferior. Sus dientes eran grandes y amarillentos, como los de un caballo—. En aquella ocasión intervino en el experimento de modo totalmente casual, y al momento recibió un golpe en la cabeza. Si ahora interviene conscientemente...

—Yo no intervine en ningún experimento —dijo Víktor—. Salí tranquilamente de casa de Lola y de repente vi...

—Idiota. Camina tranquilamente y ve. ¡Debería haber cruzado a la otra acera, urraca descerebrada!

—¿Y por qué debo cruzar a la otra acera?

—Pues porque uno de sus buenos conocidos se dedicaba a cumplir con sus obligaciones directas, y usted, como un carnero, se metió en medio.

—¿De qué buen conocido habla? —Víktor se irguió—. Allí no había ni un conocido.

—Ese conocido lo agredió por la espalda, con un puño americano. ¿Tiene conocidos que lleven puños americanos?

Víktor bebió su coñac de un trago. Recordó con toda claridad cómo Pavor, con la nariz roja por la gripe, sacaba del bolsillo un pañuelo y el puño americano caía estruendosamente al suelo, pesado, grueso, pavonado.

—Qué tonterías dice. —Víktor tosió un par de veces—. Pavor no pudo...

—No he mencionado ningún nombre —objetó Gólem.

—¿Y cuáles son esas obligaciones que él cumplía? —preguntó Víktor, que había puesto las manos sobre la mesa y se examinaba los puños muy apretados.

—Alguien necesitaba un leproso vivo. Un secuestro.

—¿Y yo interferí?

—Intentó interferir.

—¿Quiere decir que, de todos modos, lo atraparon?

—Y se lo llevaron. Dé las gracias de que no lo llevaron a usted también, para evitar filtraciones de información. A ellos no les interesa el destino de la literatura.

—Por lo tanto, Pavor... —comenzó a decir Víktor lentamente.

—No mencione nombres —le recordó Gólem con severidad.

—Hijo de puta. Bien, veremos... ¿Para qué les hacía falta un leproso?

—¿Cómo que para qué? Información... ¿De dónde pueden sacar información? Usted mismo lo ha visto: la cerca de alambre, los soldados, el general Pferd...

—¿Eso quiere decir que lo están interrogando ahora? —masculló Víktor.

—Murió —dijo Gólem después de un largo silencio.

—¿Lo mataron a golpes?

—No. Al contrario. —Gólem volvió a quedar en silencio durante unos minutos—. Son unos imbéciles. No le permitieron leer y murió de inanición.

Víktor lo miró en ese momento. Gólem sonreía con tristeza. O lloraba de pena. De repente, Víktor sintió horror y angustia, una angustia asfixiante. La luz de la lámpara de mesa se volvió opaca. Era algo parecido a un ataque al corazón. Víktor se ahogaba, y se desató con dificultad el nudo de la corbata.

«Dios mío —pensó—, qué porquería de persona, qué miserable, bandido, asesino a sangre fría... y después de esto, una hora después, se lavó las manos, se perfumó, calculó las alabanzas que recibiría de sus jefes y se sentó a mi lado, brindó conmigo, me sonrió y conversó conmigo como se conversa con un colega, y cuando yo me volvía se burlaba, tapándose la cara, seguramente se hacía guiños a sí mismo y después, con simpatía, me preguntó qué me había pasado en la cabeza...» Como a través de una niebla negra, Víktor veía cómo el doctor R. Kvadriga levantaba lentamente la cabeza, abría la boca reseca en un grito silencioso y comenzaba a buscar algo sobre el mantel con manos temblorosas, como un ciego, con los ojos como los de un ciego, volvía la cabeza a un lado y a otro y gritaba, gritaba, pero Víktor no oía nada... «Es correcto, yo también soy una mierda, una persona insignificante que nadie necesita, me pueden pisar la jeta con sus botas mientras me aguantan los brazos para que no pueda limpiarme, ¿para qué demonios podría necesitarme alguien? Debió pegarme más duro para que no me levantara, y yo me sentía como en un sueño, mis puños no causaban daño alguno. Dios mío, ¿por qué razón vivo, por qué razón vivimos todos? Es tan sencillo, aproximarse por la espalda y reventarme la cabeza con una barra de hierro, y nada cambiaría, nada cambiaría en el mundo, a mil kilómetros de aquí, en ese mismo segundo, nacerá otro anormal como yo...» El rostro grueso de Gólem se puso aún más fofo y se ennegreció a causa de la barba que le crecía, los ojos se le hundieron y quedó inmóvil en el butacón, como un odre de aceite rancio, sólo se movían sus dedos cuando agarraba lentamente una copa tras otra, arrancaba una pata sin hacer ruido, la dejaba caer y arrancaba otra, y otra más, y la dejaba caer... «Y no amo a nadie, no puedo amar a Diana, qué importa que duerma con ella, todos duermen con cualquiera, pero ¿acaso es posible amar a una mujer que no te ama? Y una mujer no puede amarte si tú no la amas, y todo da vueltas así en este maldito círculo de la vida, da vueltas como una serpiente que persigue su cola, se acoplan y se separan como animales, pero los animales no inventan palabras ni componen versos, simplemente se acoplan y se separan...» Mientras, Teddy lloraba con los codos apoyados sobre el mostrador, con el mentón huesudo sobre sus puños huesudos, su frente calva brillaba con tonos azafranados bajo la lámpara, y por las mejillas hundidas le corrían las lágrimas una tras otra, y las lágrimas también brillaban bajo la luz de la lámpara... «Y todo eso porque soy una mierda, porque no soy un escritor, qué clase de escritor puedo ser si no soporto escribir, si escribir es un tormento, una tarea vergonzante, desagradable, algo parecido a un enfermizo envenenamiento fisiológico, a una diarrea, a apretar un grano para que salga el pus, lo odio, es terrible pensar que tendré que dedicarme a eso toda la vida, que ya estoy condenado y que ahora no me soltarán, sino que van a pedirme que siga, que siga, y yo seguiré, pero ahora no puedo, ni siquiera puedo pensar en ello, porque vomitaría...»

58
{"b":"142718","o":1}