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Aliocha estaba encantado de haber sido portador de tanta felicidad y de ver que aquel pobre diablo admitía aquel medio de ser feliz.

—Espere, Alexei Fiodorovitch, espere —continuó el capitán, aferrándose a un nuevo sueño—. Sepa que Iliucha y yo podremos llevar a cabo nuestro proyecto. Compraremos un caballo y un carro; un caballo negro, pues así lo quiere él, y nos marcharemos, como decidimos anteayer los dos. Conozco a un abogado en la provincia de K..., un amigo de la infancia. Me he enterado por una persona digna de crédito de que, si me presentara allí, me daría una plaza de secretario. A lo mejor, es verdad que me la da... Mi mujer y Nina irían dentro del carro, Iliucha conduciría y yo iría a pie. Así viajaríamos toda la familia. ¡Señor! Si yo supiera que iba a tener una credencial, esto bastaría para que hiciéramos el viaje.

—¡Lo harán, lo harán! —exclamó Aliocha—. Catalina Ivanovna le enviará más dinero, tanto como usted quiera. Yo también tengo dinero. Acepte lo que le haga falta. Se lo ofrezco como se lo ofrecería a un hermano, a un amigo. Ya me lo devolverá, pues usted se hará rico. No se le ha podido ocurrir nada mejor que este viaje. Será la salvación de ustedes, sobre todo la de su hijo. Deben marcharse enseguida, antes del invierno, antes de los fríos. Ya nos escribirá desde allí; seguiremos siendo hermanos... ¡No, esto no es un sueño!

Aliocha estaba tan contento, que de buena gana habría abrazado al capitán. Pero al fijar la vista en él, quedó paralizado. El capitán, con el cuello estirado y la boca saliente, pálido y lleno de exaltación el semblante, movía los labios, como si quisiera hablar, pero sin emitir ningún sonido.

—¿Qué le ocurre? —preguntó Aliocra con un repentino estremecimiento.

—Alexei Fiodorovitch..., le voy a... —balbuceó el capitán mirando a Aliocha con un gesto extraño y feroz, el gesto del hombre que va a lanzarse al vacío, al mismo tiempo que sus labios plasmaban una sonrisa—. Le voy a... ¿Quiere usted que le haga un juego de manos? —murmuró acto seguido, con acento firme y como obedeciendo a una súbita resolución.

—¿Un juego de manos?

—Ahora verá —dijo el capitán, crispados los labios, guiñando el ojo izquierdo y taladrando a Aliocha con la mirada.

—¿Qué le pasa? —exclamó Alexei, francamente aterrado—. ¿Qué dice usted de juegos de manos?

—¡Mire! —gritó el capitán.

Le mostró los dos billetes, que mientras hablaba había sostenido entre los dedos pulgar a índice, y de pronto los estrujó cerrando el puño.

—¿Ve usted, ve usted? —exclamó, pálido, frenético. Levantó la mano y, con todas sus fuerzas, arrojó los estrujados billetes al suelo.— ¿Ve usted? —vociferó nuevamente, señalándolos con el dedo—. ¡Ahí los tiene!

Empezó a pisotearlos con furor salvaje. Jadeaba y exclamaba a cada pisotón:

—Mire lo que yo hago con su dinero. ¡Mire, mire!

De súbito dio un salto atrás y se irguió mirando a Aliocha. De todo su cuerpo emanaba un orgullo indecible.

—¡Vaya a decir a los que le han enviado que el «Barbas de Estropajo» no vende su honor! —exclamó con el brazo extendido.

Después giró rápidamente sobre sus talones y echó a correr. Cuando había recorrido unos cinco pasos se volvió y dijo adiós a Aliocha con la mano. Avanzó cinco pasos más y se detuvo de nuevo. Esta vez su rostro no estaba crispado por la risa, sino sacudido por el llanto. En un tono gimiente, entrecortado, farfulló:

—¿Qué habría dicho a mi hijo si hubiese aceptado el pago de nuestra vergüenza?

Dicho esto, echó a correr de nuevo, ya sin volverse. Aliocha le siguió con una mirada llena de profunda tristeza. Comprendió que hasta el último momento el desgraciado no supo que estrujaría y arrojaría los billetes. Aliocha no quiso perseguirlo ni llamarlo. Cuando perdió de vista al capitán, cogió los billetes, arrugados y hundidos en la tierra, pero intactos todavía. Incluso crujieron cuando Aliocha los alisó. Luego los dobló, se los guardó en el bolsillo y fue a dar cuenta a Catalina Ivanovna del resultado de su gestión.

LIBRO V

PRO Y CONTRA

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CAPÍTULO PRIMERO

Los esponsales

Esta vez, Aliocha fue recibido por la señora Khokhlakov, que estaba atareadísima. La crisis de Catalina Ivanovna había terminado con un desvanecimiento, seguido de una profunda extenuación. En aquel momento estaba delirando, presa de alta fiebre. Se había enviado en busca de sus tías y el doctor Herzenstube. Éstas habían llegado ya. La enferma yacía sin conocimiento. En torno de ella reinaba una ansiosa expectación.

Mientras explicaba todo esto, la dama tenía una expresión grave e inquieta. «Es algo serio; esta vez es algo serio», repetía a cada palabra, como si nada de lo que había ocurrido anteriormente tuviera importancia alguna. Aliocha la escuchaba con visible pesar. Quiso contarle su aventura con el capitán, pero ella le interrumpió enseguida. No podía escucharle; se tenía que marchar. Le rogó que, entre tanto, hiciera compañía a Lise.

—Mi querido Alexei Fiodorovitch —le murmuró casi al oído—, hace un momento, Lise me ha sorprendido y enternecido. Por eso, porque me enternece, mi corazón se lo perdona todo. Apenas se ha marchado usted, ha empezado a lamentarse sinceramente de haberle hecho blanco de sus burlas ayer y hoy. Sin embargo, sólo han sido bromas inocentes. Incluso lloraba, cosa que me ha sorprendido de veras. Nunca se había arrepentido de veras de sus burlas, de las que soy su víctima a cada momento. Pero ahora habla en serio. Su opinión le importa mucho, Alexei Fiodorovitch. Trátela con solicitud, si le es posible, y no le guarde rencor. Yo tengo con ella toda clase de miramientos. ¡Es tan inteligente! Hace un momento me decía que usted es su mejor amigo de la infancia. Tiene sentimientos y recuerdos conmovedores, frases, expresiones que surgen cuando menos se espera. Hace un momento ha dicho una verdadera sutileza a propósito de un pino. Cuando ella era muy pequeña todavía, había un pino en nuestro jardín. Pero sin duda aún está allí: no sé por qué hablo de él como de una cosa del pasado. Los pinos no son como las personas; viven mucho tiempo sin hacer ningún cambio. «Mamá —me ha dicho—, me acuerdo de ese pino como en sueños, sosna kak so sna...» [29]. Pero no, debe de haber dicho otra cosa, porque esto no tiene sentido. Estoy segura de que ha dicho algo original e ingenioso que yo no he sabido interpretar. Además, no me acuerdo de lo que ha dicho... Bueno, adiós; esto es para perder la cabeza. Sepa usted, Alexei Fiodorovitch, que he estado loca dos veces y me han curado. Vaya al lado de Lise. Reconfórtela como sólo usted sabe hacerlo. ¡Lise —gritó acercándose a la puerta—, te envío a tu víctima Alexei Fiodorovitch! No está enojado contigo, palabra. Por el contrario, le sorprende que hayas podido creer eso de él.

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