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Economía, esta es la base. Fenómeno social, esta es la superestructura. Y no hay tercer elemento. Aun con sus experiencias de la vida Stalin reconocía que nada podía lograr sin un tercer elemento. Por ejemplo, puede usted tener países neutrales. (Pero no pueblo neutral, por supuesto). Suponiendo que en los años veinte alguien hubiera dicho desde la plataforma del speaker: "Cualquiera que no esté con nosotros no está necesariamente contra nosotros", hubiera sido echado del pódium y del partido. Pero esto se desvía de esta manera. Esto es dialéctica.

Era la misma cosa ahora. Stalin había pensado acerca del ensayo de Chikobava impresionado por una idea que nunca se le había ocurrido: si el lenguaje era una superestructura, ¿por qué no cambiaba con cada época? ¿Y si no era una superestructura, qué era? ¿Una base? ¿Un modo de producción?

Hablando con propiedad, es algo así como que: los modos de producción consisten en fuerzas productivas y relaciones productivas. Llamar al lenguaje una relaciónes imposible. ¿Querría esto decir que el lenguaje es una fuerza productiva? Pero la fuerza productiva incluye el instrumento de producción, los medios de producción y pueblo. Pero aunque el pueblo habla el lenguaje, el lenguaje no es el pueblo. Sólo el demonio entiende —estaba en un punto muerto.

Para ser del todo honesto, habría que reconocer que el lenguaje es un instrumento de producción semejante a —bueno, como tornos, vías, correo—. Puesto que es también modo de comunicación después de todo.

Pero si se pone la tesis de este modo, declarando que el lenguaje es una forma de producción, empezarán a burlarse. No en nuestro país, por supuesto.

Y no había de quien aconsejarse; él solo sobre la tierra era el verdadero filósofo. Si alguien como Kant estuviese vivo al menos, o Spinoza, aunque aquél era un burgués... ¿Le telefonearía a Beria? Pero Beria no entendía nada.

Bueno, debería andar con cautela: "En este aspecto el lenguaje, que difiere en principio de las estructuras, no resulta distinguible, sin embargo, de los instrumentos de producción, digamos de las máquinas, que son indiferentes a las clases sociales como el lenguaje".

—Indiferente a las clases —esto no podía haber sido dicho antes. Colocó un punto después de esta sentencia. Puso sus manos detrás de su cabeza, bostezó y se aflojó. No había ido muy lejos pero ya estaba cansado.

Stalin se paró y caminó en torno a su pequeño y favorito estudio nocturno. Se acercó a una ventana pequeñita con dos hojas de vidrio amarillento a prueba de balas, con un espacio en el medio, provisto de una corriente de alta tensión. Afuera había un pequeño reparo en forma de jardín, donde solamente por la mañana venía el jardinero a arreglarlo vigilado por un guardián. Durante días nadie ponía los pies allí.

Más allá de los vidrios a prueba de balas estaba la niebla del jardín. Ni tierra ni universo eran visibles.

La mitad de éste estaba, sin embargo, encerrado dentro de su pecho, y esta mitad era armoniosa y clara. Solamente la otra mitad —realidad objetiva— se retorcía en la niebla universal.

Pero aquí, en su cuidado y fortificado despacho nocturno, Stalin no temía aquella segunda mitad en lo más mínimo; sentía dentro suyo el poder de torcerla, de darla vuelta como se le diese la gana. Únicamente cuando se veía obligado a poner el pie dentro de esta realidad objetiva —cuando por ejemplo, tenía que asistir a un banquete en la Sala de las Columnas, atravesar con sus pies el temible espacio entre el automóvil y la puerta, ascender con sus pies por las escaleras y atravesar el inmenso foyerentre dos filas de arrebatados, reverentes, pero no por ello menos numerosos invitados —en esos momentos Stalin podía sentirse mal, totalmente indefenso, sin saber siquiera cómo usar sus manos, incapaces desde hacía mucho de ninguna defensa real. Las colocó sobre su estómago y sonrió. Ellas podían pensar que el Omnipotente se sonreía a favor de ellas, pero sonreía porque estaba asustado.

Era él quien había descripto el espacio como la condición básica para la existencia de la materia. Pero habiéndose convertido en amo de una sexta parte de la sustancia terrestre, había comenzado a temer al espacio. Eso era lo bueno de su despacho nocturno: que no tenía espacio.

Stalin cerró la hoja de acero y lentamente volvió a su escritorio. Era tarde para trabajar, hasta para el gran Corifeo, pero tragó una píldora y se sentó de nuevo.

Las cosas nunca trabajaban por sí solas para él; por lo tanto, debía esforzarse en trabajar él mismo. Las generaciones venideras lo apreciarían.

¿Cómo aconteció que hubiese un opresivo régimen Arakcheyev en filología? Todos temían decir una sola palabra en contra de Marr ¡Qué pueblo extraño y tímido era! Se le podía enseñar democracia y se podía hasta mascar las cosas para que ellos sólo tuvieran que tragarlas y ellos volverían hacia otro lado las cabezas.

Todo dependía de él, de Stalin; también aquí, todo dependía de él. Inspirado escribió algunas frases:

—La superestructura fue creada en las bases con motivo de...

—El lenguaje fue creado con motivo de...

Su cara gris amarronada, picada de viruelas, con su prominente nariz —inclinada sobre la hoja de papel— no veía al teológico ángel medieval que sonreía sobre su hombro.

Aquel Lafargue —todos los teorizadores son lo mismo— hablaba de "Una súbita revolución en el lenguaje entre 1789 y 1794". ¿Qué revolución fue aquélla? Era el idioma francés antes y siguió siendo el idioma francés. "Uno debe decir en general para los camaradas a quienes fascinan las explosiones, que la ley de transición por explosión de una vieja cualidad a una cualidad nueva no solamente es inaplicable a la historia del desarrollo lingüístico, sino que muy raramente a otro fenómeno humano".

Stalin se echó hacia atrás y releyó. Estaba bien expresado. Los propagandistas tendrían que elucidar totalmente el punto: que todas las revoluciones deben detenerse en un cierto momento y que el desarrollo hacia adelante procede por evolución. Y que hasta puede suceder, que la cantidad no se desenvuelve en calidad. Pero esto quedaba para otra vez.

—¿Raramente? No; esto podía resultar embarazoso. Stalin tachó "raramente" y escribió "no siempre". ¿Cuál sería el ejemplo apropiado?

—Nos movemos desde una estructura burguesa campesino-individual (¡Acababa de surgir un nuevo término y qué bueno!) hacia la de una granja colectiva socialista.

Y poniendo por fin punto a esta sentencia, pensó e intercaló la palabra "estructura". Este era su estilo favorito, otro golpe sobre el clavo ya introducido en la pared. La repetición de todas estas palabras hacía más comprensible cualquier párrafo. Inspirado escribió:

—Resultó posible realizar esto con éxito porque fue una revolución desde lo alto, porque la revolución fue llevada a cabo a iniciativa de una autoridad ya existente.

Stalin hizo una mueca. ¡Stop? Esto había salido pobre. ¿No haría ello aparecer como si la iniciativa de la colectivización hubiese partido de los granjeros colectivos?

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