Potapov acababa de colocar una cerradura color rosa a la cigarrera colorada trasparente. Ladeó la cabeza admirando su artefacto, y preguntó: —¿Qué te parece, Terentich? — el color combina, ¿no es cierto?
Sin recibir ni aprobación ni desaprobación, Potapov miró a Khorokrov con el interés de una abuela sobre el armazón liso de metal de sus anteojos. — ¿Por qué tentar al dragón —dijo—. El tiempo nos está ayudando. Antón se irá y entonces desapareceremos inmediatamente, como el aire ligero.
Tenía su modo de dividir una palabra en sílabas y prolongar cada una de ellas.
Para entonces Rubín estaba en el laboratorio. Ahora, a las once de la noche, habiendo pasado el día de trabajo, Rubín, que de todos modos había estado de un humor lírico la tarde entera, sólo quería volver a la prisión y seguir leyendo a Hemingway. Sin embargo, simulando demostrar gran interés en la calidad del nuevo circuito de la TAREA SIETE, le pidió a Markrushev que leyera, puesto que su alta voz, con un tono básico de ciento sesenta ciclos por segundo, debía de trasmitir pobremente. Con esta manera de encarar el asunto, se evidenció como un especialista. Poniéndose los auriculares, Rubín escuchaba y varias veces le daba órdenes a Markrushev para que leyera más fuerte, o más despacio, para que repitiera las frases "Los gordos pescados se escondieron bajo la cubierta" y "vio, saltó, conquistó" —frases pensadas por Rubin para la verificación de combinaciones individuales de sonidos que eran muy conocidas para todos los de la sharashka. Finalmente, pronunció el veredicto de que había una tendencia general hacia el mejoramiento: los sonidos de las vocales eran trasmitidos notablemente bien, los ruidos dentales un tanto peor; aún estaba preocupado por la fonética de la letra "zh"; y la formación de la consonante tan predominante en el lenguaje eslavo, "vsp" no era trasmitida para nada, y requería trabajo.
Hubo un coro de voces, expresando satisfacción por que el circuito estaba mejor. Bobynin levanto la vista del oscilograma y en un burlesco, y denso tono grave dijo: —¡Idiotez! Un paso adelante, dos pasos atrás. No hay razón para estar percibiéndolo por conjeturas. Tienen que encontrar un método.
Todos quedaron silenciosos bajo su firme y resuelta mirada.
Detrás de sus estantes, Potapov encoló la cerradura rosa a la cigarrera, usando esencia de pera. Potapov había pasado tres años en campos alemanes de concentración y sobrevivió principalmente por su habilidad sobrehumana para hacer encendedores atractivos, cigarreras, y porta cigarrillos con desechos, sin usar ninguna herramienta.
Nadie se apuró en dejar el trabajo, aunque era la víspera de un domingo "robado".
Khorokrov se enderezó. Poniendo su material clasificado sobre el escritorio de Potapov para ser guardado bajo llave en la caja de seguridad, salió de atrás de los estantes y se encaminó hacia la salida, pasando por el lugar donde estaban todos ellos reunidos alrededor del abreviador.
Mamurin, pálido, miró fijamente para atrás y llamó, — Ilya Terentich. ¿Por qué no lo escucha? En realidad, ¿adonde va?
Khorokrov se dio vuelta lentamente y con una media sonrisa torcida contestó claramente, — Hubiera preferido no mencionarlo en voz alta. Pero si insiste: en este preciso instante me voy al baño o, si prefiere a la letrina—. Si todo marcha bien allí, seguiré hasta la prisión y me acostaré a dormir.
En el silencio que sobrevino, Bobynin, que casi nunca sonreía, se sacudió con fuertes carcajadas.
Era un motín en el barco de guerra.
Mamurin dio un paso adelante como para pegarle a Khorokrov y preguntó chillonamente, — ¿Qué quiere decir con dormir. Todo el mundo está trabajando y usted se va a dormir?
Con su mano en el picaporte Khorokrov contestó, casi sobre el límite de su propio dominio, — Sí, justamente eso, ¡dormir! He trabajado las doce horas que la Constitución exige y eso es suficiente.
Estaba a punto de explotar con algo peor que hubiese sido irreparable, pero la puerta se abrió de golpe y el oficial de servicio anunció: —¡Antón Nikolaich! Se lo necesita urgente en el teléfono urbano municipal.
Yakonov se levantó apresuradamente y salió adelante de Khorokrov.
Pronto, Potapov, también, apagó la lámpara de su escritorio, ubicó sus documentos clasificados y los de Khorokrov sobre el escritorio de Bulatov y cojeó inofensivamente hacia la salida. Su pierna derecha renqueaba a causa de un accidente de motocicleta que había tenido antes de la guerra.
El llamado telefónico de Yakonov era del vice-ministro diputado Sevastyanov. Debía estar en el ministerio a media noche. ¡Y esto era la vida!
Yakonov volvió a su oficina, con Verenyov y Nerzhín, despidió a éste último e invitó a Verenyov a que lo acompañara en su coche. Luego se puso su saco y guantes, volvió a su escritorio, y bajo la anotación "Que se lo eche a Nerzhin", agregó: "A Khorokrov también".
DEBERÍA HABER MENTIDO
Cuando Nerzhin, presintiendo vagamente que lo que había hecho no podía ser enmendado, pero aún sin darse cuenta por completo de ello, volvió al laboratorio de Acústica, Rubín se había ido. Todos los demás estaban aún allí. Valentulya, dando golpecitos en el pasillo con un panel sobre el cual estaban montadas decenas de válvulas de radio, volvió sus vivos ojos hacía aquél.
—¡Despacio, joven! — dijo, deteniendo a Nerzhin con su palma en alto, como un policía parando a un auto.— ¿Por qué es que no hay corriente en mi tercer plataforma? — Luego recordó—: Ah, si. ¿por qué fue que lo llamaron? ¿Qu' est que c'est passé?
—No seas bruto, Valentyne, — dijo Nerzhin, evadiendo la pregunta hoscamente. No podía admitir ante este sacerdote de su propia ciencia que acababa de repudiar las matemáticas.
—Si tiene problemas, — declaró Valentyne— puedo darle un consejo: ponga música bailable. Ha leído la cosa en,... ¡caramba, no me acuerdo el nombre! Ya sabe, el poeta del cigarrillo entre los dientes. No maneja ni siquiera una pala. Llame a otros.
Mi policía
Protéjame
En la zona reservada
¡Qué lindo es!
En realidad, ¿qué otra cosa además de música bailable podríamos pedir nosotros?
Luego Valentyne, sin esperar respuesta, pero ya preocupado con un nuevo pensamiento exclamó: —¡Vadka, enchufe el oscilógrafo!
Mientras se aproximaba a su escritorio, Nerzhin notó que Simochka estaba en estado de alerta. Lo miró abiertamente y sus finas cejas se contrajeron.