Me he arrastrado hasta la ventana y, cautelosamente, he descorrido la cortina. La calle está repleta de gente boquiabierta; cien cabezas, diría yo, mirando hacia mi ventana. Un coche polvoriento con un policía en su interior queda camuflado por la sombra del plátano bajo el que espera discretamente. Mi gendarme avanza de costado a través del gentío. Mejor no mirar.
Tal vez ésta sea una existencia de farsa, un sueño maligno; y enseguida despertaré en algún lugar; en un herbazal, no lejos de Praga. Es bueno, como mínimo, que me hayan acorralado con tanta celeridad.
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