Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Miró largamente a Dotty, sintiéndola muy lejos y le pidió que fuera sola.

Para Dotty no tenía ningún sentido que alguien prefiriera huronear entre viejos álbumes a asistir a una buena fiesta. Para él, las cosas que encontraba en esos armarios tenían un profundo sentido, porque le refrescaban viejos recuerdos de su niñez, cosa que no ocurría con su mujer.

Su madre había, al fin, logrado su propósito: levantándose de la tumba, había arrancado a su hijo de manos de su novia:

Fue a través de todas estas cosas que Innokenty, por fin, comprendió a su madre. Así, como la esencia de la comida no puede expresarse en calorías, la esencia de toda una vida no puede ser captada ni por las mejores fórmulas.

Habiendo dado los primeros pasos, Innokenty no podía ya detenerse en los últimos años se había tornado perezoso. De su madre aprendió el buen francés que lo había llevado adelante en su carrera. Ahora volvió a dedicarse a la lectura.

Pero surgió de ello que hay que saber leer. No es cuestión de recorrer páginas y páginas con la vista. Desde el momento en que Innokenty, desde su temprana juventud, fue apartado de los libros erróneos o censurados, y leyó sólo lo estipulado, sabiendo que tenía que creer a pie juntillas todo lo que leía, entregándose así atado de pies y manos a la voluntad del autor. Ahora, leyendo autores de opiniones contradictorias, se encontraba imposibilitado para rebelarse contra alguno y podía someterse sucesivamente a un autor, luego a otro y más tarde a un tercero.

Luego había ido a París y trabajado en la UNESCO. Mientras estaba allí, después de su trabajo leyó mucho y había alcanzado un punto donde se sentía menos juguete de las ideas del autor de turno y más dueño de sus propias ideas.

No había descubierto mucho en esos años, pero había descubierto algo.

Hasta entonces, la verdad para Innokenty había sido: la vida es una sola.

Ahora empezó a percibir otra ley en sí mismo y en el mundo: también la conciencia es una sola.

Y de la misma forma en que no podemos recobrar una vida perdida, tampoco podemos recobrar una conciencia descarriada.

Innokenty estaba empezando a evaluar este concepto, cuando ése sábado se enteró, para su desgracia, de la trampa que se le había preparado a ese bobo de Dobraumov. Ya era lo suficientemente experimentado para darse cuenta que lo de Dobraumov era sólo el principio de una larga campaña. Pero a Dobraumov le había tomado especial cariño, como a un personaje de las memorias de su madre.

Durante varias horas se paseó por su oficina, indeciso; el diplomático con quién la compartía se había ausentado en una gira oficial. Se hamacó nerviosamente en un sillón, comenzó a temblar y escondió la cara entre las manos. Finalmente, decidió hacer una llamada de advertencia, aunque bien podía estar intervenido su teléfono y eran pocos los que en el ministerio estaban al tanto del secreto.

Todo esto parecía haber sucedido hacía siglos, y sólo había sido ayer.

Durante todo el día de hoy, Innokenty había sufrido una violenta perturbación. Estuvo fuera de su casa, de modo que no pudieran ir a arrestarlo allí, experimentando sentimientos contradictorios, desde el más amargo de los arrepentimientos al más despreciable de los temores, al indiferente "que sea lo que sea" y vuelta nuevamente al terror. El día anterior no se había imaginado que iba a padecer éste terrible estado de nervios. Nunca supo que pudiera temer tanto por sí mismo.

Ahora el taxi lo conducía por la Bolshaya Kaluzhskaya, con su brillante iluminación. Nevaba copiosamente y los limpiaparabrisas se movían monótonamente.

Pensaba en Dotty. El distanciamiento entre ellos era tan grande en la primavera pasada, que se había arreglado de manera de no llevarla consigo a Roma.

Cuando volvió, en agosto, se supo que la compartía con un oficial del Estado Mayor. Con una tozuda convicción, muy femenina, no había negado su infidelidad, sino que culpaba de ella a Innokenty: ¿por qué la había abandonado?

Pero él ni siquiera había sentido dolor por la pérdida, sino más bien alivio. No se había sentido vengativo ni celoso. Sencillamente, había dejado de ir a su cuarto y se había encerrado en un despreciativo bloqueo durante los últimos cuatro meses. Claro que no se podía ni siquiera hablar de divorcio. En el servicio exterior un divorcio sería fatal para su carrera.

Pero ahora, Unos días antes de su partida, ¡de su arresto!, quería ser amable con Dotty. Recordaba, no lo malo, sino todo lo bueno que ella tenía.

Si lo arrestaban, bastante la iban a ajetrear y a atemorizar por causa suya.

A mano derecha, a lo largo de la verja de los Jardines Nescuchny, la sucesión de negros troncos y ramas de árboles cubiertos de nieve, pasaba veloz.

La espesa nevada daba la sensación de paz y olvido.

LA CENA DE INVITADOS

El departamento del fiscal, que despertaba la envidia de todo el monoblock N" 2, pero que la familia Makarygin misma encontraba algo estrecho, había sido formado con dos departamentos contiguos, cuyas paredes divisorias se habían echado abajo. Así que contaba con dos puertas principales, una de las cuales se hallaba clausurada, dos baños, dos "toilettes", dos pasillos, dos cocinas y cinco cuartos más, en el más espacioso de los cuales se estaba sirviendo la cena.

En total, se encontraban veinticinco personas, entre invitados y anfitriones, y las dos sirvientas oriundas de Baskir, apenas daban abasto para servir a todos. Una de ellas era la sirvienta de la casa; La otra había sido prestada por unos vecinos para la velada. Ambas eran bastante jóvenes; ambas provenían del mismo pueblo y ambas habían finalizado juntas su ciclo secundario en Chekmagush. Tenían las caras tensas y coloradas por causa del calor de la cocina y su expresión denotaba seriedad y esfuerzo. La esposa del fiscal, una mujer alta y maciza, vigorosa en su edad madura, las observaba con una expresión aprobatoria.

La primera difunta mujer del fiscal, que pasó con su marido la Guerra Civil, que tan bien manejaba la ametralladora automática, que usaba chaquetas de cuero y vivía cumpliendo al pie de la letra las instrucciones de su célula comunista, no sólo nunca habría sido capaz de llevar la casa de Makarygin hasta su abundancia del día de hoy, sino que sería difícil imaginarse cómo hubiera sido su vida ulterior, de no haberse muerto al nacer Clara.

Pero Alevtina Nikanorovna, la actual esposa de Makarygin, sabía muy bien que una buena familia no puede prosperar sin una buena cocina; que alfombras y manteles son un importante signo de prosperidad, y que la cristalería es lo ideal para un banquete. Había estado coleccionando cristalería durante años, y no la cristalería corriente, tosca y desequilibrada, que ha pasado por muchas manos en su proceso de fabricación en serie, sin muestra alguna del corazón de un artesano. Coleccionaba cristalería antigua, de la confiscada en los años veinte y treinta por orden judicial, y vendida en los centros de comercialización, donde sólo los miembros del poder judicial tenían acceso; cada pieza era una muestra del estilo personal de su fabricante. Había aumentado considerablemente su haber durante los dos años de postguerra, cuando el fiscal se había desempeñado en Riga; en las casas de remate y en el mercado público compró muebles, porcelanas y hasta cucharas de plata sueltas.

129
{"b":"142574","o":1}