Arkadi y Boris Strugatski
DESTINOS TRUNCADOS
Presentación
Ponemos en manos del lector una novela de Arkadi y Boris Strugatsky nunca antes traducida al castellano:Destinos truncados . Es una obra de complicada gestación, escrita y publicada en dos partes por separado y que sólo apareció, en el formato en que aquí se presenta, en el año 1989, hacia el final de la perestroika.
La novela está estructurada en dos relatos independientes, que los críticos y estudiosos de la obra de estos dos grandes de la ciencia ficción denominan relato «interno» y relato «externo». El relato «interno» fue escrito en 1967, con el título de «Los cisnes feos », el mismo del capítulo octavo de la presente edición. Tuvieron que transcurrir varios lustros para que los autores se decidieran a reunir las dos tramas en una sola.
El relato «externo» nos lleva al mundo intelectual soviético de los años sesenta y setenta, en la época del estancamiento brezhneviano, preludio de la caída ineludible del gran experimento social que constituyó la URSS durante más de siete décadas. La existencia comedida y cuidadosa del escritor Félix Sorokin, cuya biografía no difiere significativamente de la de la mayoría aplastante de su generación, transcurre entre el absurdo y la mediocridad, entre chispazos de talento y rebeldías mínimas que siempre terminan aceptando los caprichos del poder y las modas sociales en boga.
Quienes rodean a Sorokin y se sientan a su mesa en el club de los escritores, comparten las delicias gastronómicas del momento y beben vodka con él, constituyen un muestrario convincente de la fauna literaria de aquella época. Los pequeños conflictos y las grandes miserias que atenazan a los personajes, algunos de ellos gente de gran talento, están reflejados con precisión y sin piedad. Igualmente, la soledad voluntaria del protagonista, la amargura que marca sus recuerdos, la resignada comprensión de que lo mejor de su obra se daría a conocer después de su muerte, fueron durante décadas rasgos distintivos de los que, sin buscar el enfrentamiento, elegían el exilio interior como forma de disensión.
El relato «externo» discurre casi hasta el final por un camino realista, ajeno a cualquier intromisión de la fantasía. Los elementos fantásticos pertenecen a la otra mitad de la novela, al relato «interno», cuyos hechos tienen lugar en una extraña ciudad, sumida siempre en la lluvia, donde el escritor Bánev, álter ego de Sorokin pero con menos años y más furia en el cuerpo, hunde su perplejidad, su inconsistencia y su desprecio ante la realidad en ingentes cantidades de alcohol.
Ese relato «interno» es el contenido de la Carpeta Azul, la que Sorokin esconde con cuidado y revisa sólo en momentos de inspiración. Es la obra que ha de concluir si quiere que su vida signifique algo. Al menos, eso le asegura Mijaíl Afanásievich, el misterioso operador deMetales , la máquina que mide el talento literario y cuyo origen parece perderse en el tiempo.
«Los cisnes feos », el relato «interno», reúne en sus páginas los conceptos filosóficos centrales que contiene la obra de los Strugatsky, los mismos que motivaron la feroz campaña de hostilidad lanzada contra ellos por grupos fundamentalistas dentro de la renacida Iglesia ortodoxa rusa entre 1985 y 1992, y a la que no fue ajeno el tema: antisemitismo ruso.
La ciudad en la que nunca escampa es escenario de un cambio trascendental que nadie se atreve a predecir adonde llevará, Bánev, la bella Diana y el doctor Gólem ven un mundo que se derrumba en torno a ellos y contemplan el espectáculo con agrado, participando de una u otra forma en un proceso que presumiblemente los destruirá a ellos mismos, pues en la nueva realidad no parecen tener sitio. ¿Qué los mueve? Quizá un deseo de justicia, o el hastío ante una realidad contradictoria, incapaz de avanzar o transformarse. Los niños, los adolescentes, son los abanderados de lo nuevo, de eso que nace bajo el cuidado solícito de los «leprosos», extraños enfermos que mueren cuando se les aparta del conocimiento.
Oscuros personajes recorren la trama. Desde los matones de Flamin Yuventa hasta los servicios especiales, encarnados en Pavor Summan. Otras fuerzas intentan mantenerse al margen o, al menos, no impedir lo que consideran que podrán manipular. Bánev se mueve entre todos ellos, hablando con los niños iluminados e implacables, dándose puñetazos con los mamporreros, haciendo que los servidores del poder se enfrenten entre sí. Pero nadie comprende el significado de ese nuevo mundo, que para reafirmarse no necesita ni siquiera aniquilar el antiguo, condenado a perecer por sus propias e insalvables contradicciones.
Y es precisamente la idea de que la salvación de la especie humana, balbuceante y absurda, sólo podrá surgir de ella misma, sin intervención de fuerzas sobrenaturales o deidades todopoderosas, la afirmación de que sólo el conocimiento (no el dogma del signo que sea) es la semilla capaz de engendrar esa salvación, lo que situó a los Strugatsky en el punto de mira del fundamentalismo religioso ruso finisecular. Pero éste, al igual que décadas antes los guardianes de la pureza ideológica en nombre del partido único, se vio obligado a callar. Porque es verdad que un libro nunca es más fuerte que un acto de represión. Pero éstos se olvidan y la belleza del relato, del poema, permanece. Y en eso reside la grandeza de la buena literatura.
Justo E. Vasco
¡Cómo danza la llamita!
Entre las hojas cerradas de la ventana
El otoño irrumpe en casa.
Raydzan
UNO
Félix Sorokin. Tormenta de nieve.
A mediados de enero, aproximadamente a las dos de la tarde, me encontraba sentado junto a la ventana y, en lugar de dedicarme a escribir el guión, bebía vino y meditaba sobre varias cosas a la vez. Tras la ventana soplaba el viento, los coches reptaban con miedo por la carretera, los montones de nieve cubrían los arcenes y, tras la cortina de la nieve que caía, se distinguía apenas la silueta oscura de los macizos de árboles desnudos, los matorrales erizados y las franjas de arbustos en la tierra baldía.
La tormenta barría Moscú.
La tormenta barría Moscú como si se tratara de una estación de tren olvidada de Dios en la tundra siberiana. Media hora antes, un taxi había dado un violento patinazo en el centro de la carretera tras intentar irreflexivamente hacer un giro cerrado, y pensé cuántos vehículos (taxis, autobuses, camiones, hasta rutilantes limusinas negras con neumáticos especiales) derrapaban en aquel mismo momento por toda la inmensa ciudad.